SLR – Capítulo 416
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 416: Tú que harás realidad mis deseos
Tras la humillación sufrida a manos de León III, Rubina se dirigió a Villa Sortone, donde residía su hijo.
—¡Criatura inútil! —gritó.
Le dio una bofetada en la cara y su cabeza giró en redondo. El hombre alto se llevó una mano pálida a la palma, que había empezado a enrojecerse e inflamarse.
Rubina gritó furiosa—: ¡Idiota! No hay virtud en ti!
Estaba repitiendo las cosas que había oído de León III. Sus palabras se oían a gritos, las venas de su cuello sobresalían.
—¿Cómo es posible que no supieras que el indulto podría no aplicarse a ti? Tú mejor que nadie deberías haberlo sabido.
Molesta a más no poder, golpeó con los puños el pecho de Césare.
—¿Por qué me has obligado a ir a ver a Su Majestad y averiguarlo por un medio tan absurdo?
No podía soportar que la hubieran humillado tanto delante de León III. Cada golpe de puño iba acompañado de un comentario de León III. La esbelta parte superior del cuerpo de Césare se balanceaba al compás de los golpes, pero éste mantenía los finos labios fruncidos, sin decir palabra.
—¡Eres un hijo terrible! ¡Un imbécil! ¡Eres un incompetente!
Rubina había dejado hervir en su interior las palabras que había escuchado de León III y las había hecho más odiosas antes de verterlas sobre su hijo. La ansiedad y la rabia que habían crecido en su interior hasta ahora también se añadieron a la mezcla. La rabia no filtrada tendía a buscar a alguien a quien culpar.
—¡Todo esto es culpa tuya por perder el favor del Rey! Si no hubieras marchado hacia el Salón del Sol con tus hombres, ansioso por salvar a esa mujer de pelo negro, esto nunca habría sucedido.
Los ojos de Césare, que habían permanecido quietos como los de una estatua de mármol mientras su madre descargaba su ira contra él, brillaron de repente al oír las palabras “mujer de pelo negro”. A Rubina no le importó. Ni siquiera miraba a su hijo.
—Lo perdiste por una mujer, y destruiste el trabajo de toda una vida: ¡he estado en esto nada menos que treinta años! ¡Trabajé duro todos esos años para convertirte en el Príncipe, y en el Rey del reino! ¡Y tú lo destruiste todo!
Rubina golpeó y abofeteó a Césare tan rápido como pudo, escupiendo todas las maldiciones y el resentimiento del que era capaz.
—¿Por qué tenía que ser una mujer humilde de la que tuvieras que enamorarte? ¡No tenía derecho al trono ni un padre con un ejército! Ella es una don nadie que se arrastró desde la cuneta. Pero no, olfateaste sus faldas y perdiste el juicio, llevando una espada al cuello de tu propio padre...
Césare habló.
—Es suficiente.
Su hijo la había detenido. Nunca había imaginado que algo así pudiera ocurrir. Ella preguntó estúpidamente—: ¿Perdón?
Césare finalmente puso más fuerza en su voz.
—¡He dicho que es suficiente!
El joven duque apartó la mano de su madre de un manotazo. Ella siempre lo había visto frágil y débil, pero la fuerza de su mano era la de un hombre adulto. Rubina se sorprendió. Tras detenerla, Césare escupió sus palabras con lenta precisión.
—No es una mujer a la que se pueda criticar así.
La duquesa Rubina no accedió tan fácilmente. Su mirada enrojeció de ira ante la inesperada rebelión de su hijo.
—¿Qué demonios acabas de decir?
La Duquesa tanteó la mesa sin mirar y cogió una pluma. Aunque se trataba de un objeto simple, estaba fabricada con la pluma de pavo real más grande y de mayor calidad, tomada del Imperio Moro y endurecida con aceite. Era tan dura y rígida como la mayoría de las mazas.
—¿Es así como me pagas por criarte?
Golpeó la mesa con la pluma y la sombra bailó al ritmo del movimiento. Se movía al compás de la respiración de Rubina, al mismo ritmo que ella había utilizado cuando golpeaba al pequeño Césare.
—Yo te hice todo lo que eres hoy. ¿Y qué acabas de decirme?
Césare no se encogió de miedo cuando su madre se preparó para pegarle como cuando era pequeño. En lugar de eso, soltó una fría carcajada.
—Sí, lo hiciste. Me moldeaste como arcilla, en la forma exacta que querías.
Era el hijo mayor más listo que el heredero legítimo, el hombre más bello y sofisticado del palacio. Todo lo que decía y hacía estaba pulido como una gema, la gema más perfecta de Palacio Carlo. Rubina parpadeó, incapaz de entender por qué “moldearlo como arcilla” era algo malo. Sólo cuando su hijo le hizo una pregunta, comprendió vagamente a dónde quería llegar.
—¿Alguna vez me amaste?
No podía entenderlo todo, pero fuera lo que fuera lo que él quería decir, ella no estaba de acuerdo.
