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PQC – Capítulo 26

PQC – Capítulo 26-1

Parece que caí en un juego de harén inverso

Capítulo 26


Al principio me preguntaba qué demonios era ese ruido. No había dormido bien, así que cualquier cosa rara me despertaba enseguida. Por supuesto, todavía estaba un poco aturdida, así que cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, me quedé mirando durante un minuto, ligeramente sorprendida, fijándome en los constreñidos movimientos que se producían a mi lado. El contorno redondeado de su cabeza, la suave nuca, su espalda curvada y tensa... Todo ello era extremadamente de mi agrado.

Así que... Sentía que el calor subía por mi cuerpo y que me sudaban las palmas de las manos. Últimamente estaba cada vez más frustrada, pensando que me evitaba desde aquel día en el baño. Al menos ahora sabía que no era un problema de funcionamiento. Tampoco parecía que hubiera perdido interés en mí...

—S-Su Alteza... Po-por favor, p-perdóneme... 

Nadrika moqueó, las lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras se levantaba y se arrodillaba ante mí en la cama. Me recordó al primer día que nos habíamos conocido. Entonces también había llorado y suplicado perdón, igual que ahora.

Cuando empezó a ponerse la ropa, le dije: 

—Cuéntame.
—¿Decirle qué, Su Alteza?
—Tengo mis propias teorías, pero quiero oírtelo decir. ¿Por qué lo hiciste?
—...

La tristeza llenó su rostro e hipó mientras intentaba reprimir otro sollozo. Me pareció tan lindo que me entraron ganas de acercarme y abrazarle, pero no era el momento.

—...

Ahora era yo la que no podía aguantar más. Quería tumbarlo ya y hacerle todo tipo de cosas, pero él aún no estaba siendo sincero conmigo.

—Dime. —le presioné.

Nadrika cerró los ojos y dijo con voz vacilante: 

—Yo... yo quería... hacerle el amor... S-Su Alteza. Cada... cada noche... No podía aguantar... aguantar…

Eso era todo lo que necesitaba. Incapaz de contener la risa, lo cogí por los hombros y lo empujé de nuevo sobre el colchón. Desparramado sobre las sábanas blancas, su pelo rubio dorado parecía irresistible, al igual que sus ojos redondos y abiertos.

—Entonces, ¿por qué lo hiciste por tu cuenta bajo las sábanas en vez de conmigo? —le pregunté.

—...

Su rostro enrojeció al tiempo que su expresión decaía. 

—Me... me basta con hacerle feliz, Alteza. Puede usarme como necesites. —dijo.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir... sólo... para satisfacerme... No me atrevería... a pedirle eso, Alteza. Pero no pude contenerme... Lo siento tanto…

Le temblaba tanto la voz que ni siquiera pudo terminar la frase. Levanté la mano y le limpié las lágrimas de los ojos.

—¿Por qué lo sientes? —le pregunté.
—Yo... No debería disfrutar....
—¿Por qué no?
—...

Por primera vez, giró la cabeza para evitar mi mirada, su expresión ahogada en resignación y resentimiento.

—Ahora ya sabe por qué, Alteza… —murmuró.
—¿Qué es lo que sé?
—Que yo... fui un esclavo sexual.

Lo miré sin comprender por un momento.

—Sabía que me d-despreciaría… —balbuceó—. Por eso intenté detenerme-.
—Espera. —le interrumpí.
—...
—¿Quién te dijo que te odiaría sólo porque eras un esclavo sexual?
—¿Alteza?

Me miró aturdido.

—Me gustas. —le dije.
—¿Qué?
—Y te deseo. Te deseo nucho.
—¿Eh?
—Ahora mismo. —dije.
—Yo... ¿qué...?
—Pero me estoy conteniendo porque estás triste y llorando así...
—...

Sorprendido, sus lágrimas parecieron desvanecerse mientras dejaba de llorar y me miraba fijamente.

—Ya está. —dije, sonriendo un poco pícaramente.
—¿Le… le parece bien mi pasado?
—¿Qué más da? Tú me deseas y yo te deseo. ¿Dónde está el problema?
—Pero…

Mientras bajaba lentamente hasta su cara, me miraba como hechizado. Me detuve justo antes de que nuestras narices se tocaran, y vi cómo su garganta se estremecía al tragar saliva. Le dediqué una cálida sonrisa.

