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SLR – Capítulo 296

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 296: Aguafiestas 

El señor Bernardino llamó atentamente al Príncipe Alfonso.

—Su Alteza.

—¿Eh?

—Esto es algo menor, pero...

El señor Bernardino notificó que la fecha de la audiencia prevista entre el Príncipe Alfonso y el Cardenal de Mare había cambiado.

—Me dijeron que tenía un asunto urgente que tratar en la Santa Sede de Trevero y tuvo que posponer inevitablemente la audiencia a la semana que viene.. —el señor Dino se dio cuenta de que el príncipe tenía cara de perplejidad—. El motivo es aún confidencial, pero por lo que sé, el Papa Ludovico se encuentra en estado crítico. Por lo tanto, los cardenales de todo el continente se están reuniendo en Trevero. El propósito superficial de la reunión es rezar por la recuperación del Papa, pero…

—En realidad es para preparar el cónclave papal —terminó Alfonso la frase de Dino.

Un cónclave papal era una reunión secreta del colegio cardenalicio convocada para elegir a un nuevo Papa tras el fallecimiento del anterior. Sus votos se mantenían confidenciales, y a menos que los votos fueran unánimes, los cardenales votaban diariamente hasta que se alcanzaba un acuerdo unánime. Hasta ese momento, permanecían confinados en sus habitaciones.

—¿Cuál es la estructura exacta del poder en este momento? —preguntó el Príncipe.

El Papa Ludovico sólo tenía unos cincuenta años. No era joven, pero era demasiado joven para morir de viejo y era famoso por tener una constitución sana. Naturalmente, no hubo sucesores nombrados por el Papa ni ningún clérigo que negociara por debajo de la mesa para ser el próximo Papa.

—Hay conflictos entre la denominación protestante liderada por el Papa Ludovico y la anterior liderada por el Cardenal de Mare.

Quien tuviera más seguidores sería el próximo Papa.

—Los cardenales del Reino Etrusco, Reino de Salamanta y Reino de Gredo abogan por la Iglesia de Jesarche, pero el resto... son partidarios del nuevo organismo independiente.

—La Unión del Norte será definitivamente protestante.

—Sí. Gallico es la única parte considerablemente neutral, pero...

—Se alió con el Papa después de la Guerra Santa.

—Así es —Alfonso sonrió.

Confundido, el señor Bernardino se miró instintivamente los dientes delanteros a través del espejo de pared.

Ayer se sintió dolido porque había alabado la belleza de una noble en el palacio real, pero no le hizo caso. Más tarde, descubrió un trozo de lechuga entre sus dientes delanteros. No pudo dormir por la noche y pateó las sábanas, avergonzado. Sin embargo, ahora no tenía nada entre los dientes.

—¿Por qué se ríe, Alteza?

—No es nada.

Ajeno al miedo del señor Bernardino a volver a hacer el ridículo, Alfonso se negó a contestar.

—Alteza, ¿de qué se trata? —le apremió el señor Bernardino.

Sólo entonces dijo Alfonso—: Pensé que el sueño largamente esperado del cardenal de Mare podría hacerse realidad si tiene la suerte de hacerlo.

—¿Perdón? ¿El sueño largamente esperado del cardenal de Mare? —preguntó el señor Bernardino, perplejo. Después de un rato, pensó en una respuesta—. ¿Ser elegido Papa?

Alfonso se limitó a sonreír sin contestar.

Gallico sólo podía mantener una estrecha relación con el Papa cuando estaba vivo. Sus negocios se acabarían en cuanto terminara la Guerra Santa en Jesarche.

Para ser más exactos, el Papa Ludovico sólo había recibido sus beneficios y no había dado a Gallico la parte que le correspondía. Y el Papa estaba inconsciente en cama sin nombrar un sucesor oficial. Esto significaba que la inversión de Gallico quedaría sin recompensa sin un sucesor.

Tras un momento de confusión, señor Dino volvió a preguntar.

—¿Por qué beneficia esto a nuestro cardenal en Etrusco?

—Porque esto confirma que Gallico se mantendrá neutral.

El Papa Ludovico no tenía sucesor, por lo que el siguiente Papa elegido por los protestantes no estaría dispuesto a recompensar al Reino Gallico. Como no había recibido nada, no estaba obligado a devolver nada. Si el Reino de Gallico quería recibir algo de la Santa Sede, tenía que aportar algo adicional para ser recompensado.

Era la mejor situación para que el Reino Etrusco se involucrara. Pero no había nada que pudieran hacer ahora, especialmente cuando estaban en San Carlo.

