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SLR – Capítulo 319

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 319: La otra cara de una persona amable 

La duquesa Rubina se cernía sobre la condesa Clemente de Bartolini desde su silla de seda roja elegantemente adornada, lanzando una mirada fría y desdeñosa hacia abajo.

Clemente tenía un aspecto poco impresionante, con un rostro sin rasgos. Vestía ropas costosas, pero de diseño sencillo, y su figura era anodina. Pero, por alguna extraña razón, daba muestras de elegancia. Aunque tenía rasgos ordinarios y poco gusto para la moda, sólo una mujer de sangre noble podía entrar en esa sala de audiencias.

Rubina se sintió extrañamente satisfecha al ver a semejante noble temblando amedrentada a sus pies.

La Duquesa la regañó intencionadamente en tono amenazador.

—Sólo hay una razón por la que te he permitido estar en mi presencia, incluso después de tu altanera petición.

Clemente tembló como un pequeño pinscher miniatura asustado.

—Debes agradecer a tu difunto padre su dedicación toda su vida a mí.

La relación entre el difunto conde Contarini y la duquesa Rubina era más parecida a la de un socio que a la de un amo y un criado. En algunas ocasiones, el conde Contarini incluso daba órdenes a Rubina. Sin embargo, Rubina se daba aires de altanería ante la hija de su sabio socio, y Clemente no estaba en condiciones de responderle.

—En primer lugar, ¿por qué has venido? —preguntó Rubina.

Era bastante obvio por qué Clemente de Bartolini había pedido una audiencia con Rubina. No había otra razón más que implorar ayuda financiera para su pobre hermano. Y Rubina supuso con gran certeza que Clemente le pediría su apoyo para nombrar al juez que debía ser enviado a la corte real.

El difunto Conde Contarini había regañado a Rubina por su estupidez de vez en cuando e incluso la había considerado patética. Ahora le tocaba a Rubina corresponderle a través de su hija. La duquesa creyó haber cumplido con su parte y resistió un fuerte impulso de tirarle de las orejas.

‘Ahora que se ha terminado, quiero que se vaya para poder relajarme.’

Rubina sentía un profundo desprecio por la esposa del nuevo conde Contarini. La detestaba y no tenía ninguna inclinación a ayudar a la joven pareja, especialmente debido a su fuerte aversión por la condesa de Bartolini. La condesa Bartolini le resultaba igualmente antipática.

Ahora que Rubina se había desahogado, no tenía nada más que decir a Clemente. Sin embargo, las palabras procedentes de la hija del difunto conde asombraron a Rubina lo suficiente como para mantenerla en vilo.

—Un clérigo escoria no pudo luchar contra su desagradable lujuria y dio a luz a su horrible hija, Isabella de Mare, que es responsable de arruinar por completo mi familia.

Clemente de Bartolini era conocida por su devoción a la fe jesarca. También fue la fundadora de la Asociación de Mujeres de la Silver Cross, una organización benéfica con una influencia considerable. Las devotas miembros del grupo descubrían y hacían donaciones trimestrales a varios pequeños monasterios.

Mientras la mayoría de los demás contribuían a la capilla de San Ercole, Clemente hacía donaciones a monasterios más pequeños para apoyar a sacerdotes en ciernes. Se trataba más de un pasatiempo personal que de un gran propósito, pero la duquesa Rubina nunca conocería con precisión sus pensamientos íntimos.

Pero que Clemente de Bartolini profiriera insultos contra el cardenal de Mare, jefe de todos los clérigos del reino etrusco, resultó increíblemente chocante para Rubina.

Además, Clemente de Bartolini era del tipo de persona tímida y reservada que siempre mantenía humildemente la mirada en el suelo y arrastraba las palabras al final de sus frases con inseguridad. ‘¿Por qué habla tan bien de repente?’ se preguntó Rubina.

Mientras la duquesa la miraba con ojos sorprendidos, Clemente articuló con prontitud todas y cada una de las siguientes palabras.

—La joven escoria ha sido aceptada como esposa legal de mi hermano, una posición muy por encima de sus posibilidades, sólo por la alta reputación de su padre. Es incompetente, carece de talento y se lleva mal con mi hermano. Lo único que ha traído a esta casa son problemas.

