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SLR – Capítulo 452

Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 452: Establecer la posición superior

Julia Helena había soltado una exclamación sin darse cuenta antes de que pudieran presentarse porque estaba abrumada por la belleza de Césare. Se tapó la boca, avergonzada.

—Duque Césare de Pisano —dijo Césare mirando de reojo a la ruborizada dama—. Es un placer conocerla.

Para Julia Helena, su presentación sonó como un ángel cantando en el cielo. Su firme y deliberado énfasis en llamarse a sí mismo duque en lugar de archiduque se disipó en el aire, completamente perdido en la enamorada adolescente.

—Soy J-Julia Helena. De Manchike. 

Al príncipe que creía su futuro esposo le había dicho con orgullo los nombres de sus antepasados, pero se olvidó de decírselos a este hombre. Todo lo que quería era asegurarse de no parecer demasiado tonta.

La duquesa Rubina observaba el desarrollo de los acontecimientos con una sonrisa de gran satisfacción. Su hijo había heredado su belleza y siempre tenía éxito entre las jóvenes. Con sus rasgos delicados, Césare se contaría entre las principales bellezas de su época, incluso si fuera una dama. Su rostro desarmaba al instante a las mujeres en edad de casarse, sobre todo si eran jóvenes.

‘Ese es mi chico.’

Sería perfecto si su expresión fuera menos sombría. ‘Sin embargo, las deficiencias solían llamar la atención’. También había otras formas en las que Césare no desplegaba todo su potencial, y poco a poco se fue irritando. La cara deprimida no era el único problema; su boca también estaba cerrada como la de una ostra.

‘¡Sé que es un charlatán! ¿Por qué está actuando así hoy?’

Lady Julia Helena llevó la conversación sola. Como ocurría siempre que la otra persona no respondía, los espacios en blanco empezaron a hacerse notar por muy bien que hablara, y los incómodos silencios hicieron estremecer a la duquesa Rubina.

—Lady Julia Helena —intervino con una gran sonrisa—, por favor, perdone la descortesía de mi hijo. Es muy tímido.

Cualquier mujer de San Carlo habría resoplado de risa ante esta afirmación. Había sido tan audaz sólo porque Julia Helena era extranjera, pero funcionó.

—¿Ah, sí? —respondió ésta, sonriendo. Pensó en añadir ‘Eso no es lo que he oído’, pero se abstuvo por si resultaba descortés. ‘Después de todo, los rumores pueden diferir de la realidad.’

El engaño de Rubina estuvo a punto de funcionar, hasta que apareció un invitado que conocía a Césare mejor que nadie.

SLR – Capítulo 452-1

—¡Oh, duquesa Rubina! ¡He sido tan negligente como asistente! Debería haber estado detrás de ti todo este tiempo... ¡y por suerte, resulta que estabas aquí!

Era la condesa Isabella de Contarini, la “dama de compañía” de la duquesa, que había estado holgazaneando con León III hasta esta tardía aparición. Sus ojos violetas brillaban con astucia. El duque Césare, la duquesa Rubina... entonces la tercera persona debía ser la legendaria dama del marquesado de Manchike.

—¡Dejarte sola cuando soy tu dama de compañía! Isabella ha sido tan descuidada. 

Ella sonrió de una manera poco natural mientras caminaba directamente detrás de la duquesa Rubina, que era donde se suponía que debía estar. Sin embargo, no podía apartar los ojos del duque Césare. 

‘¿Buscas casarte de nuevo?’ Este era el hombre que la había descartado, el hombre que la había rechazado incluso cuando ella había llorado y suplicado.

Instintivamente echó un vistazo a la joven sentada frente a él. Mejillas redondas y llenas, piel aceitunada y brillante, espeso cabello castaño oscuro. Era toda líneas curvas, pero juvenil y vivaz; su belleza era de un tipo completamente diferente a la de Isabella.

Esto la enfadó el doble. No se habría enfadado si Julia Helena hubiera sido fea. Si hubiera sido más bonita, Isabella habría aceptado la derrota. Pero esto... ‘¿me rechazó, sólo para elegir a alguien así?’

Aunque en realidad Césare no la había elegido, no importaba. Era mucho más fácil descargar su antiguo rencor contra la suave y delicada recién llegada que contra la hermana a la que nunca ganaría. Su ira ardía con una llama azul hacia la muchacha intachable.

Mientras tanto, a Rubina le subía la tensión. ‘¿Por qué tenía que aparecer Isabella ahora? ¿Cómo me deshago de ella?’

Césare permaneció impasible a pesar de la aparición de Isabella. Su plan de acción era “dejar que suceda”. Por supuesto, ni siquiera él era inmune a sentirse incómodo por su presencia en la habitación, dado que Isabella había hechizado a su padre después de haberse acostado con él. También se sentía presionado, sabiendo lo mucho que ella había dependido de él en algún momento.

