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SLR – Capítulo 337

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 337: De quién es la humillación 

Bianca dudó un instante. Estaba claro que le costaba expresar su opinión. Ariadne decidió cambiar su pregunta. 

—¿Puedo preguntar sobre sus emociones actuales, Su Alteza?

Ariadne deseaba procesar todos los asuntos por Bianca. A pesar del beneficio personal que podría conseguir apartando a Ippólito en esta situación, su conciencia le impedía explotar a la vulnerable princesa para sus propios intereses, sobre todo teniendo en cuenta el reciente incidente traumático que había vivido.

Como Bianca se negaba a responder, Ariadne puso varios ejemplos. 

—Por ejemplo, ¿siente ira, deseo de venganza, vergüenza o tal vez nada en particular?

Al oír la palabra “vergüenza” la joven princesa reaccionó. 

—Condesa de Mare...

—¿Sí, Alteza?

—¿Debería… avergonzarme por este incidente? —Bianca parecía realmente desconcertada—. Después de todo, yo soy la que salió victoriosa, ¿no es así?

En la percepción de Bianca, el incidente concluyó con su triunfo: se había defendido con éxito de la intrusión de un enemigo. Biabca no podía comprender la lógica en absoluto de tener que sentirse humillada cuando debería sentirse orgullosa..

—¿No debería el herido avergonzarse en su lugar?

Ariadne había logrado reprimir su risa apenas contenida antes, pero esta vez, no pudo hacerlo. 

—¡Ja, ja, ja!

SLR – Capítulo 337-1

La imagen de la sangre de Ippólito resbalando de ambas fosas nasales y la afirmación de victoria triunfal de la joven princesa resultaron extrañamente divertidas. La única joven condesa de San Carlo se echó a reír a carcajadas, olvidando por completo sus modales y decoro.

Bianca experimentó una extraña sensación de liberación ante la transgresión de las normas por parte de Ariadne. Su institutriz le había enseñado en repetidas ocasiones que una dama de la nobleza nunca debía reír groseramente ante los demás ni actuar con descaro ante una persona de mayor rango. Sin embargo, el comportamiento de Ariadne era natural y fluido, como el agua. Nada en ella parecía desagradable o extraño.

Tras un largo momento de risa incontrolable, la Condesa de Mare miró a Bianca con otra sonrisa de regocijo. 

—Estáis en lo cierto, Alteza. Ippólito fue derrotado, completamente derrotado, por una joven significativamente más pequeña. Uno podría llamarlo la humillación de toda nuestra casa. Sin embargo, no tenemos nada que refutar. Si yo fuera Ippólito, sufriría una humillación de por vida.


El único problema era que Ippólito era un tipo de hombre que no conocía la vergüenza. Sin embargo, la expresión de Bianca seguía desconcertada mientras preguntaba—: ¿No tengo razón? Sin embargo, mi institutriz insiste en que soy yo quien debería avergonzarme.

Ariadne aplacó el impulso de interferir en la relación entre Bianca y su institutriz. No deseaba relacionarse con la baronesa Gianelli, y la institutriz le había dado demasiados disgustos. Sin embargo, era la conocida más cercana de la princesa Bianca y había cuidado de ella durante la mayor parte de su vida. Al menos, el amor de la baronesa por la princesa era sincero.

Ariadne creía que el enfoque de la baronesa Gianelli para educar a la princesa Bianca era erróneo. A la larga, la princesa debería independizarse de su institutriz. Sin embargo, estos eran solo pensamientos personales de Ariadne. No habia pasado mucho tiempo desde que conocio a Bianca, y ella no era parte de su familia. En tal situacion, no podía abogar por separar a la princesa de su institutriz.

—Es porque... la baronesa Gianelli tiene unos valores bastante tradicionales —dijo Ariadne, intentando suavizar su explicación—. Sus creencias priorizan la felicidad de la mujer a través del matrimonio y tener hijos. En consecuencia, considera que el valor de una mujer lo determina su marido.

Al oír esas palabras, la expresión de Bianca se volvió sombría. Había recibido sermones de ese tipo durante toda su vida, pero esos objetivos le parecían imposibles de alcanzar por sí misma. Los hombres solían preferir a las mujeres hermosas, femeninas y encantadoras, pero Bianca no poseía ninguno de esas cualidades. Sus hombros anchos, sus rasgos masculinos y su elevado estatus la hacían sentirse como un hombre que debería cuidar de su futuro esposo.

—Pero... no estoy segura de que una vida así esté destinada a mí —refunfuñó Bianca.

