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SLR – Capítulo 330

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 330: Arriesgando la vida

Durante un largo momento, el señor Elco permaneció en silencio y tendido en el suelo. Luego, de repente, se retorció y luchó por levantar la mirada.

Alfonso hizo un gesto inexpresivo a los caballeros para que le liberaran con la barbilla. Los caballeros que inmovilizaban al señor Elco lo soltaron al unísono. Elco apenas consiguió ponerse de pie en el espacio extra que le habían concedido. Con un brillo en los ojos, miró a Alfonso. 

—¡Mis actos estaban totalmente encaminados a convertirle en la figura más elevada del continente central!

El Príncipe Alfonso ni siquiera se inmutó y se limitó a mirar ferozmente a Elco con los brazos cruzados. Sin tener en cuenta la insensible cara del Príncipe, el señor Elco se lamentó 

—¡¡¡Nosotros éramos débiles, mientras que Gallico era fuerte!!!

Las lágrimas brotaron del ojo que le quedaba. Antes habían sido lágrimas falsas, pero esta vez rodaban lágrimas auténticas impregnadas de rencor.

—¡Falta de pólvora, caballería pesada e infantería permanente! ¡Por no hablar de la recaudación de impuestos de la administración central en lugar de los señores feudales o los recaudadores privados! ¡Todos símbolos de nuestra fragilidad!

El reino etrusco confiaba al señor feudal el deber de recaudar los impuestos tradicionales, como los impuestos sobre la tierra y los impuestos de capitación. Y otros impuestos considerablemente nuevos, como los aranceles, los peajes y los derechos de importación, eran recaudados por los jefes de las aldeas o los mercaderes locales contratados por el rey.

—¡Si no seguimos las huellas de Gallico, no tendremos ninguna oportunidad! ¡El Reino de Gallico se ha transformado de una región basada en la agricultura en una superpotencia en muy poco tiempo!

Los recaudadores de impuestos privados podían beneficiarse del margen que quedaba tras enviar la cantidad prescrita de impuestos al gobierno central, por lo que eran especialmente corruptos. Con el paso del tiempo, la designación de recaudador de impuestos del rey garantizaba por sí misma un gran poder. Los que pretendían hacerse con una parte del poder, junto con los recaudadores de impuestos establecidos, se aprovechaban del sudor y la sangre de los súbditos. El sistema era incomparable con la política sistemática de Gallico, que exigía que un funcionario enviado desde el gobierno central recaudara una cantidad prescrita de impuestos sin márgenes.

—Si no logramos adoptar su sofisticada cultura y adquirir su armamento estratégico, el reino etrusco está condenado a perecer y, en consecuencia, ¡no habrá generación sucesora!

Como dijo el señor Elco, la defensa nacional era otra cuestión. El Reino de Gallico poseía pólvora como fuente de armas estratégicas. Existía el rumor autocrítica de que la Guerra de Jesarche sería la última batalla de armas blancas, armas sin pólvora. Incluso en el Imperio Moro, la pólvora era una técnica monopolizada por las autoridades establecidas del sur, por lo que no era posible que las tropas del sur fueran enviadas a Jesarche, la región más septentrional y miembro de una confederación flexible.

N/T arma blanca: Aquella arma o herramienta que se caracteriza por su capacidad de herir con cortes e incisiones. 

Sin embargo, ¿y si estallara una guerra en el continente central? Ninguna parte desperdiciaría voluntariamente suministros y se involucraría en una guerra en el continente.

—¡Le haré emperador del continente central, Príncipe Alfonso! ¡Un emperador que unificará el continente central!

Los ojos de Elco brillaban como los de un loco. Su propósito era ridículo. El Reino Etrusco carecía de la fuerza armamentista. Sin embargo, el método que sugería para lograr su objetivo era bastante razonable.

—¡Para lograr este objetivo, debe casarse con la Gran Duquesa Lariessa!

Si los reinos se unían en el continente central mediante una alianza matrimonial, la oportunidad de lograr el objetivo era suficiente.

Sin embargo, la novia era el problema. Recordando un nombre que había olvidado hacía tiempo, el señor Manfredi replicó, encontrándolo absurdo. 

—¿Estás sugiriendo que el Príncipe Alfonso se case con esa loca? ¿Después de todo este tiempo?

