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SLR – Capítulo 264

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 264: Villano vs. villana


Isabella estaba segura de sí misma. Gracias a su meticulosa planificación previa, la victoria fue para ella. La etapa intermedia se desarrolló perfectamente según sus planes. Ahora, todo lo que tenía que hacer era recoger la fruta. Su único deseo era convertirse en la "Duquesa Pisano".

Por supuesto, la gente hablaría de ella a sus espaldas. Y, sobre todo, odiaba que su cuerpo desnudo hubiera quedado al descubierto ante la gente de la capital.

'Realmente espero que no hayan visto mis pechos.'

Isabella echó un vistazo a su pulcramente reorganizado corps-pique. Había lucido orgullosa su escote y se estremeció al pensar que toda la capital supiera que eran falsos.

'¿Y si se burlan de mi pecho plano?'

Césare ni siquiera se molestó en tocarle los pechos. Debía saber que los pechos de Isabella no eran impresionantes cuando durmieron la última vez. Isabella frunció los labios de mala gana.

Ah, bueno. Había logrado su objetivo. Todo lo que tenía que hacer era no dejar que otros en la capital lo supieran. No creía que Césare fuera tan estúpido como para hablar mal de su pecho plano cuando pronto se casarían.

Pero había algo más que no le hacía feliz. Todos en San Carlo sabían que había seducido al prometido de su hermana. No se sentía bien por ello, pero confiaba en que las cosas acabarían bien.

'Una vez que me convierta en la Duquesa Pisano, no podrán hacer nada al respecto.'

La alta posición de una dama noble sólo era necesaria para encontrar un buen marido. Algunas damas daban prioridad absoluta a su reputación y hacían todo lo posible por estar a la altura de su nombre, pero se equivocaban.

'No puede echar a su futura esposa de casa sólo porque su reputación social haya caído en picado.'

Y la reputación Césare también había caído al barro. No le sería fácil encontrar una nueva esposa si se casara con ella y luego la abandonara.

A algunas nobles conservadoras podría no gustarles, pero no se atreverían a excluir a la duquesa Pisano de la alta sociedad. Con el tiempo, los accidentes e incidentes se olvidarían y el poder pasaría a manos de la alta nobleza. Isabella estaba segura de que le había tocado la lotería.

Clink.

Césare abrió la puerta del salón y entró. Isabella sintió que algo no encajaba. Debería haberle invitado a un lugar privado, como su sala interior, en lugar del salón.

'Ah, bueno. Se está poniendo un poco irritable. Después de todo, ahora está obligado a casarse conmigo.'

Era normal que Césare estuviera de mal humor.

Además, el Cardenal de Mare llegaría pronto. Sería ridículo que se encontrara con su futura esposa y suegro en su habitación. Isabella decidió ser generosa y disculparlo sólo por esta vez. Hoy todo iba perfectamente, así que se sintió extremadamente generosa. Terminó su autojustificación.

Incluso después de entrar en el salón, Césare se negó a hablar. Isabella ni siquiera esperó a que le ofreciera asiento y entabló conversación en tono confiado.

—Deberíamos hablar de cómo anularás el compromiso.

Césare frunció el ceño y se volvió hacia ella. 

—¿Qué?

Su rostro se volvió amenazador. Pero Isabella no dudó ni un segundo.

Con una sonrisa relajada, respondió suavemente—: Ya sabes lo que quiero decir. Anula tu compromiso con Aria.

Era como si le pidiera que devolviera un accesorio que le habían confiado. Se regodeaba triunfante.

Césare vaciló, pero eso no desanimó a Isabella quien explicó la situación con una sonrisa tranquila. 

—La familia de Mare puede pedir oficialmente que se rompa vuestro compromiso, pero ¿por qué molestarse cuando se trata de un cambio entre miembros de la misma familia? Al fin y al cabo, somos hermanas. No hace falta una notificación de ruptura en nombre de la familia de Mare...

