SLR – Capítulo 245
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 245: Rivalidad
—¡Rafael! —Ariadne gritó.
Ella se sorprendió pero se alegró de verle.
—¡Regresaste sano y salvo!
A primera vista, la piel clara de Rafael era impecable, incluso después de su larga travesía por el desierto. Pero una mirada más atenta le dijo que había pasado por mucho. Vio rastros de quemaduras tenues pero rojas, piel áspera, cabello seco y más. La feroz luz del sol del Sur le había herido sin piedad.
—¡Oh, mi Señor!
Ariadne se alegró mucho de ver a Rafael, pero al mismo tiempo sintió pena por él y le agarró la mano con nostalgia. Pero Rafael la abrazó con fuerza. Era bastante cariñoso para ser un abrazo entre amigos.
Pero tras ver la sorprendida respuesta de Rafael, Ariadne se olvidó por completo del abrazo.
—¡¿Un compromiso con el Duque Césare?! ¡No puede ser! Ari, ¿estás bien?
—Oh... Bueno...
Antes de entrar en detalles, pidió—: Sancha, ¿puedes traer dos tazas de té al salón?
—¡Sí, señora! —coreó Sancha.
Entonces, Ariadne sugirió.
—Rafael... Entremos. Tenemos que hablar.
Rafael finalmente recobró el sentido y soltó a Ariadne, asintiendo.
Fueron al salón.
Como visitante habitual, Rafael se sintió como en casa en el salón de la mansión de Mare. Pero, al entrar, se fijó en los guantes de otro hombre, unos guantes verdes de piel de ciervo, que estaban en el sofá.
—¿Pero qué...?
Ariadne se sonrojó al ver los guantes en la mano de Rafael.
—Oh, vaya. Las criadas deberían haber guardado eso.
Tiró de la cuerda de la campana y llamó a una criada para que cogiera los guantes.
—Estoy avergonzada —dijo Ariadne.
Pero no podía decir qué era exactamente lo que la avergonzaba.
Finalmente, los guantes desaparecieron, la mesa del té estaba puesta y Ariadne y Rafael se sentaron uno frente al otro con muchas preguntas que hacerse.
El primero en preguntar fue Rafael.
—¿Qué demonios ha pasado? ¡¿El Duque Césare es tu prometido?!
—Bueno... Salió de la nada.
Ariadne no tenía secretos para Rafael. Salvo un único secreto que debía llevarse a la tumba, su amigo lo sabía todo sobre ella, incluida su relación con el príncipe Alfonso, su segundo mayor secreto, y la caja fuerte de la reina Margarita en el refugio de Rambouillet.
—Pero no puedes decírselo a nadie más, ¿de acuerdo? Ni siquiera al marqués Baltazar —le advirtió Ariadne.
—No diré ni una palabra como siempre. ¿No confías en mí? —preguntó Rafael con actitud enfurruñada—. Mis padres creen que me salió la vena religiosa y de repente me fui en peregrinación al campo de batalla sagrado. Aún así mantuve los labios cerrados.
Ariadne sólo pudo esbozar una sonrisa de disculpa.
—Lo siento... Estaba preocupada, eso es todo.
Le dijo a Rafael que León III la había elegido como reina.
—¡Es una locura!
Rafael estaba tomando un sorbo de té, pero se le atragantó y se tapó los labios con la mano.
¡Tos! ¡Tos!
—¿Estás bien? —preguntó Ariadne, preocupada.
¡Tos! ¡Tos!
—Estoy bien.
A duras penas consiguió calmarse, pero la sangre le subió a la cara y a la nuca.
—El Rey debe haberse vuelto senil. ¡Es demasiado viejo para ti...!
Si alguna fuerza rebelde marchaba hacia la capital, Rafael se habría unido a ellos inmediatamente. Ariadne intentó calmar a Rafael lo mejor que pudo. Por supuesto, podían hablar mal de León III todo lo que quisieran a sus espaldas, pero Rafael estaba a punto de ponerse furioso, y ella no quería eso.
—No pasa nada. Ya está bien —se echó hacia atrás el fino cabello que tenía en la frente y continuó explicando—: Justo antes de que se anunciara el edicto real, el duque Césare amenazó al Rey y le hizo corregir el contenido, pasé de un matrimonio con el Rey a el compromiso con duque Césare. Estoy sana y salva.
Rafael no pudo evitar estar de acuerdo, pero suspiró.
—No me cae exactamente bien, pero, sorprendentemente, a veces puede ser útil —dijo Ariadne para subrayar que Césare no era del todo malo. Y era un hecho objetivo que Césare había sacrificado mucho por Ariadne.
