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SLR – Capítulo 168

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 168: Una pequeña amenaza en la mesa de negociación 


—¡Esto es...! —exclamó el director general Caruso, entre sorprendido y asombrado.


Ariadne sonrió débilmente y asintió con la cabeza. 


—Exacto. El Corazón del Profundo Mar Azul. Un presente de Su Majestad la Reina en persona.


—¿Por qué sacar algo tan valioso...?


Era la primera vez que Caruso lo veía, pero había oído hablar de él muchas veces. Numerosas figuras poderosas lo querían, pero después de que el Rey se hiciera con él, nadie se atrevía a reclamar el valioso tesoro de Harenae.


—Quiero un préstamo con esto como garantía —dijo Ariadne.


Los ojos del director general Caruso se abrieron lo suficiente como para salirse, y exclamó—: ¡¿Qué?!


Era una persona tranquila por naturaleza, pero lo que sucedió hoy fue demasiado impredecible. De repente, se concertó una reunión con la mariposa social de la alta sociedad, ella le amenazó con las doctrinas de la Santa Sede, e incluso se atrevió a utilizar el tesoro entregado por León III como garantía.


Preguntó con cuidado—: Pero usted sabe que este tesoro no puede distribuirse fácilmente, ¿verdad?


Tenía razón. El Corazón del Profundo Mar Azul fue otorgado por León III, así que comerciar con él sin duda esparciría rumores.


Y después de que eso ocurriera, León III investigaría dónde estaban las valiosas joyas. Si se confirmaba que Ariadne De Mare había vendido esas joyas, el rey la castigaría por lesa majestad.


—Sí, lo sé. Por eso te pagaré y lo recuperaré antes de que entre en circulación —respondió Ariadne.


A diferencia del barón Castiglione, el director general Caruso no le preguntó en qué emplearía el dinero y se limitó a suponer que lo necesitaba. No había muchas ocasiones en que se necesitara semejante fortuna, a menos que se contratara a un Condottiero como decía el barón Castiglione, se diera un golpe de Estado o se realizara un proyecto de construcción de infraestructuras a gran escala.


Si Ariadne estaba involucrada en tales asuntos, el director general Caruso no quería formar parte de ello.


—Gracias por mostrarme un tesoro tan valioso, mi señora. Pero los mercaderes de poca monta como yo no tenemos capacidad para guardar un tesoro tan valioso, y no tengo suficientes monedas de oro para prestaros a cambio —declinó Caruso.


Ariadne ya había previsto esta escena. Así que usó una carta que fallaría con el Barón Castiglione pero que sólo funcionaría con el CEO Caruso.


—¿Cómo que no tienes suficientes monedas de oro? —le presionó Ariadne—. Eres el pez gordo que importa las hojas de Satán del Imperio Moro. Si tuviera que elegir una tienda en San Carlo con tanto oro como agua, sería Bocanegro.


Los ojos del Director General Caruso temblaron.


—Supongamos que el agente de la Santa Sede acusa a Bocanegro de violar la doctrina religiosa y confisca la cámara acorazada llena de oro... ¿Estás seguro de que no tienes suficientes monedas de oro para este collar?


Fue una amenaza, una amenaza que dio en el blanco.


El Director General Caruso se quedó sin habla.


Ariadne continuó amenazando con voz plateada—: O... ¿sería mejor que se lo dijera a los recaudadores de impuestos de Su Majestad el Rey? La Santa Sede se quedaría con todo el oro, pero los recaudadores sólo con la cantidad evadida de impuestos.


Si los agentes de la Santa Sede hacían una redada, el oro sería incautado y Bocanegro condenado a la excomunión, y si los recaudadores de impuestos del Rey hacían una redada, se recaudaría el importe de la evasión fiscal y Caruso sería encerrado en la celda subterránea.


Al director general Caruso le tembló la voz al replicar—: ¿Qué quiere de mí?


La sonrisa de Ariadne se desvaneció y contestó con actitud seria y de negocios—: No estoy aquí para intimidarte. Y tampoco gastaré dinero en asuntos problemáticos. Estoy planeando abastecerme de grano para ayudar al pueblo. Pero para eso necesito dinero.


'¿Todo ese dinero para el voluntariado?'


—¿Piensa devolvérmelo? —preguntó Caruso.


—Si no consigo devolver el dinero, puedes vender el Corazón del Profundo Mar Azul. Será difícil reunir efectivo en el país, pero el comercio transfronterizo en el Imperio Moro serviría —respondió Ariadne.


—¿Cuánto necesitas? —preguntó Caruso.


Ahora era el momento de hacer negocios. Pero Ariadne era la jefa, y sólo el fuerte podía conseguir lo que quería.


—10.000 ducados (unos 100 millones de dólares) —dijo Ariadne.


Los ojos del Director General Caruso volvieron a abrirse de par en par.


Estaba en la trampa de Ariadne y no podía escapar, pero no podía aceptar esta sugerencia, no, esta recomendación forzada.


—No puedo —dijo el director general Caruso, mirando a Ariadne directamente a los ojos—. El Corazón del Mar Azul Profundo es un objeto de valor único, pero se vendería a 40.000 ducados como mucho.


