SLR – Capítulo 399
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 399: Un poco más alto
Este hombre había nacido y crecido en San Carlo. Hablaba en nombre del habitante medio de San Carlo, que no tenía mucho que ganar con Ippólito. A los ojos de un verdadero nativo de San Carlo, la casa de Mare apenas podía considerarse una familia propiamente dicha: sólo había llegado a San Carlo hacía 15 años. Es más, Ippólito ni siquiera tenía título y había conseguido su dinero por medios dudosos. Era desagradable verle intentar comportarse como su igual por mérito de su padre clérigo.
El hombre no se molestó en ocultar su duda.
—Por lo que he oído, sólo la condesa y el cardenal viven en la mansión de Mare desde hace algún tiempo. No me diga que intenta aprovecharse del nombre de su padre cuando en realidad hace tiempo que cortó lazos con él.
—¡Un hombre adulto... se independiza después de la mayoría de edad!
Ippólito replicó al instante, pero era absurdo. El heredero de una casa noble nunca abandonaba la mansión familiar, a menos que se tratara de un segundo hijo o inferior que hubiera sido desbancado por el mayor y buscara nuevas oportunidades en otra parte.
En cuanto a los de Mare, Ariadne de Mare, la segunda hija, se había hecho con el título. Se la podía considerar, por tanto, la hija mayor, pero era muy raro que algún otro hermano se independizara permaneciendo en la misma ciudad. Era casi imposible comprar una nueva mansión digna de un noble en la ciudad. Entonces, ¿por qué abandonar la mansión familiar? Si no le gustaba la idea de vivir en el mismo edificio, podía quedarse en el anexo.
—Bien. Digamos que sí buscó ser independiente. ¿Cómo es que ni siquiera visita a su padre para saludarle? —preguntó el hombre.
—¡Cómo te atreves! ¿Me has estado siguiendo? —gritó Ippólito. Tenía mucho que ocultar, y miró con desprecio al hombre—. ¡Odio a los hombres que meten las narices donde no les llaman!
El otro hombre no se acobardó.
—Sólo lo digo porque es evidente que su relación con su padre parece inexistente, a pesar de su intento de capitalizar sus éxitos.
Ippólito estaba profundamente disgustado, pero era un extraño en esta reunión. Todos los demás pertenecían a casas nobles que habían echado raíces en San Carlo hacía mucho tiempo. Vivían de las rentas que pagaba la gente en sus tierras, pero él era el único que había utilizado los ingresos de su negocio -si es que la venta de drogas podía considerarse un negocio legítimo- para abrirse camino en esta reunión.
Se esforzaba por hacer todas las conexiones que podía, mientras esparcía sospechosamente monedas de oro en todas direcciones, pero sabía mejor que nadie que no formaba parte de este grupo de verdad.
—¡Dios mío, basta!
—Hoy es un buen día. No hace falta hablar de cosas desagradables.
—¡Seamos felices! Toma, bebe otra copa.
Los pocos que querían complacer a Ippólito intervinieron y evitaron que estallara una pelea. Esto permitió a Ippólito salvar la cara sin hacer nada extremo, como exigir un duelo. Sin embargo, llegó a la desesperada conclusión de que ya era hora de que encontrara vías de acceso a su padre. Ya no quería malgastar su dinero mientras seguía siendo despreciado.
La reunión terminó e Ippólito regresó a casa. Al cabo de unos días, se encontró con Isabella y le ordenó.
—Tú. Ve a ver a papá.
El cobarde, que ni siquiera se atrevió a disculparse en persona, quiso enviar a un explorador para que le preparara el camino.
—¿Qué? ¿Por qué mencionas esto, de repente? —dijo Isabella, sorprendida. Desde que había exigido saber qué había hecho el cardenal por ella y posteriormente había sido expulsada de la mansión, Isabella ni siquiera había pensado en la mansión de Mare ni en sus sueños. Tras la ruina de Ottavio, cabía esperar que acudiera a su padre al menos una vez, pero se había mantenido obstinadamente alejada. Era un principio al que pensaba adherirse, en cierto modo.
—¿No sabes lo que pasó? ¡Me metió en un convento cuando más ayuda necesitaba! ¡Me traicionó y se puso del lado de esa z*rra, Ariadne!
—Lo sé. Sí, lo sé.
Ippólito no dijo ni una palabra sobre el hecho de que necesitaba los antecedentes de su padre para moverse, no sólo el dinero que había ganado con el tabaco. En cambio, la engatusó cuidadosamente, fingiendo querer lo mejor para ella.
