SLR – Capítulo 244
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 244: El pasado que no puede recordar
Después de que las tropas del rey desaparecieran como si nunca hubieran estado en Villa Sortone, Césare siguió fielmente el consejo de Ariadne de ir sobre seguro.
Ni siquiera aparecía en las pequeñas reuniones sociales, que empezaron a celebrarse tras el la disminución en la incidencia de la peste negra en la capital. Era como si no existiera. Ottavio y su pandilla lo visitaban sólo para que les cerraran la puerta en las narices. Y le enviaban cartas con resentimiento.
Tras echar a sus amigos, el duque Césare suplicaba una recompensa.
—Estoy haciendo un buen trabajo, ¿no? Entonces, juega conmigo.
Tras acompañar a sus amigos a la puerta de Villa Sortone, el duque Césare visitó la mansión de de Mare como si fuera su casa e importunó a su prometida.
—Estoy trabajando. ¿No lo ves? —refunfuñó Ariadne, cotejando las partidas del libro de contabilidad—. A diferencia de ti, yo tengo que trabajar para comer, ya que no obtengo beneficios de mi patrimonio sin mover un dedo —escribió algo diligentemente en el papel con su bolígrafo y le pidió que parara—. No quiero morirme de hambre, así que deja de molestarme.
¡Clank!
Su concentración se interrumpió cuando un saco de monedas de oro cayó sobre su mesa con un fuerte ruido metálico.
—¡Este es su salario diario, mi señora! —gritó orgulloso Césare tras dejar caer el saco de ducados—. ¡Todo en ducados, 99,6% oro puro! Ya que he pagado, por favor, juega conmigo.
Probablemente se sintió muy decepcionado de que su prometida eligiera el trabajo antes que a él e hizo todo lo que pudo para ganársela.
Pero Ariadne ni se inmutó ante su intento.
—Mi salario actual es más que eso.
En lugar de negociar con alguien a quien no podía ganar, Césare decidió adoptar un método más clásico.
Se colocó detrás de Ariadne, sentado en una silla sin respaldo, y frotó su mejilla contra la de ella mientras la abrazaba.
—¿Qué tal si compenso el resto entreteniéndote? Te enseñaré a divertirte como nunca.
—¡Dónde estás tocando! —Ariadne respondió.
—Vamos, soy tu prometido. ¡Es sólo un abrazo por detrás!
Sonrojada, Ariadne apartó a Césare de un empujón. No fue por el abrazo por la espalda, sino porque pensó que su mano rozaba su pecho. Pero no se atrevió a decirlo en voz alta y se limitó a quejarse. Quiso advertirle, pero Césare parecía demasiado inocente, así que no estaba segura de si se había dado cuenta o no.
Césare puso una sonrisa de niño en su cara perfecta y la agarró de la muñeca.
—Vamos, salgamos. Hoy he preparado un carruaje. Tengo algo que enseñarte.
—¡Salimos hace sólo unos días! —Ariadne replicó.
—¡Hoy será el último día que salgamos esta semana, lo prometo!
Ariadne dejó escapar un profundo suspiro y cedió a regañadientes—: Sólo durante medio día.
—¡Genial!
La sonrisa de Césare se ensanchó y le cogió la mano.
Con la mano en la suya, siguió mirándole.
—Hy nos divertiremos, pero mañana tengo que trabajar pase lo que pase. ¿Me lo prometes?
—Prometido —asintió Césare con una amplia sonrisa y el dedo meñique.
Pronto, Césare juntó su pulgar en el de Ariadne, por encima del fino guante de seda.
* * *
El lugar que Césare quería mostrarle estaba en las afueras de San Carlo, cerca del bosque de Arthe, el primer lugar donde ambos habían pasado tiempo en privado en la competición de caza.
Los dos llegaron al bosque invernal del norte de Etrusco tras un largo viaje en el carruaje del duque Pisano. El bosque estaba decorado con altas hojas perennes y arbustos amarillos congelados, lo que le añadía un aire misterioso.
—Fue en algún lugar por aquí, ¿verdad? —preguntó Césare—. El lugar donde vimos al Ciervo Dorado, quiero decir.
—Eso parece —dijo Ariadne.
Mirando el paisaje fuera de la ventana del carruaje, Césare dijo con voz natural.
—Me alegro mucho de no haber atrapado al Ciervo Dorado entonces.
—¿Por qué?
—Porque tengo una recompensa mayor: tú.
