SLR – Capítulo 72
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 72: El Karma de Isabella
—¡Isabella! ¿Dónde está esa chica? —gritó el Cardenal.
El Cardenal De Mare buscó furiosamente a Isabella en cuanto entró por la puerta principal del primer piso. El mayordomo Nicolo se apresuró a subir las escaleras para traer a Lady Isabella, pero a pesar de sus esfuerzos, el furioso Cardenal le detuvo frustrado.
—¡Alto! —bramó el Cardenal—. Iré yo mismo.
La casa había estado tranquila durante un rato, pero el repentino alboroto del Cardenal sumió a toda la familia en el pánico y el miedo. Lucrecia, que no tenía ni idea de esta situación, seguía ansiosamente a su marido, mientras que Ariadne se alegraba de su inesperada suerte.
Los pasos del Cardenal golpearon contra el suelo y abrió la puerta de Isabella temerariamente sin llamar. Por desgracia, Isabella estaba en pleno cambio de ropa.
—¡Dios mío!
Isabella sorprendida mientras sólo llevaba puesta la enagua. Se cubrió la parte superior del cuerpo con los brazos. Aunque Isabella era su hija biológica, el Cardenal De Mare se estremeció y retrocedió como el sacerdote que era.
Pero algo no encajaba. Si sólo llevaba una enagua, la parte superior de su cuerpo debería mostrar la piel desnuda. Sin embargo, su hija llevaba claramente algún tipo de tela rosa oscuro.
Definitivamente, no era ropa de interior, pijamas o ropa interior larga para mantener el calor, y el tiempo no era lo bastante frío como para llevar ropa interior.
Entrecerró los ojos y miró la cosa rosa oscuro para verla más de cerca. En cuanto se dio cuenta de para qué servía, abrió la boca de par en par, asombrado.
—¡Qué demonios...! ¿Qué...? ¡Qué está pensando...!
N/T: Como mencionaron en capítulos anteriores se supone que una dama 'decente' de Etrusco no llevaría eso.
El Cardenal De Mare estaba a punto de desmayarse de hipertensión. Su hija, a la que había adorado y criado como a un ángel, ¡llevaba algo que llevaría una cortesana! Y no cualquier cortesana. Sólo una cortesana de clase baja llevaría esa cosa.
¡¿Cómo podía dar vueltas orgullosamente por el centro de San Carlo como una mujer de la calle?!
—¡Qué voy a hacer contigo!
El Cardenal dirigió una mirada irritada a la criada que estaba junto a su hija mayor. Maletta se percató de su intención y se apresuró a cubrir con una bata a Isabella.
—¿Eres una cortesana? ¿O una hereje del Reino de los Moros? ¿Son realmente ciertos los rumores de la alta sociedad?
Isabella no se había esperado esta situación ni en sueños. Desconcertada, miró a su alrededor y luego se quejó a su padre.
—Padre, ¿por qué has entrado sin llamar? —se lamentó Isabella—, ¿Y los rumores? ¿Qué rumores?
En ese momento, una tiara decorada con zafiros rosas llamó la atención del Cardenal De Mare. Estaba encima del tocador de Isabella. Parecía lujosa, pero él nunca se la había comprado a su hija.
—¿Y qué demonios es eso...?
El Cardenal De Mare cogió la tiara de zafiro rosa y le dio la vuelta. En la parte interior había grabada una inicial.
[De O. Contarini, para la querida I. Mare.]
—¿Y qué demonios es eso?
Quizá era hipermétrope por la edad, o quizá no quería leerlo, pero las palabras le parecían analfabetas. Arabella, que estaba detrás de él, cogió la diadema y leyó la frase grabada con ojos buenos y jóvenes.
—¿O. Contarini? ¿No es Ottavio de Contarini?
El Cardenal De Mare gritó al instante de desesperación ante la pregunta de Arabella.
—¿Por qué demonios te regalaría esto ese tipo? ¿Qué hace esa tiara en tu habitación?
* * *
Además de contarle los rumores sobre el Marqués Campa, el Marqués Baltazar también hizo saber al Cardenal lo que la alta sociedad decía sobre Isabella.
