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SLR – Capítulo 295

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 295: La molesta tarde de Isabella

—Uh... Isabella —Lady Leticia de Leonati, la primera amiga invitada por la condesa Contarini a su mansión, señaló con cautela—: Primero... nadie sabe que ya no estás en el convento de Sant'Angelo.

—Oh —dijo Isabella.

—Y que Camellia os invitara a ti y a Ottavio...

Eso provocaría un pequeño problema.

—Bueno, ella pensó que sería la próxima Condesa Contarini.

—Oh.

—Si no hubiera habido este problema, sin duda te habría invitado. Después de todo, ¿quién se plantearía organizar una fiesta sin ti, Isabella? Pero... tú sabes... Lo sabes, ¿verdad?

Leticia trató de ganarse su favor al tiempo que señalaba lo obvio: “Si estuvieras en su lugar, tampoco serías tan tonta como para invitarte a ti misma”. En cualquier caso, era algo muy difícil de hacer.

Pero Isabella entendió a grandes rasgos lo que quería decir. 

—Oh.

—E incluso si supiera que ya no te quedas en el convento, tendría que invitarte a ti y a Ottavio. Entonces, Camellia tendría que mostrar su ex-prometido a su actual marido. Eso sería incómodo, por decir lo menos.

Y Camellia no querría verla ni a su sombra. A menos que se volviera completamente loca, no la habría invitado. Pero Leticia no lo dijo en voz alta.

Isabella hizo un mohín con los labios, contrariada. ‘No puedo creer que no pueda asistir a la boda más importante de San Carlo’. No tenía sentido. Ahora era la condesa Contarini, pero la habían rechazado.

—¡Quiero ir a la fiesta!  

Isabella gritó, extendiendo todo su cuerpo sobre el sofá mientras se acunaba la barriga. Estaba a punto de dar a luz. Le dolía todo el cuerpo y le costaba moverse, pero no le importaba.

—¡Estoy harta de estar siempre encerrada!

Leticia se dio cuenta de que decirle que se cuidara en casa antes del parto no funcionaría en absoluto y, en su lugar, le recomendó un evento.

—Entonces, ¿qué tal si participas en algunas pequeñas actividades sociales en lugar de estar en casa todo el tiempo?

Los rumores sobre el matrimonio de Ottavio corrían por todas partes, pero nadie sabía aún quién era su esposa. Una vez supieran que la condesa Contarini era Isabella de Mare, que había sido obligada a ingresar en el convento después de protagonizar una escena tan lasciva con el duque Césare, la mayoría no estaría dispuestos a relacionarse con ella. Sin embargo, casi todo el mundo la invitaría si no tuvieran información sobre quién era la esposa del recién nombrado conde Contarini.

—¿Qué tal ir a meriendas u otros eventos que requieran menos actividades y menos horas?

—¿Debería... hacer algo así? —Isabella preguntó de mala gana.

Deseaba marcar su gran presencia en un acontecimiento de mayor envergadura, no en una fiesta de té poco impresionante, ya que nadie sabía quién era la condesa Contarini. Una ópera de estreno o un baile real sonaban mucho mejor. Y como guinda del pastel, llevaría a su nuevo espadachín moro como guardia.

—Tienes razón. Debería cuidarme. Tengo un bebé en mi vientre.

Isabella se miró la barriga con ojos resentidos. ‘Si no tuviera un bebé, ¡me lo pasaría en grande!’

Olvidó por completo que su bebé le salvó la vida y la ayudó a escapar del convento.

* * *

La duquesa Rubina había mencionado previamente a Ottavio que “necesitaría la ayuda de una joven”. La ocasión para la que necesitaba ayuda era la fiesta de debutante de la princesa de Harenae. La duquesa Rubina estaba a cargo de preparar la fiesta de la princesa Bianca, así como de ser su chaperona.

Originalmente, la madre de la princesa Bianca debería haber desempeñado el papel. Pero sus padres habían fallecido cuando ella era joven, y todo lo que la princesa Bianca tenía como tutores eran su tío León III y su reina en funciones, la duquesa Rubina.