El señor Manfredi recordaba vívidamente el desagradable apego que la Gran Duquesa Lariessa había mostrado durante su estancia en el Reino de Gallico. Si iban a casarse, la boda debería haberse celebrado entonces. El Príncipe Alfonso había escapado de Gallico y logrado una victoria triunfal en Jesarche. Había regresado a su patria con meritorios honores y era reconocido como el mejor futuro esposo. ¡Que absurdo era para Elco traer a Lariessa en esta situacion!

Sin embargo, la opinión del señor Elco difería de la del señor Manfredi. 

—En efecto, percibo que la Gran Duquesa Lariessa es un ser humano terrible. Se parece a un caballo en mal estado. Una mera conversación de 10 minutos con ella le impulsaría a uno a saltar desde lo alto de una torre. Hablando con franqueza, rara vez he visto a alguien que pueda irritar tanto a otro.

Tras las duras críticas contra la Gran Duquesa Lariessa, el señor Elco se dirigió bruscamente a Alfonso. 

—Sin embargo, un matrimonio fundado en el amor es una extravagancia inaccesible para un monarca.

Sus palabras eran significativamente lógicas, pero el ojo que le quedaba brillaba de locura. 

—¿Cómo puede el epítome de la nación priorizar el amor sobre los beneficios nacionales?

‘El amor. Qué cosa más desgraciada’, pensó Elco, y de repente estalló en una carcajada incontrolable. Se disolvió en una explosión de risa maníaca durante un buen rato antes de empezar a señalar bruscamente a alguien.

—¡Esa mujer de ahí! —gritó. Con la punta del dedo señaló a la tentadora mujer de pelo negro. A pesar de su gesto, la mujer le devolvió la mirada con ojos penetrantes.

Pero su mirada más bien pareció inflamar el frenesí de Elco. A pleno pulmón, gritó—: ¡Es una sirena que pretende destruir nuestro reino!

Su figura seductora y su aire tentador -incluso el arrugamiento seductor de sus ojos- eran materiales de destrucción fabricados a mano por el diablo, procedentes de los fuegos del infierno.

—¡Diablo! ¡Bruja! ¡Bruja maliciosa!

El señor Manfredi volvió a intervenir.

—¿Por qué demonios vuelve a atacarla?

El señor Manfredi sintió que las afrentas, los señalamientos y la propia culpabilización a la condesa de Mare eran terriblemente inapropiados. Sin embargo, le faltaba agudeza para precisar el elemento de su incorrección.

En su lugar, el señor Manfredi decidió centrarse en el patriotismo. 

—¡El Reino Gallico te torturó y te dejó discapacitado! ¡¿Pero cómo puedes alabar a nuestros enemigos después de todo lo que han hecho?!

Al oír estas palabras, el señor Elco se volvió lentamente para mirar al señor Manfredi con ojos de lunático. Tras un momento de vacilación, Elco chilló.

—¡En efecto, fui torturado! —ahora que Elco había hablado, gritó con todas sus fuerzas al señor Manfredi—. ¡Y cambió mis pensamientos!

El señor Elco había apretado los dientes, con suficiente fuerza como para romperse las muelas. Escupió todas y cada una de las palabras como si chorreara sangre. 

—¡Me di cuenta vívidamente de que el poder era lo más valioso! —golpeó el suelo con fuerza poderosa—. ¡No importa lo que cueste, debemos ganar poder! —la sangre manaba de la mano izquierda que le quedaba. Como si hiciera un frenético último esfuerzo, gritó—: ¡Necesitamos la fuerza!

Al blandir la mano en el aire, la sangre salpicó todo el hermoso interior de mármol blanco del Palacio del Príncipe. Pero a Elco no le importó. 

—¡Nadie presta atención a los frágiles! El poder lo asegura todo.

El espasmo de histeria del señor Elco se negaba a cesar, pero el príncipe Alfonso le interrumpió.

—El Reino Etrusco... tiene una amplia energía latente —habló lentamente el Príncipe en tono grave—. Somos la tropa que ha alcanzado los logros de batalla más impresionantes en Jesarche. Y somos el pueblo de Etrusco —el Príncipe continuó con voz tenue—: Además, el Reino Etrusco ha poseído tierras históricamente fértiles desde la antigüedad y ha mantenido el reino durante siglos.

Su voz tenía el poder de pacificar a los demás. Con seguridad, afirmó—: El reino etrusco puede convertirse en una superpotencia independiente.

Aunque su voz era baja, sus palabras se transmitieron claramente a todos. El poder de su tono cortó los brotes de duda, desánimo e impotencia y disipó toda confusión.

Alfonso habló de forma suave—: Somos cualquier cosa menos débiles.

