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SLR – Capítulo 481

SLR – Capítulo 481-1

Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 481: La diferencia entre amigos y conocidos

Aunque Sancha había propuesto con orgullo que invitaran a la compasión, hacían falta dos para que esa estratagema funcionara.

Cuando se supo que la condesa de Mare había recobrado el conocimiento, el palacio del príncipe se vio asediado por peticiones de audiencia con ella. La autoridad para aceptarlas recaía en el dueño del palacio, y el sensible Alfonso dio prioridad a los amigos de Ariadne de antes de su matrimonio.

—¡Ari!

Julia llegó primero. Corrió hacia Ariadne a grandes zancadas -sus pasos eran correctos según la etiqueta, pero de algún modo tan rápidos como los de un caballero- y le agarró ambas manos. Después de eso, sin embargo, se quedó en silencio; su cerebro parecía haber dejado de funcionar en el proceso de tratar de elegir las palabras adecuadas.

Tras un largo rato de devanarse los sesos, por fin consiguió decir—: He traído... unas azufaifas encurtidas. Los hizo mi madre.

La marquesa Baltazar había montado un gran alboroto, diciéndole a Julia que debía darle las azufaifas a Ariadne porque purificaban la sangre y, por lo tanto, eran buenos para el período inmediatamente posterior a un aborto espontáneo. Normalmente no se acercaba a la cocina, pero esta vez se había arremangado y los había encurtido ella misma. Era una receta secreta de su familia, dijo, y no podía confiársela al cocinero.

Había llenado un tarro con las azufaifas en vinagre y oró hacia su hija.

—¡Esto la ayudará mientras siga sangrando por el aborto! Debe tomar una cucharada al día durante un mes, pero tres cucharones al día mientras siga sangrando.

Había sido una inusual muestra de firmeza por parte de una madre siempre amable y gentil.

Pero Julia no se atrevía a pronunciar la palabra "aborto". Se tomó otro largo rato para pensar y volvió a hablar justo cuando el ambiente estaba a punto de volverse melancólico con el silencio.

—...son buenos para la salud.

Ariadne también se dio cuenta de la incomodidad.

—Gracias, Julia.

Lo mismo ocurrió con la siguiente visitante: Cornelia, hija del conde Rinaldi. Se quedó vacilando detrás de Julia antes de tenderle el regalo que había traído.

—Esto es un regalo de mi parte, Ari. Es una bolsa de agua caliente para el invierno.

La bolsa de agua caliente se fabricaba con la vejiga de un cerdo. Para fabricarla, se sacrificaba a un cerdo de gran tamaño y se le extraía la grasa de la vejiga. Después se curtía con un método especial y se le ponía un tapón macizo. Se abría el tapón metálico y se llenaba de agua caliente; una vez cubierta con una funda de piel, se abrazaba al cuerpo como un pequeño calentador.

También era un regalo destinado a una mujer que había abortado. La condesa Rinaldi le había dicho a su hija que se la llevara a Ariadne para que no se le enfriara el bajo vientre. Sin embargo, al igual que Julia, Cornelia fue incapaz de precisar su propósito real.

—...afuera hace frío.

A esto siguió otro largo silencio. Julia, incapaz de soportarlo, cambió de tema con inquietud.

—¿No hace un tiempo maravilloso?

—¡Sí! ¡El aire es tan claro debido al frío!

Más silencio. Era inútil; no sabían qué decir. Sería extraño que le dijeran a Ariadne que tenía buen aspecto, pero también que le dijeran que se veía mal. Como todas las noticias de la alta sociedad eran sobre Ariadne e Isabella, tampoco podían transmitir nada de eso.

Que sus amigas la trataran como a un trozo de cristal incomodaba a Ariadne, pero no podía quejarse cuando también percibía la abrumadora cantidad de cariño que sentían por ella. ¿Invitar a la compasión? Eso era para la gente que estaba relajada, mientras que ella sentía que se iba a asfixiar en la quietud.

Camellia llegó un poco tarde, mientras todos los demás intentaban superar la incomodidad.

—¡Eh, chicas!

