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SLR – Capítulo 491

SLR – Capítulo 491-1

Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 491: Una persona que no tiene nada que ocultar

—¿Qué? —exclamó Bianca atónita—. ¡¿Quién está manipulando a quién?!

La Ariadne que ella conocía era... bueno, Bianca no podía garantizar que nunca manipularía a nadie, pero definitivamente no se lo haría a Alfonso, al menos.

—¡El rumor afirma que mi señora suplicó entre lágrimas a Su Alteza que no fuera a Harenae! ¡Porque tenía miedo de la condesa Contarini! ¡Y por eso tuvo esa gran pelea con el rey!

—¿Acaso importa? —Ariadne respondió con una sonrisa tranquila—. Da igual que no vayamos.

—¡Pero la verdadera razón es que el príncipe no quiere estar cerca de la mujer Contarini! ¡La gente pensará que ha provocado una disputa o algo así, y su reputación se verá dañada!

—Eso es preferible a que culpen a Alfonso.

Ariadne cogió una manzana de la mesa y le dio un mordisco. El azúcar ayudaba cuando uno tenía que enfrentarse a una situación complicada.

—En serio, actúa como si de repente le hubiera poseído el espíritu de un santo —refunfuñó Sancha. Siendo una sirvienta leal, quería ver a su señora pavoneándose por palacio con el título que le correspondía por derecho—. ¡Como princesa, tiene derecho a tres criadas, así como a su propia financiación de Asuntos Generales para pagar sus sueldos! No recibe nada de eso, ¡y aún así no ha dicho ni una sola palabra en protesta!

—Sancha, no es por falta de dinero por lo que no he contratado más criadas —la amonestó Ariadne.

Esto no aplacó en absoluto su ira. Sabía mejor que la propia Ariadne lo que ésta se estaba perdiendo.

—¡Mi señora, por favor! ¡Eso no es ni de lejos todo! El derecho a ser llamada "Principessa consorte' y "Alteza" el saludo de seis cañonazos que acompaña a la fanfarria real para el príncipe, el derecho a situarse a la izquierda de Su Majestad el Rey en los actos oficiales como tercera persona de mayor rango de la familia real después de él y del príncipe... ¡todo eso le pertenece a usted!

Ariadne sólo sonrió en respuesta, pero cuando Sancha no entendió la señal que había enviado y se preparó para quejarse más, la interrumpió.

—Iré a esta reunión.

No iba porque esperara que Rubina la ayudara a convertirse en princesa. De todos modos, necesitaba conocer a los personajes más influyentes del palacio, y Rubina se lo estaba facilitando. No era una mala oferta.

—Bianca también estará allí. Estoy segura de que estará bien. ¿Verdad?

Bianca tendría que regresar pronto a Harenae. Era mejor ocuparse de los asuntos complicados mientras este apoyo adicional suyo estuviera aún en palacio.

Escribió una respuesta en la que manifestaba su intención de asistir, y Bianca también lo hizo, en el mismo papel, como declaración de que Bianca de Harenae la apoyaba al 100%.

Por desgracia, Ariadne aún no se había dado cuenta de que las normas de este palacio estaban por los suelos, muy por debajo del listón del sentido común.

***

—Oh, hola, Condesa de Mare.

La Gran Duquesa viuda Rubina se levantó de su asiento y agarró la mano enguantada de Ariadne como si fuera muy bienvenida.

Se encontraban en el extravagante salón de Rubina, y la mesa que se utilizaría para la merienda era redonda, lo que impedía diferenciar a los asistentes por rangos. Sancha había utilizado al señor Manfredi como marioneta para negociar esto en detalle con la criada de Rubina, Devorah, antes del día en sí. El asiento de Rubina y el de Ariadne también se habían elegido para que estuvieran lejos de la puerta y tuvieran una buena vista, respectivamente. Esto resolvió la cuestión de cuál de ellas ocuparía el asiento de honor.