Las palabras del príncipe Alfonso consolaban a los demás, mientras que el señor Elco retorcía el brazo que le quedaba y la columna desequilibrada en contorsión, como si quisiera oponerse. Era un espectáculo desconcertante, semejante a un pez escribiendo en un anzuelo como en agonía de muerte.

—¡Entonces por qué! —chilló Elco con furia sangrienta. La aterradora escena de su trauma pasado cruzó por su mente. Tortura, el calabozo, el frío suelo de piedra, garrote, el látigo, las herramientas que le arrancaban las uñas, gritos, lágrimas, ira, muerte inminente, dolor insoportable, terror, escalofríos, hambre y resignación.

—¡¿Por qué no me salvaste entonces?!

SLR – Capítulo 330-1

Un silencio sepulcral dominaba la habitación. Nadie podía responder y nadie podía negar el sacrificio del señor Elco por ellos.

El que rompió el silencio sepulcral fue Alfonso.

—Todo es... por mi incompetencia.

La cara del Príncipe estaba impregnada de remordimientos. ¿Habría cambiado todo si hubiera sido un príncipe heredero adorado por el Rey?

—Yo era incompetente y frágil. Por eso no logré protegerte. Toda la culpa es mía.

¿Habría sido mejor opción involucrar a Ariadne y su reputación como medio para manipular a la alta sociedad y trasladarle la culpa de la muerte del duque Mireiyu al reino galo?

Parpadeó. Aunque pudiera volver a ese momento, sabía que no podría tomar esa decisión. ¿Habría sido mejor para él confesar el asesinato del duque Mireille y convertirse en prisionero de Gallico en lugar de su subordinado? Alfonso reflexionó: ‘¿Qué podría haber hecho de otra manera?’

Su gigantesca espalda se desplomó débilmente. Elco sintió la mente vacilante de su amo al ver sus hombros caídos y su cuello abatido. Incapaz de controlarse, Elco gritó—: ¡No!

Alfonso encajaba como el futuro rey sabio, impecable en todos los sentidos, que conquistaría la totalidad del continente central. El maestro al que servía Elco era Alfonso de Carlo, el heredero del trono etrusco y el armamento radiante del campo de batalla de Jesarche.

El Príncipe era la figura soñada por Elco, que ahora lidiaba con discapacidades y una forma contorsionada, dejando en el pasado su carrera como espadachín. Imaginaba su idealidad en su maestro y no soportaba ver a su ídolo desanimado y frágil. Debido a sus discapacidades fisicas, Elco solo podia negarlo, pues no podia cambiar de amo.

—¡No! —chilló Elco una vez más, sacudiendo la cabeza con ferocidad, como si confiara en que su negación pudiera cambiar la realidad—. ¡No hay nada que hayáis hecho mal, Alteza! Habéis nacido con un linaje elevado e impecable... No hay ni un ápice de defecto en vos...

Elco estremeció su delgada figura. 

—¡Todo esto ha pasado por culpa de esa mujer! —el brazo que le quedaba, delgado como una ramita, señalaba acusadoramente a Ariadne de Mare—. ¡Esa bruja tiene toda la culpa! —señalando a Ariadne, Elco soltó un galimatías difícil de entender—. ¡Has cegado al Príncipe! Tu conspiración provocó que no separara los asuntos personales de los privados y que se negara a casarse con la Gran Duquesa Lariessa, ¡a pesar de que ella asegura el brillante futuro de nuestro reino! Y ¡Por su culpa me vi obligado a viajar a Gallico...! ¡Has distanciado nuestra relación! ¡Serviré al Príncipe y le ayudaré a convertir el Reino Etrusco en la nación más poderosa del continente central! ¡Mi lealtad inquebrantable...!

—Basta, Elco —quien hizo que Elco dejara de divagar fue el señor Bernardino, que había guardado silencio hasta ahora—. Deja de ser patético.

Elco chilló frenéticamente—: ¡¿Estás degradando mi lealtad por patética?!

—Tu lealtad no es pura —señaló el señor Bernardino, frunciendo el ceño hacia Elco.

Dino intentó una explicación adicional, pero se detuvo y en su lugar abrevió—: Ella estaba fuera de tu alcance desde el principio.

Incluso antes de que Dino terminara su frase, Elco captó inmediatamente su implicación y se sonrojó. No hizo falta pronunciar la frase entera, pues el hombre articuló los pensamientos que le agobiaban perpetuamente. Sin embargo, no podía aceptarlo, aunque le costara la vida.

