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SLR – Capítulo 61

Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 61: Tres personas y sus respectivos buzones


Al principio, Ariadne se había acercado deliberadamente a Alfonso. Lo consideraba la llave de oro a todos sus problemas. Estaba harta de Césare y de la dolorosa familia Mare.

N/T: Casi cambio la frase a 'Lo consideraba como el muslo dorado'. Demasiadas novelas chinas jaja.

Casarse con el príncipe Alfonso acabaría definitivamente con todos sus problemas. Por supuesto, Césare intentaría deshacerse de él cometiendo traición más adelante, pero Ariadne conocía la mayoría de las cartas que barajaría. Si la historia se repetía, ella podría salvar a Alfonso de la traición.
Así que estaba segura de que su matrimonio sería el acuerdo perfecto. Y tanto Alfonso como ella saldrían ganando. Si tan sólo el Príncipe aceptara su matrimonio, nada podría detenerlos.
Por eso Ariadne intentó intencionadamente conquistar el corazón de ese joven adolescente, primero en el Refugio de Rambouillet y luego en el jardín de la Reina, sin un ápice de culpabilidad. Además, ya no se sentía mal por haber tendido una trampa a Alfonso en su vida pasada, porque le haría suceder en el trono casándose con él. Tampoco le preocupaba ni le inquietaba la respuesta de él. Si él no se enamoraba de ella, simplemente le tendería otra trampa. Si él no la amaba, ella los atraería a casarse por razones políticas.

Cualquiera que fuese el proceso, conduciría a resultados justificables. Si Ariadne pudiera aceptar el voto matrimonial de Alfonso, podría acercarse un paso más a su sueño: la libertad. Y como guinda del pastel, Alfonso obtendría legítimamente su reinado.

Pero este inocente adolescente, que una vez fue su cuñado, le había arrebatado una parte esencial de su vida. No podía evitar pensar en él y quería saber qué estaba haciendo. Deseaba que él también sintiera lo mismo.

Independientemente de razones políticas o de relaciones en las que todos salieran ganando, su corazón quería a Alfonso, y quería que él la amara sinceramente. Quería salvarle de su miseria y protegerle de los acontecimientos problemáticos.

¡Contrólate!

Ariadne movió la cabeza de un lado a otro.

Aún no estaba completamente a salvo. Aunque ahora tenía autoridad para supervisar el libro de Lucrecia, era un respiro temporal hasta que Ippolito, el hijo mayor del Cardenal, regresara de sus estudios. ¿Quién sabía cómo cambiaría entonces la dinámica? Pasado algún tiempo, el Cardenal De Mare moriría de viejo e Ippolito, hijo biológico de Lucrecia y hermano de Isabella, sería el hombre de la casa. Ariadne tenía que casarse y salir de esta casa antes de que eso sucediera.

Qué estúpida fui al enamorarme de nuevo.

Es triste decirlo, Ariadne era patética cuando estaba enamorada. En la vida anterior, cuando Ariadne recelaba de Césare, él era dulce, encantador y refrescante como la brisa primaveral.

Pero después de convertirse en una esclava del amor, y después de que Césare se diera cuenta de que estaba locamente entregada a su prometido, sin familia, parientes o amigos que la apoyaran, se convirtió en una persona completamente diferente.

“Los lirios del valle me recuerden a ti.” Decía.

Ariadne no valía nada, como los lirios de mayo en el campo. Se podían coger gratis siempre que uno quisiera, y una vez que uno se cansaba de ellos, se volvían a tirar al campo. El amor de Ariadne por Césare nunca murió. Dale tiempo y volverá, como los lirios que florecen en mayo tras un largo sueño invernal. Incluso la más leve sonrisa marcada en el rostro perfecto y cincelado de Césare, un gesto para mostrar que estaba contento por lo que ella hacía por él, hacía florecer su amor como los lirios de mayo cuando la primavera llenaba el aire.

Dedicó todo lo que tenía sin nada a cambio, mientras Isabella era una rosa en el invernadero. Crecía bellamente en plena floración mientras Césare la regaba con amor y cuidado.

E Isabella no era la única a la que Césare había atesorado y valorado. Afirmaba que era "sólo amigo" de la Condesa Bartolini, y llamaba a la Baronesa Santa Rosa su "musa artística" (ya que él sólo era un buen oyente, no un intérprete o escritor de música). Por no hablar de la amante Gentilini, que tenía un cuerpo voluptuoso y curvilíneo. Aunque era una simple plebeya sin clase, él la llamaba su "alma gemela" y advirtió a Ariadne que se mantuviera al margen de su amistad. La lista de personas a las que Césare valoraba más que a Ariadne era interminable.
Y cuando no estaba con mujeres, estaba con sus amigos. El confundido Ottavio de Contarini era el jefe de la banda de patanes, incluido Césare. Siempre iban a jugar a las cartas, a cazar o a hacer apuestas mientras dejaban atrás a sus esposas y prometidas.

