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SLR – Capítulo 494

SLR – Capítulo 494-1

Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 494: Si alguien te odia sin motivo

El cuerpo de Isabella tembló cuando Ariadne pronunció aquellas palabras.

—¡Madre mía! —dijo Julia Helena con sincero asombro; no tenía ni idea de lo que estaba pensando Isabella—. Supongo que algunas parejas están destinadas a ser.

Así era probablemente el amor predestinado. Ariadne había sido enviada al refugio como castigo y había conocido a un príncipe que estaba allí para ayudar a los pobres. Ambos se vieron arrastrados a un torbellino de emociones al que ninguno de los dos pudo resistirse. Qué narración tan perfecta: un príncipe que rescata a una niña lastimera de una situación difícil.

'Así que el príncipe Alfonso ya estaba casado cuando llegué a Etrusco, pero el gran duque Césare estaba soltero... ¿quizá ése era mi destino?'

Mientras Julia Helena se perdía en sus ensoñaciones, Bianca se centraba en algo ligeramente distinto; las dos chicas tenían casi la misma edad, pero sus gustos eran muy distintos. Siendo una persona recta, se enfadó mucho al escuchar por primera vez este recuento del pasado.

—¿Por qué una persona ejemplar como usted, Princesa -quiero decir, Condesa de Mare- fue expulsada de su casa?

Ariadne sonrió débilmente. En otros tiempos, habría sido una sonrisa amarga; ahora, con la ventaja del tiempo, podía sonreír de verdad.

—Bueno…

Justo cuando iba a responder, una voz agresiva y cínica tomó el relevo.

—Ella se encargó de azotar a una pobre sirvienta y fue desterrada para que pudiera arrepentirse. Carece por completo de simpatía.

Isabella había estallado por fin, incapaz de contenerse por más tiempo. Hasta entonces había permanecido en silencio, pero ahora levantó la vista y miró fijamente a Ariadne.

—La condesa de Mare ha sido testaruda desde que era una niña. Azotar a una sirvienta aunque no haya hecho nada demasiado terrible... ¿no es de extrañar que la enviaran al Refugio de Rambouillet?

Desde la perspectiva de Isabella, esto no era más que defensa propia. Todo lo que había hecho era atacar primero antes de que sus propios trapos sucios salieran a la luz. Su relato había transformado furtivamente las bofetadas en azotes, aunque en realidad había sido Lucrecia quien había azotado a Maletta.

Lo único que pudo hacer la Gran Duquesa Viuda Rubina fue parpadear; tardó algún tiempo en comprender lo que estaba ocurriendo. Isabella tomó su silencio como una aceptación tácita y continuó su ataque sin vacilar.

—¿Cómo se te ocurre azotar a alguien que vive bajo tu mismo techo?

Era su manera de insultar indirectamente a Alfonso. ¡Ese hombre horrible! ¡Quien la azotó! ¡Ese asqueroso despreciable que no tenía ni idea de lo que eran los derechos humanos!

—En cambio, la familia de Mare te envió a hacer trabajo voluntario en vez de pegarte. ¡Qué noble y maravilloso!

Protestaba de forma pasivo-agresiva, habiendo olvidado por completo sus propios delitos. '¡Tu marido debería haberme dejado ser voluntaria en vez de haberme azotado!' Era sólo una insinuación, pero todos entendieron lo que decía.

Aunque debería haberse detenido ahí, estaba demasiado llena de rabia hacia Ariadne y Alfonso para hacerlo.

—Por mi culpa has conocido a un príncipe que es como tú —se burló—. Deberías estar agradecida.

La expresión de Ariadne se había ido volviendo cada vez más rígida desde antes, y ahora era gélida. Isabella no era poco inteligente; al fin y al cabo, era la hija del cardenal de Mare. De hecho, era más astuta que su padre. Sin embargo, su naturaleza era similar a la de su difunta madre, Lucrecia, en el sentido de que no podía controlar sus impulsos.

Si Ariadne contara a todos la verdad sobre por qué la habían enviado al refugio, probablemente culparían a Isabella. 'Si me retratan como la villana, toda esa gente me excluirá.'

Era su imaginación, no la realidad. Si se hubiera tomado el tiempo de pensarlo, se habría dado cuenta de que una fechoría trivial que había cometido hacía tiempo y que salía a la luz no tenía ninguna importancia. La forma en que Isabella estaba insultando y mostrando resentimiento hacia el príncipe Alfonso haría mucho más daño a largo plazo a su reputación. Su imaginación se le había ido de las manos, por lo que no tuvo oportunidad de llegar a la conclusión correcta.

'¡Nadie se pondrá de mi parte! ¡Me echarán de su grupo!'

La gente reunida aquí no interactuaba con ella porque les gustara su personalidad. La cantidad de poder que tenía dependía puramente de lo mucho que León III la favorecía. Sin embargo, no podía contenerse. 'No puedo ser la villana, ni siquiera por un instante. Tengo que ser absolutamente perfecta.'

Atrapada y acorralada en la mesa redonda sin nadie a su lado, rebosaba de emoción.

