SLR – Capítulo 359
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 359: Un nuevo peso pesado
Ariadne levantó la vista, sorprendida por la reacción de Alfonso.
Inmediatamente la besó en la frente. Ella no se recuperó del susto mientras él lo hacía.
—¿No estás disgustado? —preguntó con cautela.
Él la miró con los ojos muy abiertos y ella reiteró su delito.
—Yo... yo incité a los mercaderes a atacar a la nobleza sin ningún permiso —su voz se fue apagando poco a poco—. Puede que encuentres ofensivo que haya hecho algo tan astuto... Quiero decir, nunca he hecho este tipo de cosas cerca de ti antes...
Se rió.
—Oh, Ariadne...
Al no saber por qué se reía, le lanzó una mirada de desconcierto. Esto reveló los dientes de conejo que tanto le gustaban: sus dientes delanteros eran ligeramente visibles bajo el labio superior, lo que la hacía parecer una ardilla que se hubiera perdido. Él la describía como una ardilla sorprendentemente lista, pero que a veces perdía la noción de dónde había enterrado las bellotas.
—¿Qué quieres decir con que no has sido astuta conmigo antes?
Ella se tensó, preguntándose si él se habría dado cuenta de que ella se le había acercado a propósito desde el principio. Sin embargo, él hablaba de otro momento.
—Cuando maté al duque Mireiyu...
—Oh.
Su voz se volvió fría y ella se agarró a su brazo. Él la abrazó mientras ella se ponía rígida. —Vi la forma en que ayudaste a manejar las secuelas.
—Ah...
Ariadne había hablado con la reina Margarita y se había ocupado de la muerte del duque. El Reino Gallico había intentado utilizar la muerte del duque Mireiyu para hacer peticiones absurdas, y ella lo había impedido.
Alfonso continuó con voz afectuosa—: Entonces hubo una vez que enviaste oro a Jesarche.
Ariadne había demostrado una perspicacia que era imposible creer que hubiera salido del cerebro de una niña de quince años.
—Como la línea regular no era fiable como medio de comunicación, utilizaste un medio más directo a través de un amigo. Luego organizaste un método seguro y fiable de transferir dinero: la ruta del gremio de mercaderes. Ni siquiera los funcionarios del reino podían hacer algo así. Me quedé asombrado. Eres una mujer brillante.
Cuando a los funcionarios se les confiaba una tarea, primero se quejaban de que no había personal suficiente. Luego protestaban por el presupuesto y, cuando se satisfacían ambas quejas, alegaban que no tenían tiempo suficiente. Muchos de ellos tenían talento para redactar informes, pero pocos sabían cómo hacer las cosas.
—¿Y qué es eso de incitar a los mercaderes sin permiso? ¿De quién es el permiso para obligar a la nobleza a pagar sus deudas? ¿Nuestro querido rey, tal vez?
Ariadne no pudo evitar reírse ante la mención del rey León III. Sin duda, nadie necesitaba permiso para recibir lo que le correspondía. En cuanto al rey León III, era el tipo de persona que se opondría activamente a hacer lo que era justo. Pero mientras Ariadne podía reírse de esto, el corazón de Alfonso se entristeció al mencionar al rey León III.
Había rechazado la absurda sugerencia del rey León III de que fuera a Trevero, pero una carta que recibió después le había angustiado. La carta era del Reino Gallico.
[Querido Príncipe Alfonso,
Creo que haré la visita solicitada, ya sea con Su Majestad, el Rey Filippo IV o por mi cuenta.
El Reino Gallico recibió una invitación del Papa Ludovico en Trevero.
Dada la situación actual, ¿por qué no celebramos esa reunión que no pudimos celebrar antes, pero en Trevero? [...] Creo que esta vez es necesario llegar a una conclusión clara sobre el acuerdo matrimonial.
Atentamente,
Gran Duque Eudes de Valois.]
Alfonso necesitaba concluir el asunto de su matrimonio con la Gran Duquesa Lariessa. Había algo que había decidido hacer: esperar hasta poder poner fin a la relación por escrito, colocarle una tiara en la cabeza y nombrarla su esposa antes de llevarse a Ariadne a su cama.