—Fue un caos total. Los soldados del Duque Césare irrumpieron en el Palacio Carlo, y uno de ellos fue asesinado.
Rafael lanzó su primera pregunta—: Pero, ¿por qué Su Majestad lo dejó estar?
Ariadne negó con la cabeza.
—No, fue destituido del título de Comandante Supremo... Y apenas lo salvé del arresto domiciliario.
Ariadne no se molestó en contarle a Rafael todo lo que hizo por Césare: pedir que le salvaran la vida y entregarle su grano al Rey. Se dijo a sí misma que se contuvo sólo porque era información innecesaria para Rafael. Pero en el fondo, le daba vergüenza contárselo por alguna razón desconocida.
Intentó averiguar por qué, pero no había tiempo para ello, y Ariadne continuó explicándose ante Rafael.
—Arriesgó tanto por mí. Le estoy agradecida y lo lamento por él.
Entonces, Rafael lanzó la segunda pregunta, afilada como una flecha.
—¿Pero por qué el duque Césare arriesgaría voluntariamente su vida por ti?
—Bueno...
Eso dejó a Ariadne sin palabras.
Se había inventado una respuesta a la misma pregunta que le hizo León III, "Césare quería proteger a la amante de su hermano". Pero incluso León III se dio cuenta al instante de que era una patética mentira.
Y Rafael, por supuesto, no se tragaría esa patética mentira. Había crecido con Alfonso desde pequeño y sabía bien que Césare y el Príncipe estaban en malos términos y sobre la relación de Ariadne y Alfonso.
Al final decidió decir la verdad.
—Quizás porque le gusto.
Pero una vez que lo dijo en voz alta, sonó ridículo y raro.
Que a Césare de Como le gustara Ariadne de Mare no sonaba bien.
E incluso Rafael pensó que la honesta pero humilde respuesta estaba fuera de lugar.
—¿Qué? ¿Estás hablando del Conde Césare?
Césare de Como, ahora convertido en Césare Carlo, era el hijo bastardo del rey que ascendió de la noche a la mañana de conde a duque. Era el playboy más notorio de la capital y un casanova que rompió el corazón de innumerables mujeres. Y a aquel libertino no le importaba si la mujer con la que se acostaba estaba casada o no.
Pero, ¿cómo podría un bribón como él arriesgar su vida por una mujer?
Rafael no se lo podía creer e inquirió de nuevo.
—¿Hubo alguna ocasión que os uniera?
La intención de Rafael tras la pregunta era ver si Césare iba tras el dinero de Ariadne o si tenía algún plan oculto. Pero Ariadne se sentía culpable.
No era su intención, pero se encontró con él en la competición de caza, recibió una propuesta de matrimonio suya en el baile de máscaras y le ayudó a derrotar al ejército gallico cuando traspasaron sus fronteras. Cualquiera que conociera la relación entre ella y Alfonso lo consideraría extraño.
Ariadne podría jurar por Dios que hizo lo correcto en cada situación, pero los demás podrían pensar de otro modo.
—No... Ninguna que yo sepa.
Finalmente, las palabras que salieron de su boca eran mentira.
'¿Qué me pasa?'
Rafael no se fiaba lo más mínimo del duque Césare, así que frunció el ceño ante la respuesta de Ariadne.
—Está tramando algo en secreto. ¿Quién sabe lo que hará?
Si Césare en esta vida lo escuchara, pensaría que era terriblemente injusto. Pero considerando lo que había hecho hasta ahora, era una duda razonable.
Rafael se dio unas palmaditas en el pecho y le aseguró—: No te preocupes. Dímelo siempre que actúe raro. Te cubro las espaldas.
—Gracias...
Rafael no se detuvo y añadió—: Puesto que Su Majestad el Rey declaró el compromiso él mismo, no puede ser anulado a menos que existan razones graves. Pero el Conde Césare... Quiero decir, el Duque Césare no se portará bien por mucho tiempo —Rafael estaba seguro de ello—. Definitivamente se meterá en problemas más tarde.
—...
Ariadne no podía negar que la duda de Rafael era razonable.
—Me... temo que tengas razón.
—Cuando eso ocurra, puedes romper el compromiso. Y no te preocupes. No me quedaré aquí sin hacer nada mientras te obligan a casarte con ese playboy.
Ariadne estaba un poco molesta porque Rafael estaba siendo un poco incoherentes. Estaba actuando como su novio. ¿Por qué iría tan lejos cuando sólo eran amigos?
Pero, por otra parte, había sido amigo de Alfonso desde que eran niños. Y su amistad podría ser especial. Puede que ella no pudiera entenderlo porque no había tenido ningún amigo de la infancia.
