SLR – Capítulo 247
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 247: La espada sagrada
—¡Decapitad a los paganos! Dios celestial está mirando desde arriba —gritó un cruzado.
En respuesta, el comandante de las tropas moras animó también a sus hombres.
—¡Limaj dallah! ¡¡Dall yuraqubuna!!
Las palabras eran incomprensibles, pero probablemente hablaba para glorificar a su Dios, como los cruzados.
Pero, por desgracia, su Dios pagano debía estar dormitando ese día.
—¡Avanzad! ¡Avanzad! ¡La línea de batalla del oponente se tambalea! ¡Id por la brecha!
Los gritos urgentes se repetían. Como había comprendido Alfonso, el enemigo era agudo, pero no todos los soldados destacaban. Las tropas curtidas de la vanguardia y los soldados generales de la retaguardia tenían lagunas en el nivel de entrenamiento recibido, y tenían poca química debido a la desconfianza.
—¡Ahhhhhh!
Y el poderoso ejército de los cascos negros apuntó a la brecha para atacar. Eran como hachas cortando leña por la mitad mientras partían en dos la punta de lanza del enemigo.
N/T punta de lanza: Posición militar que lidera el ataque.
Y Alfonso no desaprovechó la oportunidad.
—¡A por ellos! ¡Terminemos con ellos ahora!
Alfonso, el del casco negro, no se limitó a pronunciar palabras de aliento, sino que saltó a las tropas de primera línea montado en su robusto caballo blanco para unirse a ellos en el acto.
¡Clank! ¡Bang!
Se escuchó el sonido del metal contra metal tintinear con furia, y un solo golpe de espada hizo volar por los aires el cuello de uno de sus enemigos. Era un comandante de rango inferior. La tropa sin líder perdió al instante el sentido de la orientación y fue completamente derrotada por los caballeros de Alfonso.
Alfonso escudriñó el perímetro a lomos de su caballo y encontró su siguiente objetivo no muy lejos: el Comandante de la vanguardia.
'Una vez que lo haya vencido, derribaré a toda la tropa. Y la misión de hoy terminará con éxito.'
Con sus ojos azul grisáceo brillando, espoleó a su caballo. —¡Arre!
* * *
—¡Alfonso Casco Nero!
—Alfonso Casco Nero ¡Alfonso Casco Nero! Un aplauso para nuestro General de Brigada.
Tras organizar brevemente el campo de batalla, las tropas de Alfonso lanzaron vítores de victoria. Alfonso y su ejército de cascos negros, situados en la vanguardia de los terceros cruzados, aniquilaron rápidamente la punta de lanza de las tropas moras e incluso consiguieron derrotar al ejército central.
El ala derecha respondió un poco tarde, y el ala izquierda apenas cumplió su papel. No obstante, el ejército frontal hizo un buen trabajo al bloquear oportunamente los ataques del enemigo.
—General de Brigada, ¿cómo vamos a entrar en el Monasterio de Granita? —preguntó un subordinado que hacía de mensajero activo entre el cuartel militar y la tropa.
Alfonso pareció sorprendido al replicar—: ¿Eh? ¿Pero eso no lo decide el Comandante Supremo?
El objetivo de hoy no era sólo la victoria, sino también recuperar la tierra santa: el Monasterio de Granita.
Normalmente, el Comandante Supremo era el primero en recibir el crédito por saquear o apoderarse de ciudades. El Gran Duque Juldenburg, un devoto creyente jesarca, cedía con indulgencia oportunidades como el pillaje a sus subordinados, pero nunca perdía la oportunidad de tomar objetos sagrados o recuperar tierras sagradas. Y avanzar hacia el Monasterio de Granita era una oportunidad que el Gran Duque Juldenburg querría ganar primero.
—Bueno... Parece que el Comandante Supremo ha sido herido —notificó el mensajero.
—¡¿Qué?! —preguntó Alfonso con incredulidad—. ¿Está muy malherido?
—Besó el suelo al final de la guerra, pero no conozco los detalles. Me ordenó que no notificara su herida durante la batalla.