Ya fuera porque se había casado con un comerciante o porque el hecho de que estaba casada, desde que se había unido al representante Caruso se había vuelto mucho más bulliciosa. Dejó el paquete que había traído sobre la mesilla de noche con un golpe seco, se cruzó de brazos y preguntó en un grito triunfal—: ¿Estamos en un funeral? ¿Se ha muerto alguien?

Julia y Cornelia intercambiaron miradas. Habían pensado que alguien había muerto... ¿o no? ¿Sólo se era persona después del bautismo? ¿Cuándo se convertía alguien en persona?

Mientras sus amigas buscaban una respuesta a aquella pregunta incontestable, Camellia desató el fardo y extrajo su contenido.

—¡He traído algo para picar! Vamos a comer.

Estaba lleno de panna cotta rellena de crema de limón, mazapán con formas de frutas adorables, sfogliatelle recubiertos de azúcar blanco como la nieve, etcétera. Durante un breve instante, todas se dedicaron a admirar el colorido espectáculo. Aquí se podían encontrar todos los postres de moda en el centro de San Carlo.

N/T sfogliatelle: Dulce típico italiano de la región de Nápoles. Se denominan así por emplear la pasta sfoglia u hojaldre ("muchas hojas").

Camellia cogió un trozo de mazapán y se lo metió en la boca a Ariadne sin previo aviso.

—¡Mmph! —Ariadne tosió para despejar la obstrucción de su garganta.

Camellia le golpeó la espalda como era su costumbre y le dijo—: No frunzáis tanto el ceño. No es para tanto.

—¡Tose, tose!

—Está bien, dije.

—¡Tose, tose, tose!

—¡Eh, vosotros! Traed agua —gritó, pero nadie vino corriendo. Alfonso había ordenado a todos los criados que se marcharan para que Ariadne pudiera estar totalmente tranquila.

Julia se apresuró a traer un vaso de agua a pesar de ser la hija de un marqués. Camellia se lo arrebató disimuladamente e hizo beber a Ariadne con movimientos practicados.

—¡No, de verdad, no es para tanto! Que un adulto casi muera atragantado es más grave, ¿no crees? —preguntó sin rodeos.

—¿Fue un intento de asesinato?

—¿Qué te ha parecido? Estuvo bastante bien, ¿verdad? Creo que podría tener éxito la próxima vez.

Ariadne consiguió tragarse el mazapán que se le había quedado atascado en la garganta entre la cháchara de Camellia y le dirigió una mirada llena de resentimiento. Grandes migas salpicaban las comisuras de su boca como si alguien le hubiera dibujado una sonrisa.

Todas las mujeres acabaron estallando en carcajadas ante el divertido espectáculo.

Camellia soltó una carcajada mientras se sentaba en una esquina de la cama de Ariadne. Aunque actuaba como si no pasara nada, en realidad le había costado un gran esfuerzo mostrarse tan bromista. A decir verdad, quería matar a Isabella con sus propias manos; a diferencia del caso de Ariadne, Isabella le había hecho perder a su bebé bastante avanzado el embarazo. Había sido un shock terrible abortar a un niño que tenía un nombre y cuyos movimientos había sentido.

Tenía motivos de sobra para calificar el aborto de Ariadne de terrible tragedia y convertir así el incidente en algo enorme. No había sido un niño cualquiera, sino el hijo de un príncipe, y habría consolidado el matrimonio de Ariadne y su posición en palacio. Lo que Isabella le había hecho era extremadamente perjudicial.

La antigua Camellia sin duda habría pedido a Ariadne que encabezara los esfuerzos contra Isabella y se vengara en su nombre, pero vivir con el gerente Caruso la había hecho mucho más amable. Su marido no sólo era generoso económicamente, sino también emocionalmente. Decía constantemente, como por costumbre, que estaba mal aprovecharse de la desgracia ajena y crear oportunidades a partir de ella. Por supuesto, no siempre seguía este principio, pero en su opinión era la forma en que se debía vivir.

