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SLR – Capítulo 297

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 297: Factura

El novio de hoy, Caruso Vittely, se puso nervioso al ver a la mujer, muy embarazada, que altivamente tenía la barbilla alta y se negaba a contestarle. Nunca había visto a ningún invitado de una boda ignorar al novio.

Al menos podría entenderlo si fuera el antiguo prometido de la novia, oponiéndose a esta boda, pero que una mujer embarazada le ignorara iba más allá de su imaginación.

La gente de los alrededores también se dio cuenta de la tensión que se respiraba en el ambiente y empezó a cuchichear. El novio que saludaba a los invitados era el centro de atención, e Isabella siempre había sido una persona notoria y lo era especialmente ahora por su embarazo.

Camelia, que había estado saludando a los invitados desde la distancia, también se dio cuenta de la conmoción. Y se quedó estupefacta.

—¡Isabella! —la novia del vestido blanco se precipitó al lugar y bloqueó a Isabella—. ¿Qué haces aquí? —gritó.

Su vestido de novia blanco puro, confeccionado en Collezione con la máxima calidad, relucía espléndido bajo la luz del sol. Isabella resopló.

No había tenido tiempo suficiente para comprar un vestido de Collezione, y evitaba llevar un vestido vibrante para no llamar la atención sobre su hinchada figura. Pero se la mostraría a todos cuando diera a luz.

‘Ahora soy Condesa, y mis vestidos serán de la máxima calidad, adquiridos en una boutique como Collezione o incluso en establecimientos de mayor categoría.’

Como Isabella se negaba a contestar, Camelia volvió a preguntar.

—¿Cómo has entrado?

Sin embargo, en lugar de responder a Camellia, que estaba furiosa, Isabella cruzó su brazo con el de Ottavio, que la siguió tardíamente y a regañadientes. Camellia se sobresaltó al ver a Ottavio.

—¡Camellia!

Cuando la novia del vestido blanco estaba a punto de desmayarse, Caruso corrió hacia ella y la ayudó a levantarse del suelo.

—¡Tú...! Tú… —espetó. Camelia señaló a Isabella, temblando como una hoja—. ¡Fuiste tú...!

Sólo entonces comprendió Camellia por qué Ottavio había aplazado su matrimonio, por qué la había rechazado sin una razón clara y por qué había celebrado una boda secreta.

Camellia estaba a punto de lamentarse: “¿Cuándo ha ocurrido todo esto?” Pero pronto se dio cuenta de que estaba en el salón de su boda, y su nuevo marido la cogía de los brazos.

Respiró hondo y trató de mantener la compostura. 

—Isabella de Mare. Quiero que te vayas de mi boda.

A Isabella le molestó que la llamaran “Isabella de Mare”, pero forzó una sonrisa y miró en dirección a Camellia.

Isabella abrió lentamente la boca para hablar, no a Camellia sino a Ottavio. —Ottavio, no me extraña que esta sea la boda de un mercader. La etiqueta y hospitalidad del anfitrión son terribles.

Ottavio miró ansiosamente a Camelia, que se agarraba la nuca, y contestó de mala gana.

—¿S-sí?

—¿Y cómo se atreve la hija de un Barón a hablar con una Condesa sin que le hablen primero? Nunca he visto ni oído nada parecido en fiestas sociales.

Eso sí que lo estropeó todo. Los invitados se reunieron alrededor de Camellia e Isabella con los ojos muy abiertos.

—¿Las fiestas de nivel noble no son así?

—Pero yo pensaba que esta fiesta era la más alta de la clase...

—La comida fue cocinada por chefs reales, y la novia es hija de un Barón.

—Un Barón es un noble de rango inferior. Tal vez los nobles de clase alta son diferentes...

Después de oír eso, Camellia se sintió miserable y desdichada. 

—¡Mujerzuela!

Pero a pesar del arrebato de Camellia, Isabella ni siquiera se inmutó ni reaccionó lo más mínimo, como si no tuviera conciencia alguna.

—Qué incultura gritarle a una embarazada. ¿No te parece, Ottavio? —dijo Isabella con calma.

—Me temo que sí —balbuceó Ottavio.

—Dijiste que Camellia era demasiado dominante como su fuera un hombre. Yo la defendí y dije que era demasiado femenina para ser dominante, pero hoy me doy cuenta de que tenías razón.

—¿Cuándo dije eso?

Caruso se adelantó y les dijo que se marcharan en ese instante, pero Isabella había ignorado a Camellia por ser hija de un barón. Ni siquiera pestañeó al comerciante. No podía obligarla a salir, ya que estaba embarazada. El bebé era su escudo invencible.

Camelia estaba a punto de desmayarse de rabia, pero por suerte, encontró apoyo. Era Julia de Baltazar.

—¡Isabella de Mare! —Julia era la hija de un marqués. A pesar de que Isabella era una condesa, tenía que responder a Julia.

Sólo entonces Isabella contestó a regañadientes con aire contrariado.

—¿Lady Julia? —pero no olvidó añadir—: Soy la condesa de Contarini, ¿está claro? No soy Isabella de Mare. No me llame así.