En la vida anterior de Ariadne, el Gran Duque Juldenburg había sido alcanzado por una ballesta en esta batalla y luchó contra sus heridas, pero no sobrevivió y murió seis meses después. Hoy, simplemente se había caído del caballo en lugar de sufrir una herida penetrante, y esta desgracia se convertiría en una bendición, pero Alfonso no lo sabía y no podía evitar preocuparse.
—Oh, no —murmuró Alfonso, preocupado—. Tenemos que acabar con esto y volver rápidamente con las fuerzas principales. Espero que no esté muy herido.
Alfonso se quitó el casco y se pasó la mano por el pelo, que estaba hecho un desastre, mezclado con la sangre de los enemigos y su sudor.
—Otras personas podrían ser más adecuadas para avanzar en el monasterio. ¿Qué tal el Conde Achenbach, Comandante del ala-anillo, o el Conde Sharpei, Comandante del ala-izquierda?
Alfonso sólo estaba en la punta de lanza, por lo que buscó guerreros de mayor rango.
—El Conde Achenbach regresó inmediatamente al cuartel general para asistir a nuestro Comandante Supremo herido, y el ejército del Conde Sharpei ha sido considerablemente dañado, por lo que un avance adicional está fuera de cuestión por ahora.
Alfonso dejó escapar un suspiro. Era el único disponible.
—Que los heridos vuelvan al cuartel general. Sólo necesito unos 300 para que me ayuden —dijo Alfonso.
—Te seguiré —se ofreció voluntario el señor Manfredi, que se convirtió en subcomandante del batallón (una tropa de entre 300 y 1.000 soldados) dirigido por Alfonso.
—Aparte de los heridos, somos exactamente 300.
Alfonso asintió y dijo—: Vamos.
* * *
Mientras la tropa de los cascos negros subía por el estrecho sendero entre la montaña rocosa, los vecinos de piel bronceada miraban con recelo a la tropa de Alfonso.
Desde su punto de vista, naturalmente se preguntaban qué hacían los paganos de piel clara del continente central en su tierra sagrada y temían lo que pudieran hacer.
—Sus miradas me ponen de los nervios —refunfuñó el señor Manfredi.
—Déjenlos en paz —dijo Alfonso para detener al señor Manfredi—. No pueden hacernos daño. Y habríamos hecho lo mismo si hubieran invadido la capilla de San Ercole.
—Sí, Su Alteza...
Un elevado edificio se erguía en lo alto de la cima de la montaña rocosa. Pero, por desgracia, no era un monasterio de estilo arquitectónico jesarca.
—Es una instalación religiosa para los residentes locales —informó Manfredi—. Lo llaman "Al-Rummani". Allí rezan sus oraciones.
—Así que es como una iglesia. El cuerpo de Corazón de León se deposita en el osario subterráneo, ¿tengo razón? —dijo Alfonso.
—Sí, así es.
El edificio de piedra de tipo morisco tenía un estilo arquitectónico diferente: una puerta conducía al sótano. Esto se debía probablemente a que el edificio era de nueva construcción y se encontraba encima de la capilla mortuoria subterránea que utilizaba el antiguo monasterio.
—Trae aquí al administrador de las instalaciones —ordenó Alfonso—. Necesito una llave para entrar. No quiero entrar a la fuerza.
—Sí, Alteza.
El señor Manfredi llevó a una decena de caballeros a entrar en el establecimiento religioso de los Moros, les informó de su situación y pidió que les dejaran entrar en el sótano. Mientras tanto, Alfonso eligió a quién llevar con él abajo.
Mientras Alfonso se preparaba para bajar, su ejército se dividió en dos grupos para vigilar los alrededores.
—Alteza, esta persona dice que nos guiará —dijo el señor Manfredi, trayendo a un anciano con turbante. El hombre parecía un erudito inexperto.
—Es el único por aquí que puede hablar latín.
Alfonso miró al hombre y asintió. Un anciano no podía hacerles ningún daño.
—Vámonos.
El grupo frente al sótano esperó a que el viejo erudito sacara una llave oxidada y abriera la puerta.
¡CREEEEEAK!
Con un chirrido aterrador, las bisagras oxidadas cedieron y abrieron la puerta. Goteó óxido rojo sangre.
Frunciendo el ceño, el señor Manfredi trajo una linterna y tomó la delantera. La estrecha y alta escalera del sótano les condujo al suelo. El grupo de Alfonso bajó en silencio, siguiendo las indicaciones del anciano.
