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SLR – Capítulo 463

SLR – Capítulo 463-1

Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 463: Una teoría plausible

A León III se le salieron los ojos de las órbitas.

—¿Qué? —No podía creer lo que estaba oyendo—. ¿Estás seguro de que no te equivocas? —incluso el mismísimo León III tropezaba con sus palabras—. A lo mejor le estaba pidiendo que fueran a cazar juntos cuando tú no estabas...

—No lo oí todo, pero lo que sí oí fue: “Por favor, ten piedad de mí. Volvamos a ser como antes”. Alfonso asestó otro golpe al asombrado viejo rey—: Fueron novios una vez, y luego rompieron. ¿Qué otra cosa podría significar exactamente “como antes”?

Tenía razón. ¿Una mujer casada, disfrutando de una acogedora cacería con el hermano de su marido mientras éste estaba fuera? Eso sería extraño, sobre todo teniendo en cuenta que solían estar comprometidos.

El rey chasqueó los labios; no veía forma de defender a Césare, que sí había pedido a Ariadne que fuera infiel.

‘Vaya, vaya. Nunca habría pensado en eso. Es incluso peor que yo…’

Como antiguo hombre de sangre caliente, podía empatizar con Alfonso. Él también habría golpeado a Césare en esa posición. ‘¿Pedirle a su mujer que engañe a su esposo? Eso sí merece un puñetazo. Dejarlo pasar lo habría convertido en un tonto.’

Pero él, el rey, era el dueño de este palacio, y su hegemonía estaba siendo amenazada por su propio hijo. No podía consentir este comportamiento desviado de Alfonso. 

—Aun así, podrías haber sido más amable. Cómo, si me respetas, pudiste hacer esto en mi palacio-.

—Me limité a un puñetazo porque respeto demasiado a Su Majestad como para retarle a duelo —interrumpió Alfonso, con la mirada helada. No era un orador elocuente, pero hoy su discurso era fluido y totalmente lógico. Esto se debía a que lo que decía era correcto; no intentaba excusarse después de haber hecho algo irracional.

El rey sólo pudo parpadear. No podía negar lo que Alfonso había dicho. Alguien que se acercaba a la mujer de otro hombre y le pedía que cometiera una infidelidad, y luego era lo bastante tonto como para que le pillaran, difícilmente podía quejarse si le arrojaban un guante a la cara. Por lo general, los dos hombres se peleaban a muerte, o el infractor lloraba y pedía perdón o pagaba al marido una cantidad colosal por daños y perjuicios. Ni siquiera el monarca podía impedir que se llevara a cabo esta costumbre.

—¿Va a castigarme? —preguntó Alfonso.

León III se lo pensó un momento. 

—...Tengo que hacerlo si quiero conservar mi autoridad —respondió con un profundo suspiro. Agradeció a su hijo que fuera el primero en sacar el tema. Justo cuando estaba a punto de decirse a sí mismo que Alfonso era tan buen hijo a pesar de todo, el príncipe preguntó con valentía por la severidad del castigo.

—¿Será encarcelamiento? ¿Expulsión del palacio? ¿Exilio?

El rey, que había estado pensando en algo ligero como una prohibición de tres días de reuniones matutinas, quedó desconcertado.

—Puede castigarme de la forma que le parezca satisfactoria, padre —dijo Alfonso con facilidad, como si no dijera nada más que “Esta naranja está deliciosa” o algo parecido—. Aunque me encierre en la celda de una prisión en el sótano. Seré muy obediente. Sólo que...

León III frunció el ceño. Ese maldito “sólo”. “Sólo” siempre anunciaba algo malo, y eso también era cierto hoy.

—Si un príncipe es castigado oficialmente, la gente cotilleará inevitablemente sobre el motivo. Habrá rumores.

—Rumores...

‘El príncipe Alfonso ha sido castigado por pegar al duque Césare. ¿Por qué lo hizo?’

Porque... la mente del rey iba en varias direcciones diferentes. ¿Un incidente como este? Seguramente Lady Julia Helena también se enteraría. Levantó una mano, su rostro ceniciento. 

