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SLR – Capítulo 262

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 262: Ir hasta el final

Isabella emitió un sonido extraño y emotivo que parecía risa y sollozo al mismo tiempo.

—Creí que no volvería a verte —murmuró. 

Para Isabella, sería su última oportunidad aquí hoy y estaba realmente desesperada. Sin embargo para Césare, estaba cansado de eso ya que había pasado por situaciones como aquella docenas de veces. Su instinto le dijo lo que Isabella estaba tratando de sin ni siquiera pensarlo.

'Intenta hacerme sentir culpable.'

Mientras Césare intentaba descifrarla, Isabella levantó la vista hacia él. No pudo evitar exclamar ante su belleza.

Tuvo que admitir que el pelo rubio de Isabella y sus rasgos perfectos eran abrumadoramente hermosos. Rara vez le impresionaba la belleza de los demás, porque estaba demasiado ocupado admirando su propio reflejo en el espejo. Pero la belleza de Isabella llegaba a conmoverle.

—De ninguna manera, Isabella —la animó suavemente Césare.

Normalmente utilizaba honoríficos para dirigirse el uno al otro, pero Césare le hablaba naturalmente como a un amigo íntimo. Pero ni él mismo se daba cuenta de que su tono de voz había cambiado.

Sin embargo, Isabella no tardó en darse cuenta del sutil cambio en sus modales. Se sintió un poco disgustada, pero también aliviada, pues parecía que Césare admitía que había algo especial entre ellos.

Césare volvió a intentar calmarla con voz dulce como la miel—: Volvemos a encontrarnos.

Ante sus melosas palabras, Isabella replicó mientras las lágrimas brotaban de sus ojos amatistas.

—Pero Césare.

Era injusto que fuera ella la única que tuviera que mantener la distancia entre ellos cuando él ya había abandonado los honoríficos. Así que ella también se apresuró a llamarle por su nombre en lugar de Duque Césare.

Una relación entre un hombre y una mujer disolvía la jerarquía. El mundo estaba manchado de jerarquía por todas partes. La única forma en que las mujeres podían ascender en la escala social y llevar una nueva vida era a través de una relación con un hombre. Si no hubiera forma de subir, las mujeres habrían llevado a cabo una revuelta hace mucho tiempo.

Y hoy era el día en que tenía una oportunidad única en la vida.

—Pero no tenemos futuro —los ojos de Isabella brillaron con tristeza—. Porque nuestro amor nunca podrá hacerse realidad. Eres el prometido de mi hermana. Y no quiero hacer daño a mi querida hermana.

Su actitud contrastaba con la de su anterior encuentro, cuando le instó descaradamente a que la utilizara para vengarse de su odiosa prometida. Su repentino cambio de actitud la hizo parecer casi loca.

Pero Isabella estaba concentrada en el ambiente en este momento. Se estaba presentando como lúgubre, patética, pobre niña buena Isabella, una chica demasiado hermosa para evitarla sin antes ayudarla.

Si podía seguir con su actuación y estimular la simpatía del duque Césare, podría tolerar que la llamaran dos caras.

Ella continuó suplicando.

—¿Pero qué pasa con mi virginidad -no, mi vida- que te dediqué...?

Le temblaba la voz. Todo era una puesta en escena, pero el temblor era real.

Quería desesperadamente que Césare dejara a Ariadne por ella.

Ella quería que él dijera, "Ari sigue siendo virgen. Ella tiene innumerables hombres pidiendo su amor. Pero Isabella, sólo me tienes a mí. Así que me haré responsable de ti. No te preocupes."

Isabella deseaba de verdad, sinceramente, oír esas palabras de él.

Sin embargo, las palabras que salieron de la boca de Césare fueron completamente opuestas a lo que ella quería. 

—Yo... te conseguiré un esposo decente.

—¿Qué? —la voz de Isabella se volvió espinosa.

Pero a Césare no le importó y siguió diciendo lo que pensaba. 

—Soy plenamente consciente de que soy responsable. Y sé lo que te preocupa.

Su virginidad ya había sido tomada por un hombre. Quienquiera que fuera su cónyuge, le preguntaría: "¿Por qué no veo las pruebas de virginidad de mi nueva esposa en la noche de bodas?"

—No te preocupes por eso. Todo irá sobre ruedas cuando las partes lleguen a un acuerdo.