—Alteza, creo que hemos llegado —dijo el señor Manfredi, de pie bajo el arco de piedra, tras tomar la delantera siguiendo las indicaciones del anciano. La gloria de ser el primero en entrar debía corresponder al Comandante Supremo.
Alfonso recibió la antorcha de manos de Manfredi y se adentró en el interior del antiguo tanatorio subterráneo.
Pronto vio un ataúd de piedra y preguntó.
—¿Es ése?
El viejo moro abrió la boca para hablar en latín pobre desde al lado.
—Es la tumba del Rey Bárbaro de la Conquista.
El príncipe Alfonso y el señor Manfredi miraron al erudito moro.
—Se dice que la persona que pueda abrir ese ataúd será el Emperador del reino bárbaro.
El señor Manfredi refunfuñó sarcásticamente—: ¿Emperador del reino bárbaro? Qué honorable.
Pero Alfonso ignoró la chanza y se centró en lo important.
—¿Existe realmente esa historia?
El señor Manfredi asintió lentamente.
—Sí, probablemente sea la historia de la Espada Sagrada de Corazón de León. Se llama...
—¿Quieres decir Espada Santa "Caledbulh"? —interrumpió Alfonso.
—Sí, ese mismo.
La Santa Espada Caledbulh fue una espada utilizada por Guillaume Corazón de León, que logró la victoria en las Primeras Cruzadas y construyó el Reino de Jesarche por un breve momento. La espada hizo un barrido limpio.
Según la leyenda, nadie fue capaz de tomarla. Pero un ángel descendió del cielo y permitió a Guillaume Corazón de León utilizarla. Para él era excepcionalmente ligera como una pluma y contenía el poder del rayo. La leyenda decía que Guillaume atravesó una montaña con el Caledbulh. Pero era demasiado inverosímil para creerlo.
Los caballeros que estaban a su lado replicaron.
—No puede ser real. Es sólo un cuento de hadas tradicional para niños.
—La espada tiene más de dos siglos. La tecnología de fabricación del hierro también debe estar anticuada.
—Es valioso como antigüedad, pero nada más, ¿no?
Alfonso señaló un punto importante—: No es una reliquia sagrada, así que a la Santa Sede no le interesará.
—No lo estarán, ¿verdad? —replicó el señor Manfredi. —No pueden estar todavía en la tumba, ¿verdad? Los ladrones de tumbas se las habrían llevado todas.
Como dijo, no quedaba ninguno de los accesorios de la tumba de Guillaume Corazón de León. Una cruz de oro debería haber decorado la parte superior de la tumba, y jarras de vino y otros artículos deberían haber estado allí para mostrar al Rey el camino a la reencarnación, pero no había nada.
—El ataúd habría sido de plata, pero lo pelaron todo —dijo el señor Manfredi, barriendo el féretro con la mano.
—¡No lo toques! ¡Estarás maldito! —gritó con urgencia el erudito moro.
—¿Qué? —replicó el señor Manfredi, desconcertado.
—¡A menos que estés destinado a convertirte en el Emperador, estarás maldito si intentas abrir ese ataúd sin permiso! ¡La mala suerte te perseguirá hasta el día de tu muerte!
—¡Eso no tiene ningún sentido! —gritó enfadado el señor Manfredi. Pero parecía incómodo—. ¡Qué diablos!
—Basta, Antonio.
Alfonso llamó al señor Manfredi por su nombre y lo detuvo.
—Yo lo abriré —dijo Alfonso.
—¡...!
El príncipe Alfonso se acercó al ataúd de piedra con largas zancadas y empezó a empujar la tapa. Era desmesuradamente más gruesa que su tamaño.
—¡Whoa!
La sangre acudió a la cara de Alfonso mientras forcejeaba con la tapa.
CREEEAK.
Pareció haber pasado años hasta que la tapa del ataúd de piedra se levantó, poco a poco. El roce de las piedras resonó en toda la morgue subterránea.
Pero los caballeros de Alfonso no se sorprendieron. Cada uno de ellos sabía bien lo poderoso que era su general de brigada. Pero el erudito moro palideció y tembló.
—¡Oh, Dios mío!
