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SLR – Capítulo 249

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 249: Cásate conmigo

Hoy el duque Césare había vuelto a cruzar la puerta principal de la mansión De Mare.

Venía tan a menudo que parecía parte de la familia. El portero no se molestó en detenerle, y el duque Césare tampoco se molestó en presentarse. El domestico que estaba delante de la puerta principal tampoco se mostró tan cortés y agradecido como antes. Sabía que el duque volvería a visitarles pronto.

Césare se despojó de su capa, se la entregó al domestico y subió tranquilamente al ala oeste del segundo piso

Su destino era el estudio privado de Ariadne, no el salón.

En lugar de llamar a la puerta, dijo juguetonamente en voz alta.

—Toc, toc.

Sin molestarse siquiera en levantar la vista, Ariadne respondió.

—Ah, eres tú.

Césare se encogió de hombros y dijo—: Por supuesto que soy yo, milady.

Estos días, Ariadne sentía un déja vu de su vida anterior, pero, de algún modo, era diferente. Veía a Césare dondequiera que estuviera, lo que le recordaba el periodo de noviazgo de su vida anterior.

Por aquel entonces, el cardenal De Mare y Lucrecia, sus tutores, enviaron a la joven Ariadne a la mansión del conde Césare tras haber transcurrido algún tiempo desde su compromiso. El duque Césare estaba en ascenso, lo que les preocupó por si anulaba el compromiso descontento de que le hubieran prometido con Ariadne en lugar de con su bella primogénita.

—Si la enviamos a su casa, no romperá el compromiso por miedo a que se hunda su reputación.

—Pero al Conde Césare no le importa lo que diga la gente.

—Aún así, ¡la está apoyando! Y ni siquiera él iría tan lejos como para echar a su prometida de casa. No querría que su reputación cayera al abismo.

Sus intereses eran lo único que les importaba. No tuvieron en cuenta el daño que le harían a Ariadne si ocurriera lo peor y la enviaran a casa de su prometido antes de casarse. Aún así, al principio no estaba mal. Ya no era el patito feo de la familia y tenía su propio espacio privado. Y aunque temporal, era la señora de la casa y siempre podía estar con Césare.

Y Césare estaba con ella dondequiera que estuvieran. Pero una cosa había cambiado. Ariadne había seguido a Césare a todas partes, pero ahora, las tornas habían cambiado. Siempre estaban juntos, pero él era quien la seguía.

—Nunca podré acostumbrarme a verte todos los días. 

Ariadne lo hizo sonar deliberadamente como una broma, pero era cierto.

—Dale tiempo, y lo harás —espetó Césare, pero también estaba serio.

Se acercó a su mesa, ya que Ariadne no se movió de su sitio para recibirle. De pie junto a ella, le acarició el pelo, que colgaba pulcramente, y de pronto soltó.

—Cásate conmigo.

Ariadne estaba pegada a su sitio. Pero la mente de Césare estaba tan ansiosa que no se dio cuenta de su sutil movimiento. No, aunque lo hubiera hecho, le habría parecido natural que una chica se sorprendiera de que le propusieran matrimonio.

Y tenía que determinar un plazo para que las cosas se hicieran rápidamente. Quería tenerla a su lado y reducir los días y fuera suya eternamente cuanto antes.

—Cásate conmigo este otoño.

Quiso decir: "Cásate conmigo mañana". Pero se tragó las palabras y eligió una fecha más realista.

—Durmamos y despertemos en la misma cama, comamos juntos y trabajemos en el mismo estudio uno frente al otro todos los días —acercó su mejilla a la de Ariadne, que miraba hacia abajo—. Entonces te acostumbrarás, déjame crecer contigo.

Ariadne no se movió ni respondió.

Al cabo de un momento, apartó suavemente la cara de Césare.

—Su Gracia...

Esto no sonaba bien. La forma en que se dirigió a él fue la primera señal que hizo saber a Césare que algo no iba bien. Ariadne se apartó ligeramente del pecho de Césare.

—Me gusta como está —dijo Ariadne, aún con la mirada baja. Si le miraba a la cara y a su dulce sonrisa, temía flaquear y ceder—. Nuestro compromiso es falso de todos modos, ¿no?

Intentó sonar lo más serena posible.

—Fue una medida temporal hecha para esquivar la espada oscilante de Su Majestad el Rey. Te está vigilando de cerca, pero ¿qué te hace pensar que permitirá nuestro matrimonio sin luchar?

'No confío en ti.'

—Veamos qué pasa y sigamos comprometidos. No podemos proceder ahora. Es imposible y no saldremos beneficiados.

'Dame más tiempo. Necesito más tiempo para pensar.'

Aunque le dieran más tiempo, no estaba segura de tomar la decisión correcta. Había reunido todo lo necesario para tomar una decisión y lo había pensado todo detenidamente. Pero aún así, su mente vacilaba con incertidumbre.