Eso significaba que el duque Césare informaría por adelantado al cónyuge o a su familia de la pérdida de la virginidad de Isabella y compensaría los daños. En otras palabras, traería a un hombre dispuesto a aceptar a una esposa que había perdido su virginidad.

Él, el hombre que le arrebató la virginidad, le contaría a su futuro marido toda la historia y llegaría a un acuerdo a escondidas. Y a cambio, el hombre recibiría dinero en metálico, un título nobiliario o un pequeño feudo por aceptar a la impura Isabella, una dama con escaso valor comercial en el mercado matrimonial.

—Traeré al mejor hombre que pueda conseguir para ti. ¿A quién quieres? ¿Alguien del país o un noble del extranjero? —ofreció Césare. 

Este no era el futuro que Isabella había diseñado para sí misma.

Era obvio qué clase de persona traería Césare para ella. El hombre sería uno de los sirvientes del Duque Pisano, o alguien que no podría decir que no a su dinero y poder.

Lo que Isabella quería era el dinero y el poder de Césare, no un hombre que no pudiera rechazarlo. Para colmo, Isabella no sólo perdería la oportunidad de conseguir su fortuna y autoridad, sino que todo lo que tenía sería de su odiosa hermana. Isabella estaba a punto de enloquecer.

—¡Traidor! —lo acusó, alzando la voz.

La sangre se drenó de la cara de Césare, y escaneó el perímetro. 

—¡Isabella! ¡Baja la voz!

Pero su reacción no hizo más que estimular su rabia.

—¡Traidor! ¡Cobarde! ¡Asqueroso bastardo!

Al estudiar el rostro de Césare, Isabella pudo ver lo que más temía. La simpatía no era la clave para conmoverlo. Ahora, era el momento de despertar su miedo.

Con los dientes apretados, amenazó—: ¡Se lo diré a todo el mundo!

—¡Isabella!

Los ojos inyectados en sangre de Isabella brillaban con locura. Sacó de su pecho un trozo de tela blanca.

—Te das cuenta de lo que es esto, ¿verdad?

El pañuelo le resultaba familiar, pero la mancha que había en él no la había visto nunca. Era el preciado pañuelo de Césare con las iniciales de Ariadne.

—Eso… —balbuceó.

—¡Bien! —gritó Isabella, extendiendo el pañuelo manchado de sangre de virginidad—. ¿Qué crees que Ari diría una vez que le lleve esto?

Con el rostro torcido, Césare empezó a calmarla. —Isabella, por favor...

Este pañuelo no podría servir como prueba oficial de que Césare de Carlo había tomado la virginidad de Isabella de Mare, ya que no era suyo.

Pero Ariadne al menos sabría lo que había pasado al instante, ya que el pañuelo le pertenecía.

—¡¿Crees que te perdonará?! ¡Sabes lo despiadada que es!

—Isabella, por favor... Por favor, cálmate para que podamos hablar —Césare suplicó.

Isabella miró a Césare con los ojos inyectados en sangre. Sus ojos enrojecidos estaban llorosos, ¿o brillaban con frenesí?

—Bésame —le exigió.

—¿Qué?

Césare no se había esperado aquella petición y dio un respingo de sorpresa. Sin embargo, al ponerse en el lugar de Isabella, era justo que pidiera un beso. Necesitaba un consuelo para su orgullo destrozado.

—Si no quieres que le dé esto a Aria, bésame —lo amenazó.

'Quiero que veas a tu hombre arrastrándose ante mí; que veas a tu hombre leal inclinándose ante mí. Es lo menos que merezco. ¡Veré que suceda a toda costa!'

'Tu prometido me obedecerá como un perro fiel. Comprueba con tus propios ojos que siempre que le llame, vendrá a mí a cuatro patas. Ladrará y se arrodillará si esas son mis órdenes.'

—Isabella, no creo que sea una buena idea...

—¿Eso es un no? ¡Entonces iré a buscar a Aria!

Con el pañuelo ensangrentado en la mano, Isabella corrió hacia el interior de la sección VIP del segundo piso, cubierta por gruesas cortinas de terciopelo. Césare se apresuró a tenderle la mano y agarrarla por el hombro.

Eso hizo que la pequeña Isabella rebotara y, en cuanto se dio la vuelta, se encontró en brazos de Césare.

Césare presionó en silencio sus labios sobre los de ella. Su elegante puente nasal se inclinó ligeramente para evitar chocar con la pequeña nariz de Isabella.

