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SLR – Capítulo 299

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 299: El estallido de la guerra

Tras el encuentro formal entre Ariadne y el marqués Baltazar, corrió el rumor por todo San Carlo de que la condesa de Mare había aceptado el papel de chaperón de la princesa Bianca.

—Debería ir a detenerla... ¿O es demasiado tarde? ¿La maldita Rubina ya se enteró? Debo ir a discutirlo con la condesa Marques… —dijo la marquesa Chibaut, de buen corazón pero un poco entrometida.

Sin embargo, la condesa Marques se negó en redondo.

—¿Está loca esa chica? Ni siquiera la difunta reina Margarita -no, la difunta reina Adelaida, la madre del rey- volviendo de entre los muertos podría salvarla de la ira de Rubina.

La mayoría de los habitantes de San Carlo reaccionaron de forma muy parecida a la condesa Marques. Todos sabían lo descontrolada que podía llegar a ser Rubina, tras veinte años de experiencia.

—¡Está loca! Se ha vuelto completamente loca.

—Pero la condesa de Mare siempre tiene trucos extraordinarios bajo la manga. Estoy segura de que también tiene muchas cartas ocultas para sacar esta vez.

—Sólo puedo llegar a una conclusión: Quiere intercambiarse con la duquesa Rubina y ser la próxima amante.

—Oh.

Lo que pretendía no era propio de la “muchacha que discierne la verdad”, “la Santa del refugio de Rambouillet” y “la madre de los mendigos”. Sin embargo, si esa era la intención de Ariadne, sin duda intimidaría a Rubina. Por otro lado, cualquier cosa menos significativa que eso sólo enfurecería aún más a Rubina.

—¿Se te ocurre algo mejor? ¿Cualquier cosa?

—No tengo... ni idea.

Julia de Baltazar, amiga íntima de Ariadne, también estaba perdida y no encontraba salida. Tras oír la noticia, lo único que Julia pudo murmurar fue: “Vaya”.

¿Qué podía hacer? Una buena amiga apoyaría y simpatizaría con su amiga... Pero por alguna razón, eso parecía demasiado cuando se trataba de Ari. Sin embargo, no podía quedarse ahí sin hacer nada.

Julia se limitó a repetir: “Vaya.”

Pero su hermano tenía algo más que decir. 

—¡Padre! ¡¿Cómo pudiste preguntarle a Ari?!

—Rafael, no estoy sordo. Baja la voz —le regañó el marqués Baltazar, cogiendo el cuchillo y el tenedor para concentrarse en comer su desayuno.

Sin embargo, Rafael se negó a rendirse. 

—¡Ari ni siquiera se ha casado todavía y tiene más o menos la misma edad que la princesa Bianca! No es la adecuada para el puesto, ¡¿pero por qué has llegado a pedírselo?!

—Órdenes de Su Majestad el Rey —respondió el marqués Baltazar. Quería dejar el tema y disfrutar de su delicioso desayuno: tostadas de mantequilla con bordes crujientes y tartas de manzana azucaradas. Sin embargo, la vida tampoco era fácil para un marqués de éxito.

—¡Al menos deberías haber ‘intentado’ detenerlo! ¡O podrías habérselo dicho a Ari!

El marqués Baltazar suspiró profundamente. El hogar del marqués Baltazar era el de un aristócrata emergente sin feudo, y tenía una sobrecarga de responsabilidades como cabeza de familia. Su autoridad y poder actuales sólo podían apreciarse porque formaba parte del trío del gabinete del Rey. Ese niño no tenía derecho a replicarle. Debía saber que podía disfrutar de azúcar, leche, queso, lujosa seda y leña, todo gracias a su padre.

Pero en lugar de insultarle llamándole “mocoso obsesionado con las mujeres”, llamó a su esposa de forma digna. 

—Cariño.

—¿Qué pasa, mi amor?

—No hay por qué preocuparse.

La marquesa Baltazar se limitó a parpadear ante las incomprensibles palabras de su marido. 