Ariadne miró con aire ausente a Césare. Apoyando la barbilla en la mano, contemplaba el bosque infinito, del que parecía que el Ciervo Dorado iba a salir en cualquier momento.
—Ascender al trono no es importante para mí. Una vez alcanzado el objetivo, me sentiré vacío por dentro —continuó Césare, con los ojos aún fijos en la ventana. Parecía tímido al decir esto delante de Ariadne—. Eres diferente. Me alegras el día todos los días. Incluso mirar la chimenea ardiente de la habitación es divertido mientras te tenga a mi lado. ¿Cómo puede ser?
Ariadne quería atormentarlo, pero decidió darle un respiro.
En lugar de eso, cambió de tema.
—El carruaje va cada vez más lento. Supongo que ya casi llegamos, ¿no?
Césare sonrió y dijo—: Vaya, lo sabes todo. Estamos aquí, mi señora.
Finalmente, el caballo se detuvo por completo. El carruaje se detuvo en la desembocadura de un arroyo.
—Es precioso —dijo mirando a su alrededor.
—Aún no has visto la parte bonita. La parte interior es más vistosa.
Césare bajó primero del carruaje y prácticamente la levantó para escoltarla.
Ella refunfuñó un poco descontenta.
—Puedo salir sola.
—¿Por qué hacerlo cuando tienes un hombre que te ayude?
Cogió del carruaje una pequeña y manta forrada de piel y la envolvió alrededor de Ariadne.
En una fracción de segundo, Ariadne se transformó en un gordo muñeco de nieve.
—¡Me veo rara con esto! —se quejó a Césare.
—Soy el único que está cerca para verte así, y no me estoy riendo. A mí me parece que estás guapa.
Sus discusiones continuaron mientras se dirigían al interior del valle guiados por Césare. Allí vieron un arroyo y una pequeña cascada en el curso superior.
—¡Este lugar es...! —gritó Ariadne asombrada.
Los labios de Césare se curvaron en una sonrisa orgullosa y se volvió para mirar a Ariadne.
—Precioso, ¿eh? Es mi escondite secreto.
Ariadne no respondió a su pregunta. Estaba sorprendida, pero no por su belleza. Conocía este lugar. Había estado aquí antes.
En su vida anterior, Césare había traído aquí a la joven Ariadne para ver los lirios de los valles.
—Es aún más bonito en mayo.... —empezó Césare.
—Por... los lirios de los valles —Ariadne terminó su frase.
—¿Lo sabes? —preguntó Césare, volviéndose para mirarla con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
Ella esbozó una leve sonrisa y movió la cabeza de un lado a otro.
—No. Sólo supuse que los lirios de los valles florecerían en un valle como éste.
No podía decir ni una palabra sobre su pasado. A pesar de que él estaba allí con ella, no sabía nada al respecto.
Césare cogió la mano enguantada de Ariadne y señaló hacia la cascada.
—En mayo, arbustos de lirios crecen en el espacio detrás de esa cascada.
—Debe ser bonito —tras una momentánea vacilación, añadió—: Qué loable que crezcan tan bien incluso cuando no les llega la luz del sol.
La planta luchaba por crecer en las sombras sin la ayuda de la luz del sol. No tuvo más remedio que florecer y dar fruto mientras luchaba por vivir.
En su vida anterior, Césare mencionó que los lirios de los valles simbolizaban "la obediencia y la única lealtad", igual que Ariadne. Su interpretación era errónea, pero ella y los lirios de los valles tenían mucho en común.
Los lirios de los valles lucharon por su vida en el campo salvaje, igual que Ariadne luchó por su vida sin ayuda.
Césare no era diferente, pues germinaba y crecía en las sombras, donde la luz del sol no le llegaba. Tenía dinero, pero nada más. Había pasado por numerosos retos y problemas, pero luchaba frenéticamente por sobrevivir y allí estaba ahora.
—Conocía este lugar desde que era pequeño —dijo como recordando su pasado—. Creo que ocurrió algún día en la competición de caza. Este era mi escondite secreto cuando estaba harto del mundo y mi único espacio privado antes de recibir Villa Sortone.
Ariadne miró distraídamente a Césare. 'Así que me llevó a su escondite especial en el pasado. ¿Era yo al menos un poco especial para él entonces?'
Pero, de nuevo, era una pregunta que ella no podía hacer. E incluso si lo hiciera, él no sabría la respuesta.
—¿Dónde sueles alojarte cuando vienes aquí solo? —preguntó Ariadne.
