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SLR – Capítulo 250

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 250: Opiniones de amigas 

Incluso el poderoso duque Césare se sintió incómodo al hacer otra proposición de matrimonio justo después del día en que su propuesta fue rechazada. Subjetivamente, estaba demasiado disgustado para hacerlo, y objetivamente también era arriesgado. Si proponía matrimonio justo después de que una dama lo rechazara, parecería que ignoraba sus intenciones.

Y, sobre todo, su objetivo era diferente de cualquier otra chica con la que hubiera estado. Lo único que tenía que hacer para conquistar el corazón de otras mujeres era utilizar su cara de buen mozo y su sonrisa. Pero la mujer de sus sueños no se parecía en nada a ellas y era demasiado difícil de conseguir. Necesitaba una estrategia y más tiempo para ganarse su confianza.

—¿Estuvo bien? —preguntó.

—Hmm, estuvo bien —respondió Ariadne con indiferencia.

Así que Césare decidió seguir la táctica habitual. Una vez eliminada la pandemia, empezaron a abrirse lujosos cafés. Llevó a Ariadne a todas las tiendas con comida deliciosa de la ciudad y decoró la mansión de Mare con ramos de flores de todos los invernaderos que pudo encontrar.

Pero él nunca parecía complacerla. Otros hombres se desanimarían, pero él era un hombre con fuertes convicciones. Después de un mes haciéndolo, los rumores se extendieron naturalmente.

—Ariadne, ¡parece que el duque Pisano se ha convertido en un hombre totalmente cambiado! —dijo Lady Gabrielle de Delatore, sorbiendo té negro.

La reunión social de las damas no se celebraba desde hacía mucho tiempo, pero aquí estaban.

Lady de Delatore era la anfitriona de la fiesta de hoy. Había reunido a todos sus amigos para anunciarles oficialmente su próxima boda.

—¿Es así? —respondió Ariadne mecánicamente.

—Todo el mundo habla de ello —dijo Gabrielle. Ella se había prometido oficialmente a Petruccio, el hijo mayor del marqués Montefeltro, y su boda estaba prevista para finales de la primavera. Todo el mundo se dio cuenta de su actitud extremadamente relajada, viniendo de una mujer que estaba a punto de casarse.

—Mi prometido dice que no se le ve por la casa de juego —por si acaso la gente confundiera a su prometido con un libertino, Gabrielle añadió—: El hermano pequeño de mi prometido le vio... Es un poco problemático, así que su familia está muy preocupada por él.

—Oh, cielos... se compadecieron las mujeres.

—Su familia debe estar muy preocupada.

—Pero está mejorando —añadió Gabrielle—. Últimamente no juega mucho. De todos modos, así es como supe de él. Pero no se le ve por ninguna parte. Para nosotros también es un alivio. Desde que el anfitrión se ha ido, los miembros de su banda no aparecen tan a menudo...

Felicite miró ansiosa a su alrededor y le dio un codazo en las costillas a Gabrielle. Gabrielle estaba demasiado emocionada por su próxima boda y decía las cosas equivocadas. No sólo ofendería a Ariadne hablando de Césare, su prometido, sino también a las chicas que aún no se habían comprometido. Se reunían para celebrar la próxima boda de Gabrielle, pero hablar demasiado sería de mala educación.

Gabrielle dio un respingo cuando Felicite la advirtió en silencio. Sorprendida, se aclaró la garganta y cambió de tema.

—De todos modos, el duque Pisano es todo un amor con Ariadne últimamente. ¿Cuándo se casarán?

Riendo, Ariadne replicó—: Un momento. ¿No estabas en contra del conde Césare en nuestro último encuentro?

—Vaya. No, no he sido yo —negó Gabrielle, con el rostro rígido.

En la fiesta del té del año pasado, Gabrielle había apoyado al conde Césare, diciendo que la apariencia de un hombre era lo único que importaba. Pero Petruccio de Montefeltro, el compañero de matrimonio de Gabrielle, distaba mucho de ser joven o guapo, aunque ella estaba bastante contenta con él. Por eso, le daba vergüenza insistir en lo que había dicho antes. Así que se limitó a decir que no había estado en contra de él sin dar explicaciones.

La bondadosa Felicite decidió aliviar la tensión e intervino riendo—: Fui yo. Dije que el Conde Césare estaba fuera de discusión.

—¿Sigues pensando lo mismo? —preguntó Gabrielle.

Felicite volvió a reír. 

