SLR – Capítulo 388
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 388: Cubrir el cielo con la palma de la mano
—¿Intento de asesinato? ¡Ridículo! —el Gran Duque Eudes gritó. Había decidido la negación como primera estrategia. Necesitaba salir de esta situación como fuera. Mañana se preocuparía de las consecuencias.
Los espectadores se agolpaban detrás del Papa Ludovico y el cardenal de Mare. Eran clérigos de la cúspide en la Santa Sede, poderosos cardenales de varios países y nobles de alto rango de varias naciones que representaban a sus gobernantes, liderados por Variati de Hierro. Algunas de las personas más importantes del continente murmuraban entre sí ahora en el pasillo.
—¿Qué está pasando aquí?
—¿Intento de asesinato? Dios mío, eso es inquietante.
—Amén.
El gran duque sintió que el sudor le corría por la espalda al ver a la gente que había entrado. Simplemente no podía admitir los crímenes de Lariessa en este ambiente. En su lugar, alzó la voz.
—¡Príncipe Alfonso! ¡Basta de acusaciones absurdas! —no podía exponerse aquí. No admitiría los defectos de su hija en público—. ¡Que ya no estés dispuesto a casarte con mi hija no significa que tengas derecho a lanzarle calumnias tan disparatadas!
Alfonso tensó los labios. El Gran Duque Eudes no había entendido en absoluto qué clase de hombre era Alfonso de Carlo. Si se hubiera disculpado por las acciones de Lariessa y hubiera aceptado que se cancelara el matrimonio, Alfonso no habría causado más problemas.
Alfonso no sentía ninguna necesidad de hacer públicos los hechos de Lariessa. Aunque se sentía indignado y abrumado por lo que se había visto obligado a soportar hasta el momento, eso le correspondía a él y sólo a él manejarlo. A su modo de ver, esas cosas eran cosas del destino, y no un daño que le hubieran hecho.
Pero el Gran Duque Eudes estaba completamente obsesionado y no podía asumir ninguna pérdida en este intercambio, aunque no eran tanto pérdidas como consecuencias mínimas por lo que había hecho su hija. Puesto que el matrimonio nunca iba a celebrarse, decidió criticar al Príncipe Alfonso todo lo que pudiera.
Ignorante, dejó vagar su mente. ‘Si lo acuso de ser un mujeriego que abandona a su esposa por una nueva mujer…’
Mientras el Gran Duque Eudes pensaba tales cosas, el Príncipe Alfonso palpaba el saco en su cintura con una mirada rígida en su rostro. Ariadne se dio cuenta enseguida de lo que debía estar pensando. Le dio un codazo y miró el saco, provocando en él un leve suspiro. No quería represalias emocionales, pero eso no era algo que pudiera imponer a los demás. Además, Alfonso empezaba a sentir que el gran duque estaba yendo demasiado lejos.
Si encima su mujer quería venganza, lo justo era darle lo que deseaba. Sacó la bolsa y se la puso en la mano. Sacó un libro de su interior, lo abrió por una página concreta y se lo dio a Alfonso.
Miró la página.
—Gran Duque, esta es su última oportunidad.
Si esto se hacía público, Lariessa estaba acabada. Hablaba en rattán, la lengua oficial del continente, por lo que el Gran Duque Eudes no tendría problemas para comprenderle.
—Lleva a tu enferma -muy enferma- hija de vuelta al Reino de Gallico. Si te disculpas con mi futura esposa en lugar de tu hija, olvidaré lo sucedido. Fue obra de una mujer trastornada.
Era la última piedad que Alfonso estaba dispuesto a ofrecer. Ariadne estuvo a punto de enfadarse, pero luego se echó a reír. Así era Alfonso. El chico de pelo dorado que ella amaba siempre había sido amable con todos y gentil con los débiles. No podía controlar su comportamiento. Desde que lo eligió, tendría que vivir con esta faceta suya. Ariadne amaba incluso esta parte de él, sabiendo de dónde venía la mirada bondadosa de sus ojos.