Con un breve suspiro, Ariadne dijo—: Bueno, para ciertos individuos, esa forma de vida es una necesidad para sobrevivir. De hecho, la mayoría de las mujeres del continente central necesitan a un hombre para sobrevivir. Ni siquiera las damas nobles suelen recibir títulos de nobleza, mientras que las mujeres comunes a menudo carecen de medios para dedicarse al trabajo físico.

Los nobles sin títulos nobiliarios no percibían ingresos, y los plebeyos no podían mantenerse únicamente cosiendo. En el caso del cultivo del trigo, era necesario al menos un miembro varón de la familia para ganarse la vida.

—Sin embargo, usted está libre de tales limitaciones, Su Alteza. Sois la única sucesora del linaje real en Harenae. Aunque puede elegir transferir su poder supremo a su futuro esposo y mantenerse como ama de casa, también puede elegir no hacerlo, lo cual es un privilegio raramente concedido a otros.

Si Bianca decidía vivir en soledad sin cónyuge, ejercería pleno poder soberano sobre Harenae. Todos se dirigían a ella como Princesa o Gran Duquesa de Harenae, dada su condición de joven dama, y su título aún no había sido actualizado en los documentos oficiales de Harenae. Sin embargo, tras el fallecimiento de su padre, Bianca había asumido el papel de Duquesa de Harenae.

Ariadne dijo sonriendo—: Alteza, ni la belleza ni un hombre son necesarios para su supervivencia. La elección es vuestra, no al revés —luego entonó con voz tenue—: A veces, la visión que uno tiene de una vida ideal puede diferir de la de los demás. Tardé bastante en darme cuenta de este hecho.

Sin embargo, Bianca no se dejó convencer fácilmente. Miró a Ariadne con ojos interrogantes. 

—Pero eres una dama exquisita, percibida como una respetable esposa potencial, ¿no es así?

A los ojos de Bianca, Ariadne estaba a un nivel equivalente al suyo, ya que poseía un título nobiliario. Sin embargo, a diferencia de ella, la condesa de Mare poseía todas las virtudes consideradas esenciales para una mujer en San Carlo.

Bianca renunciaría de buen grado a su propio título nobiliario a cambio de la belleza de Ariadne. El cuerpo de la condesa ostentaba proporciones exquisitas, su rostro era femenino, con pómulos altos, y su cabello era brillante, negro y frondoso. A pesar de su altura, su figura era esbelta, pero curvilínea. Adornada con elegantes y magníficos atuendos, en consonancia con las últimas tendencias de San Carlo, la condesa se convirtió en la futura esposa más codiciada por todos los hombres.

Además, incluso Bianca, recluida en los confines de Harenae toda su vida, había oído hablar de la muy reputada piedad de la condesa de Mare. Aunque Bianca no intentó precisar la implicación oculta de ese título, las mujeres jesarcas muy reputadas por su devoción eran dignas de elogio por su pureza, benevolencia, obediencia a sus maridos y sabiduría.

—¿Por qué precisamente tú, mujer de alta virtud y belleza, me dices que tales elementos son innecesarios?

Ariadne aceptó sin dudarlo. 

—Por supuesto, una belleza notable otorga muchos beneficios.

Y la sabiduría y la inteligencia atenuaban los inconvenientes suscitados por la gran belleza.

—Las personas hermosas atraen más la atención allá donde van, y los demás tienden a ser más amables con ellas. Se les pueden conceder privilegios que no están al alcance de las personas normales y, si tienen suerte, pueden aprovechar una oportunidad que les cambie la vida para casarse con una pareja prestigiosa. Esto, a su vez, puede cambiar sus vidas para mejor eternamente —entonces Ariadne bajó la voz, que sonaba ronca, pero agradable a los oídos—. Sin embargo, todo privilegio requiere un precio —tras decir esas palabras, sonrió amargamente—. ¿Se ha enterado del desafortunado incidente que me pasó?

Bianca negó con la cabeza, pues no se lo habían dicho.

Ariadne lo explicó brevemente. 

—Había un hombre con el que sólo me había cruzado dos veces hace casi cinco años —en la memoria de Ariadne, sólo se habían visto dos veces—. Aquel hombre decía haberme amado. Ni en sueños lo supe, pues sólo nos vimos dos veces.

Ante aquella historia, los ojos de Bianca brillaron de admiración. ‘Poseer una belleza capaz de cautivar a un hombre, llevándole a enamorarse a primera vista. ¡Qué extraordinario!’

—Pero ese hombre, por despecho de que el amor entre nosotros nunca pudiera hacerse realidad, habló mal de mí.

—¡¿Eh?! —Bianca estaba desconcertada. 

‘¿No debería un hombre tratar bien a las mujeres hermosas?’