—No me importa si eres pudín de maíz o melanzane. ¿Qué demonios haces aquí? —chilló Julia.

N/A melanzane: Berenjena.

Isabella retrocedió un paso. Sorprendido, Ottavio la ayudó desde atrás. 

—¡Cariño!

Julia dejó de gritar y también entró en pánico.

Pero Isabella, acunada en los brazos de Ottavio, no dejó de farfullar. 

—¿Puedes creer cómo tratan a los huéspedes aquí? ¡¿Y si sufro un aborto espontáneo mientras estoy aquí, todo por culpa de ellos?! Estoy mareada... Y me duelen los oídos...

Querían acusarla de exagerada, pero lo cierto es que había soportado un periodo bastante prolongado de pie, todo un reto para una embarazada que se acercaba a la fecha del parto. Alguien le acercó una silla e Isabella se sentó en ella.

—Gracias —agradeció, mostrando su sonrisa más angelical a la persona que le había traído la silla.

—Isabella. Deja de fingir tu amabilidad y vete —Le advirtió suspirando.

Isabella hizo un mohín con los labios. —Julia, no sé lo que te han contado, pero deberías escuchar las dos versiones de la historia.

—Por lo que sé, fuiste obligada a ingresar en el convento tras fracasar en el intento de robarle el prometido a tu hermana. Ahora, ¡tuviste el descaro de irrumpir en la boda de tu antigua amiga después de robarle también a su prometido! ¡No puedo creerlo!

Los murmullos de la multitud se hicieron más fuertes. Todos en San Carlo conocían la historia del duque Césare, la condesa de Mare, y su hermana Isabella. Pero la mayoría de los plebeyos no sabían qué aspecto tenía Isabella. Hoy era su día de suerte.

—¿Es la infame dama?

—Definitivamente es una belleza. Nunca he visto unos rasgos tan perfectos en mi vida.

—Está muy embarazada. ¿Quién es el padre?

—¿Quizás el hombre que está a su lado?

—¿Quién es el hombre que está a su lado?

—¿Quién sabe?

Pero Isabella no les decepcionó.

—Lo creas o no, aquí estoy —se burló sin pestañear, mostrando una sonrisa triunfal a Julia—. Sólo estoy aquí para felicitar a mi querida amiga. ¿Es tan difícil de creer? —Isabella acunó su vientre lleno, se reclinó en la silla y, con descaro, escrutó a Julia de la cabeza a los pies—. Julia, te estás haciendo mayor. Pero no he oído ninguna noticia de que tengas un hombre, ni siquiera un prometido.

Julia había recibido varias propuestas de matrimonio, pero se había resistido firmemente a sus padres, que intentaron persuadirla, pero no lo consiguieron.

—Debes casarte y tener hijos cuando tengas una edad casadera y fértil para ser una adulta de verdad —los labios de Isabella se curvaron aún más en una sonrisa malévola—. Julia, no creas que tu belleza y tu salud durarán para siempre —con una mueca, Isabella añadió—: Vaya. Olvidé omitir la palabra “belleza”.

Julia estaba a punto de replicar: “¡Vagabunda desquiciada!” Después de todo, compartía la misma sangre que Rafael, el infame hombre de críticas ponzoñosas. Pero se mordió la lengua y se calló a duras penas, ya que no podía arruinar la boda de su amiga.

Isabella aprovechaba al máximo su embarazo y siguió diciendo.

—Si ningún hombre te quiere, acabarás en el convento —Isabella entornó magníficamente los ojos en una sonrisa—. Será mejor que encuentres uno antes de que eso pase, Julia.

—¿Convento? Eso es bastante gracioso, viniendo de ti.

Una voz tenue y ronca resonó en el jardín. Procedía de Ariadne, que había llegado con retraso.

—Ha pasado bastante tiempo, mi querida hermana —se burló Ariadne.

Con el ceño fruncido, Isabella miró a Ariadne. 

—Me preguntaba dónde estabas.

—No te esperaba aquí, hermana.

—¿Por qué no? Tengo todo el derecho a venir.

—No, en realidad, no tienes derecho a venir.

—A partir de ahora nos encontraremos a menudo. Ahora soy la condesa de Contarini —Isabella miró a Ariadne directamente a los ojos.

Quería añadir: “Le demostraré a papá que se equivocó al preferirte a ti antes que a mí. Haré que se arrepienta”. Pero rápidamente se tragó esas palabras. No quería que los demás supieran que la habían echado de casa porque su padre había elegido a Ariadne en vez de a ella.

—Antes de juzgar si tengo derecho a entrar en un lugar, deberías ocuparte de tus propios asuntos. Estás realmente perdida, ¿verdad? Ningún hombre te quiere ya.

Isabella utilizó la misma estrategia que había usado contra Julia al enfrentarse a Ariadne, pensando que volvería a funcionar a las mil maravillas. 

—No sabía que romperías tu compromiso con el Duque Césare —Ariadne enarcó las cejas cuando Isabella mencionó un incidente ocurrido años atrás—. ¿Qué te hace pensar que eres mejor que él? No pasó nada entre él y yo. De verdad. 