—¡NO! —Elco gritó desesperado—. ¡No, no, no!

Se golpeó repetidamente la cabeza contra el suelo. Oír la posibilidad de que sus acciones no provenían de la pura lealtad de un tercero era insoportablemente doloroso.

Incluso un caballero como el señor Bernardino ya no podía tener piedad de ese tipo. —Aunque desearías que tus acciones vinieran de pura lealtad, no fue así. Más bien, tu anhelo por esa dama te motivó. Como hombre experimentado, eso es bastante obvio para mí.

El señor Bernardino era demasiado caballero para decir descaradamente que sus deseos eran lascivos. Antes de que Elco tuviera ocasión de volver a negarlo a gritos, Ariadne abrió la boca para hablar.

—¿Es así...?

Al oír sus palabras, Elco palideció y cerró la boca de inmediato. Todos los presentes se volvieron para mirar a Ariadne.

Los caballeros habían esperado que la joven condesa se enfureciera de vergüenza o rompiera a llorar. Sin embargo, sus suposiciones eran totalmente erróneas. Ariadne parecía más bien satisfecha, pues el misterio estaba resuelto. 

—Si tu lealtad fuera pura, habrías aconsejado a Alfonso que se casara con la Gran Duquesa Lariessa y me aceptara como su amante en lugar de intentar eliminarme con todo tipo de situaciones irracionales y excluirme de su entorno.

Por segunda vez en su vida, Ariadne se centró en la existencia misma de Elco. Su mirada no se dirigía a un caballero cualquiera o al sirviente del Príncipe, sino a Elco como persona.

Elco temblaba de excitación a pesar de que su mirada, aunque brillante y vívida, no era desgraciadamente del tipo que él había deseado.

—Aquel día te sacrificaste voluntariamente como prisionero de Gallico por el deseo de impresionarme.

Al oír esas palabras, Elco miró sin comprender a Ariadne. ‘¿Era cierto?’

Elco recordó que se había sacrificado debido a su sentimiento de culpa por su amor a la amante del Príncipe. Era la explicación más sincera que podía dar conscientemente. Pero, ¿era realmente correcta?

—Deseabas que te recordara —continuó Ariadne.

‘¿Realmente ofrecí voluntariamente mi sacrificio por Su Alteza y sólo por él? ¿Acaso, inconscientemente, partí voluntariamente para quedar eternamente grabado en la memoria de la dama? ¿Me sacrifiqué para alardear de que podía dedicar algo que el príncipe Alfonso, su amante, no podía hacer? Tal vez deseaba eclipsar al príncipe Alfonso en superioridad, dedicación y corazón amable. ¿Puedo estar seguro de que mi intención era totalmente pura?’

La inmadurez del joven Elco fue lo suficientemente arriesgada como para costarle la vida. Por aquel entonces, ignoraba su desdichado destino y que su existencia física sería sacrificada.

Creyó que los demás captarían sus intenciones y recompensarían su sacrificio sin que él pronunciara una palabra. Aunque nunca había confesado su amor, esperaba que la mujer se diera cuenta de su afecto por ella, ya que le costó el ojo y el brazo. Y pensó inequívocamente que su amor sería correspondido, y su dolor recompensado.

Al darse cuenta de que la paciencia no le serviría de nada, de que sus esfuerzos nunca se verían recompensados y de que su sacrificio había sido en vano, se había vuelto loco.

Su afecto por ella era insuficiente para soportar su sacrificio, pues el deseo lascivo y el amor sincero no eran lo mismo...

Elco abrió la boca para hablar, pero no le salió ningún sonido. Lo único que soltó fue una bocanada de aire mientras sus cuerdas vocales se agarrotaban como hierro oxidado.

Sin embargo, las palabras masculladas del señor Manfredi fueron audibles para todos. 

—¿Es esa la causa de su rabia cuando la Condesa de Mare no le reconoció...?

Elco se desplomó en el suelo en silencio. Parecía las raíces secas y nervudas de un árbol muerto, totalmente desprovisto de humedad. No, más bien parecía las raíces de un árbol pudriéndose a una velocidad increíble. Con la cabeza gacha, se limitaba a mirar al suelo. Pero, en realidad, no veía nada. El ojo que le quedaba estaba desenfocado y hundido, como el ojo de un esqueleto.

—Elco... —el Príncipe Alfonso finalmente habló, su tono espantosamente callado y apagado.

Era hora de que Alfonso determinara el destino de Elco.

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