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SLR – Capítulo 470

SLR – Capítulo 470-1

Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 470: General perro

‘La p*ta del rey’. No es que Isabella nunca lo hubiera pensado. Se lo había repetido burlonamente, tratando de digerir el hecho de que ahora era su posición. Sin embargo, no era un título que una mujer que una vez había tenido los sueños más grandiosos del Continente Central pudiera aceptar fácilmente. Desde luego, no era un epíteto con el que pudiera estar de acuerdo viniendo de cualquier otra persona.

—¡Estás acabada! —gritó. —¡Se lo diré a Su Majestad, y sufrirás las consecuencias!

—¿Fue incorrecto lo que dije? —Ariadne sonrió, levantando torcidamente una comisura de los labios—. ¿Eres la esposa legal del rey, entonces? ¿No he reconocido a Su Majestad la Reina?

Esto no era propio de la siempre tranquila Ariadne.

—Debes estar muy contenta de ser mi suegra —su tono era muy combativo y lleno de burla—. No, espera, tu mayor ambición es convertirte en mi suegra, ¿no? Ahora sí que has tirado tu vida por la borda.

Isabella se levantó de su asiento, con el rostro mortalmente pálido, y se acercó a Ariadne. Levantó rápidamente la mano derecha como un gato furioso.

Por dentro, Ariadne se reía de ella. Isabella no era rival para ella físicamente. Vio claramente cómo subía la mano y creyó que había sacado la suya en el momento justo para detenerla.

Sin embargo, llegó medio latido tarde. La mano de Isabella voló ferozmente hacia su cara y la golpeó.

—...¿me has pegado? 

Miró a Isabella con la mano izquierda en la cara. La humedad de sus iris verdes y el blanco de sus ojos tenían un brillo nacarado juntos.

Isabella dio un paso atrás, sobresaltada por su vigor. Ariadne saltó sobre ella con un ruido salvaje.

Después de eso, la lucha se convirtió en una batalla campal.

—¡Ack! 

Isabella luchó, con el pelo en el agarre de Ariadne. Sólo después de tambalearse un rato debido a sus cortos brazos, consiguió por fin agarrar el pelo de Ariadne.

—¡Eh! —rugió Ariadne mientras intentaba quitársela de encima, pero no fue posible. Isabella se aferró tenazmente y agitó los brazos.

Ariadne intentó apoyar su peso en la pierna izquierda y patear a Isabella con la derecha. Todo su cuerpo se tambaleó. Antes habría sido capaz de mantenerse en pie, pero últimamente estaba lenta y pesado en general.

Isabella aprovechó para rascarse la cara y extendió también una mano.

—¡Eek! —gritó Isabella en sus últimos estertores. Las longitudes de sus respectivos alcances determinaron al vencedor: ella intentó esquivar las uñas de Ariadne, pero fracasó. No pudo evitar ser arañada por aquellas afiladas garras.

En realidad habría sido mejor si se hubiera dejado golpear en lugar de esquivarlo. Al inclinarse en un ángulo extremo, se cortó con el cuchillo de carne que había sobre la mesa; le dejó una gran herida punzante en la mejilla.

La sangre carmesí le corrió por la cara. El dolor ardiente siguió un momento después.

—¿Cómo has podido hacerme esto en la cara? —gritó. Estaba muerta de miedo; su hermoso rostro era su vida. En otro tiempo, había pensado que debía caer muerta antes que envejecer. Nunca hubiera imaginado que una cicatriz pudiera arruinar su rostro antes de que tuviera la oportunidad de envejecer.

—Voy a matarte... —murmuró, aturdida—. ¡Voy a matarte! —el rencor volvió poco a poco a sus ojos y gritó con saña—: ¡También te voy a arañar la cara!

—¿Por qué? ¿Es tu cara lo único que tienes? —replicó Ariadne burlonamente en respuesta a su pánico. La miró ahora triunfante—. Aunque ahora me quede una cicatriz en forma de cruz en la cara, seguiré siendo la esposa de un príncipe.

—¡Tú! 