—Ese sería el caso en etrusco. Pero tienes un barco de contrabando para navegar hacia el Imperio Moro. Una vez que llegue al país, podrías pedir fácilmente 60.000 ducados —lo persuadió Ariadne—. Y añadiendo la historia sobre el fallecimiento de la reina de los etruscos aumentará el valor a 80.000 ducados.


—¿Y los costes de explotación y de riesgo del buque de contrabando?


—Tendrás que pasar tabaco de contrabando. Sólo añade el tesoro al barco. No te costará más.


Los dos se negaron a ceder hasta que Ariadne decidió dar un paso porque una vejiga de cerdo llena de aire reventaría a menos que alguien se rindiera y se dejara salir algo de aire.


N/T : La metáfora es la misma en naver pero en fin, quedó muy medieval, rara y explícita :c


—70.000 ducados entonces. ¿Qué tal si inviertes los 30.000 ducados restantes en mí en lugar de prestármelos? —sugirió Ariadne.


Ariadne De Mare debe asumir su responsabilidad y devolver el préstamo de 70.000 ducados. Si ella no lo devolvía, el aval se encargaría del dinero. Y el CEO Caruso también acordó que recibiría al menos 70.000 ducados por el Corazón del Profundo Mar Azul si lo llevaba de contrabando al Imperio Moro.


Pero si el negocio de Ariadne De Mare se fuera al garete, 30.000 ducados se desvanecerían en el aire.


—¿Quiere decir que no hay aval para 30.000 ducados? —preguntó Caruso con incredulidad.


—Míralo por el lado bueno. Los 30.000 ducados son señal de que estamos en el mismo barco. Si tengo éxito, eso significa mayores beneficios para Bocanegro y compañía —Ariadne se sentó en su silla y cruzó las piernas—. A partir del año que viene, no, a partir de este otoño, una grave crisis alimentaria azotará el reino etrusco.


—¿Cómo lo sabes? —preguntó Caruso, dubitativo.


No podía decir que lo hubiera experimentado antes, así que se inventó otra razón relacionada con la escasez de alimentos del continente central. 


—¿Conoces el hecho de que apareció un enjambre de saltamontes en Assereto?


—Claro que sí. Assereto es uno de nuestros compradores de trigo —respondió Caruso.


El Ducado de Assereto había estado soportando mucho dolor debido a la nube de langostas en los campos de trigo desde hacía dos años. Después de que el enjambre de saltamontes atacara los campos de Assereto, 1/4 de la cosecha pendiente había desaparecido. Y la región era atacada por saltamontes al menos tres o cuatro veces al año.


—Como vengo de una familia de teólogos, fui la primera en oír que era un castigo de Dios.


La Santa Sede dilucidó que el Dios Celestial había castigado a la tierra de Assereto a causa del pecado del Apóstol de Assereto.


—Pero en realidad, la cosecha se dañó a causa de los insectos.


—No la entiendo, Lady Ariadne. De verdad que no —dijo Caruso.


Al principio, Ariadne le reprendió con devoción por el contrabando de tabaco, pero ahora, actuaba como si la predicación de la capilla no importara.


Pero Ariadne no se sintió insultada en lo más mínimo y sonrió. 


—Si el castigo fuera de Dios, sólo el territorio de Assereto debería verse afectado. Pero el enjambre de saltamontes cruzará Harenae y se dirige al norte de Etrusco.


—¡¿Qué?! —gritó el director general Caruso, sorprendido. Nunca lo había oído antes.


Ariadne asintió como si le entendiera. Era natural que no se hubiera enterado de que el enjambre de saltamontes había llegado a Harenae. En realidad, los dañinos saltamontes no llegarían a Etrusco hasta el año siguiente, y harían daño en todo su esplendor en el interior de Etruscao dos años más tarde.


'No sabía que fueras tan blando en 1123, Caruso Vittely. Se te nota el asombro en la cara.'


Ariadne recordó cómo ella y el director general Caruso tuvieron una batalla de nervios sobre el precio de entrega en 1137 y sonrió en secreto. Seguro que tenía posibilidades de ganar.


—Había un informe entregado por la parroquia del sur a mi padre, y el comentario sobre enjambres de saltamontes de rayas negras me llamó la atención —dijo Ariadne.


Aunque Ariadne no había leído el informe entregado desde la parroquia norte o sur al Cardenal De Mare, estaría en algún lugar de su estudio. Pero era pan comido hacer creer a un extraño que ella lo había leído.


—Si las cosas siguen así, la cosecha de trigo de otoño de esta primavera, y si tenemos suerte, la cosecha de trigo de primavera del próximo otoño, será la última cosecha normal que disfrutará el reino etrusco.


Los ojos del director general Caruso eran tan grandes que se salían.


—Pongámonos de acuerdo en que se presten 70.000 ducados y se inviertan en mí 30.000 ducados —sugirió Ariadne, mirando al director general Caruso—. Emplearé 10.000 ducados exclusivamente en comprar trigo. El 70% de las ventas serán mías y el 30% para ti.