—¿De qué estás hablando?

—Antes te preocupaban los sueños de Rafael de hacerse fraile o clérigo.

—Sí, así era.

—No tienes que preocuparte más.

—¡Padre! —chilló Rafael.

El marqués Baltazar acabó soltando el tenedor y el cuchillo ante el exabrupto de su hijo para taparse los oídos. ‘¿Cómo es que una persona sólo tiene dos manos? ¿Y por qué se dio cuenta tan rápido?’

Al final, el marqués Baltazar se levantó de la mesa sin probar bocado del desayuno. Era mejor marcharse que discutir con su hijo.

‘¡Debería enseñarle algo de respeto a ese hijo mío!’

* * *

León III recibió con gran alegría la noticia de que la condesa Ariadne de Mare había aceptado el papel de acompañante de la princesa Bianca de Harenae. Fijó la fecha para hablar con ella en persona, que sería aproximadamente dos semanas más tarde, según la carta del palacio Carlo a la mansión de de Mare.

Ariadne se puso en contacto con Boutique Collezione después de mucho tiempo para reorganizar su vestidor y prepararse para la temporada de bailes de primavera y verano.

Pidió que la boutique visitara la mansión De Mare y le mostrara todos los conjuntos y accesorios de esta temporada. Sin embargo, Rubina se le adelantó.

—Oh, milady… —informó Sancha con el rostro pálido—. Recibimos una respuesta de Boutique Collezione, diciendo que lamentaban enormemente no poder hacer negocios con la casa de Mare esta temporada....

Incluso Ariadne se quedó atónita ante tan rápido golpe. 

—¿Ya?

Estaba preparada para un ataque, pero esperaba que Rubina manipulara sus contactos sociales, no sus relaciones comerciales. Aunque lo hiciera, Ariadne al menos pensó que esperaría hasta que hubiera encargado los vestidos para esta temporada.

—¡No puede estar a la altura de su título! Qué estrechez de miras —gritó Sancha con rabia—. ¿Y cómo ha podido Boutique Collezione traicionarnos así? Les hemos comprado innumerables artículos.

Ariadne estaba totalmente de acuerdo con la estrechez de miras de Rubina, pero Sancha sólo conocía una parte de la historia relativa a las transacciones con Boutique Collezione.

—Rubina es asidua de Boutique Collezione desde hace 25 años.

—Oh, vaya.

—Por eso su hijo, el Duque Césare, visitaba la boutique como si fuera su casa. Fue él quien nos presentó la boutique.

—Pensar en ese tipo sucio me hace odiar también la boutique —Sancha frunció el ceño. 

—Tienes razón.

Ahora era el momento en que Ariadne insuflaba aire fresco a la moda.

—Creo que ya es hora de que cambiemos la clasificación de las boutiques de lujo de la capital.

—¡Usted es tan inteligente como siempre, mi señora!

—¿Puedes contactar con Caruso Vittely?

—Sí, mi señora.

* * *

Ariadne se enfrentó consecutivamente a situaciones similares cuando encargó gemas y zapatos. Pero tenía una salida.

Caruso, al frente de la compañía Bocanegro, había ampliado las áreas de negocio, incluyendo no sólo artículos de primera necesidad, sino también una gran variedad. Casarse con Camellia le abrió las puertas del mercado del lujo, un ámbito en el que la empresa Castiglione no tenía rival.

Tras conocer telas y artesanías de alta calidad, objetos raros y desconocidos para la alta sociedad de San Carlo, Ariadne creó su propio estilo para esta temporada; en realidad, la tendencia de su vida anterior sumada al buen gusto de Sancha.

—¡Mi señora! ¡Está impresionante!

Llevaba el pelo negro, brillante y esponjoso, recogido. Su redonda frente quedaba al descubierto, y una diadema de perlas colgaba ligeramente de la parte superior de su cabeza, añadiendo un brillante destello que contrastaba con el brillo de su oscuro cabello.