—Me llamó, Ariadne de Mare, mala persona, bruja, seductora que destruye a los hombres, etcétera. Incluso inventó algo que nunca hice para manchar mi reputación.

—¡Qué horrible!

Aunque Ariadne había simplificado excesivamente el incidente que había provocado el señor Elco, había omitido detalles menores mientras que lo esencial lo había transmitido íntegramente.

—La sensación halagadora de recibir atención dura poco, hay que pagar el precio. La cruz más formidable que hay que soportar son los “celos”.

—¿Celos? —tartamudeó Bianca.

—Bueno, esta siguiente historia más bien le ocurrió a mi hermana, no a mí. Mi hermana es mucho más guapa que yo.

Bianca asintió. 

—Vi su presencia en el baile. Era realmente una belleza impresionante.

Incluso en la más remota campiña de Harenae, las historias sobre la exquisita belleza de Isabella de Contarini eran ampliamente conocidas, como demostró Bianca, que tuvo la curiosidad suficiente para buscarla y divisarla entre los numerosos participantes en el baile.

—Mi hermana se ha enfrentado a escándalos en el pasado...

Ariadne compartió con Bianca la historia del escándalo protagonizado por Isabella y el marqués Campa. La cautivadora historia captó toda la atención de Bianca, haciéndole olvidar su cansancio y asombro. Sus ojos se abrieron de par en par y sus labios se entreabrieron con curiosidad.

—Los rumores se extienden más rápidamente de lo que uno podría imaginar. En San Carlo, los rumores rara vez circulan tan rápido, ya que incluso los más sensacionales tienden a difundirse a un ritmo más lento.

La ira de Camellia había alimentado en parte la rápida propagación del escándalo, pero las personas que guardaban rencor a Isabella se convirtieron voluntariamente en cómplices y ayudaron a correr la voz. Aunque Isabella era, en parte, responsable de algunos de esos rencores, otros la detestaban sin motivo aparente.

—Los que tienen una belleza digna de mención no sólo atraen la atención positiva. La gente encuentra su caída mucho más entretenida que sus impresionantes historias. Imagínese rodeada de una horda de ciudadanos que le miran con ojos hambrientos, esperando ansiosos su colapso.

—Ugh... —Bianca se encogió de hombros.

Habiendo estado rodeada únicamente de aquellos que la querían y la compadecían durante toda su vida en Harenae, Bianca no podía ni imaginar cómo se sentiría al encontrarse con un odio tan generalizado.

—Hay privilegios, pero también hay que pagar un alto precio. Sin embargo, esta lógica se aplica a todos los asuntos. Ojalá pudiéramos calcular impecablemente los pros y los contras y eligir según nuestro carácter. Eso nos protegerá de nuestras heridas. Los que son extrovertidos puede estar a gusto en entornos sociales recibiendo más notoriedad, mientras que los que prefieren la soledad podrían esconderse de la multitud.

Sin embargo, la diosa del destino no era lo suficientemente considerada como para hacer coincidir el entorno con el carácter de cada uno. Sería muy doloroso para una persona que priorizara la fama por encima de todo ser ordinaria en todos los sentidos y viceversa. Isabella tuvo cierta suerte, pues su destino era coherente con sus rasgos de búsqueda de atención.

—Hay demasiadas desventajas para envidiar los beneficios de la belleza. Sin embargo, uno se ciega ante este hecho cuando la envidia es fuerte.

De repente, Ariadne se dio cuenta. ‘Yo no soy una excepción.’

Una vez había sentido envidia de Isabella. Sin embargo, su hermana habría tenido sus propias preocupaciones en ambas vidas.

—Yo... —Bianca empezó a hablar lentamente—. No sé qué carácter poseo.

Ariadne sonrió. Era natural. 

—Eso es porque sólo tenéis 15 años, Alteza.

Ariadne necesitó dos largas vidas para apenas identificarse. Si una joven pudiera comprender plenamente sus rasgos y talentos, lo más probable es que le hubieran concedido una segunda oportunidad en la vida siendo una regresora como ella.

—Aun así... me gustaría ser más libre que ahora —dijo Bianca con nostalgia.

—¿Cómo lo conseguirá? —preguntó Ariadne.

—Hay demasiadas limitaciones.

A Bianca le gustaba montar a caballo, y el talento para ello corría por la sangre del linaje de los De Carlo. Era una atleta nata, destacaba en casi todos los deportes y mostraba una destreza excepcional en el arte de domar animales. Incluso los jinetes de Harenae proclamaban: “¡Su Alteza posee mayor habilidad para domar incluso a los caballos más salvajes que nuestro mejor jinete!”

Sin embargo, la baronesa Gianelli detestaba absolutamente que Bianca se desafiara a sí misma con tareas peligrosas y masculinas.