Sin embargo, Ariadne no miraba a Rubina ni al plano de asientos, sino a los demás asistentes de la sala.

—¿Qué es...?

La primera en llamar su atención fue Lady Julia Helena de Manchike. Había saludado a Ariadne nada más entrar, con una gran sonrisa entre sus adorables y redondas mejillas. Era la respuesta de una admiradora que acababa de conocer a una celebridad de la alta sociedad con la que deseaba entablar amistad.

Dejando a un lado su entusiasmo, Ariadne y ella eran dos personas que normalmente nunca serían invitadas a la misma merienda. Ella era una invitada extranjera que había viajado al extranjero para comprometerse con el príncipe, y Ariadne era una noble no extranjera que ya se había casado con ese mismo príncipe en secreto.

'No tendría motivos para protestar aunque ella empezara una pelea de tirones de pelo…' 

Una anfitriona responsable se habría asegurado de separarlas en caso de que se produjeran tales imprevistos.

Como invitada, Ariadne no había podido interrogar a Rubina sobre quién más estaría allí; eso habría sido de mala educación. Pero aunque hubiera sido posible, no se le habría ocurrido preguntar si Julia Helena estaría presente. Era una pregunta tonta, parecida a: "¿Se servirán insectos como parte del refrigerio?"

Y, sin embargo, aquí estaba. Por supuesto, la dama estaba radiante y daba la bienvenida a Ariadne en lugar de empezar una pelea, como habría sido su derecho.

'Lady Julia Helena desde luego es algo, ya que no parece inclinada a darme una paliza ni nada por el estilo, pero…'

El siguiente invitado que vio fue aún más extraordinario.

'¿Por qué está esa criatura sentada aquí?'

Esta segunda compañera era Isabella, la condesa Contarini, con el rostro bajo un velo como el de una mujer del Imperio Moro. Mientras que la dama de Manchike debería haber sido excluida debido a la posibilidad de una pelea, Isabella ya había luchado contra Ariadne.

Parecía haber sido informada de antemano de que Ariadne estaría allí. No mostró signos de sorpresa ante su aparición, y su disgusto era evidente incluso bajo la pesada tela del velo.

—Gran Duquesa viuda —preguntó en voz alta Bianca de Harenae, que había entrado en el salón con Ariadne—, ¿qué hace aquí la condesa Contarini?

Bianca era alta e imponente; se había recogido el pelo en una coleta alta y llevaba botas de cuero en los pies. Miró a Isabella, que era más o menos la mitad que ella, como si contemplara una abominación. Por su parte, Isabella sólo llevaba como armadura el velo que cubría su rostro. Estaba sentada erguida, mirando con determinación hacia el exterior de la ventana con los ojos bajos como si no hubiera oído nada.

—Bianca —respondió Rubina en su lugar con una amplia sonrisa.

Bianca frunció ligeramente el ceño. No quería que la amante del rey actuara como si fueran amigas íntimas. Si hubiera sido un poco más rápida, se habría dirigido cortésmente a Rubina por su título completo para indicarle que siempre habría una distancia entre ellas. Por desgracia, Rubina era más avezada, más experimentada y mucho más testaruda.

—La condesa Contarini es hermana del Condesa de Mare —dijo, su sonrisa floreciendo ahora como una bonita flor—. Dicen que la sangre es más espesa que el agua. Las invité a las dos para que se vieran y se reconciliaran.

Su explicación habría sido fácilmente aceptada si hubiera habido hombres entre los asistentes, pero su agradable fachada carecía de sentido en una reunión formada únicamente por mujeres. Desde luego, no funcionó con Bianca.

—Deberíamos irnos —dijo en un susurro bajo a Ariadne. Era difícil ganar a un oponente que luchaba sucio. Abandonar un evento social justo después de averiguar quién más estaba allí era, por supuesto, considerado extremadamente grosero, pero de nuevo, la presencia de Isabella entre ellas era igualmente ridícula. Aunque la gente podría criticar al Condesa de Mare por abandonar una fiesta de té de inmediato, lo entenderían una vez que fueran informados de que la Gran Duquesa Viuda Rubina había invitado a la Condesa Contarini a la misma fiesta sin previo aviso.