Ariadne enamorada era poco atractiva. Al menos, eso creía ella.

Nunca más. Nunca más repetiré la historia.

El ataque de Zanobi la conmocionó mucho. Ariadne decidió pensar menos en las cartas de Césare, y las de Alfonso no eran una excepción. No se puede confiar en los hombres. El Conde Césare no habla en serio, y el Príncipe Alfonso no es diferente. Incluso si están diciendo la verdad, no te lo creas. Contrólate.

No volveré a enamorarme de nadie, ni siquiera de Su Alteza. Me casaré con el Príncipe Alfonso y seré la Reina... por mi seguridad y libertad.

***

En contra de la depreciación de Ariadne, Alfonso pasó mucho tiempo pensando qué escribir y discutió sus pensamientos con Bernardino, su secretario.

—¿Qué tal si invito a Ari? —preguntó Alfonso.
—Eso nunca sucederá, Alteza.

La respuesta del secretario Bernardino fue tajante cuando Alfonso preguntó si debía enviar una carta de invitación para sugerir a Lady De Mare que le acompañara en su viaje al palacio secundario del sur bajo el nombre del palacio del Príncipe.

—¿Por qué demonios invitarías a una dama en edad núbil bajo el nombre del palacio del Príncipe?

La pregunta dejó sin habla a Alfonso.

—Alteza, podéis invitar al hijo de cualquier noble. Si Lady De Mare fuera princesa, podríais invitarla. Pero en tiempos como los que corren, no se admiten invitadas femeninas. —insistió Bernardino con decisión.

Bernardino fue directo al grano y recordó a Alfonso que los dirigentes nacionales estaban negociando su matrimonio político.

Por un breve instante, Alfonso imaginó que disfrazaba a Ariadne de hijo de un noble desconocido, la hacía vestir de hombre e iban de la mano al palacio secundario del sur. Por la mañana darían un paseo. Al mediodía, jugarían con agua en la fuente, y por la tarde, dormirían la siesta en una hamaca y se darían de comer uvas... Sería demasiado bueno para creerlo: un paseo entre las nubes.

Alfonso no era un hombre de gran imaginación. Era un estudiante de sobresaliente. Aprendía y hacía exactamente lo que le enseñaban. Pero su imaginación se disparaba cada vez que pensaba en Ariadne.

Episodio-61-En-esta-vida-soy-la-reina

Hasta ahora, había vivido de acuerdo con la vida que tenía planeada. Había nacido príncipe, así que estaba destinado a aprender ávidamente sobre los discípulos de la realeza para convertirse en un Rey sabio. Su madre se aseguró de que su futuro fuera brillante, y su padre eliminó cualquier obstáculo que se le pusiera por delante.
Llegado el momento, se casaría con una Princesa, tendría hijos con ella y mantendría un matrimonio respetable, santo pero aburrido, hasta que sucediera en el trono tras el fallecimiento de su padre. Alfonso tenía que liderar al pueblo, y el pueblo debía ser su máxima prioridad. Creía firmemente que ese era el futuro que le esperaba.

'¿Pero Ari y yo no podemos estar juntos?'

La sabia Ariadne le aconsejaría, y él dirigiría los asuntos del Estado…

—¿Alteza?

La voz de Bernardino cortó sus pensamientos. Pensó en preguntarle a Bernardino por su idea, pero le bastó un segundo para renunciar. Si Alfonso anulaba la propuesta de matrimonio y no conseguía otras tropas amigas casándose por su voluntad, el Reino de Gallico podría llevar a las líneas fronterizas unidades de caballería y artillería fuertemente armadas.
Puede que no pasara gran cosa por su cancelación de la propuesta de matrimonio. Pero si él rompía el compromiso después de que la propuesta de matrimonio fuera finalizada, el Reino de Gallico definitivamente vendría a la frontera armado con su caballería pesada y unidades de artillería entonces. Y antes de que nada de esto ocurriera, ni la propuesta ni los esponsales, Lucca gritaría como una loca en cuanto Alfonso dijera lo que pensaba.

—No importa. —dijo Alfonso. —Procedamos según el horario de la tarde.

La carta de Alfonso se detuvo tras escribir: [Deseo sinceramente mostrarte el palacio secundario de Harenae], ya que decía la verdad y podía cumplir su promesa simultáneamente.

***

El buzón del Conde Césare de Como estaba abarrotado de cartas. No había recibido respuesta de Ariadne hasta que por fin la obtuvo recientemente. Después de su primer éxito, obtuvo una respuesta de tres. Aunque no conseguía respuestas de Ariadne, la mayoría de los demás le enviaban cartas a él primero. Normalmente él no escribía antes que ellos.
Por eso el buzón del Conde Césare estaba a rebosar de cartas, apiladas como una montaña. Y dos tercios de ellas eran de mujeres que estaban unidas a él.

