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SLR – Capítulo 255

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 255: En cualquier momento 

Rafael prácticamente voló hasta el pasillo y ayudó a Ariadne a levantarse del suelo de mármol. Su ayuda fue delicada y considerada, como si se tratara de un recién nacido.

—Ari, ¿estás bien? —preguntó Rafael, conmocionado.

Ariadne intentó mantener la compostura en la medida de lo posible. 

—Estoy bien. —Pero la mirada de Rafael le dijo que no lo había engañado—Ariadne añadió—: De verdad. No ha pasado gran cosa.

Pero Ariadne ahora mismo no parecía estar bien ni por asomo. Se podían sentir los susurros de los espectadores a su alrededor. Para empeorar las cosas, Césare estaba a medio camino de la habitación. La mitad de él estaba cubierto de oscuridad, y sus ojos tenían un aspecto espantoso, mirando a Rafael que ayudaba a Ariadne a levantarse.

—Quítale las manos de encima, Baltazar —advirtió con voz tétrica y tenue—. Yo me ocuparé de mi prometida. Así que ocúpate de tus asuntos y vuelve al salón de baile.

El temperamento de Rafael se encendió. 

—¡Duque Pisano! ¡No puedes salir de esto tan fácilmente! ¡Esta es una situación seria!

Sólo se podía culpar al duque Pisano de que Ariadne tuviera tan mal aspecto.

Rafael miró a Césare directamente a los ojos y lo acusó. —¡¿Qué demonios le has hecho a tu prometida...?!

Rafael quería decir: '¡Intentaste forzarla y esto pasó!'

Pero no podía decirlo en voz alta. Demasiadas personas entrometidas estaban mirando, e incluso si no hubiera nadie alrededor, Rafael era religiosamente educado y no diría descaradamente tal cosa.

Pero lo que quería decir estaba claro, y Césare se dio cuenta de lo que pretendía decir.

Torció la cara violentamente y miró a Rafael. 

—No sé qué cosas asquerosas tienes en la cabeza, pero no se parece en nada a lo que piensas. Así que vete cuando te hable amablemente.

Ariadne también intentó detener a Rafael.

—Rafael, realmente no es lo que piensas. Estoy realmente bien.

Ariadne sólo quería evitar que este asunto se convirtiera en una situación que empeorase. No le importaba si parecía que Césare la había obligado a acostarse con él o si ambos estaba de acuerdo. Pero la gente no creía su excusa.

No se podía evitar porque todo el mundo naturalmente pensara que estaba demasiado avergonzada para admitir el hecho de que su prometido la trataba como basura. Y Rafael no era una excepción.

—¡Ari, no tienes que defenderlo por lo que hizo! —Rafael estaba furioso—. No hay necesidad de eso. Incluso si el compromiso fue hecho por Su Majestad el Rey…

Al darse cuenta de nuevo de que había demasiados testigos alrededor, Rafael se tragó las siguientes palabras. Pero Césare volvió a darse cuenta astutamente de que Rafael pretendía decir que "León III no quería este compromiso. Cualquier pequeña excusa serviría para anularlo".

Y era lo que Césare también más temía.

—¡Baltazar! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Fui especialmente suave contigo, pero no sabes cuándo parar! ¡Quita tus sucias manos de ella y piérdete en este instante!

Césare dio una larga zancada y agarró la muñeca de Ariadne lejos de Rafael.

—Vamos, mi señora —dijo Césare.

Confiaba en que Ariadne lo seguiría. Sus ojos azul agua se iluminaron un poco.

Pero Rafael no dejaría que Césare se llevara a Ariadne sin luchar.

¡Bofetada!

Un objeto blanco voló, golpeó la cara de Césare y rebotó hasta su pecho. Césare lo cogió para ver qué era.

Era el guante de Rafael de Baltazar.

¡Ay!

—¡Oh, Dios mío!

—¿Acaba de lanzar su guante?

Los entrometidos enloquecieron y cuchichearon acaloradamente. Esto sí que era un drama.

