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SLR – Capítulo 503

SLR – Capítulo 503-1

Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 503: El nombre de una mujer

No quedaban muchos retratos de Katarina, la anterior duquesa Harenae, porque había muerto muy joven. Los pocos que quedaban se habían pintado con fines propagandísticos para mostrar la majestuosidad del ducado. Normalmente la retrataban junto a su marido, ataviada con elaborados ropajes que le llegaban hasta el cuello como muestra de la riqueza y el poder de Harenae. La rodeaban flores preciosas, como joyas, y ella miraba al frente con expresión rígida.

Bianca no conocía ningún retrato en el que apareciera vestida con ropa cómoda y con el rostro relajado de forma natural. 

—Así que esa niña debe ser...

—Sí. Eres tú, Bianca.

El cuadro era un poco más bajo que la media de un hombre adulto. No podía apartar los ojos de la hermosa sonrisa de la mujer que había sido dibujada a tamaño ligeramente inferior al natural en el inmenso lienzo.

Nunca había visto la sonrisa de su madre.

De repente, una lágrima corrió por su rostro y se apresuró a secarse los ojos con la manga. Ariadne se acercó a ella y le rodeó la espalda con un brazo.

—Ariadne, yo...

Más lágrimas brotaron de los ojos de Bianca. Se quedó sin palabras durante un buen rato, hasta que recuperó la compostura. Sólo consiguió volver a hablar después de permanecer un rato en silencio, con los hombros temblorosos, mordiéndose el labio para no llorar.

—...pensé que mamá me había abandonado.

No había sido un pensamiento lógico. La duquesa Katarina había muerto de una enfermedad. ¿Cuántas madres jóvenes querrían dejar atrás a sus hijos pequeños? Pero los niños que se quedaban solos no pensaban lo mismo.

—Siempre que la necesitaba... ya sabes, en esos días en los que todo era horrible...

Días en los que nada salía bien. Días llenos de mala suerte. Días en los que se había sentido agraviada. Días en los que nadie la había entendido. Días en los que llovía a cántaros y ella no tenía paraguas. 

—El tipo de día en el que piensas: 'Necesito un gran abrazo de mi madre'.

En esos días, había deseado tener una madre como todo el mundo.

Ariadne comprendía esa sensación, pero tampoco la entendía. No recordaba cuánto tiempo hacía que había decidido renunciar a ese tipo de lujos.

Podría ser maliciosa, llamar inmadura a Bianca y decirle que no sabía lo bien que había vivido en realidad. Sería una reacción nacida de los celos. Pero lo que ella quería era consolar a Bianca en lugar de guardarle rencor. No todo el mundo estaba obligado a soportar las mismas desgracias que ella. Tampoco podía argumentar que merecía tener tanta riqueza material, compasión y felicidad como los demás. La vida no era justa, y la responsabilidad de su propia vida recaía en última instancia en ella.

Independientemente de su propia adversidad, quería dar algo de apoyo a una amiga que se debatía entre emociones turbulentas. Lo único que podía hacer en ese momento era compartir un poco de calor humano con ella.

Puso más fuerza en el brazo que rodeaba a Bianca.

—Esos días estaba muy resentida con mi madre. ¿Por qué tenía que morir tan pronto y abandonarme? ¿Por qué desapareció y me dejó sola, sin una sola mano que sostener? ¿Me echaba de menos? ¿Sentía algún apego por mí?

El llanto de Bianca se descontroló y levantó una mano para cubrirse la cara arrugada con la manga, pero no pudo ocultar que su ancha espalda se agitaba. 

—Puedo decir por su expresión que ella realmente... me amaba.

Bernardo de Urbino fue un maestro arquitecto, escultor y pintor, el más influyente de su época. Había ganado fama cuando fue nombrado por el difunto Papa Ludovico para supervisar la ampliación y reconstrucción de la capilla de Trevero. Su toque sensible y poderoso había insuflado vida a la joven duquesa y a la hija recién nacida a la que había mostrado tanta devoción y afecto.