—¿Pero cómo sabías que me había enterado de tu pasado? —le pregunté.
—En los jardines... Salí a verle y le oí hablar con una dama de compañía.

Ahora que lo pienso, esa fue la noche en que Nadrika había dejado de venir a mi habitación.

—¿Querías ocultarme eso? —le pregunté.
—Sí, Alteza…

Lo había supuesto. Él había intentado contarme todo lo posible para restaurar mi memoria, pero parecía guardarse cualquier información sobre sí mismo a menos que yo se la preguntara específicamente. Por eso no había sentido la necesidad de contarme lo que había oído. De todos modos, nada de eso era importante para mí. Pero si hubiera sabido que lo haría sentir tan miserable y ansioso, no se lo habría ocultado.

Bajé los brazos a ambos lados de su cara y apreté los labios contra su frente. Cuando cerró los ojos, también le besé los párpados. Y su boca. Me quedé allí, separando los labios para pegar mi boca a la suya. Luego me subí sobre su estómago y apreté todo mi cuerpo contra el suyo. Un gemido se escapó de su garganta mientras me rodeaba por la espalda y tiraba de mí con fuerza, aferrándose a mí con desesperación.

Finalmente aparté los labios y seguí con una serie de besos suaves. Lo picoteé en la boca, una y otra vez. Cuando puse las manos a los lados de su cabeza y levanté la mirada, nuestros ojos volvieron a encontrarse. Lentamente, le pasé la lengua por los labios. Al ver su mirada tan fija en mi lengua, sus orejas enrojecidas y su pecho moviéndose arriba y abajo mientras su respiración se convertía en un suave jadeo, sentí que se me ponía la piel de gallina por todo el cuerpo. Mis labios se torcieron en una enorme sonrisa mientras bajaba mi cara a su cuello y él gemía, aferrándose a las sábanas.

—Alteza… —gimió.
—Si me llamas así una vez más... te castigaré.
—P-pero…

Le mordí juguetonamente el lóbulo de la oreja en respuesta, a lo que sus hombros se estremecieron violentamente. Aunque cerraba los ojos, podía sentir cómo su cuerpo tembloroso respondía inconscientemente a mis movimientos, lo que me excitaba cada vez más.

—Ria... Llámame Ria. —le dije. No se me ocurría ningún otro nombre por el que pudiera llamarme. Simplemente no quería que siguiera dirigiéndose a mí como 'Alteza'.
—Pero... oh...
—Dilo.
—No podría... no podría atreverme a llamarle…

Su pecho subía y bajaba dramáticamente mientras su jadeo se aceleraba y su cuerpo delgado y anguloso se enrojecía lentamente de calor. Recorrí su piel con los dedos como si fuera una obra de arte, y él se estremeció al contacto.

—Ria.

Por fin lo consiguió, respirando acaloradamente mientras me miraba.

Una oleada de lujuria recorrió mi cuerpo al oír su voz, acerqué mi cara a su oído y le susurré: 

—Cuando estemos solos, llámame así. ¿Entendido?
—Sí…

Aparté la cara y le miré a los ojos, que brillaban de pasión en la oscuridad. 

—No... no me gusta que me llames Alteza.

Puso una expresión inescrutable ante mis palabras. Al leer preocupación en su rostro, sonreí y deslicé mi mano más abajo por su cuerpo.

—¡Eeep! —jadeó, como si fuera la primera vez que le tocaba ahí.
—¿No te he hecho esto antes? —le pregunté.

Casi desmayado, Nadrika se mordió el labio mientras intentaba responder obedientemente.

—No, nunca... ni una sola vez....
—¿En serio?

Me alegró bastante oír eso. Le pasé la lengua por los labios y luego llevé la mano más allá de su cintura, recorriendo aún más sus caderas y piernas. Su cuerpo tembló violentamente ante mi contacto.

—¿Qué, no contestas? —bromeé.
—¡Sí! ¡Sí, en serio!
—¿Y esto? Llevé mi mano a su frente.