Ese retrato le recordó a la Duquesa Rubina a alguien. ‘Margarita…’

Rubina se sintió satisfecha desde el fondo de su corazón. No pudiendo desaprovechar esta oportunidad, Rubina inquirió alusivamente. 

—¿Acabas de decir que ella y el joven conde Contarini no se llevan bien?

—N-nada de eso... Cada día... se parece... a un día en el campo de batalla...

En cuanto dejó de hablar mal de Isabella, Clemente volvió a su forma habitual de hablar, arrastrando las palabras. Sin embargo, a Rubina ya no le importaba la lentitud con la que hablaba Clemente, porque ahora estaba demasiado inmersa en su historia.

—Camellia de Vittely... Es decir, la ex-prometida de Ottavio... ahora, la esposa de un comerciante... envía cartas amenazantes a la familia de mi hermano todos los días...

Aunque Camellia de Vittely sólo había enviado dos cartas oficiales firmadas, Clemente exageró el número arbitrariamente.

—Cada vez que reciben... las cartas de Camellia... Los dos... pelean como perros y gatos...

Bueno, Ottavio e Isabella habían peleado severamente en más de dos ocasiones, así que no era una exageración esta vez.

—Hoy no fue la excepción... Ella exigió que le diéramos 12.000 ducados para mañana por la tarde... o de lo contrario seríamos demandados y juzgados en la corte real...

Clemente había cambiado sigilosamente la fecha, En realidad, Camellia había determinado que la fecha de vencimiento era a finales de este mes. Sin embargo, la fecha que Isabella había fijado para el exponer la infidelidad de Clemente de 12.000 ducados vencía mañana por la tarde. Naturalmente, Clemente mintió y cambió la fecha límite.

—Y su carta oficial decía que... el oficial de ejecución será convocado inmediatamente después de la presentación de la demanda... para pegar pegatinas rojas de embargo a la propiedad de mi hermano...

Rubina vaciló momentáneamente al pensar. ‘Me complace bastante que las dos discutan ferozmente. Isabella, esa insolente mocosa, debe aprender una amarga lección sobre la vida.’

Ajena a los pensamientos internos de Rubina, Clemente se secó las lágrimas que rodaban por su rostro y añadió—: Aunque... se dice que su actual cambio de poder y del estatus social subió como el oro... ¿cómo podría un simple comerciante mostrar tal maldad hacia una Casa con un Condado establecida...? Es un disparate increíble, ¿no está de acuerdo, duquesa...? —Clemente agarró los dobladillos del vestido de Rubina, que colgaba suelto de su silla de seda roja—. Y... el reembolso... no les corresponde decidirlo a ellos... pues la jurisdicción reside en la corte real... que se ejercerá a través de una adjudicación... Están muy seguros de que la cantidad que determinen será definitiva, lo que evidentemente es una expresión de burla contra la corte real...

Las palabras “burla contra la corte real” resonaron en los oídos de Rubina. ‘¿Cómo se atreven a menospreciar la autoridad de mi marido?’

—En estos días... los c-comerciantes son excesivamente orgullosos... Se obstinan en rechazar los pagos a crédito... lo que no tiene precedentes... Se agolpan en las tiendas antes frecuentadas por nobles... Nos vemos obligados a esperar en largas colas... El orden anterior de San Carlo... ¡está siendo destruido!

La duquesa Rubina también había oído hablar de este asunto. La marquesa Gualtieri, jefa de su servil séquito, había expresado recientemente sus quejas al respecto.

Tenía la intención de comprar a crédito la cantidad de vino anual para almacenar en su mansión de la capital. Al ser habitual, no esperaba ningún problema, pero el comerciante se atrevió a declinar la oferta.

—Me temo que al menos la mitad debe pagarse por adelantado —había insistido el comerciante—. La demanda de vino de alta gama se ha disparado, y muchos hacen pagos in situ con ducados en el acto. Pero como es usted mi cliente habitual, seré generoso y permitiré que la mitad se pague a crédito.

La marquesa Gualtieri se sintió humillada por haber sido rechazada en el acto y se quejó de ello a la duquesa Rubina. 

—¡Actuó como si yo fuera a fugarme con el dinero!