Bianca lloró durante largo rato antes de recobrar la compostura.

—En cuanto vi esto me di cuenta de que era un cuadro de mi madre. 

Los rasgos de su madre estaban borrosos en sus recuerdos, pero no podía olvidar la tierna sonrisa ni la alegría alrededor de sus ojos. Además, la frente y los ojos de la duquesa eran exactamente iguales a los suyos. 

—¿Pero cómo sabías que este cuadro la representaba y que debías guardármelo? —preguntó a Ariadne—. No, en realidad, tú lo sabes todo. No me sorprende esa parte.

Giró la cabeza completamente hacia un lado para mirar a Ariadne. 

—¿Por qué el mundo no sabía que esto era un retrato de Katarina, duquesa Harenae? —le pidió el conocimiento sobre la sabiduría del mundo a su nueva prima política que era media cabeza más pequeña que ella—. Si lo hubiera sabido, habría hecho cualquier cosa por tenerlo en mis manos.

Esto era lo que la convertía en una alumna sobresaliente: había adivinado correctamente las intenciones de su examinador.

—Porque las mujeres no tienen nombre propio —respondió Ariadne en voz baja.

La madre de Bianca tenía, por supuesto, una larga y complicada serie de descripciones: Katarina, duquesa Harenae; hija primogénita de la familia Bellini; esposa de Alessio, duque Harenae. Pero, ¿se llamaba realmente así?

—Bernardo de Urbino vio de lejos a la duquesa Harenae cuando visitaba la ciudad y decidió crear un cuadro con ella como modelo.

Su resolución había sido bastante firme. Una obra de arte del tamaño de 100 pies se consideraba una obra maestra; requería mucho tiempo y trabajo e inevitablemente formaría parte de la cartera del artista más adelante. El reto de pintar un retrato en un lienzo de 1,3 m por 1,6 m exigía determinación.

—Pero no lo podía exponer al mundo porque entonces no era pintor de corte.

Entonces era un recién llegado, no un pintor de la corte, y había utilizado como modelo a la esposa de otro, nada menos que una duquesa de alto rango. Era obvio que exponerlo le habría llevado a ser arrestado y castigado. Tampoco tenía forma de pedir permiso a la duquesa, y aunque lo hubiera hecho y ella hubiera aceptado la idea, en realidad no habría podido consentir personalmente ese tipo de aventura. Si lo hubiera hecho, habría dejado tras de sí una historia diferente, la de un escándalo de infidelidad en el que estaban implicados un cuadro de la Virgen María, un artista y una noble.

Así, Bernardo había hecho uso de la autoridad de la religión. Había representado a la madre y al niño más hermosos y sagrados que jamás había visto bajo el nombre de la Virgen, por tanto, la "Virgen María de la Ciudadela de Urbino".

—Una mujer sólo puede quedar registrada en la historia como al servicio de su familia o de su esposo. 

El nombre, la apariencia, el rango y la existencia de la duquesa Harenae sólo podían mostrarse a los forasteros en las muestras de poder del ducado. Los anticuados trazos de los pintores de la corte habían aplastado sus rasgos individuales, sus esperanzas y sus logros bajo pesadas y costosas telas y gigantescas tiaras, que habían sido retratadas como más importantes que su rostro.

—Una mujer no tiene nombre propio —entonó Ariadne una vez más. Incluso para las dos mujeres aquí presentes, tener nombre propio era un sueño lejano o exigía grandes sacrificios. Bianca de Harenae era la única descendiente de los únicos primos reales de todo el reino, pero aún no había recibido el título de duque de Harenae. Oficialmente, seguía siendo "Bianca de Harenae" la dama de Harenae, hija del duque. Si quería heredar los bienes de su padre, a los que tenía pleno derecho, tenía que distinguirse lo suficiente en la guerra como para que nadie cuestionara que León III le otorgara un título. El proceso era muy diferente del modo en que Ottavio había heredado fácilmente el título de conde Contarini al día siguiente de la muerte de su padre.