Sin duda resonó en la joven esposa cuyo amable marido siempre la trató con consideración. Había reprimido con fuerza el impulso de convertir la desgracia de Ariadne en una herramienta para su propia venganza. Una vez lo hubo hecho, pudo comprobar que su amiga había sufrido mucho. Sobre todo, sintió pena al pensar en cómo Ariadne debía de estar culpándose a sí misma.

—Es habitual en las primeras etapas. Nadie habla de ello, pero a mí también me pasó.

Ariadne, Julia y Cornelia abrieron mucho los ojos; no habían oído hablar de esto antes. Cuando el ambiente de la sala parecía encaminarse de nuevo hacia una desesperación incontrolable, Camellia cogió otro trozo de mazapán y lo agitó en el aire.

—¡No pongáis esa cara! Sólo conseguiréis deprimiros más.

El mazapán era un arma letal. Julia y Cornelia salieron corriendo, pero Ariadne no pudo porque estaba tumbada en la cama. Camellia le puso el mazapán en la cara.

—¡Y tú! Deja de holgazanear en la cama.

El mazapán desmenuzado y horriblemente desfigurado se precipitó amenazadoramente hacia la boca de Ariadne. Ella rodó involuntariamente hacia un lado para evitarlo, manchado por los dedos de Camellia.

Camellia lo hizo girar por encima de las sábanas y gritó—: ¡Tienes que pasear! ¡Dar paseos! ¡Ver a la gente! ¿Entiendes?

A pesar del lamentable estado del mazapán aplastado, Ariadne pudo sentir todo el alcance de su bondad. Las sábanas se estropearían, pero bueno.

—Tu marido ya nos ha enviado tela suficiente para hacer sábanas nuevas. Puedes ponerles todas las migas que quieras.

—¿Oh? ¿Significa eso que tengo derecho a empezar una pelea de comida?

—¿Cuántos metros? —interrumpió Julia.

—¡300 rollos!

—¡Entonces sí tienes derecho! —reconocieron sus amigas—, ¡Destrózalo todo!

Camellia rompió el mazapán en trocitos y los esparció por las sábanas. Cornelia gritó, mientras Julia cogía una panna cotta, riéndose. Ariadne palideció al imaginar la crema untada por todas partes.

El cálido -y pegajoso- amor que había recibido de Camellia hizo que la primera sonrisa genuina desde el incidente floreciera en su rostro.

***

El siguiente grupo de invitados eran blancos mucho más fáciles ante los que enfatizar su victimismo. No había sido fácil fingir emoción en presencia de amigos que se preocupaban sinceramente por ella; la había hecho sentirse despreciable.

Pero delante de las mujeres de la alta sociedad, era tan fácil como respirar. No habían sido sus amigas en primer lugar; la némesis de ayer podía convertirse en la amiga de hoy. No les tenía ninguna lealtad.

—Quisiera expresarle mi más sentido pésame, Condesa de Mare.

 La vieja marquesa Montefeltro, que había venido como representante de las nobles, inclinó la cabeza. Aun así, Ariadne pudo darse cuenta de que la estaba examinando astutamente.

El resto de las mujeres añadieron sus comentarios.

—Debe estar destrozada.

—Lo siento mucho.

—Mis condolencias.

Aunque su etiqueta era precisa, no había ni una sola onza de verdadero cuidado. Ariadne también inclinó la cabeza sin una pizca de disculpa.

—¿Se siente un poco mejor ahora? —preguntó la marquesa Chibaut. Los Chibaut habían huido a su territorio en el norte y habían regresado a la capital hacía poco. Planeaban unirse a la familia real en su viaje a Harenae para que la marquesa, que se encontraba mal de salud, pudiera recuperarse en el sur.

La marquesa era un poco tonta, pero no era mala persona. Ariadne hizo a un lado la ligera culpa que sentía y le dedicó una leve sonrisa sin palabras. Su rostro estaba lleno de melancolía.

—¡No, mi señora, ese ángulo no funcionará! Se parece demasiado a una sonrisa real —Sancha la había sometido a un severo régimen de entrenamiento—. ¡Suba un poco más las comisuras de los labios! Incline la cabeza un poco más. Sí, así. Una sola lágrima sería suficiente, pero debe seguir aunque no pueda producirla.