—Su Santidad —añadió el marqués Baltazar—. Su hija mayor debe tener cuidado con el Barón Castiglione. Sé que no es una gran amenaza, pero quería que lo supierais.
—¿Perdón? —preguntó el Cardenal con incredulidad—, ¿Qué tiene que ver él con mi hija?
El Barón Castiglione era un empresario emergente que realizaba grandes negocios de sericultura en la capital y en las zonas centro-norte. Era un hombre de mediana edad que dirigía un negocio centrado en la venta al por mayor. El Cardenal no veía ninguna relación entre él e Isabella.
N/T sericultura: Se entiende por sericicultura la cría del gusano de seda con un conjunto de técnicas para producir capullos y, con ellos, la seda misma como producto textil final.
—Bueno, he oído que la hija mayor del barón Castiglione es toda una belleza. —dijo el Cardenal.
—Tiene razón —respondió el Marqués Baltazar—. Creo que yo también lo he oído.
¿Se llamaba Camelia? Creo haber oído que el barón tenía una hija bonita, aunque no tanto como Isabella.
—El deseo del Barón Castiglione es arreglar el matrimonio de su hija con un noble del distrito que posea un feudo. Afortunadamente, lo único que el hijo mayor del Conde Contarini ve en una dama es su belleza, así que acordaron que el Conde Contarini pagaría una fortuna y que el Barón enviaría una gran dote para los esponsales de sus hijos.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —tartamudeó el Cardenal.
Su ansiedad crecía por momentos. No, no puede ser. Es imposible que mi hija esté implicada.
—Pero... su hija...
La voz del Marqués Baltazar se entrecortó.
Después de escuchar toda la historia, el Cardenal dejó escapar un largo suspiro de consternación.
—Oh, milord.
* * *
El Cardenal sabía bien que la mayoría de los rumores que se difundían en la alta sociedad no eran ciertos, y aún creía que a su hija le quedaba algo de conciencia. Pero ver la evidencia ante sus ojos le hizo perder el control.
—Dios mío... Mi cabeza…
Incluso después de que Isabella viera a su padre frotándose las sienes, no mostró ningún signo de arrepentimiento. En lugar de eso, miró a su padre con los ojos muy abiertos.
—¿Qué pasa, padre? —preguntó Isabella.
El Cardenal De Mare no aguantó más y levantó la voz.
—¿Por qué demonios actúas de forma tan rastrera? —rugió—. ¿En qué estabas pensando? ¿Por qué recibiste un regalo tan lujoso de un hombre cualquiera?
—Yo no le pedí que me lo diera —se quejó Isabella—. El señor Ottavio dijo que era un regalo de cumpleaños en señal de amistad. ¿Por qué tengo yo la culpa?
—Él no te regalaría algo así como amigo. Por eso—, bramó el cardenal.
La cabeza le mataba al darse cuenta del sentido moral de su hija. Pero en ese momento, otro objeto apareció ante su vista.
—¿Y qué demonios es eso?
Era un anillo de diamantes que parecía de al menos tres quilates. Al ver que su padre observaba el anillo sobre el tocador, Arabella se precipitó hacia la mesa, cogió el anillo y se lo dio a su padre.
El anillo de diamantes parecía una alianza matrimonial por su diseño clásico, sus valiosos materiales y su lujosa artesanía.
—¡Oh! —exclamó Isabella—. Es del signore Iyacoppo. Hace poco nos hicimos amigos después de que le indicara el camino a….
—¿Por qué le darías indicaciones a un desconocido? —gritó el Cardenal.
Estaba realmente sorprendido. Nunca había enseñado a su preciosa hija a comportarse como una vampiresa con desconocidos.
—En la capilla de San Ercole —protestó Isabella—. Dijo que se había perdido, así que le indiqué el camino.
El Cardenal De Mare se quedó boquiabierto.
—¿Cómo podría un ciudadano de San Carlo perderse en la Capilla de San Ercole, por el amor de Dios?
La Capilla San Ercole estaba estructurada de forma sencilla. Su gran corredor era recto y estaba en el centro, con la bahía a cada lado. Todos los ciudadanos de San Carlo asistían a sus capillas semanales desde que eran recién nacidos.