—¡Hijo mío!

—¿Sí?

—Es suficiente.

Pensó en regañar a Alfonso por atreverse a amenazar también al rey, pero se detuvo. En el rostro de su hijo se veía claramente que estaba preso de la locura; sus ojos brillaban con un fulgor excesivo. León III no conseguiría lo que quería, y mucho menos saldría vencedor.

Sacudió la cabeza como si le doliera. 

—Vete a casa.

Alfonso inclinó la cabeza para despedirse de él, con los ojos aún brillantes, luego dio media vuelta y se marchó. ¿Había parpadeado?

‘¡Sí, sí, haz lo que quieras!’ Se había casado con una mujer cuyos pensamientos eran imposibles de leer, y ahora se estaba volviendo exactamente como ella. León III se empezaba a desesperar incapaz de poder comunicarse con él.

Volvió su resentimiento hacia un nuevo objetivo. ‘Rubina... cómo se atrevía…’

La duquesa Rubina había irrumpido en su alcoba al amanecer para implorarle que castigara duramente al príncipe Alfonso. Había afirmado que había sido insolente con ella y violento con Césare, omitiendo todas las partes cruciales relativas a las acciones de su propio hijo.

‘¿Cree que soy tonto?’ También le había puesto de los nervios en el banquete. No sabía cuándo había empezado, pero la actitud de Rubina se había deteriorado mucho. Necesitaba restaurar la disciplina, y pronto.

Rubina había sido una mejora con respecto a Margarita, que le desafiaba hasta por lo mínimo; siempre había atendido sus caprichos con un tacto sobrenatural. Sin embargo, ahora que le había otorgado el poder de dirigir las tareas domésticas del palacio, se comportaba con arrogancia, como si se hubiera convertido en su esposa legal.

Siempre daban por sentado su favor si seguía dándolo. Empezó a hervir de ira.

Mientras tanto, Alfonso se sentía de maravilla mientras se alejaba de los aposentos del rey. Había mentido cuando le dijo a su padre que se había abstenido de retar a Césare a un duelo sólo por respeto a su autoridad real.

Los duelos se libraban entre hombres. Para Alfonso, Césare ni siquiera era un oponente.

***

Aunque el príncipe había insinuado que no castigarlo detendría la propagación de rumores, eso tampoco había sido cierto. Ese tipo de chismorreos no podían detenerse mediante una orden de silencio. Y seguía siendo cierto aunque él guardara silencio, aunque Rubina convocara a todos los sirvientes que habían trabajado en el banquete y amenazara con descubrir quién había chismorreado y enterrar viva a toda su familia.

Los rumores corrieron como la pólvora por San Carlo; cuando se reunían tres o cuatro mujeres de la nobleza, no hablaban de otra cosa.

Hoy estaban reunidas en un acto de apreciación artística organizado por la marquesa Chapinelli. Tanto la duquesa Rubina como lady Julia Helena habían sido invitadas. La duquesa estaba ausente debido a compromisos previos relacionados con la administración de palacio, pero la invitada extranjera aceptó encantada la invitación.

Acababa de salir al jardín cuando oyó algo extraño procedente del bonito banco erigido en un rincón.

—¡Le pegó!

—¿Qué? ¿El Príncipe Alfonso golpeó al Duque Césare?

—Sí, se pelearon por...

—¡Ay, ay, ay!

Este tipo de chismorreos tampoco podían detenerse por la presencia cercana de alguien que no debía oírlos.

—¿Por qué se pelearon el príncipe y el duque?

Las tres nobles que habían estado charlando con entusiasmo enrojecieron. Julia Helena se cruzó de brazos bajo su abrigo de marta y las miró fijamente.

—Oh, bueno... no creo que eso sea adecuado para sus oídos.... —se interrumpieron.

Julia Helena se apresuró a contraargumentar. 

—Se habló de un posible matrimonio entre el príncipe Alfonso y yo, y el duque Césare es un posible candidato a ser mi marido. Esto es definitivamente algo que necesito saber, ¿no creen?