En el pasado, la marquesa Gualtieri había aplazado los pagos durante 2 largos años si los artículos no le satisfacían. Y en algunas ocasiones, había pagado en pequeños plazos cada porción de los productos entregados. Pero nunca había dejado las compras sin pagar.

Además, ella no había hecho los pagos en persona, ya que sus subordinados se ocupaban de los asuntos prácticos. La marquesa Gualtieri se había limitado a intervenir cuando los artículos eran de mala calidad, indicando a sus subordinados que se quejaran para que el comerciante se ocupara diligentemente de sus deberes.

—He oído... que los mercaderes ya no son humildes como lo eran antes —coincidió Rubina.

—¡Ese es precisamente mi punto! Su Alteza, como epítome de la nobleza, sería un gran honor que enseñara a los humildes mercaderes una lección para que se abstuvieran de llevar a la bancarrota a una casa establecida de condes.

Clemente tenía tendencia a abandonar su hábito habitual de tartamudear cuando adulaba descaradamente o hablaba mal de los demás. Los labios de Rubina se curvaron ligeramente cuando la noble la calificó de “epítome de la nobleza”, pero rápidamente disimuló su exaltado estado de ánimo.

En su lugar, respondió intencionadamente con apatía.

—¿Estás sugiriendo que nombre a un juez para que tu familia sea juzgada en la corte real y que sea favorable?

Clemente vaciló momentáneamente y se inquietó en lugar de responder. La Casa Contarini y la Condesa Bartolini tenían objetivos sutilmente diferentes. La primera sólo necesitaba evitar la bancarrota, mientras que la condesa Bartolini necesitaba impedir de una vez por todas que su cuñada la amenazara. Y la fecha límite era mañana.

—Le agradecería mucho si... tuviera la amabilidad... de concederme un préstamo en monedas de oro...

—¿Qué? 

El semblante de la duquesa Rubina se puso rígido al instante. Pedir un préstamo de 12.000 ducados o solicitar la designación de un juez para el juicio en la corte real tenían una gravedad diferente.

Esta última petición podía satisfacerse oralmente, mientras que la primera requería sustancialmente dinero del bolsillo de la Duquesa.

Clemente se apresuró a añadir—: 8 m-mil ducados podemos obtenerlos... en unos cuantos días... La cantidad... de préstamo necesaria es sólo... 4.000 ducados-.

Rubina la interrumpió sin piedad.

—Hablas como si la cantidad fuera tan pequeña como la paga de un niño.

Clemente bajó la cabeza en señal de disculpa y humillación.

Rubina miró a Clemente con los ojos entrecerrados. 

—Dame una buena razón por la que debería confiar en ti para prestarte el dinero.

Clemente soltó un pequeño suspiro, dándose cuenta de su destino. Se veía obligada a utilizar ese recurso, que a su vez mancharía la reputación de su familia.

Tanteó su bolsillo de seda, que mostró un brillo deslumbrante en cuanto se desató.

La duquesa Rubina entornó los ojos instintivamente. 

—¿Qué pasa con esa joya infantil?

El objeto que Clemente había sacado del bolsillo de seda era la tiara de zafiro rosa. Dedicó cortésmente la tiara a la duquesa Rubina con las dos manos.

Con una sola mano, la duquesa Rubina le arrebató la tiara y la inspeccionó con indiferencia. En efecto, parecía valiosa, pero con toda seguridad estaría muy por debajo de los 4.000 ducados.

—Si estás considerando confiar esto como garantía por 4.000 ducados… —Rubina comenzó.

—Es la tiara que mi hermano regaló a su esposa antes de casarse... —Clemente respondió rápidamente.

Al oír estas palabras, Rubina se asomó a la parte interior de la tiara y, efectivamente, allí había grabada una inicial: [De O. Contarini, para la querida I. Mare.]

—¿Pero por qué está esto en tus manos? —preguntó Rubina.

—Yo... la compré en la casa de empeños... para salvar la cara de nuestra casa...

¿La casa de empeños? Un brillo extraño centelleó en los ojos de la duquesa Rubina.

—Está claro que mi cuñada tenía una aventura. Por eso vendió la muestra de amor que le regaló su marido... —añadió Clemente.

La duquesa Rubina parecía muy entretenida.