Iyacoppo tenía veinte años y era la quinta generación de la familia Atendolo que había vivido en San Carlo. Tras ser bautizado de recién nacido en la capilla de San Ercole, habría asistido a ella todos los domingos de toda su vida.
—¡¿Y qué hombre en su sano juicio le regala a una chica un anillo de diamantes para que le guíe?! —gruñó el Cardenal.
Isabella no parecía darse cuenta de la gravedad de la situación.
—Fui una guía muy amable, por eso. —dijo Isabella con orgullo.
El Cardenal De Mare quiso comprobar si su hija estaba en su sano juicio.
—¿Quieres casarte con Iyacoppo Atendolo? —le preguntó.
Aunque Iyacoppo era un caballero mediocre de una familia considerablemente respetable, era el segundo hijo y no tenía derecho a sucederle en el título nobiliario. El listón de Isabella estaba por las nubes, así que un tipo como él nunca la satisfaría. Ni que decir tiene que Isabella rebotó de ira.
—Padre, ¿cómo puedes decir algo tan horrible? ¡Nooooo!—gimió Isabella.
—Por el momento, Iyacoppo Atendolo será lo mejor que puedas conseguir. ¿Te haces una idea? —respondió el Cardenal—. ¡Todo por culpa de tu insensato comportamiento!
—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? —preguntó Isabella con incredulidad.
Isabella De Mare quería al príncipe Alfonso, o al menos al Conde Césare como futuro marido. ¿Pero Iyacoppo Atendolo? Estaba indignada. Si se trataba de una broma, no tenía gracia.
El Cardenal soltó la bomba.
—Los rumores de la alta sociedad dicen que eres la amante secreta del Marqués Campa.
—¿Qué?
Isabella dejó caer el perfume que sostenía en la mano. El grueso frasco de cristal cayó con un fuerte golpe y rodó por el suelo.
—Por favor —suplicó el Cardenal—. No me digas que es otro de tus regalos de un tipo cualquiera. Iyacoppo Atendolo te basta, dadas las circunstancias. Si se convierte en un hecho consumado que eres la amante secreta del marqués Campa, Iyacoppo Atendolo sería demasiado bueno para ti.
El Cardenal De Mare era un hombre muy peculiar. Incluso entre toda esta conmoción, no preguntó si Isabella era realmente la amante secreta del Marqués Campa. Esto revelaba claramente que al Cardenal no le importaba si el acto inmoral era cierto o no. Sólo le importaban las consecuencias que la acción acarreaba. Aunque era razonable, era muy peculiar que un clérigo pensara de forma tan materialista.
Pero hacer una pregunta al culpable en contra de su voluntad y pedir a un acusado falsamente que aclare su inocencia es fundamentalmente diferente, por lo que los dos planteamientos deben hacerse de forma divergente. Ariadne decidió señalar esto. No fue para revelar la debilidad de Isabella. De verdad.
—Isabella, ¿de verdad eras tú la que estaba con el Marqués Campa en el jardín?
Decidió añadir un poco más de dramatismo a la situación. Ariadne se mordió el labio y actuó como si estuviera a punto de llorar.
—¿De verdad saliste en secreto con el Marqués Campa? Gracias por salvarme cuando estaba cargando con la culpa de todo. —dijo Ariadne con voz temblorosa.
El Cardenal De Mare puso cara de asombro. Era un líder que odiaba ver conflictos internos en su familia. Siempre había insistido en la importancia del amor fraternal. Ser una gran familia feliz.
—¡No, claro que no! —espetó Isabella.
Aunque Isabella negó rotundamente la acusación, Ariadne había oído rumores de sus nuevos amigos de la alta sociedad.
—Pero tú estuviste allí todo el tiempo con el marqués Campa—, protestó Ariadne. —Incluso la pareja del Barón Diffiani fue testigo de que estuviste allí antes que ellos.
La pareja del Barón Diffiani era una noble conocida por ser de los primeros testigos de la cita secreta del marqués Campa.
—Si no eras su amante secreta, ¿por qué no gritaste de sorpresa?
Isabella se quedó sin habla. Pensó por un segundo en contar toda la historia.