—¿Cómo puedes asignar una tarea tan importante a “esa mujer”? No tiene ningún sentido.

Su voz imperturbable resonó en el estrecho despacho situado en la esquina del Palacio de Harenae.

Este era el despacho del joven vizconde Gennaroso, administrador en funciones de los asuntos cotidianos debido a la ausencia del cabeza de familia.

—Cirilla, cálmate. Por favor, contrólate —suplicó el vizconde Gennaroso a la baronesa Gianelli, niñera de la princesa Bianca y la persona más influyente de Harenae.

—No estamos en posición de ser quisquillosos sobre quién se encargaría de la tarea, ¿verdad? —dijo el vizconde Gennaroso en un intento de engatusar a la baronesa Gianelli. —La duquesa Rubina lleva mucho tiempo en la capital. Ella conocerá la tendencia actual y preparará la fiesta de acuerdo con Su Alteza, ¿no cree?

—¡Aún así! ¡No es posible que lo haga esa mujer! ¡No! ¡Nunca lo voy a permitir! 

La baronesa Gianelli se mantuvo firme, orgullosa de su compromiso de por vida como devota creyente jesarca, en su papel constante en disuadir a su marido de dedicarse a empresas insensatas y de su encomiable papel como madre de tres hijos.

—¡Ni siquiera puedo soportar ver el nombre de esa mujer y el de mi preciosa Bianca en el mismo escudo!

—Oh, mi...

Sin embargo, estaba más allá de la capacidad del joven vizconde Gennaroso. Se había hecho cargo de todos los asuntos del feudo tras el fallecimiento de su padre, que lo había supervisado conjuntamente con el duque de Harenae. En cambio, la baronesa Gianelli había sido la ayudante más cercana al duque y la duquesa mientras vivieron, y ahora ejercía de niñera a tiempo completo de la princesa, proporcionándole cuidados las veinticuatro horas del día.

—¡Vizconde Gennaroso, persuada a las autoridades del norte para que esa mujer no tenga nada que ver con la fiesta de debutante de mi Bianca!

—Por favor, no me hagas eso...

—¡Hazlo a toda costa!

* * *

Isabella sólo aceptó la mitad de los consejos de Leticia.

Por mucho que intentara recapacitar, no podía renunciar a su sueño de aparecer espléndida en un acto oficial y presentarse como la nueva condesa Contarini.

Quería demostrar a la capital y a su padre, que la había abandonado, que estaba bien y mejor sin ellos.

Por eso pospuso su debut oficial hasta después de dar a luz y recuperar su forma física. Por ahora, había decidido conformarse con una salida secreta.

—¡Por fin me siento liberada! —exclamó Isabella, camino de la lujosa calle comercial de San Carlo en el carruaje de Ottavio.

Normalmente, los comerciantes llevaban los artículos de la tienda a la residencia de una noble, por lo que era sorprendentemente raro que una noble apareciera en persona en una tienda. Eso era incluso mejor para Isabella, ya que no se encontraría con nadie conocido.

‘No me encontraré con ninguna noble, refrescaré mi mente, ¡y compraré hasta caer rendida! ¡Maravilloso!’

Mientras Isabella se elogiaba por haber tomado una decisión tan maravillosa, el cochero preguntó.

—Señora, hay dos caminos para llegar al Centro Ánima. ¿Debo ir por la colina de Porsenna o por el bulevar Antonani?

Isabella suspiró, preguntándose por qué demonios el cochero le hacía una pregunta tan innecesaria cuando era él quien debía tomar la decisión.

Sin embargo, seguía fingiendo amabilidad como señora decente de la Casa Contarini, así que respondió de forma suave.

—Oh, un camino más rápido, supongo.

—Sí, señora.

Sólo cuando pasó algún tiempo supo Isabella que el cochero le pedía una razón y que había tomado una decisión equivocada. Y cuando se dio cuenta tardíamente de ese hecho, no pudo retractarse de su decisión.

Y la razón de que se diera cuenta era simple. El cochero dirigió el carruaje colina arriba, pero la entrada le resultaba ominosamente familiar.

‘Este lugar es... el camino a Villa Sortone.’