Decidió dejarlo y pasó al siguiente tema.
—Eso me recuerda. Rafael, ¿viste a Alfonso? ¿Cómo estaba? ¿Le va bien?
Esta vez le tocó contestar a Rafael. Forzó una sonrisa, lo cual no fue difícil. La había practicado docenas de veces en su camino de vuelta al barco. Y se imaginó la situación de Ariadne añorando desesperadamente a Alfonso y a él contándole cómo estaba su amigo.
—Estaba sano. También estaba en buena forma —respondió Rafael.
Rafael le comunicó las buenas noticias: Alfonso era un caballero de gran reputación e imbatible entre los cruzados, popular y a cargo de muchos hombres, y se podía decir que lo sería aún más, gracias a los fondos militares enviados por Ariadne.
Los ojos de Ariadne brillaron y sus labios se curvaron automáticamente ante la noticia. Rafael se alegró de verla tan feliz, pero al mismo tiempo se sintió amargado porque él no había sido el causante de su felicidad.
—¡Maravilloso! ¡Qué maravilla! —exclamó sinceramente.
Estaba realmente feliz por los logros militares de Alfonso. En su vida anterior, las cualidades del Príncipe fueron cortadas de raíz antes de que pudieran llegar a florecer. Y ella cargó con una gran responsabilidad por ello.
En cuanto dio un bocado al sanguinaccio dolce, el Príncipe se desplomó sobre el suelo de mármol, y ella aún recordaba vívidamente cómo se le hundía el corazón. Se sintió como si hubiera saldado una deuda pendiente desde hacía mucho tiempo.
—Creo que Alfonso estará mucho mejor en el futuro —dijo Ariadne, radiante de confianza.
Alfonso de Carlo era la comidilla de la ciudad desde pequeño. La gente decía que había nacido para ser un sabio monarca. No es de extrañar que todo el continente central le llamara el "Príncipe de Oro".
—Sé que podemos contar con Alfonso —coincidió Rafael.
Independientemente del fuerte sentimiento de rivalidad que sentía por Alfonso, Rafael tuvo que admitir que no sólo era talentoso en la fuerza de las armas, sino también excepcional como monarca.
Y Ariadne sabía que él también sería un monarca bueno y sabio, pero tenía otras preguntas:
—Oh, pero... Rafael. ¿No había nada más de Alfonso? —sonrojada, añadió—: ¿Por ejemplo, una carta?
—Oh...
Finalmente, Rafael se dio cuenta de que había llegado el momento y se preparó.
—Bueno… —dudó, pero se obligó a contestar—. No pude traer nada.
El rostro de Ariadne se ensombreció al instante.
—...
Lo primero que pensó fue: "¿Acaso Alfonso no quiere hablar conmigo?"
Pero no se atrevió a preguntárselo.
Pero el astuto Rafael supo al instante lo que ella temía, aunque no lo dijera en voz alta.
—Oh, no. No es así.
Hizo un gesto de no con la mano.
—Todo es culpa mía. Justo después de mi llegada, Alfonso salió del campamento para una batalla y luchó tres días y tres noches.
—¿Perdón?
Tras escuchar la noticia, la sangre se drenó del rostro de Ariadne por otra razón.
—¿Está bien?
Rafael la tranquilizó.
—He oído que siempre es así en la guerra. Una vez que se va a un combate en marcha, se suelen tardar tres noches en apresar a los prisioneros y recoger el botín de guerra —continuó explicando—: No encontré el momento adecuado para entregar tu carta a Alfonso, así que se la confié a uno de sus empleados. Esa es la única razón por la que no pude traer una respuesta. Alfonso nunca dejaría tu carta sin respuesta, ¿verdad?
Para Rafael, sería bueno que Ariadne lo malinterpretara, se decepcionara y odiara a Alfonso. Pero luchó contra el fuerte impulso de abrir una brecha en su relación amorosa.
Rafael consoló a Ariadne con corazón sincero.
—No te disgustes. Mientras encontremos medios fiables de envío de correo, recibirás respuesta de inmediato.
Pero Ariadne seguía teniendo un aspecto sombrío, entonces Rafael cambió de tema para animarla.
—Y también cumplí bien la otra petición que me hiciste. Le pedí al abad del monasterio de Ifrocha y al fraile de la ciudad portuaria de Vallianti que hicieran el trabajo.
Ariadne había pedido a Rafael que consiguiera un empleado para que comprobara los artículos que traerían los mercaderes de Bocanegro. Ifrocha era una isla y un puerto de escala para todos los barcos que iban del continente central al Imperio Moro en busca de suministros, y Vallianti era el puerto más grande y la entrada a Jesarche.