—¡Oh...! —Isabella dejó escapar una exclamación de asombro.

Como buen besador, Césare lo puso todo en el beso. Planeaba silenciar a Isabella haciendo que sus rodillas flaquearan de satisfacción. La calmaría y se libraría del lío por hoy.

Isabella echó la cabeza hacia atrás. Césare le rozó la nuca con los labios y le hizo cosquillas, deseando desesperadamente que aquel beso celestial se llevara el resentimiento y los complicados pensamientos de Isabella.

—¡Ahhhh...!

Su piel clara empezó a teñirse de rosa. Su vestido de organza tenía un escote pronunciado que realzaba su pronunciado escote.

Sus pechos parecían tentadores, pero Césare ya sabía que eran falsos, así que no estaba desesperado por explorar más su interior. Sin embargo, Isabella puso las manos de Césare en su pecho. Su atrevimiento sorprendió incluso al famoso playboy Césare.

—¿Quieres hacerlo aquí? —preguntó, sorprendido.

Pero Isabella asintió, sonrojada. Él no estaba seguro de si se sonrojaba por timidez o por la excitación.

Césare intentó detenerla una vez más. 

—Pero todo el mundo nos oirá-.

—Estaremos callados —le interrumpió.

Pudo ver que el beso la calmaba.

—Por favor —suplicó Isabella, aún ruborizada.

Sus mejillas rosadas se tiñeron de rojo. Y sus labios rojos se entreabrieron. Césare instintivamente miró los labios entreabiertos de Isabella. No podía parar.

Impresionada por sus caricias, la chica de belleza perfecta le suplicó más. Él quiso parar, pero sus instintos masculinos le empujaron a más. Su orgullo creció, contento por el hecho de que su atractivo sexual hubiera despertado a una dama. Ningún hombre habría podido resistirse a su seducción, pero eso era especialmente cierto en el caso de Césare.

Césare no pudo evitarlo y empezó a quitarle el corps-pique a Isabella, que le tocó el cuello al mismo tiempo. Sus largos y gráciles dedos empezaron a desabrocharle la parte superior de la camisa, abotonada hasta el cuello.

—¡Ahhh...!

Todo se calentó al instante. El traje de capas de Isabella, fino como las alas de una libélula, se despegó. Sudor y gemidos llenaron el espacio.

Cubiertos con una sola cortina, los dos exploraron sin pensar los cuerpos del otro en el balcón.

De todos modos, eso es lo que parecía que estaban haciendo. Isabella gemía sugestivamente en repetidas ocasiones, y Césare no tardó en poner la cara contra el verdugado francés de Isabella.

N/T verdugado francés: Una especie de «flotador» colocado sobre las caderas… lo cual daba una forma nada triangular, nada rígida, pero sí volumétrica, a partir de la caída del tejido de la falda formando pliegues. Recomiendo leer esta entrada para saber más del tema - https://vestuarioescenico.wordpress.com/2012/05/25/verdugado-frances-o-french-farthingale/

N/T: Por si no quedó claro con la explicación de arriba, Césare pone su cabeza bajo la cadera de Isabella buscando darle placer, no sé si me entienden…..

Pero Césare estaba abrumado por el "orgullo varonil de satisfacer a una mujer" y poco le importaba la dama que tenía delante. Por otro lado... Isabella era mucho más práctica.

'Esto es suficiente.'

Isabella sonrió satisfactoriamente en secreto y dejó caer el pañuelo ensangrentado al suelo.

Esa era la señal.

En ese momento, Leticia de Leonati salió a gatas de su escondite tras las flores del balcón y arrojó el jarrón de flores sobre el armario del fondo del balcón.

¡Crash!

Cuando el jarrón de porcelana cayó desde el segundo piso y se hizo añicos tras golpear el suelo de mármol, el horrible sonido resonó por todo el espacioso vestíbulo.

Al mismo tiempo, Leticia tiró de las cortinas con todas sus fuerzas, y las cortinas de terciopelo rojo se descorrieron de golpe.

¡Deslizar!

Las cortinas de terciopelo rojo estaban abiertas.

Fue como un estreno en el que las estrellas -Isabella y Césare- se tocaban sin apenas ropa. Fue como si el primer acto hubiera comenzado oficialmente para los distinguidos invitados. Con un sonoro acorde de apertura, las estrellas se revelaron al público del segundo piso.

Y el público enloqueció.

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