El gran duque, por su parte, lanzó una mirada de reojo a la multitud. Aceptar la sugerencia de Alfonso era reconocerlo todo: asumir que su preciosa hija estaba enferma. Luego miró a Lariessa y se estremeció por un momento. No parecía normal, en ningún sentido de la palabra. Pero el pensamiento de su esposa, que rezaba por Lariessa dos horas seguidas en casa, endureció su determinación.
‘Soy el padre, el cabeza de familia. No puedo abandonar a mi hija.’
Apretó los dientes y gritó, quemando su última línea de vida sin darse cuenta. —¡La mujer que está a tu lado es una bruja! ¡Es un demonio embaucador de hombres! ¡Pensar que te cegaría a ti, un príncipe justo, y te convencería de negarte a casarte así con mi hija!
Alfonso sacudió la cabeza. No había esperanza para este hombre. Tomó una página del libro que tenía en la mano y se dirigió al Papa.
—Su Santidad, líder espiritual de todo el continente y libertador de Jesarche, me siento humillado por tener que pedirle que se involucre en un asunto tan problemático, pero me gustaría que leyera esta página.
El Papa cogió el pergamino con ojos llenos de curiosidad. Llevaba un rato observando la bolsa en la mano de la condesa. Habría pedido ver qué era si el príncipe Alfonso no hubiera optado por mostrárselo primero.
El Papa echó un vistazo al pergamino y soltó una carcajada.
—Madre mía. El gran duque piensa demasiado bien de su hija.
El cardenal de Mare, de pie junto a él, preguntó—: ¿Perdón?
—¡Cree que su hija es una heroína! Si la hija de alguien es una bruja y una sirena, ¡entonces la persona que intentó matarla debe ser una heroína!
El cardenal se quedó perplejo, pero el Papa leyó en voz alta la página siguiente:
[12 de abril de 1127
Falló el asesinato de las mujeres etruscas a través de un sirviente de la mansión De Mare. Juzgó a un residente por conocer mejor las circunstancias locales. Confió a Cola la ejecución de medidas de seguimiento.
(Omitido)
18 de mayo de 1127
El intento de Cola fracasó.
Cortó el eje del carro pero sólo arañó el objetivo. Evitaremos riesgos por el momento.]
El cardenal se quedó con la boca abierta al mencionar la “mansión de Mare”.
—¿Qu-qué?
El rostro del gran duque se contorsionó al oír las fechas y el contenido del papel. Era de la época en que había elogiado a su hija y le había dicho que hiciera lo que quisiera desde que había conseguido encontrar a un estrecho colaborador del príncipe y convertirlo en su espía. Se había enterado de que había habido algunos problemas, y su mujer había accedido a vigilarla. Pero parecía, a juzgar por las fechas, que su mujer sólo había ayudado a su hija, en lugar de mantenerla bajo control.
Sin embargo, no siempre ganaba la verdad. Aunque sólo fuera pariente de la realeza, eso significaba que llevaba sangre real en las venas. Había disfrutado de muchos beneficios, pero también había visto cosas que preferiría no recordar.
—¿Qué me importa quién hizo esas cosas? Al parecer, el cardenal tiene muchos enemigos —Gritó con firmeza el gran duque.
Esta afirmación no era errónea. El cardenal no siempre había ido por ahí conociendo a buena gente y forjando amistades. La estrategia del gran duque, sin embargo, estaba lejos de ser buena.
Ariadne, sabiendo cómo reaccionaría el gran duque, entregó a Alfonso otro trozo de papel. Reprimió una sonrisa burlona. Alfonso ni siquiera se molestó en mirarlo esta vez y se lo dio directamente al Papa, que parecía un cachorro esperando un bocado. El Papa también leyó este segundo pergamino en voz alta.