Todas y cada una de las perlas de su diadema eran grandes perlas del mar del Sur de la mejor calidad. Incluso sin decir una palabra, las perlas mostraban majestuosamente lo rica que era la Condesa de Mare.

Ariadne también se atrevió a elegir su atuendo. Hoy era el día en que se enfrentaría a la duquesa Rubina y le demostraría que no se echaría atrás. Como tendría una reunión privada con el Rey, o una pequeña reunión con él y su trío de gabinete, no mucha gente llegaría a verla. Aún así, tenía que lucir lo mejor posible.

Sacó el máximo partido a su elevada estatura luciendo un vestido que acentuaba su cintura, con mangas y faldas voluminosas. Esta elección contrastaba con la tendencia imperante en San Carlo, que favorecía las prendas de talle alto, los adornos discretos, los delicados volantes y las faldas estrechas.

‘En el pasado, esta nueva tendencia nació después de que Gallico nos robara Gaeta, y la moda de Montpellier se reimportó a San Carlo…’

Las mujeres de San Carlo eran de huesos pequeños y menudas en comparación con las de la zona norte, por lo que las cinturas bajas y los adornos llamativos no iban bien con ellas. Por lo tanto, una silueta atrevida no era apta para las líderes de la moda en la capital. Sin embargo, el diseño le sentaba de maravilla a Ariadne.

‘Esta vez, el sur será el líder de la moda, no el norte.’

N/T: no entiendo esa clase de lógica cuando lo único que ha hecho es reciclar una tendencia pasada y además que le pertenecía a mujeres del norte(? Jajaja, que se note que yo sí soy del norte.

Su vestido lucía sutiles detalles bordados importados del Imperio Moro. Era el único artículo importado de la compañía Bocanegro.

‘Y habrá una comisión del 10% para los bordados de este tipo.’

El oro y la plata meticulosamente bordados brillaban deslumbrantes sobre el satén gris lavanda. Fue una selección de Sancha, que tenía un agudo sentido estético. Ese estilo era totalmente nuevo para las mujeres de San Carlo, incluida la duquesa Rubina, que nunca se habían encontrado con nada parecido.

Deseó que el Rey se quedara pasmado ante su innovador atuendo y la elogiara delante de Rubina. O mejor aún, sería divertido ver a Rubina al lado del rey con los ojos entrecerrados como una serpiente de cascabel.

Y Ariadne pensó que Rubina tendría una razón para hacerlo. Nunca habría olvidado el pánico cuando León III intentó nombrar reina a Ariadne 4 años atrás. Si Rubina tuviera discreción, nunca permitiría que ambos se reunieran en privado.

—Voy para allá —dijo Ariadne.

Hoy era una guerrera que se dirigía al campo de batalla. Bajo la abrasadora luz del sol etrusco, Sancha miró por detrás a Ariadne con su elegante vestido gris lavanda. Estaba segura de que su señora podría derribar incluso a los gigantes de piedra del mito con sus propias manos.

* * *

—Condesa de Mare, cuánto tiempo —saludó León III a Ariadne en su despacho. Flanqueaban al Rey a ambos lados el marqués Baltazar, el conde Marques, el conde Contarini y el señor Delfinosa, por orden. No estaba segura de si debía sentirse aliviada o no de que la duquesa Rubina no estuviera a la vista.

—Bueno… —empezó el Rey—. El tiempo vuela, y seguir la pista de asuntos anteriores es ciertamente difícil. Espero que tú y tu familia estéis bien.

Ariadne se dio cuenta enseguida de las intenciones de León III. Estaba avergonzado por lo que hizo hace unos años. En realidad, no tenía conciencia suficiente para arrepentirse de verdad, pero desde luego no quería que los demás recordaran el vergonzoso incidente.

Ariadne sonrió ampliamente y respondió. 

—Estoy de acuerdo. Apenas recuerdo nada de los acontecimientos pasados. Le aseguro que no hay nada de qué preocuparse, Majestad.

—Jaja.