Césare señaló con la barbilla la amplia piedra junto al arroyo.
—Allí me tumbo de espaldas y me echo una larga siesta. En verano, claro —frunció un poco el ceño—. Hace demasiado frío para una siesta en invierno.
Ariadne se rió un poco.
—Necesitarás una bebida para entrar en calor con el frío.
—¿Eh? ¿Qué te pasa hoy? —preguntó Césare, con cara de desconcierto—. Odias beber. Por eso no he traído nada.
—¿Quién dice que lo odio?
No le gustaba el alcohol, pero tampoco lo odiaba. Simplemente no quería ver a Césare borracho.
—Bueno, ya que no tenemos nada que beber, nos limitaremos a contemplar el paisaje —sugirió Ariadne.
Césare asintió complacido.
—Yo admiraré tu belleza.
—¡Cielos, detente!
Este hombre nunca supo ser serio.
Tras un momento de silencio, Ariadne preguntó a Césare. —¿Puedo preguntarte algo?
—¿Qué?
—Sobre pecar... Bueno, pecar es una palabra demasiado grande. ¿Cuál crees que es la esencia de la maldad?
—¿La esencia de lo incorrecto? —replicó Césare.
Ella eligió lentamente sus palabras.
—Digamos, por ejemplo, que a un niño de cuatro años se le cae algo por error mientras juega. Pero ese algo golpeó y mató a una persona que pasaba por allí —Césare frunció el ceño—. Por otro lado —continuó Ariadne—. Digamos que hay un asesino en serie que desea matar a alguien. Al día siguiente se sienta en la misma ventana y espera a que pase alguien. En cuanto ve a un peatón, le lanza un ladrillo. Pero no tiene puntería y no acierta a matar al peatón, dejándolo completamente ileso —Ariadne hizo la pregunta asesina—: ¿Quién hizo el mal en este caso?
Césare no se lo pensó mucho antes de contestar.
—El niño, por supuesto.
—¿Por qué?
La pregunta de Ariadne era una metáfora para que Césare se juzgara a sí mismo. Césare no sabía lo que había hecho en su vida pasada. ¿Pero podía ser perdonado porque no lo sabía?
Sin embargo Césare emitió un duro juicio sobre sí mismo, totalmente ignorante de lo que hizo en el pasado.
—El niño no tenía intención de asesinar pero lo provocó, mientras que el asesino en serie actuó por motivaciones malvadas pero no hizo ningún daño —Césare se autocriticó imprudentemente—: El resultado es lo que importa al final, ¿no te parece? El niño debe asumir la responsabilidad de la muerte del peatón.
—Ya veo… —dijo Ariadne.
Ariadne miró la estrecha cascada en silencio.
El Césare que la hirió no estaba aquí, pero sus heridas no habían cicatrizado. Ella le preguntó a Césare quién debía pagar el precio de sus heridas, y él dijo que era el responsable.
De repente hizo otra pregunta.
—¿Esa cascada se congela por completo en pleno invierno?
—No, no precisamente… Se congela un poco, pero sigue fluyendo —y añadió—: Y aunque se congele por completo, se derretirá y volverá a fluir en la primavera siguiente. En verano, su volumen de agua se recupera por completo y llueve con más fuerza.
—Ya veo… —dijo Ariadne.
Dale tiempo y al final todo se recupera. Al menos así pasaba con las estaciones y también el sol. Pero, ¿se recuperaría también la confianza y la alegría?
Césare sugirió.
—Volvamos aquí el próximo mayo. Te enseñaré la abundante cascada y los de lirios de los valles.
—...
Ariadne guardó silencio porque no podía darle una respuesta en ese momento.
* * *
Tras regresar de la excursión después de días de permanecer en casa, Ariadne supo por Sancha que tenía un invitado.
—Esperó mucho tiempo en el salón —le informó Sancha.
—¿Qué? ¿Quién? —preguntó Ariadne, perpleja.
—¿Quién demonios será? —murmuró Ariadne en voz baja, entregando su capa a Sancha—. ¿Podrías prepararme un baño? Tengo que lavarme después de ver al invitado-.
—¡Ari! —la interrumpió un hombre.
—¿Qué demonios ha pasado?
El hombre era Rafael de Baltazar, de piel tan clara como de costumbre, incluso después de su duro viaje por el desierto.
Césare sigue admirando los lirios e identificándolos con Ariadne, sólo que por diferentes cualidades.
ResponderBorrarNunca cambia Cesare
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