Césare no dijo nada.

—Si sólo Su Majestad el Rey retira el edicto, la notificación oficial a nivel doméstico será innecesaria.

Isabella miró significativamente a Césare con una mirada cómplice. Sé que a ti también te gustaría arreglar las cosas sin crear problemas —con un tono aún confiado, continuó—: Puedo ayudarte.

Lo único que hizo Césare fue mirar silenciosamente a Isabella con la boca cerrada. Sus ojos parecían mortales, como si quisiera matarla en cualquier momento.

Pero a Isabella no le importó y se limitó a mirarle con una sonrisa burlona. 'Ah, bueno. Ya no puede hacer nada.'

Los hombres que se negaban a asumir su responsabilidad tras robar la virginidad de una mujer quedaban manchados como la mayor escoria del mundo. De algún modo, el duque Césare logró escabullirse de los problemas sin que lo atraparan, pero ya no tenía adónde huir. Todo el mundo había visto lo que había hecho.

Isabella también tuvo que hacer algunos sacrificios, pero todo salió a la perfección. ¿Por qué otros no ponían trampas como ella?

Isabella decidió acorralar un poco más a su presa. 

—Es una pérdida para mí porque tengo que renunciar a la ceremonia de compromiso.

Sí, fue una gran pérdida. Debería haber tenido su ceremonia de compromiso de blanco puro, brillante y su magnífica boda con vino y joyas, pero fue lo bastante generosa como para renunciar a lo primero. Isabella estaba orgullosa de su espíritu de sacrificio.

Con la nariz en alto, espetó—: Me sacrifico para salvarte la cara como esposa decente. No lo olvides.

—Eh, Lady Isabella de Mare —le interrumpió Césare con voz gélida.

A Isabella no le gustaba la actitud descarada de Césare.

'Vas a ser mío de todos modos. ¿Por qué enseñas los dientes?'

Así que, intencionadamente, habló como una esposa le respondiera con cariño a su marido con actitud burlona. —¿Qué pasa, cariño?

Isabella parecía muy relajada. Césare la miró como a un insecto.

Luego le espetó.

—¿Qué te hace pensar que me casaré contigo?

Un ceño fruncido se formó en el hermoso rostro de Isabella. 

—¡¿Qué?! —le miró con odio y chilló—: ¿Estás loco? —Entonces lo atacó—. ¡¿Quieres ser exiliado permanentemente de San Carlo?! —Isabella no esperaba en absoluto que la situación se desarrollara así—. ¡Las cosas se te han ido de las manos! ¿Cómo te atreves a descuidar tus deberes después de robar la virginidad de una dama noble decente y soltera? ¡Eso significa obtenee una sentencia de muerte en el círculo social noble!

—Tienes razón. Pero no eres una dama soltera decente —dijo Césare con indiferencia—. Si hubiera sido tu hermana, y no tú, habría asumido la responsabilidad como un caballero.

Sus palabras salieron despacio, pero ella pudo sentir claramente la ira reprimida que había debajo. Levantó la voz y sus palabras también se volvieron más amenazadoras.

—Pero Lady Isabella de Mare, todo el mundo en la capital dice que te acuestas con cualquier hombre al azar. ¿Por qué tengo que casarme con una mujer sucia como tú? —sonrió socarronamente—. Usted es la infame "amante secreta del marqués Campa", ¿verdad?

Isabella se quedó con la boca abierta. 

—¡¿Qué?!

Sintió que la rabia se le hinchaba como un volcán en erupción. 'Esto es totalmente injusto.'

La razón por la que se había rumoreado que Isabella era la amante secreta del marqués Campa era únicamente porque la gema que se sabía que llevaba el "brazalete del marqués Campa" estaba cerca de ella.

Pero en realidad, Césare le había regalado el brazalete a Ariadne, así que no tenía nada que ver con el marqués Campa. Sus gritos resonaron en el salón de Césare.