—¡Claro que te quiero! ¡Por eso lo dejé todo por ti!
En la mente de Rubina, no había hecho absolutamente nada malo. Ella siempre había querido cosas buenas para él, nunca había deseado perjudicarlo. El mayor poder, la mayor belleza, el asiento de un duque en la capital que atraía las miradas de todos, ¿cómo podía considerarse mala alguna de esas cosas? Era el tipo de vida que cualquiera desearía. Era buena, en un sentido absoluto. Ella tenía razón. Césare nunca llegaría a comprenderla. La observó con ojos apenados.
—La única persona a la que quieres es a ti misma —murmuró en voz baja—. Ella era la única persona que me amaba.
Rubina se burló de sus palabras.
—Eso es divertido y vergonzoso.
Rubina había nacido escorpión. Era así en el sentido de que sentía un deseo irresistible de picar a los demás, pero había otra cualidad similar en su interior: sabía dónde dolían más sus insultos.
—Basta de tus quejas lastimeras. ¿Así que pagaste a la única mujer que te amaba con traición?
Césare se estremeció, y Rubina supo que sus palabras habían dado en el blanco.
—¿Seducir públicamente a su hermana mayor fue la forma en que le pagaste su amor?
Una sonrisa triunfante apareció en su rostro al darse cuenta de que los golpes le habíab golpeado en un punto vital. Miró fijamente a su hijo y continuó implacable. Ahora mismo, no importaba que fuera su hijo. Lo que importaba era ganar esta batalla de palabras.
—Así que rompes mi corazón, y luego el corazón de la mujer que te amaba. ¡Eres el mayor traidor de San Carlo, una reencarnación de Judas Iscariote!
A Césare se le cayó la cara de vergüenza. Judas era el discípulo más querido de Gon, tachado para siempre de traidor y la mayor escoria que había vivido en San Carlo. No tenía nada que decir a esto. Rubina odiaba perder, pero siempre se veía obligada a dejar que León III llevara las de ganar. Tenía que ganar en algún sitio, y ese lugar estaba aquí. La violencia se sentía extremadamente bien ahora que sabía que la espada se estaba hundiendo. Se emborrachó con su propio abuso verbal, llevando las cosas cada vez más lejos.
—Sí. ¡Eres una escoria incompetente e inútil! ¡Nadie te quiere! ¡Lo único que haces es traicionar a los que sí lo hacen! ¡Eso te pasa por apuñalar por la espalda a los que confían en ti!
Sus palabras fueron como verdaderos cuchillos hundiéndose en su corazón. Ella tenía razón. Había apuñalado por la espalda a Ariadne. Le había dado la espalda después de que ella lo sacara de la oscuridad y cediera a una dulce tentación momentánea. ¿Había sido dulce alguna vez? Se atormentó aún más al pensar en la piel de porcelana de Isabella y en la suave carne bajo su ropa.
Ella no había valido la pena. De verdad que no. Ninguna mujer, ni Isabella, ni siquiera la mujer más hermosa, apasionada y hábil de todo el continente, habría merecido tan solo lo mismo que una pequeña sonrisa de Ariadne.
—¡Te lo mereces! Dudo que tu amor fuera real, pero si lo fue, eso me haría sentir aún mejor —le gritó—. ¡Nunca tendrás otra oportunidad con ella después de lo que hiciste! Alfonso la convertirá en Reina, digan lo que digan los demás, en cuanto suba al trono. Y te verás obligado a ver cómo sucede todo.
Recordó las palabras de Alfonso. Había dicho que iba a casarse con Ariadne y había pedido a Césare que mantuviera las distancias y los modales. El amor de Alfonso no era no correspondido. Por muy ciego que intentara estar Césare, no había forma de que no fuera consciente de ello.
Los dos habían intercambiado miradas continuamente en la comida con el Papa Ludovico. Alfonso le había sonreído, y su pequeña nariz se arrugaba cada vez que ella le devolvía la sonrisa. De vez en cuando se le veían los dientes delanteros de conejo. Las seductoras líneas de su cuerpo que se asomaban casualmente entre los pliegues de su ropa habían dejado a Césare sin aliento. Todas estas cosas le habían pertenecido alguna vez, pero las había tirado al suelo por su propia voluntad. Empezaba a dolerle la cabeza.
—No culpes a nadie más. Sólo puedes culpar a tu propia estupidez.
Su madre tenía toda la razón. Habían pasado 3 años desde que le había dado un beso de despedida para siempre en la frente. Se había negado a abandonar su territorio, negando la verdad. Había intentado convencerse de que aún no era demasiado tarde, de que aún podía recuperarla, por la fuerza, si era necesario.
Pero ahora tenía que admitirlo. Tal vez Ariadne le había abandonado para siempre, y la única persona a la que podía culpar era a sí mismo. Una lágrima cayó de sus ojos azules.
—¿Estás llorando? ¿Qué te hace pensar que tienes derecho a hacerlo?