Habría sido mejor que se hubieran preparado para este incidente, pero Alfonso no era más que un príncipe, no un príncipe heredero. Le correspondía a su padre hacerse cargo. León III era incompetente y tenía un carácter desagradable, pero era el Rey de este reino.

Sólo entonces preguntó el Príncipe.

—¿Pero por qué sacar a colación al Papa de repente?

La máxima prioridad tras la muerte del Papa Ludovico era qué honores se le concederían, no por qué se había desmayado, cuán afligidos estaban sus desconsolados amigos y familiares, o cómo había finalizado su vida. Era una dificultad que soportaban todas las personas que ocupaban altos cargos.

—Cayó de repente al suelo tras expulsar un chorro de sangre —informó Bernardino.

El rostro de Alfonso se puso rígido.

El señor Bernardino dijo al instante—: Así es. Se sospecha que ha sido envenenado.

—Estoy seguro de que el culpable no ha sido descubierto todavía.

—No. Las mentes maestras nunca son atrapadas fácilmente.

Alfonso apretó los dientes. El señor Dino supuso lo que el Príncipe estaba pensando. Sin duda le recordaría lo ocurrido a la reina Margarita. Se apresuró a pensar en un tema ligero para animarle.

—De todos modos, el Cardenal de Mare lamentará no formar parte del gran evento.

Alfonso le miró interrogante.

El señor Dino dejó escapar en silencio un suspiro de alivio. 

—Estoy seguro de que sabes lo de la gran boda de este fin de semana, de la que todo el mundo habla.

Alfonso se acordó de la boda entre el comerciante más rico del reino y una dama noble, aunque ella era una aristócrata de rango inferior. Fue la comidilla de la ciudad. Lo recordaba porque la novia era amiga de Ariadne.

—Está previsto que el Cardenal de Mare sea el oficiante de la boda. Aunque no sé la cantidad exacta, debe haber costado una fortuna.

El Príncipe soltó todo lo que tenía en mente. 

—Aunque es la boda de un mercader, los invitados son espléndidos.

—He oído que la lista de participantes la organizaron las amigas de la novia, no el novio comerciante.

Alfonso se dio cuenta tarde de que había dicho sin rodeos lo que pensaba para escuchar la siguiente pregunta del señor Bernardino.

—Ella... estará allí. ¿Tiene intención de participar también, Su Alteza? —Dino preguntó.

El señor Bernardino ignoraba las complejidades de la relación entre Alfonso y Ariadne, que se había enredado cuando Lariessa y Elco intervinieron a su manera. Sin embargo, recordaba a Alfonso aventurándose hacia el norte, a Etrusca, en medio de la nieve, y citándose en secreto con ella en carruaje para eludir miradas indiscretas.

—¿Cómo puedo ir allí? —Alfonso sonrió y contestó.

El señor Bernardino no tenía ni idea de adónde había ido el Príncipe después de salir sigilosamente del banquete del marqués Gualtieri, así que sólo entendió a medias lo que quería decir. 

—También estoy de acuerdo en que sería un poco incómodo para usted participar en la boda de un mercader.

Entonces, pensó, ‘habrá otros días’.

Pronto tendría lugar la fiesta de debutante de la princesa Bianca. Este espléndido acontecimiento estaba programado en la capital, y se especulaba sobre si volverían a recibir a los invitados en la mansión vacía del duque de Harenae después de la boda u optarían por el palacio real como lugar de celebración. La expectación era máxima, ya que se esperaba que una parte importante de la población de la capital asistiera a la celebración.

‘Si así debe ser entonces pasará’, así pensó el señor Bernardino. Pero no tenía ni idea de cómo el destino desplegaría su plan.

* * *

—Pero, Isabella, cariño. Esto es demasiado extremo-. —comenzó Ottavio.

—¿Por qué? —interrumpió Isabella—. Merecemos ir allí.

—Pero no nos han invitado...

—Eso no importa. ¡Camellia me habría invitado si hubiera sabido que volví a la capital!

N/T: No sé qué clase de droga se echa en el café pero está potente xDDD

Ottavio al menos intentó impedir que su esposa irrumpiera en el salón de bodas de Camellia de Caste Castiglione, ahora conocida como Camellia Vittely.

—¡¿Estás segura?!

Ottavio lo encontró desconcertante e ilógico. Esencialmente porque Isabella le había robado el prometido a Camellia, un movimiento que normalmente significaba el fin de las amistades bajo la observación de Ottavio. Esto era especialmente cierto para Camellia, que tenía una propensión a los celos y una aguda conciencia de las ganancias y pérdidas en sus conexiones personales.