Y a veces, Césare le hacía perder el control. Tenía la fuerza mágica de convertir la aburrida vida cotidiana en una maravillosa eternidad. Por ejemplo, Ariadne nunca habría permitido que se besaran en el jardín lluvioso, pero de algún modo, perdió el control de sí misma.

Temía que su magia se apoderara de ella, cegándola. Y ella volvería a tomar la peor decisión de tirar su vida por el desagüe.

Pero Césare se tomó sus palabras al pie de la letra.

—Mi señora, ¿por qué lo toma todo políticamente? —le acusó con voz decepcionada y se encaramó a la esquina de su escritorio. Césare se sentó sobre su libro de contabilidad, de modo que ella ya no tenía distracciones que mirar.

—Políticamente hablando, ¿de qué me habría servido arriesgar mi vida en el Salón del Sol? —preguntó.

No hubo beneficios políticos que Césare pudiera obtener a través del incidente de ese día. En su lugar, sólo hubo pérdidas.

—A diferencia de ti, me importa nada tu posición, tu dinero o tu influencia política.

Pero Ariadne espetó sarcástica—: No lo creo —tenía que decir algo como distracción. Si no, él podría convencerla—. Si te casas conmigo, tu influencia política aumentará instantáneamente. Y te convertirás en un Gran Duque.

En apariencia, Césare y León III estaban de nuevo en buenos términos. Pero en realidad, su relación podía romperse en cualquier momento, así que Césare no sería promovido fácilmente. El Rey nunca lo ascendería a menos que... Alfonso no regresara por mucho tiempo.

De ser así, la pareja de duques sería una amenaza importante, ya que se habían ganado la popularidad del pueblo gracias al funcionamiento a largo plazo del proyecto de ayuda a los indigentes. ¿Y si el Príncipe legal muriera en el campo de batalla en el extranjero? Eso dejaría a León III sin otra opción.

—¡Sólo piensas en la política...! ¿Puedes dejar de hablar así? —espetó Césare, harto de que Ariadne mantuviera las distancias con él a medias. —¿Por qué no crees mis palabras tal como son? ¡No quiero nada de ti! Si quisiera ascender al trono, ¿por qué te habría salvado?

La voz de Césare no dejaba de elevarse con frustración. —Crees que me conoces, pero no es así. Me importa un bledo ascender al trono o ganar influencia política. ¿El trono? ¿La sucesión? Sólo me dan dolores de cabeza. Padre puede tenerlo todo por lo que a mí respecta.

Miró a Ariadne y le dijo: —Me gustas.

Bajó la cabeza y guardó silencio.

Por fin, Ariadne murmuró algo así como—: Pero... esto no es una idea inteligente...

En realidad, hablaba consigo misma para evitar que le volvieran a romper el corazón. Pero Césare la confundió con que estaba considerando más los beneficios y las pérdidas políticas.

—¡Maldita sea!

Levantó la barbilla de Ariadne y sus ojos se encontraron. Llegó el momento menos deseado por Ariadne. Los ojos azul agua de Césare mostraban simultáneamente ira y tristeza.

—¿No lo ves? ¡Estoy tratando de ganar tu amor, te estoy cortejando!

'¡¿No ves que te lo pido con el corazón sincero?!'

Bajó un poco la voz. 

—No necesito a nadie más que a ti.

'¿Por qué no puedes ver que...?'

Tras escuchar la súplica sollozante de Césare, Ariadne abrió lentamente la boca para hablar. Tal vez abrió sus pensamientos a él debido a la fuerza mágica de sus ojos.

—Tú...

Ariadne se esforzó por continuar.

—Tú... no sabes amar. Y no hables tan a la ligera sobre el matrimonio. No encuentro sinceridad en tus palabras.

—¡Ari! —volvió a alzar la voz—. ¿Qué más puedo hacer para que aceptes mi amor sincero? ¡¿Qué tengo que hacer para demostrar que digo la verdad?!

Pero entonces volvió a pensar. Sólo habían pasado... tres meses. Césare había sido "sincero" durante sólo 3 meses. En su vida anterior, le tomó 9 largos años de paciencia sólo para ser asesinada. Y 3 meses no fueron suficientes para que sus heridas internas sanaran. No era una tonta capaz de olvidar 9 años de su vida en tan poco tiempo.

—Dejémoslo por hoy… —declaró, pidiendo a Césare que se marchara.

Césare se enfureció y gritó—: ¿Hoy? ¿Alguna vez has pensado seriamente en nuestro futuro? Si me voy hoy, ¿me responderás mañana? ¿O la semana que viene? ¿Cuándo?

Ariadne se negó a responder y decidió abandonar el estudio.

Clic.

La muchacha de pelo negro salió rápidamente de la habitación y la puerta se cerró con suavidad y frialdad tras ella. Al quedarse solo, Césare sintió que le quitaban hasta la última gota de energía de su interior, como si hubieran apagado todas las luces de la habitación.