Alfonso se había resentido muchas veces de haber tomado una decisión tan absurda, pero era un hombre de palabra. Antes de apartar a Lariessa de su vida, no iría más lejos con Ariadne. En otras palabras, tenía que reunirse con el Gran Duque Eudes como fuera. Eso lo liberaría, estaba desesperado por avanzar con Ariadne.
Con la mente divagando sobre muchos temas, miró a Ariadne, la fuente de todas sus preocupaciones. Ella ladeó la cabeza inocentemente al notar su mirada, sus labios rojos como cerezas se retorcieron al susurrar—: ¿Qué pasa? ¿Te preocupa algo?
Parecía tan contenta que él sonrió y le rozó la mejilla con la nariz. Ella rió por lo bajo y él la besó ligeramente, también en la mejilla.
Nada le habría gustado más que reclamar aquellos labios deliciosos con los suyos, pero aún no podía. No se habían cumplido las condiciones. Reprimiendo los ardientes impulsos de su cuerpo, dijo con calma—: No. No me preocupa nada.
La última vez que había cruzado la frontera, había tardado casi 5 años en volver. No pensaba dejarla atrás nunca más.
‘No. No puedo dejar San Carlo.’
—No pasa nada —dijo como tranquilizándose a sí mismo —luego la miró con dulzura—. ¿Eso es todo lo que te preocupaba? ¿Que se pudiera recurrir al tribunal de la Inquisición?
El asunto ya había terminado, y no había nada más que pensar. El tribunal había sido utilizado como una herramienta: Caruso había ganado su juicio a través del monasterio, y el conde Contarini había sido expulsado de su mansión. ¿Qué más podía haber?
Como era de esperar, Ariadne arrugó la nariz, apareciendo esas bonitas arrugas a lo largo del puente nasal.
—Bueno, ya ves, el asunto no acabó muy limpio —entonces se sinceró y le habló de su verdadera preocupación—. Quiero que se cumpla la orden judicial, como pidió el señor Caruso, pero....
Explicó que todos sus preparativos habían resultado defectuosos y se quedó con la sensación de no haber hecho lo suficiente.
—Si hago que se ejecute la orden judicial y termino el asunto así, la nobleza de alto rango estará deseando vengarse y tomar represalias con el señor Caruso. No estoy segura de que eso sea lo ideal.
Era un punto razonable. Alfonso asintió.
—Estoy de acuerdo en que sería peligroso.
No era un problema de elegir al mercader o al transatlántico adecuado. Los grandes nobles con sus territorios no tenían forma de atacar financieramente a Caruso. Durante la pandemia, Caruso había pasado de ser un distribuidor nacional de suministros que se limitaba a vender diversas mercancías a un rico comerciante. Se había cimentado una posición exclusiva como importador de artículos de lujo, suministros médicos y artículos de primera necesidad.
A menos que la nobleza tuviera la intención de boicotear por completo la seda y las especias o se negara a comprar medicinas cuando estaban enfermos, no había forma de que pudieran provocar la quiebra de la compañía Bocanegro. Y aunque boicotearan a su gremio de comerciantes, a él no le habría importado. Sólo había otra cosa que los nobles podían intentar: ataques físicos contra su persona.
—Mis caballeros están en la capital, pero no tengo el derecho oficial de supervisar la seguridad pública.
Por muy grande que fuera el ejército del que se dispusiera, era difícil hacer uso de él sin justificación legal.
—Lo más que puedo hacer es ocuparme de que esté protegido extraoficialmente, y cuando salga de viaje fuera de la capital, no podré hacer absolutamente nada por él. Estaría en territorio de los nobles.
Los nobles de alto rango tenían poder judicial sobre sus territorios y sus gentes, exactamente lo que poseía Bianca de Harenae. Si alguien sospechoso de un delito pasaba por un territorio, podía ser encarcelado por el señor de esas tierras en cualquier momento. El problema era que la sospecha podía estar totalmente en la cabeza del señor, y nadie podía quejarse.
Ariadne frunció el ceño.
—Entonces el problema son los viajes al extranjero.
—Sí. E incluso si pasa algo, no tendré jurisdicción sobre la investigación.
La compañía Bocanegro realizó decenas de viajes comerciales tanto dentro del continente como por mar en un solo año.