Sin embargo, Isabella no era más que un punto al final de su lista de tareas, un problema relativamente trivial entre los muchos a los que se enfrentaba. Su mente estaba completamente ocupada con Ariadne, la mujer que no podía tener; de un momento a otro, también contenía pensamientos sobre Alfonso, su némesis de toda la vida, y sobre cómo evitar casarse con la joven que le alejaría de Ariadne para siempre. Era suficiente para que le doliera la cabeza.

En medio de todo esto, la clara voz de Isabella resonó en el salón. 

—La duquesa tiene toda la razón.

Rubina la miró, sorprendida por su aceptación. Era de lo más inusual. Pero Isabella, por supuesto, tenía un motivo oculto.

Nuestro duque no tiene ningún interés en las mujeres —Isabella se colocó detrás de Rubina y Césare, agarrando el respaldo del sofá con ambas manos y le dedicó una sonrisa a Julia Helena—. Le interesan tan poco, de hecho, que a su edad aún no tiene pareja.

Según los estándares de los aristócratas de alto rango del Continente Central, Césare estaba de hecho en una edad en la que normalmente tendría uno o dos hijos. Isabella le hizo una mueca a Julia Helena. 

—Normalmente, cuanto mejor es un hombre, más rápidamente es arrebatado del mercado matrimonial. Los solteros con más edad suelen ser estarlo por una razón, ¿sabe?

Una grieta se formó en la sonrisa de la duquesa Rubina. ‘Sabía que iba a intentar algo.’

Césare se quedó estupefacto: su enemigo le estaba haciendo fuego de cobertura. Aunque se sintió ligeramente ofendido, en general esto le beneficiaba. Que le llamaran peyorativamente viejo solterón ni siquiera era hiriente para alguien como él. Estaba seguro de que si se declarara a cien mujeres ahora mismo, unas ochenta aceptarían. Las veinte restantes serían mujeres casadas y bastantes de entre las ochenta que dijeran que sí también estarían casadas. Por eso no respondió a Isabella.

—¿Ah, sí? —Julia Helena también estaba desconcertada. Era una desconocida en este país; que una chica mayor y deslumbrantemente guapa viniera a charlar amigablemente ya era de por sí algo agradable, pero había una sutil insinuación en lo que esa mujer guapa en particular estaba diciendo.

Nuestro duque es muy fastidioso, y además tiene tantas manías...

Sí, ese “nuestro” tenía una cualidad muy extraña, chirriante, en primer lugar, y su cara sonriente también era como una máscara.

Isabella sonreía, criticando sin espíritu crítico a un hombre sentado frente a ella, cuando la mano de la duquesa Rubina se posó sobre la suya.

—Shh —la duquesa esbozó una sonrisa amable y luego susurró entre dientes apretados, sin siquiera mirar atrás—: Estás muerta, zorra.

Isabella se estremeció. ‘¿Cómo? ¿El gusano se está moviendo? Creía que iba a dejar que la pisoteara…’

En efecto, la duquesa Rubina no era ninguna debilucha. 

—¿Oíste lo que le pasó a la hija del vizconde Leonati? —espetó en voz baja—. La echaron de casa de su marido cuando no había sangre en las sábanas la noche de bodas, ¿verdad?

Eso hizo que Isabella también se tensara.

—No creas que puedes reírte complacientemente ante el rey sólo porque empezaste casada. En esta industria se aplican exactamente las mismas reglas. Los hombres son codiciosos y quieren poseer cada parte de una mujer, incluyendo su pasado. ¿Crees que aquí es diferente?

—Lo has entendido mal —respondió Isabella con una sonora carcajada—. Sólo intentaba contarle que nuestro duque es altivo y noble, como una grulla —luego se inclinó de forma bastante amistosa para susurrar—: Estás siendo muy mezquina conmigo, teniendo en cuenta que trabajamos en lo mismo. Por otra parte, suele ser difícil que la gente del mismo sector sea amiga.

Con rapidez sobrenatural, detectó la aguda inspiración que Rubina hizo en preparación para un fuerte bramido. Justo antes de que la duquesa pudiera abrir la boca, miró a Julia Helena y dijo:

—Los rumores calumniosos sobre sus muchas mujeres, su promiscuidad y cosas por el estilo...

—¡Mmph!

—...debería establecerse como falso de inmediato, ¿no cree?

Julia Helena ya se había dado cuenta. 

—¿Hay algo que deba saber? —preguntó a Isabella, mirándola fijamente.

Isabella se rió de la astuta joven y agitó las manos. 

—¡Oh, no, claro que no! Si hay algo realmente importante que deba saber es lo maravilloso que es nuestro duque Césare. Tiene la colección de vinos más destacada de la capital.