—Últimamente he oído cosas sobre él —dijo.
—¿Qué cosas?
—¡Su estatus se ha disparado desde que le pusieron al frente del consejo en San Carlo!
Isabella parecía disgustada pero interesada al mismo tiempo. Ippólito lanzó el cebo que creyó que sería más efectivo sobre Isabella.
—La orden judicial sobre la mansión Contarini se ha estancado, ya sabes. No ha salido adelante, aunque parecía que sí. ¡Podríamos detenerlo por completo si padre se involucra!
Esto no funcionó. Isabella no estaba impresionada.
—¿Y qué se conseguirá con eso?
La mansión pasaría a ser del Monasterio de Averluce con toda seguridad si se cumplía la orden judicial, pero evitar eso no significaba que la mansión volviera a ser de Ottavio. La situación sería precaria e imprecisa, como el destino de un alma en el Purgatorio. Isabella necesitaba 12.000 ducados para recuperar la mansión.
—Eso no nos hará ganar dinero.
Ese no era el tipo de dinero que su padre probablemente le proporcionaría. Peor aún, incluso si la propiedad de la mansión fuera restaurada, pertenecería a Ottavio. Su relación con su marido en estos días había sufrido terriblemente.
—Es más, aunque eso ocurra, sólo beneficiará a ese bastardo. ¡No voy a hacer eso por él a menos que caiga de rodillas y ruegue!
No había habido conversación entre Isabella y Ottavio desde que él había tomado el anillo de la señora de la Casa Contarini. Sin embargo, si los gritos y los acusaciones podían considerarse conversación, había habido un poco de eso, tal vez dos veces por semana, tres minutos en el más corto, y tres horas en el más largo. Pero independientemente de la duración, no había comunicación significativa.
Giovanna, la hija, estaba al cuidado de los criados de Clemente, la hermana de Ottavio. Isabella y su marido no tenían ni un solo tema agradable del que hablar. Su relación no podía mejorar dadas las circunstancias. Ippólito ajustó ligeramente su enfoque.
—Si te llevas mejor con él, podrás ir a más reuniones.
Isabella reaccionó. Era el tipo de cebo que le atraía instintivamente. Su objetivo inicial había sido entrar gratis en lugares donde se podían encontrar peces gordos. Todo lo que quería era ir a algún lugar donde 12.000 ducados no fuera tanto dinero. Por supuesto, no había planeado cómo hacer suyo ese dinero, pero supuso que ya se le ocurriría algo a su debido tiempo.
Pero ahora, el simple hecho de conocer a alguien un poco más rico o de más alto rango le resultaba estimulante. Había olvidado por qué deseaba ese tipo de encuentros: era una especie de adicción.
—¿Reuniones...?
—Sí. Corre el rumor de que el mismísimo Papa Ludovico podría estar presente en el concilio de San Carlo.
A Isabella se le iluminó el rostro visiblemente. El Papa era el hombre más poderoso del continente central.
—¿Quién sabe? A lo mejor se las arregla para que te reúnas con él.
No tenía sentido que un cardenal se reuniera con el Papa con sus hijos ilegítimos a cuestas. Pero Isabella había tenido la oportunidad de reunirse con personajes poderosos recientemente, y sabía cuántas cosas absurdas podían ocurrir. No tenía nada que decirle al Papa aunque se reuniera con él, y no obtendría ningún beneficio monetario ni de estatus. Pero Isabella empezó a arder en deseos de alcanzar este nuevo objetivo.
La codicia, sin embargo, no era suficiente para anular su odio.
—Pero aún así. ¿Quieres que vaya ye me arrastre en frente de padre?
—Confía en mí y hazlo sólo esta vez —la presionó Ippólito—. Piensa en todo lo que puedes ganar estando cerca de él ahora mismo. ¿Estás pensando en dejar pasar esta oportunidad? ¿No te das cuenta de lo difícil que es para mí ganar el dinero que gano? ¡Debo abandonar todo orgullo y dignidad para hacerlo! En comparación, inclinar la cabeza ante nuestro padre una vez es un paseo por el jardín.
Últimamente, Isabella pagaba sus gastos con el dinero de bolsillo de Ippólito, y se estremeció ante la amenaza de su hermano. No había sido una amenaza directa, por supuesto, pero estaba en desventaja y no pudo evitar sobresaltarse ante cada pequeño matiz de sus palabras.
—¿Vas a hacerlo o no?
Isabella se lo pensó un momento. Había cedido a su enérgica persuasión, además de estar motivada en parte por su codicia.