León III había ofrecido al duque Césare durante un banquete como posible marido alternativo al príncipe. Eso ya se sabía en toda la capital. Razón de más para que las mujeres de la nobleza se mantuvieran en silencio; no querían ser responsables de la ruptura de las conversaciones sobre el matrimonio real.

—Oh, es sólo un rumor que corre por la ciudad...

—¡No sabemos si es verdad!

—Ustedes fueron invitadas a una reunión organizada por la marquesa Chapinelli, el mejor salón de San Carlo. Dado que personas tan augustas como ustedes están discutiendo esto, debe ser más que un rumor, debe ser información de primera obtenida de la alta sociedad.

Las mujeres se estremecieron e intercambiaron miradas.

—Esperaría que miembros refinados de la alta sociedad etrusca como ustedes no discutieran algo que no ha sido verificado. 

Julia Helena escrutó al grupo de izquierda a derecha mientras las amenazaba de este modo; parecía bastante autoritaria. Las mujeres, sobresaltadas, trataron de enlazar sus brazos.

A decir verdad, bastaría con que Lady Julia Helena fuera a ver a la duquesa Rubina y le dijera: “He oído este rumor de estas y aquellas damas. Estarían muertas en el momento en que abriera la boca.”

—No le dirá a nadie que le lo hemos dicho, espero…, ¿verdad? —preguntó una de ellas con cautela.

—¡Claro que no! —Julia Helena era una experta en este tipo de cosas. Su promesa sonaba a confianza—. Ni siquiera sé sus nombres.

Era una garantía de seguridad bastante sólida y con muchas probabilidades de ser cierta. Las tres mujeres volvieron a intercambiar miradas y, al final, una de ellas abrió la boca. 

—...sobre la antigua prometida del Duque Césare...

—El príncipe y el duque tuvieron una pelea a puñetazos.

—Y el príncipe le dio un puñetazo en la cara al duque. ¡Zas!

Al oír esto, Julia Helena se sumió en la confusión, por una razón que ningún nativo de San Carlo podría haber imaginado jamás. 

—¿El duque Césare estaba prometido? —preguntó—. ¿Con quién?

Las tres mujeres se dieron cuenta de que habían cometido un error. Mientras contemplaban cómo huir, Julia Helena dio un pisotón. 

—¡Díganme quién era!

Huir ahora sería en realidad la mejor solución, dado que Lady Julia Helena no sabía quiénes eran. En un grupo de tres, sin embargo, tenía que haber un miembro que fuera lento. La mujer de la izquierda perdió la compostura. 

—De Mare...

Primero dijo el apellido; no se atrevía a decir “la esposa del príncipe”. Decir “¡El duque Césare pidió a la mujer del príncipe que engañara al príncipe con él!” dañaría demasiado su propia dignidad.

Afortunadamente, la mujer del medio le pisó el pie por debajo de sus vestidos y le impidió decir más.

—¿De Mare? 

A Lady Julia Helena le daban vueltas los ojos. “De Mare” se refería a la condesa Ariadne, esposa del príncipe Alfonso, y a Isabella, condesa Contarini, dama de compañía de la duquesa Rubina. 

—¿Cuál de Mare?

No lo estaba haciendo de la manera correcta; ya había predicho la respuesta antes de hacer la pregunta. ‘Tiene que ser Isabella, ¿no? No puede ser la princesa’. El príncipe y el duque podrían ser sólo medio hermanos, pero ¿tratar de robarle la esposa a tu hermano menor? Para ella, eso estaba tan lejos del sentido común como Trevero del corazón del Imperio Moro.

—¿La Condesa Contarini estaba comprometida con el Duque Césare?

‘¡Así que estaban comprometidos! ¡Eso explica su comportamiento!’ Su imaginación se disparó. La condesa Contarini había estado prometida a Césare, pero algo había ocurrido para que acabara casándose con el conde Contarini. ¡Por eso había sido tan problemática!

—¿Por qué rompieron?

Las tres mujeres realmente parecía que querían morir ahora.

****

Feliz navidad a todos de mi parte, espero que el siguiente año les traiga un montón de felicidad y prosperidad 

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