No podía volver a pedirle un favor a Rafael, así que un empleado de Bocanegro llevaría los fondos de guerra para Alfonso a Jesarche a partir de ahora. Así pues, quería que dos personas de confianza registraran la cantidad traída por el mercader en cada puerto de escala, respectivamente, y enviaran el registro a San Carlo. Los dos clérigos no se conocían.
El destino del empleado Bocanegro sería Vallianti, y una empresa del interior de la República de Oporto, operada para suministrar regularmente mercancías a los terceros cruzados desde Vallianti hasta el campo de batalla, se encargaría a partir de entonces.
Si la cantidad enviada por Ariadne difería de la registrada respectivamente por los dos clérigos y del dinero final recibido por Alfonso en Jesarche, sabría dónde y cuándo se desviaron los fondos.
Rafael dijo tranquilizador.
—No te preocupes demasiado. Los fondos de guerra llegarán a Alfonso regularmente sin muchos problemas. En cuanto Alfonso tenga un respiro, volverá a escribir. Parecía ocupado como una abeja.
Para animar a Ariadne, Rafael le habló de los extraordinarios y nunca vistos paisajes de Latgallin. —Nunca había visto accidentes geográficos tan extraordinarios. No se parecen en nada al terreno del continente central.
—Yo también... quiero ir allí algún día —dijo Ariadne.
—¿Te gustan los viajes espinosos?
—No, la verdad es que no.
—No creo que merezca la pena tanta molestia.
Ariadne no pudo evitar reírse un poco porque Rafael sonaba muy serio. Era la primera vez que se reía en su visita de hoy.
Rafael se sintió aliviado sólo después de verla reír.
—¿Te sientes mejor ahora?
—Gracias a ti. Me siento muy bien.
—Es un alivio.
Rafael también se rió sinceramente por primera vez aquel día. Hoy tampoco tenía muchas ganas de reír. Tenía malas noticias que darle y, para colmo, tuvo que enterarse de su compromiso.
—Creo que ya debo irme —dijo Rafael, preparándose para volver a casa—. Mis padres estarán preocupados por mí. Llegué ayer tarde por la noche, tiré mi equipaje, me duché y corrí a su residencia a primera hora de la mañana.
Los ojos de Ariadne se abrieron de par en par.
—Oh, vaya.
—Me perdí el desayuno con mi madre. Creo que me estará esperando, preguntándose dónde diablos estoy.
—¡Qué descuido por mi parte hacerla esperar! ¿Por qué no la la visitaste primero y viniste después?
Rafael sonrió y enseguida soltó—: Porque informar a mi jefe es lo primero.
La cara de Ariadne se puso roja al instante.
—¿Jefe? ¿Yo...?
—Jaja. Era broma —se rió ligeramente y se levantó de su asiento—. Si me disculpas.
—Déjame acompañarte a la salida.
—No hace falta. Estoy bien. Quédate ahí.
Ariadne no se quitó los guantes de invierno, ni siquiera en el cálido salón. Rafael supuso que Ariadne no se encontraba bien.
—Volveré pronto. Me invitarás a algo sabroso como recompensa por mi viaje, ¿verdad? —se quejó Rafael.
—No, eso no será suficiente —bromeó Ariadne—. Te mereces algo mucho mejor. Haré todo lo posible por pensar en la mejor forma de compensarte.
—Lo estaré deseando.
Mostró una ligera sonrisa y abandonó el salón de Ariadne.
'Esto es... suficientemente bueno.
No pensemos en el futuro lejano. ¿Quién sabe lo que pasará mañana o después? Puedo estar con ella, reírme con ella y pasar tiempo con ella. Eso es suficiente por ahora.'
Sumido en sus pensamientos, Rafael salió por la puerta principal escoltado por el domestico de la mansión de Mare. Desde lejos, vio acercarse un caballo negro. Era un caballo grande y veloz, de pelaje brillante.
En el caballo negro, que marchaba orgulloso desde la puerta principal hasta la puerta de entrada, iba sentado el duque Césare. Su pelo rojo y sus facciones parecían perfectas. No había pasado mucho tiempo desde que llevó a Ariadne a casa, pero se inventó otra excusa para volver a visitarla.
Césare se alzaba sobre su caballo negro mientras miraba a Rafael frente a la puerta.
Sus miradas se cruzaron.
—...
—...
Césare podría haber hecho muchas preguntas a Rafael. Podría haberle preguntado casualmente cómo le iba o indagar un poco más y preguntarle qué hacía en casa de su prometida.
Pero lo único que hizo Césare al cruzarse con Rafael fue sonreír y pasar de largo con naturalidad.
Pelea de Chapulines jajajajajaj
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