Lanzó un gemido casi lloroso mientras cerraba los ojos y gritaba: 

—¡Alteza, por favor! ¡Alteza!
—¿Quién?

Fingí no oírle mientras mi mano seguía moviéndose. Dudó, mirándome con ojos llorosos.

—Ri-Ria…
—Pues ahora tengo que castigarte, parece. 

Me eché hacia atrás y me senté entre sus piernas, luego apoyé sus rodillas y las besé.

—Lo siento… —murmuró en voz baja.
—Eso no basta —le dije—. Todavía tengo que castigarte.

Le planté besos en el bajo vientre y sentí cómo se tensaban todos sus músculos. Con una risita suave, bajé aún más la cabeza.

—¡Oh!

Reaccionó juntando las piernas, sujetándome la cabeza con fuerza, pero luego volvió a abrirlas rápidamente.

—Tú te encargaste de mí la última vez, así que hoy me toca a mí. —dije.
—No, no debería... ¡oh!

Echó la cabeza hacia atrás.

—...

Gimiendo en voz baja, estiró las manos para buscar mi cara.

—P-por favor, no, n-no... ¡oh! ¡Aah!

Sus dedos se crisparon cuando tocaron mi mejilla, y luego revolotearon alrededor de mi cara y mis hombros, sin saber dónde agarrarse. Entonces, temiendo no poder controlar su propia fuerza, lanzó las manos hacia fuera y se agarró a las sábanas. Su cintura se movía arriba y abajo con cada gemido, mientras sus muslos abiertos temblaban de tensión. Parecía que aún le rondaba por la cabeza la idea de tener prohibido tocarme o abrazarme.

Me encantaba la amabilidad y el respeto que me mostraba, pero no tenía intención de mantener una relación en la que él no pudiera permitirse sus propios placeres. Además, parecía no estar muy familiarizado con esta sensación, ya que oscilaba entre la ansiedad y el placer.

Empezaba a sentir un cosquilleo en la boca por el esfuerzo. Para ser honesta, no era realmente un tamaño adecuado para un principiante.

Justo entonces, una tos involuntaria saltó de mi pecho. Nadrika se incorporó como un rayo y me sujetó torpemente la mejilla, con la cara enrojecida por el susto.

—Para, por favor —suplicó—. No lo hagas, Ria, por favor... oh....

Cuando nuestras miradas se cruzaron, de repente pareció quedarse sin palabras, muy afectado por la visión de la intención reflejada en mi cara. Su expresión, que había estado al borde de las lágrimas, se acentuó lentamente mientras me miraba y se mordía el labio. Pude ver el caos y el conflicto que se desencadenaban tras sus ojos y me detuve para ver la decisión que tomaría.

Con dedos temblorosos, Nadrika acarició lentamente mis mejillas. Absorbí su aspecto, amando el tenue surco de su ceño y el temblor de su respiración. Cuando levanté obedientemente la cabeza, siguiendo el ejemplo de sus manos, rozó mis labios humedecidos con el pulgar y luego se abalanzó sobre mí para besarme.

Acogí sus labios con fervor y le rodeé el cuello con los brazos. Era la primera vez que él iniciaba un beso. Nuestros labios se abrieron para que nuestras lenguas se entrelazaran en una danza, explorando el interior de la boca del otro mientras inclinábamos la cabeza de un lado a otro. Nervioso y cauteloso, me acarició la espalda con manos temblorosas.

—Ria. —me dijo.
—¿Hmm?

Los dos respirábamos con dificultad. Nadrika fue directo a mis labios de nuevo, como si se hubiera arrepentido de perder un tiempo precioso llamándome por mi nombre.

—Mmm.

Gemí lánguidamente, pegando mi cuerpo al suyo. Bajó los labios por mi cuello y mi hombro, con besos tiernos pero apasionados.

—Estoy en el cielo. —murmuró, enterrando la cara en mi cuello. Incluso pude oírle reír suavemente entre mi propia respiración mientras hundía la barbilla en su hombro y suspiraba pesadamente. Cada vez que movía los dedos, gemía y rodeaba su cuello con más fuerza.

—¿Te duele? —preguntó.
—No...
—Entonces... ¿podrías... tocarme un poco más, por favor?