Villa Sortone era la residencia de Césare.

Fue testigo de su clamoroso error al desperdiciar su oportunidad de convertirse en Duquesa.

A medida que el carruaje se acercaba a Villa Sortone, Isabella se alteraba cada vez más. El verdor de la colina de Porsenna era hermoso. Isabella había imaginado un futuro brillante de ser la Duquesa, gobernando el hermoso verdor.

Al llegar a la cima de la colina, su mal humor se duplicó. Contempló de un vistazo la vista panorámica de la grandiosa pero refrescante Villa Sortone.

Comparada con Villa Sortone, reconocida como la más bella de San Carlo, la mansión Contarini en la que residía no era más que un apartamento ruinoso.

Se recordó a sí misma por qué su relación con Césare había fracasado.

—Pero Lady Isabella de Mare, todo el mundo en la capital dice que te acuestas con cualquier hombre al azar. ¿Por qué tengo que casarme con una mujer sucia como tú? Eres la infame “amante secreta del marqués Campa”, ¿no?

Ciertamente, no era más que un débil pretexto para que Césare pusiera fin a su relación con Isabella y tomara represalias por su supuesta manipulación. Sin embargo, Isabella no quería culparse a sí misma por haber tendido una trampa injustificable a Césare. Quería echar la culpa a otro.

‘Camellia de Caste Castiglione. Si esa maldita estúpida no hubiera abierto la bocaza, esa mansión habría sido mía.’

A medida que el carruaje se acercaba a la tienda de artículos de lujo, el mal humor de Isabella empezó a remitir.

‘Ah, bueno. Al menos Ottavio no es del tipo tacaño.’

Hasta ahora, Ottavio había sido un marido bastante decente. Era joven, más o menos de su edad, mostraba una devoción absoluta por Isabella y era guapo. Tenía el paquete completo. Y, sobre todo, era un ángel comparado con su padre, que siempre presionaba a su madre con el libro de cuentas.

‘¿Qué tal si hoy me doy un capricho?’

Había engordado, así que no quería ropa nueva. Tampoco quería zapatos nuevos debido a la hinchazón de sus pies. Naturalmente, su atención se dirigió hacia las joyas y objetos de valor. Si Ottavio lo supiera, sentiría un escalofrío.

—Bienvenida. Pase, por favor —le dijo amablemente el empleado.

Isabella entró en la tienda. No había estado en lugares así cuando formaba parte de la familia de Mare, así que todo era nuevo y fresco.

—Me gustaría ver una turmalina. Una rosa…

N/T turmalina: Piedra preciosa que puede presentarse en casi cualquier color. La turmalina rosa, también conocida como rubelita, es un tipo de piedra preciosa de color rosa natural. Está formada por el mineral turmalina y es apreciada por su delicado color rosa. La turmalina rosa se utiliza a menudo en joyería para añadir un toque de romanticismo y feminidad a una pieza.

Tras decir eso, Isabella se dio cuenta de que en la tienda había otros clientes además de ella. Estaba acostumbrada a ver colecciones exclusivas solo para ella en la comodidad de su hogar, pero en la tienda había otros clientes.

—Ferdi, ¿lo dices en serio? ¿Es para mí?

—Por supuesto, querida. Pronto nos casaremos. Te compro esto como tu marido, cariño.

Vio a un rico comerciante y a su prometida. Tras la llegada de la época posterior a la peste, muchos nuevos ricos habían ganado una fortuna aprovechándose de los artículos que la sociedad necesitaba. La pareja mostraba unos modales y una forma de hablar poco cultos en comparación con su glamourosa vestimenta y parecía que se habían hecho ricos de la noche a la mañana gracias a los negocios.

‘No puedo creer que esté en el mismo lugar con esos nuevos ricos.’

La gema la había puesto de buen humor, pero empezó a sentirse molesta de nuevo. Al menos, la pareja estaba mirando unos pendientes pequeños de perlas color río, mucho más baratos que la gema de alta gama que Isabella pretendía comprar.

‘Lo sabía. Esos parvenus mercaderes ni siquiera pueden pensar en comprar objetos de valor de la más alta clase, a diferencia de una noble como yo.’