[18 de marzo de 1123
Asesina o ejecuta un acto equivalente al asesinato contra Ariadne De Mare, hija ilegítima del cardenal De Mare, parroquia de San Carlo, capital del reino etrusco.
Lariessa de Valois.]
—Dios mío —dijo el Papa, hablando en rattán a propósito—. Parece que no hay manera de salir de esta.
En realidad, el Papa no tenía intención de posicionarse en ninguno de los dos bandos. Aunque se preocupaba por el Príncipe Alfonso, esto era sólo por el papel que había jugado en la Guerra Santa. No le importaba Alfonso como persona.
‘Aceptará ir a otra guerra si le consideran un canalla en el continente central.’
En cualquier caso, Ludovico sacaría provecho de esta situación, se desarrollara de una forma u otra. Vio este asunto como un juego, pero estaba resultando mucho más divertido de lo que esperaba.
—Este odio parece haber durado bastante tiempo. Los intentos de asesinato continuaron entre 1123 y 1127...
La cara del gran duque se puso roja, luego morada, luego pálida. De haber podido, habría agarrado a Lariessa por la muñeca y habría salido corriendo en el acto.
El Papa soltó una carcajada. —No sé si los hombres del gran duque son incompetentes, o si el cardenal tiene algunas defensas malvadas montadas en su mansión. ¿Cómo es posible que, tras casi 5 años de intentos, no le hayan herido ni un pelo? No la hirieron, ¿verdad, cardenal?
El Papa se rió, pensando en el perfecto intento de asesinato de Arthur contra sí mismo. No podía parar de reír. Cuando supo por primera vez que estaba a punto de morir, el hecho había sido imposible de aceptar. Pero ahora que lo había superado, todo lo demás era como un divertido deporte. Cada día era un bonus, y hoy era uno especialmente lleno entre los bonus.
‘Debería haber vivido así mucho antes.’ Era una verdadera lástima que le quedaran tan pocos días de vida.
Contando incluso con el Papa contra ella, no fue el gran duque -que aún estaba en su sano juicio- quien tomó represalias ante esta impenetrable evidencia. Fue Lariessa, que estaba decididamente demasiado ida.
Saltó hacia delante y gritó al Papa—: ¡Bien! ¡Lo hice! ¿Qué más da?
Los murmullos se extendieron entre los vigilantes. La hija del Gran Duque Eudes, gobernante de facto del Reino Gallico, acababa de admitir un intento de asesinato.
—¡Te lo di todo! ¡Te salvé varias veces! De hecho, ¡consumí mi alma por ti!
Era arriesgado hablar de su alma en el corazón de la Iglesia. El gran duque, sin embargo, se centró en la afirmación de que ella lo había “dado todo” por Alfonso. No era la decisión correcta, por supuesto, pero tenía muy pocas opciones disponibles en ese momento.
—¡Sí! ¡Eso es! Eres consciente, Príncipe, del entusiasmo con el que te apoyamos!
Tal vez la gente empezaría a compadecerse de Lariessa, al menos, si empezaban a pensar que el príncipe Alfonso era un hombre que había abandonado a su mujer después de triunfar tras la guerra. Su cerebro daba vueltas salvajemente. El rey ostentaba el poder judicial en aquellos días, y con el rey Filippo IV trastornado, Lariessa nunca iría a la cárcel sin el acuerdo del gran duque.
Pero eso sólo en el supuesto de que la opinión pública guardara silencio sobre el asunto.
No habría escapatoria si el reino etrusco pedía un castigo justo para Lariessa con el apoyo de la Santa Sede. Porque él aunque estaba emparentado con la realeza, solo era un regente y no un rey. Necesitaba asegurarse de que tal petición por parte del Reino Etrusco sonara como una tontería.
