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SLR – Capítulo 64

Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 64: El Baile de Máscaras y la Gran Duquesa de Balloa


La Gran Duquesa Balloa estaba tan ciega de alegría por la hospitalidad de su príncipe azul que casi se olvidó de expresar su pena por su difunta hermana.

Sacudió la cabeza para serenarse.

'No. Déjate la máscara social puesta y sé la chica simpática que siempre eres, se dijo Lariessa. Sé amable y simpática y di algo, lo que sea, para que la conversación con Alfonso fluya.'

Pero Lariessa nunca había hablado de sí misma.

—Supongo que tengo facilidad para pintar bodegones —empezó Lariessa—. Me encanta pintar flores o macetas.

Lariessa dudó un momento antes de añadir audazmente.

—Hace unos años, incluso gané un premio en el Pre de Montpellier.

Celebrado en el Reino Gallico, el Pre de Montpellier servía de puerta de acceso al éxito para los artistas emergentes. Las obras se presentaban de forma anónima y se exponían en la galería para ser evaluadas por los críticos y el público. Un mes después, se daban a conocer las obras premiadas. No era necesario quedar primero, segundo o tercero para ser artista inscrito en la Asociación de Artistas del Reino Gallico. Si su obra era aceptada, podía afiliarse. Era un concurso muy competitivo y avanzado.

—¿El Pre de Montpellier? Pero yo creía que sólo podían participar los hombres casados de 30 años o menos. —dijo Alfonso, perplejo.

Una vez que uno era premiado en el Pre de Montpellier, le seguían la riqueza y la reputación, lo que incitaba a los participantes a pelearse y a mantenerse a raya unos a otros. Tras años de calumnias, riñas y debates interminables, de las negociaciones surgieron poco a poco extraños requisitos que priorizaban los intereses de cada parte.

Los participantes debían tener "30 años o menos" para evitar que artistas experimentados presentaran obras de forma anónima. Y sólo se permitía participar a artistas "casados" para que los jóvenes creadores no se lanzaran de repente a sacudir el sistema. Hace poco se añadió otra norma. Se prohibió la participación de artistas "femeninas", ya que sólo unas pocas afortunadas podrían comerse el pastel.

Lariessa se sonrojó bajo su máscara. Las reglas se habían aplicado recientemente, y Lariessa no era una gran aficionada a la pintura, así que no estaba al tanto de la situación. A su difunta hermana Susanne le gustaba pintar, y fue ella quien ganó en el Pre de Montpellier. La nueva norma que prohibía la participación de artistas femeninas se promulgó debido a la obra premiada de la Gran Duquesa Susanne. Primero, los partidos insistieron en que se prohibiera a la nobleza presentar obras de arte. Sin embargo, al final, la feroz resistencia modificó la pretensión inicial, prohibiendo la participación de artistas femeninas en el concurso. Aunque este acontecimiento era históricamente significativo, a Lariessa no le importaban mucho ni la sociedad ni la pintura, así que no conocía los detalles. Lo único que anhelaba y le importaba era la gran reputación de su difunta hermana y los cumplidos que recibiría.

Juraba a Dios que no tenía malas intenciones. Sólo quería impresionar al príncipe Alfonso. Por eso la mentira se le escapó automáticamente de la lengua. Pero nunca esperó que su príncipe azul se diera cuenta de su mentira en el acto.

Su humillación la dejó sin aliento. El príncipe Alfonso pareció darse cuenta de que algo iba mal. Se agachó, miró a Lariessa a los ojos y preguntó.

—¿Lady de Balloa...?

Si Lariessa hubiera sido sincera y hubiera dicho: “Mentí porque quería impresionarte. Lo siento.”, Alfonso, como hombre generoso que era, se habría reído. Pero ella estaba demasiado avergonzada para admitirlo y decidió actuar como si estuviera enferma. Mientras justificaba su 'enfado", su respiración empezó a ser entrecortada.

Mientras dejaba escapar pequeños jadeos, acusó a Alfonso con voz chillona.

—¿Estás diciendo que soy una mentirosa?

Alfonso soltó la mano de Lariessa desconcertado.

—¿Se encuentra bien, Lady Lariessa? —preguntó preocupado.

Lariessa confundió el hecho de que Alfonso le soltara la mano con una señal de rechazo. Eso la hizo temblar aún más de humillación.

'No. Esto no puede ser real. Es el príncipe azul de mi vida.'

Lariessa había rezado cada noche para tener tanta suerte como Susanne. Para que Dios le diera toda la fortuna de su hermana. Aunque Lariessa no tuvo la suerte de conseguir la belleza y la reputación de Susanne, todo lo que tenía su hermana mayor pasó a sus manos tras su muerte. El vestido de Susanne, sus tesoros, el dormitorio más bonito de la casa y una propuesta de matrimonio con su príncipe azul perfecto.

Esto hizo pensar a Lariessa que tal vez la muerte de Susanne fue un regalo que le hizo el Dios Celestial. Pero ella no quería que el regalo de su Dios Celestial se desperdiciara porque ella lo había echado todo a perder. Ella no podía dejar pasar esta oportunidad única en la vida por su estúpido error. Tenía que hacerle creer que no había hecho nada malo.

—Incluso las mujeres solteras pueden ser premiadas en el Pre de Montpellier. Ha sucedido antes!—Lariessa insistió—. ¿Cómo puedes ser tan grosera?

Si Lariessa no hubiera mentido, Alfonso habría sido el culpable de esta situación. Aunque Susanne era soltera, era un hecho que sus obras de arte habían sido aceptadas en el Pre de Montpellier. Lariessa se aprovechó de esta situación y culpó a Alfonso. Cuanto más se desahogaba, más segura estaba de que Alfonso la había difamado por descuido. Alfonso no sabía qué hacer. Lariessa estaba perfectamente hace un minuto pero ahora temblaba de rabia de arriba abajo.