La sonrisa actual de Ariadne era una obra de arte, formada mediante un conjunto perfecto de cálculos. Sancha era la artista, y además con mucho talento. La condesa Marques estaba completamente engañada por su perfección.

—Debe de estar luchando emocionalmente, pero su salud tiene que ser lo primero —le dijo a Ariadne, con el rostro lleno de compasión—. El bebé volverá a usted cuando sea el momento adecuado.

Esta mujer tampoco era una mala persona, aunque en su vida pasada hubieran tenido una pelea donde le tiró de los pelos. Aun así, esta era la ocasión que había estado esperando; no podía dejar escapar la oportunidad.

Giró la cabeza para mirar a la condesa Marques.

—Condesa Marques —dijo. Su mirada estaba vacía, como si estuviera mirando a través de la condesa hacia una montaña lejana—. ¿Será... el mismo bebé?

—Oh, no.

La marquesa Chibaut, que se conmovía con facilidad, se secó los ojos con un pañuelo. ¡Una joven madre afligida! ¡Pobrecita!

Esta vez, la condesa Balzzo, la fiel creyente -tenía fama de serlo-, hizo una solemne advertencia a Ariadne.

—El bebé habrá entrado con éxito en el ciclo de la muerte y el renacimiento. Por lo tanto, volverá a usted bajo la protección de Dios, Condesa de Mare. Todo lo que podemos hacer es creer y rezar para que así sea.

Ariadne se volvió para mirar a la condesa Balzzo, con los ojos apagados.

—¿Puede un niño no bautizado unirse también al ciclo de muerte y renacimiento?

Esta vez, la marquesa Chibaut y la condesa Balzzo se llevaron simultáneamente los pañuelos a los ojos. ¡Dios mío, ella también había estado preocupada por eso! Pensar que quedaba una joven como ella en este mundo decadente donde todos pensaban y vivían como querían...

Sin embargo, la muy exigente condesa Marques le tendió una emboscada. Siempre le había desagradado la condesa Balzzo por parlotear sobre doctrina religiosa cuando ella no sabía tanto al respecto.

—Es verdad que los no bautizados no pueden entrar en el ciclo —dijo en estricto apego a las enseñanzas—. Eso está escrito en "las Meditaciones"....

A Ariadne se le saltaron las lágrimas, lágrimas de verdad. Aunque no había tenido fuertes sentimientos al respecto, la desconcertó oír que se afirmaba que ella y el niño no podrían volver a verse.

Sobresaltada, la marquesa Chibaut dio un codazo a su amiga y pensó: '¿Cómo ha podido arrebatar a una joven tan fiel a su hijo, que era más precioso que la vida? ¡Dios es tan cruel!'

—¿Ha estado su hermana en contacto desde el incidente? —preguntó furtivamente la condesa Balzzo en medio del alboroto. Los ojos de la vieja marquesa Montefeltro también brillaron de curiosidad.

Las lágrimas goteaban de los ojos de Ariadne. Esta vez, todo era una actuación. O más exactamente, eran lágrimas de rabia; lloraba porque quería hacerle algo terrible a Isabella, pero de momento no había forma de detenerla y torturarla. Sólo que Sancha le había enseñado a bajar la mirada y llorar fingidamente.

—¡Alto, alto! ¡La Condesa de Mare está llorando! —exclamó la marquesa Chibaut para contener a la condesa Balzzo.

—Es decir, supuse que ya se habría disculpado... —murmuró la condesa a la defensiva. Por dentro, sin embargo, estaba contenta. Había comprobado que las hermanas no se habían reconciliado.

Ella y la marquesa Chibaut resultaron ser los amplificadores de sonido gemelos de la alta sociedad. Como se movían en círculos diferentes, esta configuración era la idónea para propagar rumores a todos los rincones a través de las dos gruesas arterias. A una de ellas le gustaba Ariadne; a la otra, Isabella. En cualquier caso, las partes de la alta sociedad que defendían el palacio del príncipe encontraron su voz en este momento.

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