Lanzó la pluma con la mano, intentando golpear a su hijo. La resistencia del aire, sin embargo, lo hizo volar inofensivamente hacia un lado. Pero no se contentó con todo lo que había hecho y cogió el pisapapeles de la mesa, tirándolo al suelo. Era un costoso objeto de marfil, repujado con intrincados grabados, decorado con oro.
El pisapapeles se resquebrajó, pero el mayor problema fue el suelo de mármol. El suelo del salón del duque Pisano tenía una única losa de mármol tan ancha como alto era un hombre adulto, y toda ella se agrietó verticalmente. Su reparación costaría bastante dinero. Al darse cuenta de que acababa de causar un grave daño, miró a Césare. Se quedó de pie, sin decir palabra.
Era última hora de la tarde, y los rayos de un sol de principios de invierno se colaban por las ventanas, proyectando sombras débiles. A Césare no le importaba lo que ocurría delante de él. Su mente estaba en otra parte.
Segura de que él no la criticaría, la Duquesa se burló en voz alta.
—¡Hmph! —se dirigió al dormitorio, sin olvidar una última andanada—. ¡Pedazo de mi*rda sin valor!
La duquesa Rubina no permaneció mucho tiempo en el salón aquel día, yendo y viniendo después de armar un lío, como una borrasca de verano. Sin embargo, el arrepentimiento, las críticas y la angustia perduraron mucho después de que ella se hubiera ido, flotando alrededor de los rayos fragmentados del sol y las ventanas como un calor residual.
* * *
La maldición de Rubina de que Alfonso haría reina a Ariadne una vez que se convirtiera en rey y Césare se vería obligado a mirar era correcta sólo a medias. Alfonso pretendía que esto sucediera, por supuesto, pero aún no era rey, y la elección aún recaía en otro.
Su padre y hombre con derecho a aprobar o vetar el matrimonio de Alfonso, León III, estaba buscando una mujer mejor para casarse con él o, más exactamente, una familia que tuviera más que ofrecer en términos de pago. Su ayudante, Delfinosa, le trajo buenas noticias.
—Su Majestad, tengo algo que informar.
—¿Hmm?
—Hemos recibido una respuesta favorable del marqués Cinadeños.
Estoy tan emocionada leyendo estos capítulos. Muchas gracias por subir esta increíble historia. Excelente trabajo!♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️
ResponderBorrarTanto Rubina como León III ven a sus hijos como objetos de uso. En esta vida Cesare a recibido más que su vida pasada y aún así, es un hijo ilegítimo que pasó a ser sobrino del rey, título de conde, ahora duque. Todo a sido dado, pero no se lo ganado demostrando su valía, se lo han dado sin hacer el mínimo esfuerzo y sólo depende del favor del rey. Son Padres son miserables, pero el es un adulto con una mentalidad retorcida que vive para satisfacer su autogratificación. Muchas gracias!
ResponderBorrarNo hay nada más doloroso que el desprecio de una madre. Esta vez siento mucha lástima por Cesare, se comportó como una basura y está experimentando el arrepentimiento, algo me dice que su historia no va a terminar nada bien
ResponderBorrarYa se me hacía raro que todo saliera bien 🥹 si me dieran a elegir entre darle misericordia a César o al rey elegiría al primero sin dudar >:bb
ResponderBorrarApenas voy iniciando el cap, y agradezco que Cesare impida que hablen mal de Ari, algo bueno al menos hace
ResponderBorrarPobre de mi bebé UnU como no querían que fuera de esa manera con una hiena como madre
ResponderBorrarAri también fue maltratada por Lucrecia y el Cardenal y no es una persona nefasta como Cesar.
BorrarConcuerdo. Cesare siempre a sido favorecido por el amor retorcido de este rey porque Rubina fue su favorita mucho tiempo. Tener esos padres repugnantes no lo excusa como trata a las mujeres. En ambas vidas nunca a reconocido a Ari como persona, solo la ve como un objeto de alto valor y de lujuria que debe robarle a Alfonso.🤗🤗
BorrarQue terribles padres le tocaron a Cesare
ResponderBorrarAsí como en la vida pasada cesare calificó la utilidad de Ari, así mismo Rubina califica a Cesare, sus padres son repugnantes creció miserablemente, aunque a tenido el favor del rey y más libertad de vivir como le plazca, es asquerosamente rico sin mover un dedo, todo lo que tiene le a sido otorgado de forma fraudulenta gracias al amor retorcido de león III se siente inferior a Alfonso, es es lamentable y patético a la vez no siento lástima por él. Alfonso y Ari también crecieron en un ambiente hostil donde su valor siempre a sido juzgado por su utilidad. Cesare sólo se percibe a si mismo como víctima nunca podría reconocer a las personas, ya que es un narcisista. En el arco del compromiso sólo fingió "cambiar" para impresionar e influenciar a Ari, pero el es una copia de su padre, un ser lujurioso, cruel , mezquino, etc.Muchas, muchas gracias!🤗🤗🤗🤗🤗🤗
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