Los nobles del continente central se despojaron de sus guantes y los lanzaron para declarar un duelo. Esto significaba que Rafael de Baltazar desafiaba a Césare de Carlo. Si Césare aceptaba el duelo, sería el mayor acontecimiento de la primera mitad de este año.

Césare miró a Rafael con expresión horrorizada. Bajó la voz a un gruñido amenazador. 

—¿Qué... crees que estás haciendo?

Rafael hacía tiempo que había olvidado sus modales y lo desafió: —Césare de Carlo, adelante —Tuvo que tener mucho autocontrol para no llamarlo Césare de Como—. Te reto.

Césare abrió la boca para hablar, pero se detuvo cuando Ariadne chilló—: ¡Basta, los dos!

Era una vieja tradición entre caballeros nobles del continente central disputar un combate a vida o muerte. Salvaban sus diferencias a través de un combate, pero el perdedor moría. Y el perdedor y su familia no podían objetar o cuestionar acerca de su muerte.

Sin embargo, fue una tradición que terminó hace un siglo. Aunque la tradición no se perdió, la caballerosidad que conquistó aquella época no sería la misma en 1123 en el Reino Etrusco. Si una persona de rango inferior dañaba a otra de rango superior en el combate, la primera tenía que ser desterrada de su país. Si la persona tenía suerte, podía regresar a su país tras una década viviendo en el extranjero como refugiado.

Incluso si Rafael ganaba el combate a Césare, perdería en el trato. Y Rafael, Césare, y Ariadne todos sabían este hecho.

Césare entrecerró los ojos y miró a Ariadne. 

—Ari, ¿estás defendiendo a ese imbécil?

Ariadne negó enfadada.

—No. Estás haciendo el ridículo.

—Ari, estoy bien —la tranquilizó Rafael, dando un paso adelante—. Cualquier tipo que trate así a una dama debería probar de su propia medicina.

Sus largas pestañas ensombrecían sus ojos furiosos. Césare no podía creerlo. Este tipo no sabía cuándo meterse en sus asuntos.

Lo único que pudo hacer fue burlarse con incredulidad.

—¡Ja!

Pero ni siquiera el poderoso Césare podía mentir ante la multitud y decir que sólo se lo estaban pasando bien y que él no había obligado a su prometida a hacer nada. Eso no explicaría por qué Ariadne parecía un desastre. Era un mujeriego, pero no un imbécil.

Y ya que ese vil gamberro le desafió, no podía echarse atrás.

—Si eso es lo que realmente quieres... —dijo Césare amenazadoramente, mirando fijamente a Rafael.

Rafael de Baltazar tenía fama de gran espadachín, pero a Césare no le preocupaba tanto. 'Todo lo que necesito hacer es apuñalarle, y ese cretino de cara bonita será historia.'

—No me guardes rencor por haberte matado —advirtió Césare.

Pero no tenía su espada con él en el salón de baile. León III era más estricto que nunca en cuanto a permitir armas en el baile. Así que nadie tenía ni siquiera una espada ceremonial roma e inofensiva.

Césare escudriñó a su alrededor y gritó violentamente—: Eh, ¿hay alguien ahí? ¡Traednos dos espadas!

Tras recibir la orden de Césare, el sirviente real preguntó con cuidado.

—Pero me temo que las espadas no se pueden llevar dentro...

—¡Entonces tráedlas al jardín! —espetó Césare.

La multitud murmuraba bulliciosamente.

—¡Una pelea!

—¡Se toman muy en serio batirse en duelo!

—¿Están el Duque Pisano y el señor Baltazar peleando por la Condesa de Mare?

—¿Quién ganará?

—¡Apuesto por el señor de Baltazar!

—¡Yo también!

—Apoyaré al Duque Pisano.

—¿Por qué? ¿No crees que Baltazar tiene más posibilidades?

—Veremos quién gana después del combate.

Pero la voz de una dama inflexible interrumpió la charla de los entrometidos.

—Césare, ¡detente! gimió Ariadne. —¡Por favor, no hagas esto!

Con decididos ojos verdes, gritó: —¡Si haces esto, no volveré a verte!

Qué chocante.

Césare se pasó bruscamente la mano por el pelo rojo, miró fijamente a Ariadne y pronunció: —Ariadne de Mare.