Los hechos eran: Isabella se escondió en la pradera cuando llegó la pareja del Barón Diffiani y descubrió al Marqués Campa. La Baronesa Diffiani fue la primera en gritar al antiestético Marqués Campa, y su amante secreta empujó a Isabella mientras corría a la velocidad del rayo.
Sin embargo, para contar toda la historia, ella tendría que admitir que "estaba espiando en secreto a la antiestética pareja en la pradera antes de que apareciera la pareja del Barón Diffiani". Pero ella prefería morir antes que decir eso.
—B-Bueno... —Isabella tartamudeó.
Sus ojos fueron de un lado a otro inquietos durante un momento hasta que decidió qué hacer.
Evocar simpatía era la mejor solución cuando no tenía nada que decir.
—Estaba... Estaba demasiado conmocionada.
Isabella dijo esto para conseguir la simpatía de su padre porque sabía que Ariadne no pestañearía ante su actuación.
—Nunca antes había visto o imaginado a una pareja actuando tan lascivamente en mi vida. Me quedé helada. —exclamó Isabella.
Por desgracia, el gorget rosa oscuro que asomaba a través de su bata degradaba la fiabilidad de su afirmación, pero Isabella no se desanimó y continuó descaradamente con el acto.
—¿Fue culpa mía que me escandalizara? —continuó Isabella—. Sólo pasaba por allí, ocupándome de mis asuntos. ¿Qué podía hacer?
Pero el Cardenal De Mare sacó a relucir un punto crítico que Isabella había olvidado por completo.
—Si lo viste todo de antemano, ¡deberías haber ayudado a tu hermana!
Isabella se mordió los labios. Pero estaba segura de que podría salir de esta.
—¡Lo siento, Ariadne!
Sus encantadores ojos de hada y sus rasgos perfectamente recortados mostraban arrepentimiento. Con voz plateada, se disculpó.
—Estaba demasiado asustada y era demasiado cobarde para defenderte. Te pido disculpas de todo corazón.
Los rasgos de Isabella se dibujaron dramáticamente. Parecía realmente afligida, y la comisura de sus labios temblaba de pena. Miró al Cardenal de Mare con una sincera expresión de pesar.
—Lo siento, padre —se disculpó Isabella—. He sido una mala hermana. Siento mucho lo que hice. Lo compensaré, ¡de verdad que lo haré!
Con los ojos en el suelo, Isabella apeló dramáticamente a su inocencia.
—¡Pero juro por Dios que no soy la amante secreta del Marqués Campa!
Su actuación fue convincente. Lucrecia parecía bastante convencida, y la ira del Cardenal De Mare parecía haberse calmado un poco.
Isabella estaba a punto de decir: “Padre, tiene que creerme. Soy tu hija”, para alcanzar el clímax, cuando un fuerte tintineo resonó por toda la habitación.
Toda la familia miró a su alrededor para encontrar el origen del sonido. Como siempre, Arabella estaba haciendo lo que mejor sabía hacer: rebuscar entre las cosas de Isabella. Después de entregarle el anillo de diamantes a su padre, no pudo evitar seguir revisando las cosas de su hermana que estaban sobre el tocador.
Arabella tenía el bolso de Isabella en la mano, y el tintineo provino del brillante rubí rojo de corte marquesa, que cayó sobre la bandeja de plata del tocador de su hermana.
N/T corte marquesa: Joyería con talla marquesa o navette. Este tipo tiene una forma alargada, como un óvalo con los dos extremos terminados en una punta. Cuenta la leyenda que el rey Luis XV de Francia (1710-1774), conocido como el Amado, inventó esta forma alargada. Según esta historia, el rey encargó a un joyero que hiciera un diamante con un corte inspirado en los labios de su amante, Jean Antoinette Poisson, es decir, la marquesa Madame de Pompadour. Con el tiempo, a quienes en la corte de Francia podían presumir del título de marqués les encantaba lucir una gema de talla alargada. ¿Y quién no era noble? Pues a este tipo de corte lo llamó navette, palabra francesa que significa barco pequeño. De hecho, es una definición que encaja perfectamente.
El gran rubí rojo mostraba su radiante belleza.
Gracias por las notas, ayudan mucho 💖
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