—Pero tú... tú lo tienes todo. 

Como condesa Ariadne de Mare, Ariadne tenía su propia casa, pero se limitó a sonreír sin contestar.

—¿Qué? ¿Me equivoco? —preguntó Bianca, con los ojos muy abiertos. El nombre de Ariadne de Mare había sido alabado en todo el reino etrusco, no, en todo el continente central. Todo el mundo conocía el debate teológico que había mantenido con el discípulo de Assereto como iguales, cómo había alimentado a los pobres hambrientos, cómo había fundado una escuela para plebeyos, cómo recorría regularmente las zonas afectadas por la pobreza y atendía a sus compatriotas y a los extranjeros por igual, cómo dirigía el Refugio de Rambouillet.

N/T: sí mamita, por poco descubres la cura del cáncer. Sorry pero ya me molesta que sea tan "todo me va bien porque soy la protagonista".

—¿Crees que todo el mundo sabe todo lo que he hecho? 

El sacrificio de Greta le había dado poder para expulsar a la caballería pesada de Montpellier de Etrusco, pero a la gente le habían dicho que había sido el Gran Duque Césare de Pisano, el Comandante Supremo de las fuerzas armadas etruscas en aquel momento, quien lo había logrado.

Y antes de eso, predijo las tendencias de la plaga, compró grano y lo distribuyó en los momentos óptimos. Había hecho la buena obra de dar grandes cantidades de grano a los más débiles entre los pobres; también había elevado la estatura del reino al retener grano que normalmente habría salido del país. En última instancia, lo que realmente había hecho era acaparar el mercado, convirtiéndose así en la persona más rica del Continente Central de su época.

Oficialmente, la fama de todo esto había recaído en el representante Caruso de los comerciantes Bocanegro. Al contrario que con Césare, no le habían robado el mérito. Ella se había escondido voluntariamente detrás de Caruso y de los comerciantes, porque si se hubiera sabido que una joven famosa por ser docta en teología y por ayudar a los pobres se había hecho millonaria acaparando dinero, se habrían vertido sobre su cabeza todo tipo de censuras morales.

A las mujeres se les exigía un nivel de moralidad mucho más alto que a los hombres; el gerente Caruso lo ilustraba. Ariadne habría sido condenada al ostracismo por hacer lo mismo que no había causado ningún problema al comerciante de cuarenta años. Las habilidades comerciales que supuestamente había exhibido acaparando el mercado del grano durante toda la plaga se habían convertido en un logro, uno que le había convertido en el jefe del Consejo de los Siete de Unaisola.

Ariadne pensó brevemente en Greta. Ella, al menos, se había hecho conocida en la alta sociedad, mientras que nadie recordaba a Greta. El único rastro de ella, dejado a la fuerza, eran las cinco letras grabadas en un pilar de la Scuola di Greta establecida por Ariadne. La diferencia no podía explicarse por el hecho de que Ariadne estuviera en constante actividad, mientras que Greta sólo había hecho una cosa. Este hecho no se le escapaba; era vigilante con las cosas incluso cuando se beneficiaba de ellas.

Reflexionar sobre el bien y el mal y el sistema era para más tarde. Ahora mismo, tenía que observar los hechos. El hecho era que la diferencia entre las dos mujeres radicaba en quiénes eran sus padres. 

—Bianca, si yo fuera la hija de alguien...

Por primera vez, reveló sus pensamientos más íntimos. Por lo general, se mostraba inexpresiva cuando estaba contenta o triste porque no quería que los demás adivinaran cómo se sentía, pero ahora, su rostro mostraba una rara sonrisa cínica.

—Si no me hubiera esforzado por obtener un nombre propio y me hubiera mantenido mansamente a la sombra de mi padre como hija de un duque o gran duque, me habría convertido en Principessa Ariadne hace mucho tiempo.

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