La enfurecida Isabella atacó a Ariadne, su cuerpo voló por los aires a una velocidad inverosímil dada su complexión y fuerza.

¡Crash, thud! Las dos mujeres rodaron por el suelo, la rubia más pequeña encima. Ariadne intentó esquivar a Isabella y acabó aplastada justo debajo de ella. Una vez que consiguió empujarla, levantó la parte superior del cuerpo del suelo, previendo que el dolor le inundaría la espalda y la nuca, pero, para su sorpresa, el intenso dolor le llegó en forma de calambres en el bajo vientre.

—Agh...

Sintió algo caliente y húmedo entre las piernas. Separó tímidamente los muslos; la zona entre las rodillas y el plexo solar le dolía horrores y la sentía pegajosa. A lo lejos, oyó a Isabella chillando por la larga herida que se había hecho en la cara.

La vista se le nubló. Todo a su alrededor estaba empañado, como si mirara a través de una ventana sucia, pero aún podía distinguir los colores. Una mancha negra se formó en la falda de su vestido verde: era el color de las pesadillas, sangre roja fresca que se encontraba con el verde de la tela y corría sin control.

***

El personal de palacio se había reunido en las inmediaciones, respirando lo más silenciosamente posible, desde el momento en que oyeron a las dos damas alzar la voz. Sin embargo, ninguno de ellos se atrevió a intervenir.

Cuando oyeron el estruendo, uno de ellos corrió a los aposentos del rey, mientras que otro corrió al palacio del príncipe, cada uno con la intención de informar del incidente a sus respectivos dueños.

El primero corrió en vano. León III había salido de viaje en secreto; no mucha gente sabía que en ese momento estaba ausente del Palacio Carlo. Su secretario, el señor Delfinosa, se enteró tarde de la noticia y se apresuró a ir al comedor.

Éste reapareció a una velocidad increíble con el príncipe Alfonso, que estaba tan lleno de furia como una nube a punto de desatar truenos y relámpagos.

El príncipe parecía venir directamente del campo de entrenamiento; sólo llevaba pantalones de entrenamiento, botas y una camisa fina. 

—¿Qué demonios ha pasado aquí? —exigió. Ariadne estaba apoyada en una tumbona en un rincón, gimiendo. Tenía la falda empapada de sangre—. ¡¿Nadie ha llamado a un médico todavía?!

Aquello era grave. El encargado del comedor y la sirvienta que trabajaba para Isabella empezaron a temblar; probablemente uno de ellos debería haber llamado a un médico.

Afortunadamente, el príncipe había traído del campo de entrenamiento al médico militar de los Caballeros del Casco Nero. Inmediatamente se dirigió hacia la pálida Ariadne, que tenía los ojos cerrados.

—¡Espera...! —exclamó Isabella. Aquel médico era el mayor especialista en cirugía del continente, y ella estaba preocupada por la larga herida horizontal de su mejilla izquierda.

Alfonso le lanzó una mirada aterradora. Incluso Isabella tuvo el discernimiento suficiente para callarse de inmediato.

El médico, liberado del irritante intruso por su maestro, se llevó una mano a la frente de su paciente y luego frunció el ceño. Había detectado algún tipo de aberración.

Sacó de su bolsa un termómetro de mercurio muy primitivo, de origen moro, para tomar la temperatura a Ariadne.

 —98,6 fatou…

Era más alta que la de una persona sana, pero basándose en su experiencia de campo como el mejor cirujano del Continente Central, una paciente que había sufrido tanta hemorragia como ella debería haber tenido una temperatura significativamente más alta. Normalmente, ella estaría ardiendo con una fiebre extremadamente alta.

Se diferenciaba de sus pacientes habituales en que tenía una hemorragia, no estaba herida, pero la sangre tenía que proceder de una rotura en alguna parte del cuerpo. Como experto, tenía que informar de ello a su jefe.

—Alteza —llamó al príncipe Alfonso. Se inclinó para susurrar al oído del príncipe para que no le oyeran los que estaban cerca—. No creo ser la persona más indicada para tratar esta situación en particular.