Se limitó a quedarse en su estudio donde aún permanecía su olor mirando la puerta que ella había cerrado.

* * *

Hahaha.

Ottavio se partía de risa mientras engullía vino espumoso.

—Creía que estabas tan seguro de ti mismo —se burló.

Césare eligió hoy grappa. Arrugando las cejas, engulló al instante el vaso casi vacío de licor fuerte.

—¿Te dejó en el acto? ¡Dile adiós al poderoso imán de mujeres Duque Césare! —Ottavio se burló de nuevo.

—¡Cállate! —gruñó Césare, sirviéndose otro vaso de grappa en la mano.

—¿Qué dices a tu primera derrota, blanqueado Duque Césare? ¿Por qué fallaste? —Ottavio se burló.

Césare tomó otro sorbo de grappa y contestó secamente—: No lo sé. No estaría bebiendo como un pez si lo supiera.

Eso excitó a Ottavio, que empezó a sermonear a su miserable amigo. 

—¿Sabes qué? Olvidaste lo básico. Por eso.

—¿Lo básico?

—¡No hay lunático que irrumpa en el estudio de una dama, se pose en la esquina de su escritorio y le proponga matrimonio! 

Ottavio aplaudió la miseria de su amigo.

—El estado de ánimo lo es todo para las mujeres.

Sus ojos brillaban con entusiasmo.

—¡Para proponer matrimonio a una mujer, al menos hay que llevarla a un restaurante elegante, pedir buen vino y regalarle joyas para conquistarla!

—...

Todo el mundo sabía que Ottavio nunca decía nada bien, pero esto era una excepción. Era raro el momento en que tenía razón.

—Joyas...

Césare se llevó una mano a la barbilla. Algo se le pasó por la cabeza.

'El cisne de Linville.'

Era una joya por la que Ariadne se había interesado cuando la conoció en la mansión de la marquesa de Chibaut.

—¿Dónde está ese...? —se dijo Césare.

—¿Tienes algo en mente? —preguntó Ottavio.

—Hmm. Supongo que se puede decir eso.

Cuando Césare se animó de repente, Ottavio se vio decepcionado porque ya no podía burlarse de él. Césare parecía obsesionado con algo porque su bebida se ralentizó.

Pero Ottavio no quería dejar de molestar a su amigo, así que hizo su último disparo. 

—De todos modos, buena suerte. Una vez que la gente sepa que la propuesta del poderoso Duque Césare fue rechazada, serás el hazmerreír de la capital.

Ante su desafío, Césare enarcó inmediatamente las cejas y protestó—: Nadie lo creerá.

—¡Lo harán cuando se enteren de quién es la chica! ¡Ariadne de Mare es la chica más rica de la capital!

En cuanto se mencionó la propiedad de Ariadne, Césare recordó la mirada poco entusiasta que ella le dirigió.

Eso le molestó, así que le dijo a Ottavio—: Cállate. No estoy detrás de su dinero.

—¿En serio? —preguntó Ottavio con incredulidad. Incluso él no podía creer el amor puro de su amigo—. Entonces, ¿qué es? Honestamente hablando, has salido antes con chicas mucho más guapas que ella.

—¿Estás ciego? —respondió Césare.

—Tú eres el que está ciego. Yo no.

Ottavio estaba seguro de ser un juez objetivo cuando se trataba de belleza.

—¿Por qué te gusta tanto? ¿Es buena en la cama...?

—¡Idiota!

Césare estuvo a punto de arrojarle el cojín, pero se contuvo.

—¡Te voy a matar, imbécil!

Quería darle un puñetazo, pero todo el mundo lo sabría. Y su prometida sabría que había bebido al día siguiente.

Esa fue la única razón por la que se contuvo de golpear las luces de su amigo.

Apenas conteniéndose, advirtió—: Basta de esa mierda. Ni siquiera la toqué.

La besó, pero para el duque Césare, el poderoso playboy, eso no era más que algo platónico e inocente.

Pero Ottavio sabía que lo tenía bien agarrado. Se rió histéricamente y asumió—: ¡Oh, ahora veo por qué te dejaron!

—¡¿Qué?!

—¡Han pasado 3 meses desde vuestro compromiso y aún no habéis hecho el amor! ¡Tu prometida debe pensar que eres impotente y que no podrás hacerle el amor el resto de su vida!

—¡¿Qué?!

—Pensé que eras un mujeriego, pero no puedes usar tus atributos. Estoy decepcionado. ¡Buuuuu! —se burló Ottavio con una voz cadenciosa, tratando de sonar como una chica—. Pareces un hombre guapo, pero... no eres un hombre.

—¡Fuera!

Césare acabó perdiendo el control y le lanzó el cojín.

—¡¡¡Largo!!! ¡¡¡¡Lárgate de mi casa!!!!

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