—Pero, mi señora, ¿no dijo que haría esto para aliviar a los pobres?


Los indigentes no tenían dinero para comprar comida, pero con la subida desorbitada del precio del trigo, les sería imposible.


Ariadne sonrió ampliamente y dijo—: Los indigentes no pueden permitirse el trigo, pero hay muchas monedas de oro en el palacio real. Tienes razón. Una parte se destinará a obras de caridad. Pero la mayor parte del trigo se venderá al Rey, y él estará dispuesto a comprarlo. Incluso cambiaría el trigo por oro.


'¿Trigo por oro?' La chica sí que sabía cómo mover el corazón de un mercader. Y si realmente tenían un año de hambruna, lo que ella decía se haría realidad.


—Señora... Por favor, deme tiempo para pensarlo —pidió el director general Caruso con voz temblorosa—. Le daré una respuesta dos días más tarde, sobre esta hora.


Ariadne miró fijamente a Caruso, sintiéndose medio apenada y medio arrepentida. Pero al CEO Caruso le pareció que la chica le miraba con desprecio.


—CEO Caruso —dijo Ariadne, bajando intencionadamente la voz.


—¿Qu-qué?


—He arriesgado mucho para venir aquí —miró la caja de ébano inmóvil encima del escritorio. Más concretamente, fijó su mirada en el zafiro, grande como un huevo de codorniz y reluciente bajo la radiación solar—. ¿Qué sería de mí una vez que Su Majestad el Rey descubra que presenté el Corazón del Profundo Mar Azul como garantía?


—...


—Hasta que no esté segura de que estamos en el mismo barco, no puedo irme.


Por supuesto, esto no significaba que Ariadne se quedara en la oficina en lugar de volver a su cómoda casa. Estaba presionando al director general Caruso para que expresara su aprobación en el acto, o delataría su contrabando de tabaco a la Santa Sede o al palacio real.


El director general Caruso miró a Ariadne a los ojos. Sus ojos eran demasiado profundos para un hombre de treinta y pocos años.


—Lamento que tenga que decidir en el acto con tan poca antelación —dijo Ariadne con las manos juntas sobre el escritorio. No mentía del todo—. Pero compraré trigo únicamente a través de Bocanegro y Cía. Bocanegro no es mi mejor opción, ya que hay rutas más baratas, pero me sentiría más tranquila compensando así cualquier posible pérdida.


A Caruso le brillaron los ojos. Si era así, era otra historia.

Si Bocanegro trabajaba como su mayorista de trigo, obtendría alrededor del 20% del beneficio, lo que significaba al menos 20.000 ducados de cada 100.000 ducados.


Aunque Ariadne quebrara, Bocanegro y compañía obtendrían 20.000 ducados, el 20% de los beneficios del trigo y dinero por vender el Corazón del Mar Azul al Imperio Moro. Eso significaba que tenía asegurados al menos 90.000 ducados.


Aún así, 10.000 ducados estaban en juego, pero podía considerarlo un soborno. Como dijo Ariadne, podría ser arrastrado a la Santa Sede o al palacio real por contrabando, pero podría mantenerle la boca cerrada con el soborno. Y si la chica tenía éxito, él obtendría el 30% de los beneficios.


Valía la pena intentarlo, pero era demasiado bueno para ser verdad. Necesitaba más tiempo para pensar. El director general Caruso cerró los ojos.


Estaba reflexionando cuando oyó que Ariadne le susurraba al oído.


Su voz era baja, pero las palabras que decía eran abrumadoramente agradables a los oídos.


—Aceleraré el brillante futuro de Bocanegro al menos diez años. Después de que tengamos éxito, el negocio de Castiglione ni siquiera se atreverá a competir contra Bocanegro.


'¿La tienda Castiglione?'


El director general Caruso abrió mucho los ojos.


—Castiglione, ese mezquino y arrogante —los labios de Ariadne se curvaron y aseguró—: Nunca más tendrá que sentirse intimidado.


Así que lo que el CEO Caruso dijo a continuación fue más o menos un impulso—: Si digo que sí... ¿cómo espera recibir el pago?


Los bancos acababan de establecerse en San Carlo y no estaban preparados para emitir pagarés por valor de una fortuna como 100.000 ducados. Así que había que transferir manualmente las monedas de oro.


—Si estás de acuerdo, obtendré 3.000 monedas de oro hasta la medianoche de hoy, 27.000 monedas adicionales hasta mediados de este mes, y utilizaré los 70.000 ducados restantes para comprar trigo —sugirió Ariadne.


Fue una propuesta extremadamente generosa.


—Dejaré el Corazón del Profundo Mar Azul aquí como garantía.


La segunda propuesta de Ariadne fue demasiado generosa, no, fue increíble. Hasta el director general Caruso se sorprendió. Esto significaba que Ariadne confiaba plenamente en él. Pero acababan de conocerse, al menos eso pensaba Caruso.


—Pero a cambio... —los ojos verdes de Ariadne recorrieron el despacho del director general Caruso.


También encontró garantías para asegurar la actuación del CEO Caruso.

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