—Hmm, esa es una pregunta difícil. A juzgar por lo que he oído, esta vez parece realmente sincero.

Camellia también intervino—: Creo que tienes razón. El señor Ottavio se quejaba de que no podía ver al Duque Pisano por ningún lado estos días. Su querido amigo no quería jugar con él.

—¿Ni siquiera ve al señor Ottavio? ¡Pero si son los mejores amigos!

—Bien por ellos. Lo único que harían sería beber de día o jugar a las cartas —Camellia hizo un mohín con sus bonitos labios—. Es mejor que no se junten para tener una vida decente.

Parecía terriblemente descontenta con la moral de su prometido.

Ante eso, Felicite replicó: —Pero es increíble que haya dejado a su mejor amigo por ti, Ariadne. El Duque Pisano debe estar realmente enamorado de ti.

—No, no. No es eso —cortó Cornelia con voz cortante—. La gente nunca cambia. Quizá puedan hacerlo temporalmente, pero no durará mucho —Cornelia señaló astutamente la mayor preocupación de Ariadne—. Es fácil fingir durante un mes o dos. ¡Pero viviréis juntos durante décadas! Los problemas llegarán. La naturaleza humana no cambia.

Siendo realista, Julia interrumpió—: Pero Su Majestad el Rey ya anunció su compromiso. Los esponsales no pueden anularse, ¿verdad?

Si Rafael hubiera oído lo que dijo Julia, le habría guardado rencor para siempre por no ponerse de su lado. Pero aunque eran hermanos biológicos, no conocían todos los secretos del otro.

—Ya que la relación tiene que continuar, no existe otra opción más que aceptar su propuesta de matrimonio, ¿no crees?

Felicite también asintió con atención y dijo—: Madre siempre me advertía que una chica no debe hacerse la difícil durante demasiado tiempo. Si no, te guardará rencor durante años.

Nadie podía refutar las sabias palabras de la madre de Felicite.

—Bueno, en primer lugar, es guapo —dijo Gabrielle. —¡Sólo con mirarle a la cara se te quitaría el peso de encima!

Riendo, Julia estuvo de acuerdo.

—En eso tienes razón.

—Tiene un aspecto maravilloso. 

Todos, excepto Cornelia, estuvieron de acuerdo.

Y Cornelia asintió a regañadientes y admitió—: No puedo decir que no a eso.

Eran 4 contra 1. La mayoría insistió en que Ariadne debía "aceptar al duque Césare".

—Vigílalo de cerca —le aconsejó Felicite—. La "Fiesta de la Primavera" está a la vuelta de la esquina. Pronto se celebrará el baile real.

—Oh, sí. Es casi la temporada de los baile.

—¡Hurra! Estoy tan emocionada!

Felicite articuló sus pensamientos a Ariadne.

—Hasta la fecha, el duque Césare ha dado lugar a escándalos en el Festival de Primavera de cada año.

Julia asintió y respondió—: Bueno, los bailes reales son un buen lugar para conocer mujeres.

Cornelia añadió—: También es el mejor lugar para toparse con una chica con la que causó problemas antes.

Con ojos pensativos, Felicite asintió a cada una de las palabras de sus amigas, como si estuviera de acuerdo en que todas tenían sentido.

—Entonces, veamos si logra pasar el "Festival de Primavera" de este año sin problemas. Si logra tener éxito, podremos ver que el amor del Duque Pisano por la Condesa de Mare es sincero.

* * *

Había llegado el día de la Fiesta de la Primavera. Ariadne había acudido el año pasado con Rafael, pero esta vez, su compañero era Césare.

—Pasaré a las 15:30 como muy tarde a recogerte.

El año pasado, Ariadne había ido con Rafael, por lo que pudieron llegar a la hora de entrada general con los invitados habituales. Pero este año iba con Césare, un miembro de la familia real, así que tuvieron que pasar por el pasillo VIP. Como estarían todo el tiempo cerca del Rey en el baile, tenían que ser inspeccionados, por ejemplo, para saber si llevaban armas; está parte se había vuelto más estricta recientemente.

—¿Te pondrás el vestido que te envié? —preguntó Césare, besando el pelo de Ariadne, que lo llevaba suelto.

Últimamente la besaba todo el tiempo, así que Ariadne respondió con indiferencia.

—Tal vez. Si me gusta.

Césare replicó con orgullo—: Sé que te gustarán. Sólo dime cuál te gusta más.

Ariadne pensó en su interior: '¿Había más vestidos no solo uno?'