Clemente, sentado ante ella, le propuso un trato. 

—Yo, a cambio del préstamo de 4.000 du-ducados... ¡permítame de-dedicarle esta tiara...!

La condesa Bartolini, veterana de adulterios en serie, garantizó.

—Ci-ciertamente, ningún marido... se quedaría quieto después de presenciar... su obsequiada muestra de amor... deshechada en la casa de empeños... —Clemente añadió—: ¡Si Ottavio ve la tiara en sus ma-manos... seguro que contraatacará contra Isabella...!

* * *

Finalmente, Ariadne no consiguió mantener una conversación decente con la princesa Bianca tras su marcha. Dos días después, tuvo la oportunidad de encontrarse con la princesa por segunda vez. La baronesa Gianelli, niñera de la princesa Bianca, había insistido en que se reunieran.

En realidad, la baronesa Gianelli pretendía llevar a Bianca a la mansión de los de Mare para que se disculpara ante la condesa de Mare, pero Ariadne había declinado enérgicamente la oferta.

—Insisto en que Su Alteza la visite para disculparse —dijo la Baronesa.

—No... realmente no hay necesidad de disculparse —declinó Ariadne.

—¡No, en efecto! ¡El nombre de la Casa Duque no debe ser difamado en ningún caso!

En el reino, aparte de la casa de la princesa Bianca, sólo había otra casa de duques: la casa del duque Pisano, dirigida por Césare.

Por otro lado, Rubina mancillaba el nombre de la casa cada vez que tenía ocasión. Ariadne suplicaba desesperadamente que la segunda casa fuera al menos la mitad de buena que la primera. Sin embargo, ser demasiado rígida era casi tan malo como ser demasiado disoluta.

La princesa Bianca se escondió detrás de su niñera, con los labios apretados y la cabeza gacha. Aunque Ariadne no conseguía ver bien su rostro, podía imaginarse claramente una cara de póquer que enmascaraba sus pensamientos.

—Baronesa Gianelli… —Ariadne comenzó.

—Sí, condesa de Mare —respondió la baronesa.

Ariadne estuvo a punto de preguntar a la baronesa si podía tener un momento con la princesa, pero lo reconsideró rápidamente al ver la cara de la niñera.

En cambio, con una sonrisa, Ariadne dijo—: El sabor del té es un poco raro....

La baronesa Gianelli dio un respingo, como si hubiera oído: “Tu madre es la peor enemiga de mi padre”.

—¿P-Perdón? ¿P-podría ser el azúcar...?

—No, el azúcar no tiene nada que ver...

Ariadne no aclaró qué parte del té le parecía extraña para que la baronesa Gianelli necesitara tiempo de sobra para encontrar la causa.

—¡Por favor, deme un momento! —exclamó la baronesa Gianelli, que casi salió corriendo de la sala con la taza de té de Ariadne, ya que su prioridad era satisfacer a los invitados. Consiguiendo tiempo en privado con la princesa Bianca con mucho esfuerzo, Ariadne se acercó a la princesa Bianca, que estaba sentada en una silla con la mirada apuntando al suelo.

—Alteza —la llamó Ariadne. En principio, no estaba bien que Ariadne hablase con Bianca antes de que le hablase a ella primero, pero el tiempo apremiaba. Además, estaban en una residencia privada, no en un lugar público como el salón de baile. Y sobre todo, estaba segura de que a la tímida princesa Bianca no le importaría.

Como era de esperar, lo único que hizo la Princesa fue mirar al suelo y guardar silencio en lugar de desahogar su ira. Su silencio no era de ira reprimida, sino de incomodidad por no saber qué decir.

—El baile de debutantes parece bastante agobiante, ¿verdad? —preguntó Ariadne.

Ante eso, la Princesa Bianca se estremeció y encogió sus anchos hombros mientras mantenía su silencio. Ariadne siguió hablando mientras la princesa mantenía la mirada fija en el suelo.

—No necesita celebrar el baile de debutantes si es contra su voluntad.

Finalmente, la princesa reaccionó. Levantó la cabeza y miró a Ariadne con un semblante mezcla de desconcierto, confusión y ligero alivio. Una cosa era segura: sus ojos mostraban un atisbo de curiosidad.

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