—¿Qué habrías hecho si yo no te hubiera enviado allí? —dijo, canalizando su abrumadora ansiedad y miedo en un burlón ataque a Ariadne—. Seguramente te habrías casado con algún canalla como el marqués Campa.

Ariadne le devolvió la mirada con absoluta frialdad y no contestó, pero su silencio en realidad parecía una llamarada a punto de estallar.

—Ya, ya —se apresuró a decir Rubina. Por dentro, maldecía a León III con todas sus fuerzas. '¿No sabe lo malhumorada que está su propia señora?' No tenía ni idea de lo que podía decir para lograr una reconciliación, así que dijo lo primero que se le ocurrió.

—¡El té es tan agradable y delicioso, y la panna cotta está caliente!

Al mismo tiempo, llamó a un criado con un gesto frenético de la mano.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que empezó la fiesta? —preguntó para saber cuántos minutos habían transcurrido.

—Ha pasado un poco menos de media hora, Su Alteza.

A Rubina se le encogió el corazón. Las reuniones para tomar el té debían durar al menos tres cuartos de hora antes de concluir de forma natural. '¿De verdad puedo aguantar quince minutos más y asegurarme de que no se derrama sangre en esta sala?'

Ariadne la vio llamar al criado y adivinó correctamente la pregunta que se le había formulado. También dedujo, por la expresión de disculpa del criado y la cara de nerviosismo de Rubina, que la fiesta aún no había durado lo suficiente como para cumplir su propósito.

Ella también quería irse, pero apartar la silla de un puntapié y marcharse en ese momento significaría que todo el esfuerzo que había hecho para sentarse aquí se echaría a perder. 'He aguantado mucho. No quiero que la gente diga que la Condesa de Mare fue tan grosera como para marcharse antes de tiempo.'

Isabella parecía haber decidido tirar la cautela al viento. Ahora también atacaba a Rubina.

—¡¿De qué sirve la buena comida cuando ni siquiera puedes garantizar la seguridad básica?!

Rubina la fulminó con la mirada para indicarle que debía callarse ya, pero no le importó. No podía retractarse de lo que ya había dicho.

—¿No es tu trabajo asegurarte de que el palacio esté libre de violencia? Si no, ¿cómo evitarás que gente como yo y esa pobre sirvienta a la que Ariadne azotó seamos víctimas?

—Creo que la condesa Contarini se equivoca en varios puntos —interrumpió Ariadne con decisión. No era una persona que se sentara obedientemente a tolerar agresiones. Miró directamente a Isabella, pero se dirigió a Rubina; no quería hablar con una criatura infrahumana como Isabella.

—Esa criada causó muchos problemas. De hecho, nuestra madre la mató con sus propias manos más tarde.

Un escalofrío se apoderó de la sala al oír la palabra "asesinada". Rubina y Bianca miraron a Isabella con los ojos muy abiertos, mientras ésta dejaba rápidamente de hablar y fingía ignorancia.

—¿Le causó daños a su señora? ¿Rompió algo? —Julia Helena preguntó. No conocía toda la historia. Bianca se volvió para mirarla, sorprendida por la idea de que una sirvienta pudiera ser asesinada sólo por romper un objeto.

Dado que la región de Latgallin compartía frontera con el Imperio Moro, muchos de sus residentes tenían esclavos herejes. Naturalmente, se sentían más libres para imponer castigos físicos a estos esclavos de lo que lo estarían con empleados no esclavos, y la severidad también era mayor.

—No, intentó seducir a nuestro hermano para convertirse en la señora de la casa.

A Bianca y Rubina, eso aún no les parecía tan malo como para merecer un asesinato.

'¡Ni siquiera yo he matado nunca a nadie por una ofensa así!' Rubina, que había pasado más de una década limpiando los desaguisados de Césare, se sorprendió de su propia benevolencia. Fue un descubrimiento inesperado. 'Ese tipo de chicas siempre desaparecen con un poco de persuasión y un soborno. ¡No hay necesidad de ir tan lejos!'

En cambio, Julia Helena aceptó la explicación sin rechistar.

—Oh, ya veo.

Tales sucesos eran habituales en los harenes de los paganos. Los nuevos miembros del harén del sultán que intentaban ganarse su favor eran frecuentemente ejecutados por la madre del sultán, la "Sultana Valide".

N/T Valide sultann: En español madre sultana o sultana madre, era el título ostentado por la «madre legal» del sultán del Imperio otomano. El título fue llevado por primera vez en el siglo XVI por Ayşe Hafsa Sultan, consorte de Selim I y madre de Suleiman el Magnífico, sustituyendo el título anterior de Valide Hatun (‘Reina o Dama Madre ’). Normalmente, este título fue ostentado por la madre viviente de un sultán reinante

—Ella merecía morir, entonces.

Había una sangre fría extremadamente extraña en la forma en que "merecía morir" salió de su boca. Un escalofrío recorrió la espalda de Isabella y se volvió para mirar a Julia Helena.