—¡¿Qué haremos si se cae del caballo, Alteza?!

Todo lo que se le permitía a Bianca era un uniforme ecuestre femenino y tenía que montar a caballo con las dos piernas a un lado, un estilo considerado anticuado incluso para los estándares de San Carlo. La equitación anticuada y propia de una dama era la única opción permitida.

—Me encanta montar a caballo, pero... —la voz de Bianca se entrecortó.

Una amplia sonrisa cruzó el rostro de Ariadne. —¿Qué tal si le pide una lección a su primo segundo?

—¿Perdón?

—Sugiero que se conviertan en compañeros de equitación durante su estancia en la capital.

Que el Príncipe Alfonso tomara la iniciativa probablemente acallaría las quejas de la Baronesa Gianelli.

—Su Alteza y sus caballeros se entrenan a diario, lo que sin duda incluye la equitación. Le recomiendo encarecidamente que se una a ellos.

Los ojos de Bianca se iluminaron una vez más. 

—¿Debería?

—Por supuesto. Estoy seguro de que Su Alteza estará de acuerdo.

‘Si se niega, le obligaré a decir que sí’. La confianza de Ariadne provenía de haber confirmado el afecto oficial de Alfonso no hacía mucho.

—Le animo a que se dedique a actividades que le aporten comodidad y sosiego —tras un momento de duda, Ariadne habló un poco más despacio—. Si... necesita mi ayuda, siempre estaré disponible para apoyarle cuando le convenga.

Ariadne hizo la oferta, reconociendo en Bianca indicios de su difunta hermana menor, Arabella. Sin embargo, Bianca no se dio cuenta de que Ariadne le había hecho un gran favor porque aún era una joven inexperta. Sin embargo, ya estaba llena de excitación. 

—Siento como si toda supresion en mí se disipara, gracias a ti.

Ariadne se rió entre dientes y sugirió—: Será un placer conversar contigo cuando quieras. Puedes visitarme cuando desees, pues disfruto mucho de nuestras conversaciones.

Sin embargo, un obstáculo se interponía en el camino si Bianca iba a visitarla: la presencia de Ippólito. La conversación volvió al punto inicial.

—¿Qué... haremos con ese hermano mío? —Ariadne preguntó una vez más—. ¿Qué tal si le pido a Su Santidad, el cardenal, que lo traslade como prisionero a Harenae?

Después, Bianca -no, la baronesa Gianelli- podría eliminarlo o condenarlo a un castigo de su elección.

Sin embargo, Bianca no respondió y se limitó a estudiar el rostro de Ariadne. Reconociendo la incomodidad de la princesa, Ariadne rió entre dientes y dijo—: Está bien que digas lo que piensas libremente.

—Bueno... —Bianca jugueteó con el dobladillo de su vestido antes de hablar—. ¿No debería haber... una razón por la que mi institutriz hizo esa afirmación?

Ariadne asintió. 

—Su reclamación no carece de fundamento.

Los entrometidos de San Carlo no tenían piedad ni temeridad a la hora de difundir rumores.

—Sin duda, mi institutriz... se preocupa mucho por mí. 

Bianca no podría haber soportado la severidad de la Baronesa Gianelli todos estos años si no fuera por su afecto. 

—Me incomoda ignorar por completo sus consejos.

—Pero te disgusta que Ippólito quede impune ¿no?

Bianca estudió con ansiedad el rostro de Ariadne antes de asentir. Tanto la baronesa Gianelli como la princesa Bianca no supieron dar una solución, pero la joven podía ser perdonada debido a su entrañable comportamiento.

Ariadne sonrió. 

—Entonces... ¿qué le parece esto, Alteza? —su sonrisa se amplió—. Puede que tengamos una salida.

Entonces Ariadne susurró algo importante al oído de Bianca.

—Hablando con franqueza, Ippólito no es mi hermano.

—¿Perdón...? —replicó Bianca, desconcertada. 

‘¿Habían roto su relación?’

Ariadne proporcionó generosamente una explicación adicional. —Ippólito de Mare no es hijo biológico del Cardenal de Mare.

—¡Oh, pero...! 

‘¿Pero por qué el cardenal lo mantenía bajo su techo? ¿Era hijo de alguien a quien le debía algo?’

—Y Su Santidad, el cardenal, sigue ajeno a ese hecho.

—¿PERDÓN? ¡Oh, Dios mío!

Eso era demasiado para que una joven lo aceptara en un día. Los ojos de la inocente sureña de 15 años se abrieron de golpe. En contraste con su reacción, la sofisticada dama que tenía delante sonrió, divertida.

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