Después de decir eso, Isabella robó una mirada a Ottavio para estudiar su cara. Él no parecía preocuparse, así que ella pensó que podría cavar en su dolor un poco más.

—¡Rompiste el compromiso por un ridículo malentendido para acabar soltera después de todos estos años! ¿Qué vas a hacer ahora? —Isabella sonreía de oreja a oreja—. El tiempo se acaba, hermana. Una mujer no puede tener un hijo si pierde su fertilidad. Y vivirás toda tu vida sin saber cuánta bendición es tener un hijo.

Isabella no había sentido la alegría que produce un hijo ya que su bebé aún estaba en su vientre, pero siguió divagando.

—Y tienes un inútil título de nobleza mientras que tu personalidad es dominante. A los hombres no les gustan las mujeres que son mejores que ellos. Nunca te casarás a menos que aprendas a ceder. Te aconsejo como tu hermana porque me importas. El amor incondicional dentro de una familia es lo más valioso de la vida.

—Si el amor incondicional es tan valioso como dices... ¿por qué no visitaste a papá?

—¿Qué?

—No visitaste a papá ni una sola vez después de volver a San Carlo, ¿verdad?

Eso era cierto. Sin embargo, Isabella no quería ser derrotada, así que rápidamente inventó una mentira. Los demás no sabrían sus asuntos familiares de todos modos. Aunque ella mintiera, no irían a preguntarle al Cardenal de Mare.

—Le escribí, ¿de acuerdo? ¡Mantén la boca cerrada si no lo sabes!

—¿No recibiste respuesta de papá?

Isabella no se rendiría. 

—¿Por qué supones eso?

Ariadne movió la cabeza de un lado a otro. —Papá tenía previsto oficiar hoy la boda de Camellia. Pero no ha podido venir por un asunto urgente. Si estuvieras en contacto con él, lo habrías sabido.

Isabella vaciló.

—Si le hubieras enviado una carta, habría respondido —Ariadne continuó.

El lóbulo de la oreja de Isabella empezó a enrojecer, y Ottavio, de pie detrás de ella, también se puso nervioso.

—Discúlpate y ponte en contacto con él. Antes de sermonearnos, da buen ejemplo tú.

Entonces, una voz tan clara como el cristal intervino.

—Y te daré un consejo, no deberías hablar de las cosas si no las sabes.

Un hombre delgado y de pelo plateado se acercó a ellos con pasos claros y cruzó su brazo con el de Ariadne.

Sobresaltada, Ariadne se volvió para mirarle a su lado. 

—¿Rafael?

—Ari.

Ella intentó separar sus brazos, pero él se negó a soltarla.

—Aunque no puedo representar a todos los hombres, personalmente no estoy en contra de las mujeres mejores que yo. Sólo detesto a las maliciosas.

Rafael miró significativamente a Ottavio, de pie detrás de Isabella. 

—Oh, pero yo odio a los hombres por debajo de mí.

Ottavio era consciente de su aspecto actual y no pudo hacer otra cosa que apartar la mirada. Isabella se irritó al ver a su hombre perder la batalla de los nervios.

—¡Ottavio! —Isabella advirtió, pero eso no sirvió de nada. Se necesitaría algo más que su advertencia para cambiarle.

Rafael lucía una sonrisa triunfal tras derrotar tanto a Ottavio como a Isabella. Mirándolos a ambos, dijo.

—Estar a la sombra de otro es más miserable que permanecer soltero, aunque uno puede intentar forzarse a pensar que es feliz. 

Lo dijo para que reflexionaran sobre su mal proceder.

Ariadne apenas consiguió apartar su brazo del de Rafael. Le incomodaba que él le entrelazara el brazo con el suyo en público, aunque había dejado claro que no le gustaba. Sin embargo, Rafael ni siquiera transmitió una disculpa vacía o inventó una excusa. Ariadne se frotó el brazo.

Sin embargo, Rafael claramente fue de gran ayuda para Camellia. Mientras Ariadne y Rafael se detenían, Camellia recobró el sentido y se acercó a ellos mientras se secaba las lágrimas. Esta vez, no se dirigió a Isabella ya que no podía hablar con sentido común con ella.

—Ottavio —su precioso maquillaje era ahora un desastre con lágrimas manchadas—. Mis lágrimas no son porque te anhele —escupió entre dientes apretados—. Lo que ves son lágrimas de furia porque arruinaste mi boda.

Tenía todo el derecho a estar furiosa. —¿Por qué no respondes a la factura que te envié?

Isabella respondió finalmente a las palabras de Camellia. 

—¿Factura...? ¿Qué factura?

Esta vez, Camelia ignoró a Isabella. —Ottavio de Contarini, rompe esa factura.

A Ottavio se le iluminó la cara. ‘¿Me está perdonando la deuda?’

Pero no. Camellia no pensaba tal cosa.

—Consultaré al abogado de mi padre para que revise la factura e incluya tus préstamos, la indemnización por los daños ocasionados por la ruptura del compromiso, la indemnización por las pérdidas de la preparación del matrimonio, la indemnización por los daños psicológicos y todos los demás gastos subsidiarios. Espera a recibir la factura revisada.

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