El gran duque gritó, con las venas del cuello erizadas—: ¡Enviamos 100.000 ducados en oro al príncipe Alfonso para ayudarlo a convertirse en un héroe de guerra! Pero príncipe, ¿abandonas a mi hija por una nimiedad, por que intentó deshacerse de tu amante?
Hubo conmoción entre los observadores ante la afirmación de que el asesinato era “un asunto sin importancia”. El Gran Duque Eudes creía que si sólo hubiera estado presente la realeza, nadie habría pestañeado. Así era con los clérigos tontos.
Añadió apresuradamente—: Es cierto que mi Lariessa tomó la decisión equivocada. Matar nunca es una buena idea, incluso si el objetivo es una amante. Por supuesto.
Sin embargo, sus verdaderos sentimientos al respecto se filtraron como el agua en una piel perforada.
—Pero estaba justificado, ¿puede verlo? Piense en el sufrimiento que debió pasar ella sola. ¡Era su esposa, pero se vio obligada a ver cómo el príncipe seguía siéndole infiel!
Ariadne se enfureció, y esta vez, también Alfonso. Los cien mil ducados habían salido de los fondos privados de la reina Margarita, dinero que la madre de Alfonso había reunido mientras hacía cosas que no debía en su desesperación. No era algo que el gran duque tuviera derecho a reclamar como suyo.
—Todo esto ocurrió por la inocencia de mi hija. Ella amaba a este hombre con todo su corazón, ¡aunque el matrimonio era sólo de conveniencia! —el gran duque continuó con sus absurdas afirmaciones—. ¿Tienes que llevarla así al borde del abismo, hombre cruel, mientras la abandonas?
El gran duque debió darse cuenta en cuanto vio a la condesa junto al príncipe Alfonso de que no debía mencionar los cien mil ducados. El señor Elco le dijo que el dinero procedía de los fondos privados de Ariadne. Llegó a una conclusión fácil.
‘¿Quién iba a creer que una joven como ella tuviera tanto dinero?’
Para cuando contara su dinero y revelara sus recibos y arcas, ya sería demasiado tarde. Algunos hechos sólo importaban en un momento pasajero. Las polémicas eran efímeras.
‘La verdad no importa. Lo que importa es hacer que mi argumento sea convincente ahora mismo. Si puedo salir de este atasco, tendré formas de encubrirlo todo más tarde.’
De lo que no se dio cuenta el gran duque es de que éste era el corazón de la Iglesia. A veces, aquí se reunía más información que en los palacios de varias naciones. Había una extraña sonrisa en el rostro del Papa Ludovico.
—¿Cien mil ducados?
Las puertas que el Gran Duque Eudes había bloqueado con un candelabro finalmente se abrieron de golpe. Como no había sido una barra propiamente dicha, no resistió los cientos de sacudidas que le habían dado los guardias presas del pánico.
Mercenarios de la Unión del Mar del Norte y frailes encargados de los protocolos formales se abalanzaron sobre ellos, con los rostros pálidos. Entre ellos había una trampa: Baltazar, el representante del monasterio de Averluce, que no tenía nada que ver con los guardias ni con los protocolos.
Y a esto se le llama tirar patadas de ahogado, pobre Duque todo por la loquita de Lariessa
ResponderBorrarSe viene
ResponderBorrarExcelente trabajo! Muchas, muchas gracias! 🥰🥰🥰🥰🥰🥰
ResponderBorrarDicen que era por salvar a Lari y no es así el solo buscaba salvarse a sí mismo
ResponderBorrarHasta el Papa va a corroborar de dónde "salió" ese dinero, chale, ni cómo ayudarlo, mejor todos recen por su alma y digan amén x'd
ResponderBorrarEl Duque es un tonto, debió prestar más atención a su hija
ResponderBorrarY también prestar atención a su lengua, uff mira que atribuirse lo de los 100000 mil!
BorrarQue satisfacción me da leer este capítulo
ResponderBorrarEl papa: me importa un carajo todo, pero está sabroson el chisme.
ResponderBorrar