—¡Tú mejor que nadie deberías saber que los rumores sobre que soy la amante secreta del marqués Campa son falsos!

Pero Césare se limitó a encogerse de hombros con una mirada ardiente y diabólica en los ojos. 

—¿Cómo puedo saberlo? —uso una sonrisa lastimera y atacó a Isabella—. No soy omnipotente. Sólo he oído algunos rumores de la alta sociedad. Algo habrás hecho mal para ser la comidilla de la ciudad y para que yo los haya oído.

La cara de Isabella se puso roja como un tomate y tembló de furia.

—¿Cómo puedo saber lo que otros no saben? —Césare continuó burlándose—. Si te parece injusto, demuestra que aún eres virgen.

Si revelaba lo que había hecho Clemente, eso podría demostrar que no tenía nada que ver con el marqués Campa. Pero Isabella no tenía pruebas claras para revelar oficialmente que Clemente había engañado a su marido. Todo lo que tenía eran pruebas orales.

Y no podía probar su virginidad puesto que ya no era virgen. Césare le había robado su virginidad.

—¡Asqueroso!

Césare miró a Isabella con ojos azules como el agua helada. 

—Eso es gracioso viniendo de ti cuando vas acostándote con hombres al azar, Lady de Mare.

—¡Basura! ¡Basura!

Las lágrimas empezaron a brotar de los bonitos ojos morados de Isabella.

—Fuiste el primer hombre con el que me acosté. ¡Te dediqué mi virginidad! ¡Lo sabes!

Pero Césare no se inmutó. 

—No, intentaste usar tu virginidad para controlarme —con risa burlona, señaló—: ¡No creas que eres la única a la que le he quitado la virginidad!

Para Césare, Isabella no era más que una de las numerosas mujeres -no, sus trofeos- a las que arrebataba la virginidad.

—Vale, nos hemos acostado. Pero, ¿por qué estás tan orgullosa?

Cada palabra que lanzaba Césare le atravesaba dolorosamente el corazón.

—Si tengo que hacerte mi Duquesa porque eres virgen, estás la 118 en la lista. O tal vez no. Podrías ser la 150. Perdí la cuenta después de los primeros cincuenta. ¡Oh, debería hacer una lista! Haré una lista de Duquesas. Puedes llorar hasta que las duquesas que tienes por delante fallezcan —siguió burlándose de ella—. Oh, pero admito que tienes algo excepcional que te diferencia de las demás duquesas. Nunca vi a una dama apostar su virginidad tan atrevidamente como tú. Te reconozco el mérito —Césare rió en voz baja.

Tenía antojo de licor fuerte. El sol estaba alto, pero él quería estar completamente borracho.

—Estoy asombrado de cómo urdiste este complot, pero ponte en mi lugar. ¿Sabes el asco que da ser la víctima?

Sentía verdadero asco. Ducharse no le quitaría esa sensación. Se sentía utilizado.

—Si lo que buscas es poder y dinero, puedes ser tú misma. Pero, ¿cómo te atreves a engañar a la gente para lograr tu objetivo?

Césare se lo pensó un momento. '¿Tengo derecho a regañar a otras personas? ¿Qué estará pensando Ari en estos momentos?'

Mientras Césare tenía otros pensamientos, Isabella volvió a chillar con la cara manchada de lágrimas.

—¡Eres la mayor basura humana que ha pisado la tierra!

Césare asintió. 

—Tienes razón. Soy una basura —finalmente esbozó una sonrisa—. ¿No lo sabías ya?

—¡Hijo de puta! ¡Asqueroso! ¡Maldito bastardo!

—Lo sé, lo sé —convino Césare, levantando las manos como si se rindiera—. Yo era basura, y ahora, soy tan basura como para estar al mismo nivel que el marqués Campa. Nunca imaginé que ambos nos acostaríamos con la misma mujer.