[Querido Conde de Césare,
Querido, ya ha pasado un mes desde que vi tu dulce rostro. Recuerdo tu fuego interior que te mantenía despierta toda la noche, y el rocío de la mañana posado en tu rostro. Pero esa pasión en ti ha muerto, y estoy sola y miserable…]

—¡Aburrido!

Césare arrugó la carta de Banedeto, la hija del vizconde, y la tiró al suelo. Eso despertó la curiosidad de Ottavio de Contarini, que cogió la carta para leerla. Césare no se lo impidió a Ottavio.

—¿No es la noble dama con la que salías el mes pasado? ¿Ya te has cansado de ella? —preguntó Ottavio.
—No salimos juntos—negó Césare—. Sólo estaba tonteando. Pero, ¿por qué no lo entiende? No le envié ni una sola carta durante un mes. Debe darse cuenta de que no estoy interesado.
—Te juro que algún día te apuñalará por la espalda una mujer iracunda. —espetó Ottavio.

Ottavio miró el montón de cartas que había sobre el escritorio de Césare, cogió una y la leyó en voz alta.

[Te estaba esperando en el molino de las afueras. Prometiste venir pero nunca apareciste. Qué cruel por tu parte…]

Ottavio estaba siendo exageradamente dramático para dar sabor a cada palabra. Después de leerlo, hizo un chasquido.

—¿En un molino? ¿No me digas que la cistaste en un molino y no te presentaste? —preguntó Ottavio con incredulidad.
—Se me olvidó—admitió Césare—. Y tengo cosas más importantes que atender estos días.
—Pero aún así, ¿cómo pudiste olvidarlo? Cielos, esta damisela estará herida para toda la vida.
—No es una damisela—corrigió Césare—. Está casada. Debería estar agradecida de que me olvidara de ella. Gracias a mi cambio de opinión, ¡puede seguir viviendo feliz con su familia! Sin mí, habría hecho el amor apasionadamente con su marido. Hice felices a todos.

Césare actuó como un héroe cuando debería haberse avergonzado de sí mismo. Ottavio chasqueó la lengua y revisó el montón que tenía sobre el escritorio hasta que encontró una carta en un rincón. A diferencia de las otras cartas, el sello de lacre rojo estaba cuidadosamente despegado y vuelto a pegar con su forma intacta. El escudo de la familia De Mare estaba sellado.

—¿Qué pasa con ésta? Está expuesta como un relicario. —preguntó Ottavio con curiosidad.

Cuando Ottavio alargó la mano hacia la carta de la familia De Mare, Césare golpeó la muñeca de Ottavio con su mano buena.

—Aparta las manos de ella. —ladró Césare.
—¿Por qué me lo ocultas? —preguntó Ottavio.
—No es asunto tuyo. —murmuró Césare.

Ottavio sonrió de oreja a oreja ante la resistencia de Césare.

—¡Eh, dámela! ¿Qué tiene de importante?

Ottavio intentó forcejear con él para quitarle el correo. En respuesta, Césare le espantó con el brazo izquierdo entablillado. Estaba sin aliento y con la cara roja debido a su urgente defensa, que no se parecía en nada a su grácil forma de ser.
A duras penas se adelantó a Ottavio, deslizó la carta de Ariadne en el cajón superior y lo cerró con llave. También escondió la carta que estaba escribiendo en respuesta. 

—Ya te lo he dicho. Métete en tus asuntos. —espetó Césare.
—¿De qué se trata? ¿La apertura de un local de juego? Si es así, ¿por qué mantenerlo en secreto? ¿Para tenerlo todo para ti? —interrogó Ottavio.
—¡No! —negó Césare.
—Entonces, ¿es una chica? —presionó Ottavio.
—¡Cállate! —gritó Césare.

La carta de Alfonso se resumía en: "Deseo sinceramente que veas el palacio secundario de Harenae." No hizo una promesa que no pudiera cumplir, como: "Te invitaré al palacio secundario."

Su carta sólo decía la verdad.
Por otro lado, la respuesta de Césare decía: "La mujer con la que me casaré con mi bello rostro eres tú. Si estás conmigo, te dedicaré el palacio real."

Las palabras de Césare eran dulces pero demasiado buenas para ser reales y no parecían sinceras. Y por ahora, era incapaz de cumplir su promesa de casarse con ella o dedicarle el palacio real.

Quedaba por ver cómo se desarrollaría la historia, a qué persona elegiría Lady Ariadne o si su corazón se cerraría en última instancia. Y el baile de máscaras, el lugar perfecto para el amor secreto, estaba a la vuelta de la esquina.


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