—Si el señor de cualquier tierra por la que pase en un viaje lo encarcela por alguna razón, entonces será el fin.
—Habrán perdido a su líder en un instante.
Ariadne se quedó pensativa. Iba a decir algo cuando Alfonso le puso un dedo en los labios.
—No lo digas.
Hizo un mohín, quejándose de un modo apenas perceptible—: ¿Cómo sabeh lu que vua decih?
‘¿Cómo sabes lo que voy a decir?’
Alfonso sonrió como si aquello le pareciera totalmente normal.
—Pretendes que el público sepa que tú eras el cerebro y Caruso sólo el instrumento.
Los ojos de Ariadne se abrieron de par en par. ‘¿Desde cuándo había aprendido a leer la mente?’ Hizo un mohín aún mayor y le apartó el dedo.
—Pero... Ugh.
El dedo de Alfonso olía a pan caliente.
—¡No podrán tocarme!
Ariadne era la santa del Refugio de Rambouillet y la madre de los pobres. Si los nobles eran sorprendidos intentando hacerle daño, podían acabar colgados de la pared a manos de una multitud enfurecida.
—¡Soy lo bastante importante como para que no se atrevan!
Se trataba de una conversación seria, pero a Alfonso le pareció lindo que ella enfatizara su importancia de esta manera y volvió a reírse. Pero Ariadne se quedó inmóvil como una estatua.
—Espera... Demasiado importante para atacar...
Alfonso se rió.
—¿Vas a hacer que Caruso ayude también a los pobres y se forje una reputación como la tuya? Tal cosa llevará tiempo.
Sería necesaria una pandemia para que la gente agradeciera a los que prestan ayuda. Caruso podría gastar toda su riqueza y aun así no conseguiría forjarse una reputación como la de Ariadne. Tampoco podría casarse con alguna dama o princesa de alto rango para asegurar así su estatus. Ya estaba casado, y no habría ninguna dama o princesa dispuesta a contraer tal matrimonio, de todos modos.
—No, no es eso —dijo Ariadne, dando vueltas como si acabara de tener una gran idea—. ¿Por qué no... le damos inmunidad al señor Caruso?
—¿Qué?
***
Ariadne charló largo y tendido con Alfonso sobre su idea antes de regresar.
—Creo que debo de ser el tipo de persona que piensa mientras habla —le dijo a Sancha mientras yacía en la cama—. No conseguía ordenar las cosas según su importancia mientras pensaba sola, pero cuando hablaba con él, ¡todo tenía perfecto sentido!
Sancha no dijo nada, cepillando el pelo de Ariadne. Parecía un poco desanimada.
—Me pregunto si Alfonso y yo hacemos buena pareja después de todo.
Las conversaciones con él eran diferentes de las que mantenía con Césare. Cuando Césare estaba de buen humor, alababa a Ariadne hiciera lo que hiciera. Aunque la lluvia de cumplidos le sentaba bien, las conversaciones no eran constructivas.
Sin embargo, las respuestas de Alfonso a las preguntas de Ariadne dieron lugar a interesantes hipótesis. Él tenía una forma completamente distinta de ver el mundo. Cuando ella veía una zona montañosa e imaginaba que allí se construiría una rentable ciudad comercial, él planeaba cómo podría marchar un ejército a través de lo que normalmente era tierra cultivable.
—¿Sabes de qué hemos hablado hoy?
—¿Qué era? —preguntó Sancha.
—Vamos a darle al señor Caruso algo de tierra.
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Muchas gracias por los capítulos ❤️🔥
ResponderBorrarJaja Sancha esta celosa
ResponderBorrarMuchas gracias, esta muy bueno
ResponderBorrarMuchas gracias por los capitulos
ResponderBorrarUy, alguien está celosa por no ser la confidente
ResponderBorrarUn capítulo de mis dos favoritos me llena el corazón ❤️ Necesito que Alfonso termine ese acuerdo matrimonial para que se case con Ariadne y saque todo lo que tiene acomulado 🫦
ResponderBorrarQue linda pareja hacen
ResponderBorrarVaya me encanta como Ari y Alfonso se completan, no sólo románticamente sino también intelectualmente. Muchas gracias por subir esta increíble historia!
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