Si Alfonso tomaba el poder, Ariadne se desharía de ella. Empujaría a Isabella a un convento ascético o a algún lugar similar en el instante en que León III exhalara su último aliento. Isabella no ignoraba esto. Pero podía intuir que si Lady Julia Helena se hacía con el poder, su sufrimiento no terminaría con el simple hecho de ser enviada a un convento.

'Tengo que enviarla de vuelta a casa o deshacerme de ella de alguna manera.'

—¿Ha pensado alguna vez 'debería haber ido al refugio en su lugar', condesa Contarini? —le preguntó Julia Helena con expresión plácida.

Isabella se sobresaltó al oír que le hablaban oficialmente. No había imaginado que nadie de los presentes entablara conversación con ella.

También merecía la pena reflexionar sobre la pregunta en sí. En algún momento, había empezado a arrepentirse a diario: 'debería haber ido al refugio aquel día en lugar de enviarla allí'. El pañuelo de Alfonso, que le había quitado a la fuerza a Ariadne, se había quedado en un simple pañuelo en lugar de dar lugar a posibilidades. 'Si hubiera ido yo misma en vez de coger el pañuelo, ¿habría sido diferente mi vida?' Empezó a fantasear más a menudo después de que su compromiso con Césare fracasara y acabara casada con Ottavio.

Julia Helena sonrió e hizo una insinuación punzante—: Si la condesa Contarini hubiera conocido al príncipe aquel día en lugar de la condesa de Mare... la gran duquesa viuda Rubina tendría hoy mucho menos de qué preocuparse, ¿no le parece?

Lo que había dicho también era ofensivo para Ariadne, pero ella no podía verlo. Estaba demasiado ansiosa por asestar un golpe a la condesa Contarini. 'Si hubiera sido la condesa Contarini la que se hubiera enamorado del príncipe Alfonso aquel día, otra persona se habría comprometido con Césare en lugar de ella. Eso habría hecho su vida mucho más fácil, ¿no es así, Gran Duquesa Viuda?'

El problema es que su ataque se basaba en un concepto totalmente erróneo. En un entorno normal, nadie habría entendido de qué hablaba.

Sin embargo, los demás estaban demasiado acostumbrados al circunloquio de la alta sociedad. Interpretaron y dieron sentido a las palabras de Julia Helena a su manera: 'Si Isabella tuviera una relación con el príncipe, no se habría convertido en la amante del rey. Entonces, la gran duquesa viuda Rubina no habría perdido su puesto de amante oficial y, por lo tanto, ahora estaría viviendo una vida tranquila.'

—El príncipe no es un tonto sin ojos —murmuró Rubina, sin poder evitar una sonrisa de satisfacción.

Las mentes de todos rellenaron automáticamente el resto: 'Él nunca se enamoraría de una chica como Isabella'. Todos se congelaron por un momento ante este insulto inapropiado.

—¡Pfff!

La carcajada de Bianca, que no pudo contener, resonó torpemente en el aire.

Rubina lo dio todo por perdido. Las posibilidades de una reconciliación se habían evaporado hacía tiempo, y sólo necesitaba quedarse cinco minutos más antes de abandonar enérgicamente su asiento y volver a su propia habitación. Había hecho todo lo posible. Ni León III ni nadie podía pedirle más.

—El mero hecho de conocer a alguien no conduce al enamoramiento. Si así fuera, todo el mundo en San Carlo estaría casado con su vecina de al lado —recitó la teoría que solía exponer a su hijo—: Hay que tener cuidado a la hora de elegir pareja. Las personas con recursos pueden acabar en una mala situación si eligen pareja sólo por su aspecto —ahora estaba entre desesperada y serena. Levantó la barbilla para apuntar a Isabella y añadió—: Sólo un tonto elegiría eso.

Con esto quería decir que León III, quien había elegido a Isabella, era un completo necio. Era menos capaz de elegir a una buena mujer que cualquiera de sus dos hijos; cogía y consumía incluso objetos que no debía tocar.

El humor autocrítico era la cumbre del humor. Al caricaturizar a su propio marido como incapaz de ver con claridad, también estaba confesando que ella misma había sido elegida a través de su visión borrosa. Se había rendido. Era una broma que sólo ella podía hacer.

Isabella tenía la cara roja. Mientras tanto, Bianca y Julia Helena se mordían los labios y mantenían la cabeza inclinada, temblando mientras intentaban no reírse más.

En esta coyuntura, una noble dulce y gentil habría esbozado una sonrisa benévola y cambiado de tema, pero la condesa Ariadne de Mare, personificación de la venganza, no estaba interesada en liberar al enemigo que había atrapado en sus garras. Si alguien la odiaba sin motivo, ella podía darle uno. ¿Isabella la había llamado testaruda? Muy bien, ella recibiría toda la carga de esa terquedad.

—¿Dónde os conocisteis Su Majestad y tú? —Ariadne lanzó casualmente como si estuviera haciendo una pregunta trivial—. Oí que te escapaste de una prisión en un sótano, desnuda.

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