Esta vez, parecía más furioso que nunca. —¿De qué lado estás?

Rafael ya le había lanzado su guante. Y no podía retirarlo ahora. Así que Césare tenía que retroceder para cancelar el duelo.

Pero si Césare retrocedía, la gente pensaría que era un cobarde y no sé libraría de esa etiqueta.

—¿Tan importante es para ti? —Césare exigió.

—¡Sólo quiero que no te hagan daño...! —espetó Ariadne.

Pero a Césare le pareció que Ariadne esperaba que perdiera. La ira de Césare llegó al techo.

—¡Entonces, deberías haber detenido a ese bastardo primero! No pudo controlar su ira. —¿Quieres que me vean como un cobarde que huyó de un partido?

Ariadne suplicó con urgencia.

—¡Por favor, no lo hagas por mí! —Ariadne agarró la mano de Césare y le suplicó—: ¡No quiero que nadie salga herido, muera o sea exiliado por mi culpa!

No debió decir las últimas palabras porque aunque Césare apuñalara a Rafael en el corazón, no sería desterrado. Levantó las cejas con enfado.

Pero Ariadne siguió medio suplicando y medio amenazando—: No lo hagas a menos que no quieras volver a verme nunca más. ¡Por favor! No te lleves a una situación sangrienta.

Las lágrimas brotaron de sus ojos verdes. Césare estaba a punto de decir que no sin piedad, pero se detuvo al ver las lágrimas en los ojos de Ariadne.

'¿Sus lágrimas venían de mí, de ese imbécil de Baltazar o de alguna otra razón que desconozco?'

Sin embargo, no tenía tiempo para pensar en algo tan insignificante como de dónde procedían sus lágrimas.

La Ariadne que él conocía rara vez lloraba. Era fuerte y tenía un corazón de acero. Pero la chica dura estaba ahora derramando lágrimas delante de él. Eso le rompió el corazón más allá de las palabras.

—¡Maldita sea...! —Césare arrojó violentamente el guante de Rafael de Baltazar al suelo de mármol.

'Haré lo que desees.'

Se dio la vuelta y abandonó el pasillo del salón de baile a grandes zancadas. Eso hizo que los entrometidos se pusieran en marcha de nuevo. A sus espaldas, murmuraban de un lado a otro.

—¿De verdad está huyendo?

—¿No se está alejando porque su prometida le dijo que se detuviera?

—¡No, debajo de toda esa bravuconería, debe estar asustado!

—Tienes razón. El Duque Césare no se detiene porque alguien se lo pida. ¡Debe estar demasiado asustado para luchar!

—¡Dos hombres casi se enfrentan por culpa de la Condesa de Mare!

—Pero mira su atuendo. ¿Realmente el Duque Césare trató de forzarla?

Rafael fulminó con la mirada a los entrometidos que le rodeaban y se quitó la capa. Cubriendo con su capa a Ariadne, sugirió—: Ari, vámonos.

N/T: Montaste una escena tremenda y AHORA te importa cómo se ve Ariadne???? Hipócrita… Jajajaja, en serio con cada capítulo Rafael se pone más ridículo y le odio más. 

—Pero Rafael, ¿y tu compañera? —preguntó Ariadne.

Podía sentir las miradas despiadadas a su alrededor. No tenía intención de aguantar más resentimiento. Si le quitaba a Rafael a su compañera y desaparecía con él, su notoriedad se intensificaría.

Pero por alguna extraña razón, Rafael se sintió herido por la pregunta de Ariadne. Sin entender siquiera por qué estaba dolido, respondió con calma.

—Hoy, mi compañera es Julia. Estoy seguro de que lo entenderá si le digo que me fui primero por ti.

Si su compañera era Julia, Ariadne no tenía ningún problema. Ya no le quedaban fuerzas para exigir respuestas o emocionarse, así que asintió con desgana.

En silencio, dejó que Rafael la acompañara fuera del salón de baile.

N/T comentario favorito de un coreano en naver por este capítulo: "Ari, tienes recuerdos de tu vida pasada pero actúas como una idiota" XD

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