El príncipe frunció el ceño. No toleraría que el experto que había traído con él eludiera su responsabilidad.

El médico se dio cuenta de que había entendido mal. 

—No, no, no quiero decir que no sepa lo que ha pasado, señor. 

El príncipe le miró amenazadoramente y agitó las manos.

—Tenemos que consultar a la boticaria para esto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Alfonso a bocajarro—. ¿Ariadne está bien?

—Sí. Aunque no es mi especialidad, creo que su vida no corre peligro. Dicho esto... —miró al príncipe antes de añadir—: …su esposa parece haber abortado.

Todos los presentes en la Grande Sala da Pranzo creyeron erróneamente haber oído el bramido de una bestia. El príncipe Alfonso aferró a la inconsciente Ariadne y gritó—: ¡¿Cómo puede ser esto?!

Sus manos y pies blancos temblaban con sus movimientos como si estuviera muerta. —¡¿Cómo?! ¿Cómo puede ser?! —rugió una vez más.

Cuando se casaron, él se comprometió a mantenerla a salvo hasta el fin de los tiempos, a protegerla para que no sufriera ni un rasguño. Había hecho esta promesa porque estaba razonablemente seguro de que podría cumplirla. Como general victorioso en las Cruzadas y famoso en todo el continente, nunca se había imaginado que sería incapaz de proteger a su mujer y a su hijo.

Y sin embargo, aquí estaban. Su hijo estaba muerto, y su mujer inconsciente, todo por un incidente trivial causado por un ser humano completamente insignificante.

—¡Isabella de Contarini! —gruñó el gran general victorioso del Continente Central—. ¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer?

Toda la sangre se drenó de la cara de Isabella.

—¡Mataste a un heredero de la familia real!

Cualquiera que sacara a relucir que el niño no habría estado en el orden de sucesión, no era de la realeza, etc debido al matrimonio morganático se habría encontrado ejecutado. En cualquier caso, eso no importaba; Alfonso no estaba enfadado porque el niño hubiera sido descendiente de la familia real.

—¡Tú! ¡Mataste a mi hijo! —gruñó como un animal. Era el sonido de un hombre que de repente había perdido su carne y su sangre, la cosa que debería haber resguardado más estrechamente en el mundo entero. Era la ira de un padre joven que aún no estaba seguro de la existencia del niño, pero que había esperado día y noche las buenas noticias.

—Le quitaste la vida a mi hijo. Por lo tanto… —murmuró con una voz que un Behemot que se hubiera arrastrado desde el infierno podría haber usado justo antes de atacar— ...tomaré la tuya.

N/T Behemot: Behemot(Gigasatan Bemothis) -a veces llamado Bahamuth o Begimo- es un demonio gigantesco mencionado en El libro de Job, a tal punto que su nombre se utiliza como seudónimo de lo monstruoso y lo desmesurado.

Alguien gritó. No era Isabella; respiraba con dificultad mientras miraba al príncipe.

Tanteó su cinturón y se dio cuenta de que la espada que llevaba era la que había estado usando en el campo de entrenamiento.

—Traedme a Khaledbuch —ordenó con voz gélida. La gente en el comedor se agitó, viendo sólo ahora que hablaba en serio, pero los caballeros a su servicio que lo habían seguido hasta aquí no se inmutaron.

—¡Sí, señor! 

El señor Desciglio corrió inmediatamente en dirección al palacio del príncipe. Iba allí a recuperar la espada.

En ese momento, oyeron un grito agudo e histérico—: ¡Se lo ha buscado!

Había venido de Isabella. Incluso con ese rostro sin sangre, alzó la voz; iba a por todas. 

—¡Alteza! ¡Mi hermana fue la que irrumpió en el palacio y se peleó conmigo! A mí también me hirieron.

Una luz blanca brilló en los ojos de Alfonso. Su respuesta no se hizo esperar.

—Veo que has perdido el juicio.

Desenvainó la hoja de su cinturón sin esperar a la espada sagrada.

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