Y cuando Ariadne recibió los regalos de Césare, supo por qué se había mostrado tan confiado.

—Condesa de Mare, estos son regalos del Duque Pisano. Vine por la prueba.

Madame Clemenza de Boutique Collezione había visitado la mansión de Mare en persona. Y detrás de ella venían largas filas de carruajes.

—¿Qué... es todo eso? —preguntó Ariadne, atónita.

—Son sobre todo vestidos, junto con algunas joyas y zapatos —respondió Madame Clemenza.

Sancha se quedó clavada en el sitio mientras presenciaba las interminables filas de carruajes traídos por Madame Clemenza. 

—6... 7... 8...

En las ventanas de los carruajes se veían altas pilas de cajas de sombreros, vestidos empaquetados y otras telas de lujo.

Madame Clemenza preguntó a Sancha, que estaba hechizada por las montañas de regalos.

—¿Hay un buen sitio para dejar los objetos? Normalmente, lo hacemos en el salón.

Sancha recuperó rápidamente el sentido y contestó—: Oh... ¡El salón suena bien! Está por aquí.

Sonriendo, Madame Clemenza dijo—: Por favor, póngase un traje cómodo para la prueba en el salón, Condesa de Mare. No hace falta que se maquille ni que se peine —con una brillante sonrisa, Madame Clemenza añadió—: Es usted la más bella entre todas los Condesas a los que he servido.

Bueno, eso era porque la mayoría de las condesas eran ancianas.

* * *

Entre los regalos de los carruajes enviados por Césare, el favorito de Ariadne era un vestido rojo sangre.

Ariadne pudo ver que Césare no se había olvidado del incidente de su baile de debutantes, porque cada vestido estaba diseñado en varias capas. Así, aunque ocurriera un accidente durante su prueba, no dejaría su cuerpo al descubierto. Y el vestido rojo no era una excepción.

'Bueno... Le daré crédito por ser considerado.'

Llevaba el pelo rizado con una plancha y recogido en una coleta. Sobre la coleta llevaba un tocado con finas hileras de pequeños topacios que descendían hasta su frente. Como no quería causar problemas provocando a León III y Rubina, llevaba un gran collar con una cruz en lugar del Corazón del Profundo Mar Azul.

Césare apareció tal y como había sido designado con un traje de gala rojo, confeccionado en el mismo tejido que el de Ariadne. Ariadne no pudo evitar esbozar una sonrisa ante el aspecto de Césare.

—Lo hiciste a propósito —le acusó.

Césare puso una sonrisa pícara y dijo—: Claro que sí. Somos compañeros de baile, así que deberíamos tener un conjunto a juego.

No pudo reprimir más su curiosidad y Ariadne preguntó—: ¿Combinaste nuestros trajes apresuradamente después de saber qué vestido había elegido? ¿O todos esos vestidos venían con un traje de hombre en primer lugar?

Madame Clemenza había presentado a Ariadne treinta muestras diferentes de vestidos a medio coser.

—Sólo la mitad —respondió Césare.

—¿Qué? ¿Quieres decir que sólo la mitad de los vestidos venían con trajes?

—Tenía listos los trajes para los vestidos que estaba seguro que te gustarían. Y sólo tenía la tela lista para los otros vestidos.

Césare apretó los labios contra la frente de Ariadne.

—Entonces, no devuelvas los otros vestidos a la boutique y pide que los terminen. A menos que quieras verme vistiendo a juego con otras mujeres.

Ariadne soltó una risita. 

—Eso sería divertidísimo.

—Eso es lo último que quiero. La gente me llamará mujeriego cuando soy inocente al 100%.

Césare era realmente un hombre cambiado, pero la gente aún no le daba crédito.

—Prométeme que te los pondrás, ¿está bien? —instó Césare.

—Me lo pensaré —se rindió ella, riendo.

Por la tarde, los dos pasaron el control de seguridad real durante un par de horas en el salón VIP. Ariadne no lo sabía, pero Césare había rechazado la petición de la duquesa Rubina de tomar el té en privado. Así les consiguió el tiempo libre.

Tomaron unos aperitivos en la sala VIP hasta que por fin llegó el momento de entrar en el salón de baile.

Ésta sería la primera vez que Ariadne tendría una audiencia cara a cara con el rey tras su sangriento encuentro del invierno pasado. Ariadne agarró su collar de cruz, ansiosa por lo que diría, en lugar de persignarse para que le diera buena suerte.

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