—Mi padre aún está en Trevero. Estaba bien la última vez que lo vi.

—Me alegra oír eso.

León III fue rápidamente al grano. Se abstuvo en la medida de lo posible de echar miradas a las curvas de Ariadne hoy.

—Le agradezco sinceramente que haya aceptado el papel de acompañante de Bianca. Encontrar a alguien para cubrir el puesto vacante me estaba dando verdaderos quebraderos de cabeza.

—Será un honor estar a su servicio siempre que sea necesario, Majestad.

—Eso me recuerda... ¿Cuánta diferencia de edad hay entre ustedes dos? ¿7 años?

El conde Ottavio de Contarini aprovechó la oportunidad y respondió en su lugar.

—Son 5 años, Majestad. La condesa de Mare es 5 años mayor que la princesa Bianca de Harenae.

—5 años, ¿verdad? —preguntó Leo III con voz contrariada—. Algunos se muestran escépticos sobre tu cualificación porque no eres mucho mayor que Bianca.

Ariadne se limitó a mirar al suelo. Volver con una respuesta inteligente parecía inútil en aquel momento. ‘¿Qué tiene exactamente en la cabeza el rey León III para hacer esa pregunta? ¿No era él el que estaba desesperado por encontrar a alguien -cualquiera- para ser el chaperón de Bianca?’

—Por eso le pido... que asista al almuerzo y a la conferencia de la tarde.

—¿Un almuerzo? —preguntó Ariadne, momentáneamente turbada. Cuando ella entró en el palacio real no había programado ningún almuerzo. Pero ya era casi la hora de comer.

—Si me concediera el honor de asistir al almuerzo con usted, Majestad-.

—Me temo que no —interrumpió León III con calma las corteses palabras de Ariadne.

Estuvo a punto de replicar: “¿Perdón?” Pero se detuvo justo a tiempo.

—¿Sería mejor que comiera sola?

—Ha sido invitado por separado, condesa de Mare —respondió el conde Ottavio de Contarini, escoltándola. Ariadne veía a Ottavio con otros ojos, pues siempre había pensado en él como el amigo perdedor de sus hermanos y no como parte de un gabinete real.

‘El Reino Etrusco está condenado…’

Ariadne estaba pensando detenidamente si su resurgimiento había beneficiado al futuro de los etruscos, pero Ottavio cortó sus pensamientos. 

—Síganme, por favor.

Ariadne miró a León III con gesto interrogante.

—Que el conde Contarini le acompañe, y la veré en la conferencia por la tarde —dijo el Rey.

—Gracias por su gracia, Majestad —dijo Ariadne cortésmente y salió del despacho del rey, siguiendo a Ottavio. El pasillo era extremadamente silencioso. Sólo se oían sus pasos, lo que resultaba doblemente incómodo. Por un momento se planteó si mantener el silencio debido a la atmósfera tensa, pero la curiosidad pudo con ella. Además, callar le haría sentir que había sucumbido a la presión silenciosa.

—¿Puedo preguntar qué honorable persona me invitó?

Pero en medio de su pregunta se dio cuenta de que sólo una persona en el palacio real le pediría a Ottavio que la trajera. Sus labios se curvaron automáticamente en una sonrisa.

‘Oh, así que así es como quieres jugar.’

Ottavio pareció turbarse al ver que Ariadne iniciaba una conversación. Se congeló en su sitio momentáneamente y luego contestó secamente. —Pronto lo sabrás.

Llegaron a un comedor bellamente decorado, con capacidad para unas cincuenta o sesenta personas. Ottavio abrió la puerta de par en par.

¡Abrid!

Todos los presentes en el comedor se quedaron mirando a Ariadne. Y todas las participantes eran mujeres. El séquito de la duquesa Rubina, compuesto por treinta o cuarenta mujeres de la nobleza, estaba sentado alrededor de la larga mesa ovalada.

Sentada en el lugar de honor, la duquesa Rubina miró con fiereza a Ariadne con su vestido granate. La guerra había comenzado.


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