Los ojos azules de Césare brillaron diabólicamente. —Pero no te tendré como mi esposa.

Isabella se lamentó—: ¡Pero me arruinarás la vida!

Su bonita y digna máscara había desaparecido hacía tiempo.

—Césare de Como, ¡¿me estás amenazando con autodestruirte?! ¡Si no nos casamos, ambos seremos carne muerta! ¿Estás loco?

—¡Tú eres la que me amenazó primero! —Césare también levantó la voz—. ¡Tú eres quien arruinó mi vida! ¡Cómo te atreves a actuar como si fueras la víctima!

Le habían arrebatado a su salvadora delante de sus ojos. Con un terrible desprecio y odio en los ojos, se había alejado. No, con un destello de dolor se le había roto el corazón.

Pensó que casarse con Ariadne le convertiría en una persona nueva. Pensó que su terrible e inexplicablemente vida vacía quedaría en el pasado, y que daría un paso hacia su nuevo y deslumbrante futuro.

Pero había visto que todo había terminado.

—¡Te metiste en mi cámara con mentiras, me obligaste a leer las cartas y me sedujiste!

—¡Eso es mentira! ¡Fuiste tú quien me trajo a tu habitación! Podrías haberte negado y haberme acompañado a la puerta. Todo lo que tenías que hacer era decir que no y decirme que me fuera. Pero no lo hiciste —Isabella gritó con todas sus fuerzas—. ¡No soy un gigante de ocho pies de altura! ¡No podría haberte obligado a acostarte conmigo! —Isabella tenía los ojos ardientes de rabia—. Estás tratando de culparme por romper tu relación con Ariadne, pero no señor. ¡Es tu entrepierna terriblemente ligera la que te metió en este horrible lío!

N/T: Podrán odiar a Isabella todo lo que quiera pero nadie le metió una pistola a Césare para que lo hiciera, esta vez ella tiene razón. La responsabilidad es de ambos, no sólo de ella.

Césare ya no quería hablar con Isabella. Le dio un golpe final. 

—He terminado de hablar. La conclusión es que no me casaré contigo.

No quería pensar en... quién era el culpable. Sólo quería convencerse de que era culpa de Isabella. No le importaba si ella lo culpaba porque taparía sus oídos.

—De acuerdo. Digamos que yo soy el culpable. Pero eso no significa que tenga que casarme contigo.

Las personas que temían por su reputación manchada recurrían al matrimonio como solución.

Hoy, Isabella no estaba asustada por la notoriedad que sus acciones le granjearían, a diferencia de otras damas del círculo social de San Carlo. Pero Césare era peor que ella. Había sido llamado el villano de la alta sociedad durante los últimos diez años. La gente no iba tan lejos como para llamarlo la escoria más vergonzosa, pero estaba cerca de serlo.

Si Isabella y Césare jugaran a la gallina con su reputación social arruinada en juego, el ganador sería sin duda Césare. 

N/T El juego del gallina o del montón de nieve es una competición de automovilismo o motociclismo en la que dos participantes conducen un vehículo en dirección al del contrario; el primero que se desvía de la trayectoria de choque pierde y es humillado por comportarse como un "gallina". El juego se basa en la idea de crear presión psicológica hasta que uno de los participantes se echa atrás. Este juego es considerado como un juego estático con información completa.

—No me importa que la gente me llame asqueroso. Pueden hablar mal de mí, llorar hasta quedarse dormidos y hacer lo que quieran —dijo Césare.

Isabella levantó la mano derecha para abofetear a Césare. Él vio su mano levantada para abofetearle, pero no se molestó en detenerla. Tenía un poco de conciencia y pensó que se merecía una bofetada.

¡Puñetazo!

Césare había esperado una bofetada, pero el golpe que aterrizó en su cara era de un hombre.

—¡Papá...! —exclamó Isabella.

El cardenal de Mare había llegado tarde al salón de Césare y le había dado un puñetazo en la cara.

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