Sonreí mientras seguía gimiendo. Cuando le pasé la mano por el frente, me agarró la muñeca y volvió a colocársela suavemente en el hombro.

—No, ahí no… —dijo.
—Hace un momento me rechazabas por completo. ¿Desde cuándo te has vuelto tan quisquilloso? —le pregunté burlonamente.
—...

Nadrika siguió moviendo sus manos por mi cuerpo. Le sonreí débilmente y luego apoyé la cabeza en su mejilla.

—Ria… —dijo, con los ojos ligeramente avergonzados mientras me miraba—. Dejaré de pensar para siempre que debo rechazarte... te lo prometo.
—Bien... Deberías —le contesté—. Me habría enfadado si lo hubieras hecho.
—Ria.
—¿Sí?
—¿Estás... estás segura de que todo está bien?
—¿Qué te preocupa tanto? —le pregunté.

Tocó suavemente su frente con la mía. Pude ver un poco de duda en sus ojos.

—¿Y si... ¿soy el único que disfruta con esto? —preguntó en voz baja.

Qué pregunta más tonta. Era como si hubiera olvidado todo lo que habíamos hecho hasta ahora.

—Me gustas. —dije.
—...
—Significas mucho para mí. De verdad. Y no sé exactamente cuán profundos son estos sentimientos, pero es lo que realmente siento.

Sus ojos se abrieron de sorpresa y luego se arrugaron en una sonrisa.

—Bueno, entonces…

Apoyando mi cintura con la mano, me empujó hacia atrás, luego puso las manos a cada lado de mi cara y se subió encima de mí, sin olvidar deslizar una almohada debajo de mi cabeza.

—¿Nadrika? —le dije. Podía oler el almizcle de su cuerpo en el cuello, ahora caliente y rojo por la excitación.

Sus hombros rígidos y tensos formaban una jaula a mi alrededor, y su aliento me hizo cosquillas en la oreja mientras susurraba: 

—Te quiero.

Y justo cuando dijo eso…

—Ohhh…

Cerré los ojos de placer. Su voz era demasiado provocativa.

—Eso es lo que siento. —susurró, luego me plantó un ligero beso en la oreja y levantó lentamente la cabeza. Le miré, jadeando de deseo. En su rostro se dibujó la sonrisa más tímida y cariñosa del mundo. Me miró fijamente durante un momento y luego volvió a bajar la cabeza. Nuestros labios se encontraron.

—Mmm…

Sus movimientos eran directos y pausados, sin exageraciones. Era como si supiera muy bien lo que tenía que hacer para complacerme. A medida que nos compenetrábamos más y más, sentí que mi éxtasis crecía como un maremoto.

—¡Ahhhh! —grité.
—¿Te duele? —me preguntó.
—No... me siento tan bien.

Seguimos riéndonos mientras jadeábamos y sonreíamos cada vez que nos mirábamos a los ojos. La cama empezó a moverse poco a poco. Sentía cómo mis pensamientos se derretían, se convertían en gelatina.

“Ria, ¿te gusta esto?”, “¿Cómo te sientes?” preguntaba Nadrika de vez en cuando, con voz preocupada. Como si tuviera que oírmelo decir; ya sabía mi respuesta. Pero yo respondía una y otra vez que me sentía bien.

—No... dejaba de pensar... cuánto... quería estar... contigo....

Nos aferramos intensamente el uno al otro. Y entonces, de repente, todo se volvió blanco. Mientras la realidad volvía lentamente a mí, suspiré y parpadeé. Nadrika exhaló profundamente, todavía encima de mí.

—Ria. ¿Te ha gustado? —susurró, repartiendo besos por toda mi cara.
—Mmm... 

Estaba demasiado débil para contestar. El cansancio y el sueño se apoderaron de mí. Se estaba convirtiendo en una mala costumbre, quedarme dormida inmediatamente después de cada vez…

—¿Podrías... podrías responderme? —murmuró Nadrika, lamiéndome cariñosamente la oreja y el cuello.
 
Sonreí con los ojos cerrados.

—Ha sido maravilloso. —dije.

Acercó sus labios a los míos y me besó apasionadamente mientras el sol empezaba a salir a lo lejos.


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