—La Camellia que conozco no haría eso.

—¿Qué? —la voz de Isabella se volvió espinosa—. Supongo que conoces a Camellia mejor que yo —se burló en tono burlón—. Oh, eso me recuerda. Yo sólo era “amiga” de Camellia, pero tú estabas “prometido” con ella. ¿Durante cuántos años? Uno, dos, tres, cuatro... Oh, mi Señor. Ocho años. ‘¡Ocho años!’ Después de ocho largos años de relación con ella, debes conocerla mejor que nadie, ¿verdad?

—Isabella...

—Habrás hecho de todo durante esos ocho años. Es difícil separarse después de que dos se convierten en uno. Por eso no quieres ir a la boda, ¿no?

—Isabella, vamos...

—¿Te acostaste con Camellia cuando estabais prometidos?

—Claro que no, cariño...

—¡Lo hiciste! ¡Como hiciste conmigo...!

Sob, sob...

—¡No! ¡No! ¡Ni siquiera la toqué!

—¿Cómo puedo confiar en eso?

—¡Lo juro por Dios!

—¡Me hiciste una promesa! Sin embargo, en la sala de visitas del convento, empezaste a quitarme el liguero...

—Basta. Por favor, cariño.

—Dijiste que no volverías a pecar, pero cada vez que me veías, perdías el control... Debes haberte acostado con ella cientos de veces en esos ocho años...

—¡Vamos!

—¡Y seguro que te sabes de memoria cada prenda interior que lleva!

—¡Iremos a la boda de Camellia! Así que, ¡Detente!

—¡Ni siquiera la llames por su nombre!

—Muy bien... Vamos a... ¡a la boda del cerdo regordete! Así que deja de enfadarte conmigo y deja de llorar. Por favor, cariño. ¿Eh?

Así fue como Isabella se hizo con el control de Ottavio, arrastrándolo con ella como una vaca reacia que es conducida al matadero.

El camino hacia la mansión vacía del duque de Harenae fue despiadadamente corto. En un santiamén, el carruaje de los Contarini llegó a la puerta principal de la mansión.

‘¿Y si lo comprueba el guardia?’ Ottavio empezó a sudar frío. No habían recibido ninguna carta de invitación.

Afortunadamente, una fiesta a nivel de mercaderes no era tan estricta como una reunión de nobles y no escudriñaba la lista de invitados.

El grupo que recibió a los invitados en la puerta principal eran desconocidos, no los miembros de la familia de Castiglione. Sólo hicieron una pregunta a las personas que iban vestidas como invitados de boda y en lujosos carruajes—: ¿Han venido a la boda?

En ese momento, la esposa de Ottavio, que era astuta más allá de las palabras -no, astuta no podía definir el tremendo monstruo que escondía en su interior- bajó la ventanilla antes de que el jinete tuviera oportunidad de responder.

Con mirada segura, respondió—: Sí, así es.

—Pasen, por favor.

A Ottavio, que temblaba por todo el cuerpo, Isabella le dijo refunfuñando—: La persona con la que acabamos de conversar no parece una empleada noble de la casa.

Ottavio no contestó, pero a Isabella no le importó y habló sola. 

—¿Cómo es posible que no me conozca? Increíble.

Isabella estaba decidida a demostrar lo digna que era la gente noble.

Había una regla social que le había molestado cuando era la hija bastarda del cardenal: “Un noble de rango inferior no podía hablar antes de que le hablara un noble de rango superior.”

Cada vez que Isabella asistía a un baile, tenía que esperar a que no sólo Césare y Julia hablaran con ella, sino también Cornelia, Felicite e incluso Camellia.

Pero ahora, ella era una condesa, mientras que Camellia era una plebeya. Y hoy, se desahogaría de los viejos rencores que sentía contra ella.

—Extendemos nuestro más sincero agradecimiento a todos los que nos acompañaron en este día tan especial. Felicitamos de todo corazón a los recién casados en este nuevo capítulo de sus vidas.

Al bajar del carruaje y entrar en el salón de banquetes del jardín de la mansión, les recibió un mayordomo, posiblemente de alto rango, que les saludó con una respetuosa reverencia.

Isabella ignoraba la identidad del hombre, pero resultó ser Caruso Vittely y el novio del día. Cuando Caruso empezó a visitar a Ariadne en la mansión De Mare, era un simple contrabandista de tabaco, por lo que a Isabella no podía importarle menos.

Isabella pasó junto a Caruso sin mirarle a los ojos. Sin embargo, Caruso se sorprendió al ver a Isabella, ahora muy embarazada, y dio un respingo de sorpresa.

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