Ariadne asintió. Bianca tenía razón: había venido con buenas intenciones, pero la lista de invitadas era completamente diferente de lo que ella había supuesto. No tenía motivos para quedarse.

Estaba a punto de darse la vuelta cuando Rubina la detuvo en tono hiriente.

—He convocado esta reunión por orden especial de Su Majestad León III.

Ariadne giró lentamente la parte superior de su cuerpo para mirar a Rubina, que la inspeccionaba altivamente de pies a cabeza con toda la confianza del mundo. 'No te atreverías a marcharte después de usar el nombre de Su Majestad.'

Se produjo un tenso enfrentamiento entre Rubina y el Condesa de Mare. La gente esperaba que saltaran chispas. Julia Helena, que estaba al fondo de la sala, se dio cuenta tarde de que la tensión le estaba afectando a la respiración.

Pero la tensión no duró mucho; pasado un rato, Ariadne sonrió satisfecha. Se giró completamente y empezó a caminar hacia la puerta, diciendo—: Sí, Gobernante de Harenae. Vámonos.

Sus movimientos eran pausados. Parecía lo bastante relajada como para empezar a limpiarse las orejas si nadie la observaba.

No se habría mudado al Palacio Carlo si fuera de las que tiemblan de miedo al oír el nombre del rey.

Rubina se puso blanca al darse cuenta de que su asombrosa maniobra había sido derrotada. '¡Ese monstruo!' Mientras tanto, sus sirvientes comenzaron a moverse de un lado a otro confundidos cuando Ariadne se alejó sin vacilar. No podían permitir que una invitada importante se topara con las puertas cerradas, y tampoco podían dejar que las abriera con sus propias manos. No podían hacer otra cosa; abrieron ambas puertas de par en par para dejarla pasar.

Rubina volvió a intervenir cuando estaba a punto de dar un paso sobre el umbral de la puerta.

—Está al tanto de las tensiones entre Su Majestad y el príncipe, ¿verdad?

Ariadne hizo una pausa.

—Discutieron sobre usted y la condesa Contarini.

Bianca, que la seguía, enrojeció. No habían discutido. León III había amenazado unilateralmente a Alfonso.

—¡Eso fue...!

Pero antes de que pudiera decir más, Rubina miró directamente a Ariadne y le preguntó—: Condesa, sois la esposa del heredero al trono. ¿Cómo podéis convertiros en una carga política alrededor de su cuello en lugar de ayudarle?

La silueta de Ariadne se estremeció... por una vez. Rubina no perdió la oportunidad de acercarse a ella y a Bianca y le puso una mano en el hombro, con una expresión de falsa ternura.

—Si al menos entabláis conversación con la condesa Contarini en esta fiesta, Su Majestad el Rey estará muy contento —bajó la voz y añadió—: Los hombres deben ocuparse de sus propios asuntos. Es nuestro trabajo como mujeres minimizar la cantidad de ruido innecesario que hacemos fuera de casa —luego lanzó una mirada gélida a Isabella—. Para ser honesta, yo misma no soy particularmente aficionada a esa mujer.

Isabella seguía mirando las montañas lejanas; o no había oído o fingía no oír.

Rubina volvió a susurrar, esta vez casi directamente al oído de Ariadne.

—Siéntese. Por el príncipe.

Al final, Ariadne se rindió y dejó que la mano de Rubina tirara de ella hacia el interior.

***

—Condesa de Mare. ¿Puedo llamarla Ariadne?

Lady Julia Helena era afable con Ariadne. Se apegó a ella sin siquiera mirar a Isabella.

—Si le resulta más cómodo, Lady Julia Helena...

—Tampoco hace falta que seas tan formal —Julia Helena pasó su brazo por el de Ariadne con una leve sonrisa.

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