—Bueno... Supongo que puedo enviarle una carta...
Ippólito quería aprovecharse de su hermana al máximo, pero se había esforzado por convencerla en lugar de intimidarla. En su opinión, eso lo convertía en un hermano ejemplar. Sonrió satisfecho.
—Sí. Buena decisión. Ponte en contacto conmigo cuando esto vaya bien.
Ippólito siempre miraba a Isabella a los ojos cuando le daba dinero. Nunca utilizaba intermediarios. Esta afirmación era, en otras palabras, una amenaza de que no recibiría más dinero de él antes de triunfar.
Isabella se mordió el labio en secreto. ‘Quiero libertad. Libertad.’
* * *
—Me llamo François.
Ariadne estudió lentamente el rostro del apuesto hombre que había hablado. Tenía unos iris enormes, mezcla de gris y azul. Sus palabras podían interpretarse de muchas maneras, pero Ariadne asintió lentamente. La casa Briand era conocida por sus ojos azul grisáceo. Ariadne conocía esos ojos mejor que nadie, ya que los ojos que miraba todo el día eran los ojos de los Briand. Sin embargo, los de este hombre eran diferentes.
—Debo de haber tenido unas expectativas poco razonables —François se rió. Ella continuó—. Si realmente fueras el Príncipe Luis del Reino Gallico, la Reina Margarita o el Príncipe Alfonso te habrían reconocido.
Se rió débilmente.
—Eso podría haber facilitado mucho las cosas. O, por el contrario, podría estar ya muerto. Encantado de conocerle. Mi nombre completo es François de Sainte-Chapelle.
—Su casa era originalmente la casa de un conde. La Casa de Sainte-Chapelle se extinguió cuando Filippo IV subió al trono —explicó Julia.
El hombre asintió.
—Sí. El título y las tierras fueron confiscados. Antes de que ocurriera, yo era el tercer hijo de mi familia. Mis dos hermanos han muerto, así que soy el mayor. O quizá el cabeza de familia, ya que mi padre también ha muerto.
Tales palabras carecían de sentido cuando el título había quedado anulado. François, el único superviviente de una familia arruinada, dijo con calma—: De niño fui compañero de juegos del príncipe Luis. Permanecí a su lado cuando los hombres de Filippo IV tomaron el palacio.
Lo que Ariadne más quería saber en ese momento era otra cosa.
—¿Por qué Rafael quería que nos viéramos?
Si no se trataba del mismísimo Príncipe Luis, ¿por qué lo había sugerido?
—El príncipe Luis se casó, pero no tuvo heredero.
La Casa de Briand había hecho que el príncipe Luis, el segundo hijo, se casara antes que el príncipe heredero Filippo. Esto había sido extraño, en cierto modo, pero quizá también natural. Era una tarea mucho más complicada elegir esposa para el probable sucesor que para los otros hijos. La familia y la dote de la mujer importaban menos a partir del segundo hijo, y las emociones que el hombre y la mujer sentían el uno por el otro también podían influir en la decisión.
La esposa del príncipe Luis había sido Ana de Champs, hija de un ducado independiente del norte del reino galo. Su vida conyugal con el príncipe Luis había transcurrido sin sobresaltos, pero se sabe que murió tras la toma de posesión de Filippo IV.
—¿Así que los hechos públicamente conocidos no son todos ciertos? —preguntó Ariadne.
—No —dijo François—. Ana de Champs -es decir, la esposa del Príncipe- escapó con éxito del palacio, aunque su salud se resintió a consecuencia del incidente y ahora está con el Padre Celestial —se persignó y continuó—: El príncipe Luis tuvo un hijo que nació después de su muerte.
Este hijo sería el siguiente en la línea de sucesión al trono de Gallico si el indulto no prosperaba.
—Y vive cerca de San Carlo.
Que felicidad subieron capítulos, me encanta esta historia, muchas gracias. Excelente trabajo!🥰🥰🥰🥰🥰🥰
ResponderBorrarMe atrae más la inteligencia de Ariadne que el físico de Alfonso.. jejeje
ResponderBorrarYa quiero ver el final de Ipolito
Chan chan chan chan!
ResponderBorrarLa isabella no puede quedarse quieta -.-
ResponderBorrarLa situación de Giovanna es preocupante, esos padres mucho que desear.
ResponderBorrarParece que el estafador resultará estafado xd pelea por ver quién será el sucesor de Gallico :0
ResponderBorrarMe da pena por Giovanna, no le espera un buen futuro con esos padres
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