Sus manos temblaban y la antorcha que llevaba en la mano se tambaleaba. Uno de los caballeros que estaban a su lado no pudo soportarlo más y sostuvo la antorcha en su lugar.
—¡Está abierto!
La tapa del ataúd se abrió lo suficiente para que todos pudieran ver lo que había dentro. Al instante, los caballeros se agolparon en la tumba para ver el cuerpo de Corazón de León. Aunque no era honrado como un hombre santo, era el hombre más respetado entre los caballeros.
Y a todos les pilló por sorpresa.
—¡...!
—¡General de Brigada, esa cosa...!
—¿Estoy viendo cosas...?
Una espada de dos manos yacía sobre el esqueleto del cadáver cuidadosamente amortajado. Para ser más exactos, el muerto fue enterrado abrazado a su preciada gran espada de dos manos.
Habían pasado dos siglos, pero la espada seguía bien pulida y brillante. De hecho, deslumbraba a la vista.
—Realmente parece ser... el Caledbulh.
Una gigantesca gema roja incrustada en la cruceta brillaba.
—Se... parece a lo que decían las leyendas.
—¿La espada existió realmente?
Los caballeros charlaban animadamente entre ellos.
—Si la leyenda es cierta, nadie más que el elegido podrá levantarla, ¿verdad?
—¿Tenemos que llevarnos el ataúd entero? Pero la espada está en el ataúd. ¿Podríamos llevarla del todo?
—Si tienes éxito, te conviertes en el Emperador del continente, o eso dice.
—¿De dónde sacamos la tierra para el imperio?
—¿Podemos reclamar la herencia para el territorio del Imperio latín?
La bravuconería y la codicia se apoderaron de algunos de los bulliciosos caballeros.
—¿Puedo probar? —preguntó el señor Rothschild, la cabra atolondrada del ejército de los cascos negros.
Antes de que Alfonso pudiera detenerlo, Rothschild extendió la mano enguantada e intentó coger la espada que el cadáver abrazaba preciosamente.
—¡Argghh!
Pero la espada no se movió. El frágil ego del señor Rothschild fue herido al instante. No se rindió y volvió a intentarlo. Su cara se puso roja como la remolacha mientras tiraba con todas sus fuerzas.
—¡Rothschild, detente! Vas a dañar el cadáver —advirtieron los caballeros, pero no hizo falta. La espada no se movió ni un milímetro, así que los brazos del cadáver alrededor de la espada tampoco se movieron.
—¡Whoa-!
El señor Rothschild acabó rindiéndose y retiró las manos de la espada, disgustado.
—¡Debe estar pegada a su cuerpo con mortero o algo así! O tal vez la vejez pegó el cadáver y la espada. ¡No se mueve!
—Quizá el cadáver no te quería como Emperador —espetaron los caballeros, medio en broma y medio en serio.
Pero el señor Rothschild no era tonto del todo y lo aceptó encantado.
—Jajaja. Es verdad. No soy emperador.
—Sí, y por cierto, es el más joven y lo echaron de casa. Ni siquiera eres conde y mucho menos emperador! —se burló un caballero.
—¡Cállate! —gritó Rothschild.
Pero mientras los caballeros se burlaban unos de otros, Alfonso se acercó a la espada como poseído. Parecía que la gema roja le hablaba.
El Príncipe estiró la mano, agarró la cruceta y la levantó con suavidad.
—¡...!
Los caballeros reían y bromeaban, pero aquello les hizo callar al instante. El cadáver de Corazón de León, que parecía una momia, abrió flexiblemente los brazos como si estuviera vivo y como si le entregara su preciada espada al príncipe Alfonso.
Y Alfonso Casco Nero tenía ahora en sus manos la legendaria Espada Sagrada de Caledbulh.
N/T: Qué bonita esa referencia a la leyenda de la espada Excalibur del rey Arturo.
Alfonso es guapisimo
ResponderBorrarMe encanta 💖
ResponderBorrarEso Alfonso!!! Demuéstrales quien manda.
ResponderBorrarEntonces Alfonso si será emperador?🧐
ResponderBorrarNo esperaba menos!! Alfonso será el mejor emperador
ResponderBorrarCuando por capricho de los dioses deciden que si vas a ser el verdadero rey a diferencia de la vida anterior.
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