‘¡Ese “nuestro”!’ La duquesa Rubina rechinó los dientes. 

—¿Le has enseñado tu bodega a esa z*rra? —exigió sin rodeos, sin molestarse siquiera en susurrar.

Julia Helena se estremeció ante el lenguaje áspero, mientras Césare sacudía tranquilamente la cabeza en respuesta. No mentía; nunca lo había hecho. Todo esto no era más que Isabella marcando su territorio frente a Julia Helena mencionando una información que había oído en la alta sociedad para parecer cercana a él.

A ella también le sorprendió un poco la beligerancia de Rubina; había estado segura de que la duquesa seguiría comportándose como una buena persona mientras Julia Helena estuviera allí.

—Es hora de que te vayas —ordenó Rubina con frialdad.

—¿Sí? 

‘¿Ahora? ¡Pero me estoy divirtiendo tanto!’

—¿Debería volver con Su Majestad, entonces?

Rubina apretó los puños. Isabella marcaba su territorio por todas partes -era de esperar que una mujer a la que le gustaban mucho los hombres marcase muchos-, pero hasta un animal sería más educado que ella.

—Tendrás que preparar mi salón —espetó, conteniendo a duras penas un estallido de ira. Habría molido a golpes a Isabella si Julia Helena no estuviera allí—. Voy a tomar el té con la marquesa Chapinelli por la tarde.

Isabella se estremeció al oír el nombre. El marqués Chapinelli era el hombre que había pagado 400 ducados para acostarse con ella. ‘¿Cuánto sabe ella?’

No, no dejaría traslucir su preocupación. No era como si le hubiera dado un recibo por el oro; no había pruebas. 

—¿Preparar tu salón?

—Sí. Empieza ahora mismo.

Sólo entonces Isabella se enderezó, balanceando el cuerpo. Había hecho todo lo que tenía que hacer: había marcado su territorio, había provocado un gran revuelo y había mejorado su propio estado de ánimo. 

—Y cuando termine, ¿puedo volver con Su Majestad?

Rubina la miró con ojos desorbitados y casi blancos. Isabella decidió dejar de provocar a Rubina por si realmente se volvía loca y la golpeaba; se encogió de hombros y salió de la habitación. Al mismo tiempo, Julia Helena apretó los dientes con retraso. ‘¡Uf! Debería haber preguntado por su rango.’

—¿Quién era? —le preguntó a la duquesa con un poco tarde. ‘Es imposible que me supere, ¿verdad?’

—Oh, es la condesa Contarini... mi dama de compañía.

Rubina añadió esa última parte con gran reticencia; no quería decir en voz alta que Isabella la esperaba. No obstante, Julia Helena se sintió aliviada ante la revelación de que su oponente era una condesa. A veces se encontraba con dificultades porque sólo era hija de un marqués a pesar de ser la heredera de una nación soberana y descendiente de emperadores, pero si Isabella no era más que una condesa, no tenía motivos para preocuparse.

Rubina había conseguido morderse la lengua y contener su arrebato, temiendo acabar deshonrándose si hablaba mal de su dama de compañía. Había muchos cotilleos relacionados con Isabella que también perjudicarían a Césare si salieran a la luz. Cambió de tema con una sonrisa. 

—Como el tiempo está refrescando, no creo que sea apropiado dar un paseo al aire libre. ¿Le gustaría acompañarme a ver nuestra colección de seda? Estoy segura de que ha visto muchas telas raras y valiosas, ya que la Ruta de la Seda pasa por Latgallin, pero a San Carlo llegan materiales preciosos de todo el mundo.

Lady Julia Helena, sin embargo, estaba haciendo su propia investigación sobre Isabella y sus escándalos a pesar de que la duquesa Rubina no dijera nada al respecto. ‘Condesa Contarini... Condesa Contarini... pagará por esto.’

Mientras todo esto ocurría a su alrededor, el apuesto rostro del duque Césare miraba al vacío como si no tuviera nada que ver. No sabía qué hacer, salvo tomar la medida más extrema.

***

Julia Helena no era la única persona enfadada. Incluso el hombre que nunca había tenido mal genio no podía mantener la cabeza fría cuando León III era su oponente.

—¡Por mucho que me odie, debe anteponer el país a todo lo demás! 

Alfonso se alborotó el pelo rubio con una mano áspera y se lo echó hacia atrás mientras se paseaba por la habitación. 

—¡Es una cuestión de defensa nacional! ¡La seguridad de nuestro país! —exclamó, girándose bruscamente para mirar a sus espaldas—. ¿Recortar todo el presupuesto del palacio del príncipe? Eso equivale a declarar que disolverá a los Caballeros del Casco Nero. ¿Cómo puede decir eso como rey de un país?

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