Isabella estaba a punto de sentirse un poco mejor.

Pero entonces...

—Ferdi, ¿por casualidad te enteraste de la boda de Caruso Vittely?

—¿El jefe de la compañía Bocanegro? Claro que sí. ¡Nunca en mi vida había oído hablar de una boda tan extravagante! Todo el mundo habla de ella.

Hablaban de la boda de Camellia. Isabella no quería oír hablar de ello, pero no pudo evitar escuchar a hurtadillas.

—He oído que celebrarán la boda en la mansión del duque de Harenae y contratarán a chefs reales para cocinar.

—¡Oh, Dios mío!

—¡Están comprando todo el vino del mercado! ¡Qué escala tan increíble! Ni siquiera puedo imaginarme cuántos invitados tendrán.

—Todos mis amigos tampoco pueden dejar de hablar de ello. La novia es una mariposa social en San Carlo, ¡así que muchos nobles también participarán en la boda! Estarán el marqués y la marquesa Montefeltro...

La pareja de mercaderes recitó nombres bien familiares para Isabella. Isabella conocía o había conocido a algunos, y el resto eran personas con las que quería entablar amistad pero no había tenido la oportunidad de hacerlo. El marqués y la marquesa Montefeltro eran Gabrielle y su marido. A Isabella no le habían presentado al marido de Gabrielle ni una sola vez.

—Oh, Ferdi, ¿no puedes conseguir que nos inviten? Sería muy triste para nosotros perdernos la boda del siglo.

—Haré lo que pueda, querida. No llores, mi adorada Elda.

Aunque Isabella y Ottavio se comportaban de forma bastante similar, la cariñosa pareja empezó a irritarla. Cada vez le molestaba más su presencia porque en ese momento estaba sin su marido. Ya no le importaba la gema y sólo quería irse a casa. Isabella estaba a punto de dirigirse hacia la salida cuando...

¡Ring!

La puerta se abrió y sonó el timbre. Se volvió hacia el sonido.

—¡...!

Este era su día de mala suerte. Estuvo a punto de soltar: “¡¿Por qué estás aquí...?!” Pero entonces, rápidamente se mordió la lengua para guardar silencio. Ni siquiera sintió la necesidad de conversar con él.

—¡Marqués Campa! ¡Ha venido otra vez!

El empleado se dirigió rápidamente a la puerta principal y recibió al marqués Campa con los brazos abiertos.

—¡Los botones para los puños están empaquetados dentro como usted ordenó! ¡Por favor, venga aquí!

Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. El marqués Campa no tenía ninguna cara que salvar, así que acudía a las principales oficinas de las tiendas como cualquier otro comerciante sin importarle lo que los demás pensaran de él.

Por otra parte, Isabella de Mare seguía siendo famosa en la alta sociedad de San Carlo, aunque ya había pasado algún tiempo. El marqués Campa e Isabella no se habían visto en persona, pero él la podía reconocer de un vistazo. Le mostró una sonrisa repugnante como diciendo: “Oh, eres la amante secreta que nunca tuve”. Su diente canino podrido quedó al descubierto, haciéndole parecer aún más canalla.

‘¡Escoria repugnante...!’

Isabella maldijo ferozmente por dentro. Había aprendido las palabrotas primero de su hermanastra y había ido aprendiendo más y más durante su aislamiento en el convento.

El dependiente se apresuró a guiar amablemente al marqués Campa a la sección interior tras percibir la tensión entre sus clientes. Otro dependiente se acercó a Isabella e intentó mostrarle amablemente otras opciones. Sin embargo, Isabella no pudo oír nada.

Su vida se arruinó por el falso rumor de que “era la amante secreta del marqués Campa”. Y la culpable de los rumores era Camellia de Caste Castiglione, que este sábado celebraría la boda más extravagante.

‘No te dejaré de una pieza.’

Preferiría morir antes que ver a esa horrible mujer viviendo en paz.

‘¿Cómo te atreves a hacerme sufrir? ¡Te lo devolveré doblemente!’

Isabella decidió entonces participar en la boda de Camellia de Caste Castiglione por venganza.

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