—¿Hay alguien ahí? —gritó Alfonso—. ¡Traigan un médico!

Lariessa no hablaba etrusco con fluidez. Se dio cuenta de que Alfonso estaba pidiendo algo, pero no sabía que buscaba a un médico. La idea de que otras personas la miraran haciendo una escena la hizo jadear.
Se quedó aún más sin aliento, y le dolió. Se agarró la mascarilla y se encogió como una gamba. Alfonso se acercó en busca de ayuda, pero Lariessa confundió que se acercaba sigilosamente para agarrarla y capturarla.

—¡Aléjate de mí! —gritó Lariessa.

Se quedó aún más sin aliento, y le dolía. Se agarró la máscara y se encogió como una gamba. Alfonso se acercó en busca de ayuda, pero Lariessa pensó que se acercaba sigilosamente para agarrarla y capturarla.
Estaba demasiado nerviosa para pensar con claridad y se apartó de él. Alfonso dio un paso atrás. No podía tocar a una dama cuando ella había dejado claro que no quería que lo hiciera. Lariessa respiró hondo varias veces antes de entrar corriendo en el oscuro jardín.

N/T: Lariessa, pero sino quieres ser humillada, quién te manda no nacer como protagonista. Lo que te pasa por no tener el guión de tu lado, vaya. Qué situación tan ridícula, de verdad nunca había visto un conflicto tan absurdo.

—¿Señora de Lariessa? ¡Mi señora! —llamó Alfonso.

Aunque Alfonso la llamó, ella no aparecía por ninguna parte.
Nervioso, Alfonso no sabía qué hacer. Ahora estaba solo en los pasillos del castillo real de San Carlo.
Sintió un ligero impulso de aprovecharse de la situación. Al fin y al cabo, él no tenía la culpa de que la escolta de la princesa hubiera terminado antes de tiempo. Fue ella quien, por alguna razón, perdió repentinamente los estribos y desapareció en el jardín.

'¿Qué tal si ordeno a los sirvientes que busquen a la Princesa, mientras yo paso el tiempo con otra dama...?'

Pero el príncipe Alfonso negó al instante con la cabeza. Era un hombre demasiado honesto para hacer trucos. Era su deber escoltar a la Gran Duquesa Lariessa. Aunque fuera ella la que huyera al jardín, era su responsabilidad encontrarla, pasara lo que pasara.

El criado de Alfonso acudió tardíamente a su orden. Le ordenó que hiciera que los hombres que esperaban buscaran a la Gran Duquesa Lariessa en el jardín en silencio para que nadie lo supiera. Le dijo que había entrado de repente y que podía haberse perdido y también que hiciera esperar a un médico en el tocador dispuesto para la Princesa. Rellenó los datos sobre el aspecto, el atuendo y la máscara de Lariessa y preguntó al criado cuántos hombres harían falta para encontrarla. Después de eso, dejó escapar un largo suspiro y comenzó a ir en la dirección donde Lariessa fue vista por última vez.

* * *

Alfonso quiso cortar el problema de raíz antes de que se extendiera a una cuestión diplomática. Así que preguntó con cuidado.

"¿Habéis visto a una mujer con un vestido dorado de estatura media?" y no "¿Habéis visto por ahí a la gran Duquesa Balloa?" a la gente de su alrededor. Al fin y al cabo, la mayoría de los nobles de San Carlo no sabían qué aspecto tenía la Gran Duquesa de Balloa, y su máscara cubría por completo su rostro, por lo que la primera pregunta también sería técnicamente mejor.

Alfonso no llevaba una máscara que le cubriera completamente el rostro. En su lugar, llevaba la máscara bauta, que estaba de moda entre los hombres. La máscara bauta acentuaba el puente de la nariz y cubría los ojos y el caballete nasal. Una borla bajo la nariz le cubría los labios pero se inclinaba hacia arriba, dejando espacio suficiente para comer y beber. Debido a la máscara, la gente a su alrededor se dio cuenta al instante de que era el príncipe Alfonso.

—No estoy seguro. No me he encontrado con ninguna mujer entrando en el jardín hace un momento.

Estaba enmascarado, por lo que la gente fingía no fijarse en él, pero le trataban cortésmente como a un Príncipe.

—Aunque ha pasado algún tiempo, he sido testigo de cómo una mujer con vestido dorado y estatura media se dirigía hacia el interior.
—Yo también la vi. Parecía una dama digna.

Si la dama entró en el jardín hace tiempo, no podía ser la Gran Duquesa de Balloa.

—¿Es así? Gracias. —agradeció Alfonso.

Aunque Alfonso siguió buscando, nadie vio a una mujer con un vestido dorado yendo en la dirección por donde había desaparecido Lariessa. El Príncipe no tuvo más remedio que ir en la dirección en la que se había visto a una mujer con un vestido dorado.

Atravesó el laberinto geométrico diseñado por un jardinero con hileras simétricas de arbustos hasta llegar al gran salón de baile donde se reunían la mayoría de los invitados. Un jardín, no el principal sino el que conducía al palacio de la reina, estaba adosado al gran salón de baile.

Se detuvo frente a una pequeña fuente cubierta de enredaderas de hiedra en plena explosión. Esta sección parecía desechada, ya que había enredaderas de hiedra por todas partes, incluida la mata de arbustos que formaban el laberinto y la vieja fuente. Conocía este lugar. Ariadne y él se habían escapado y habían pasado el rato en esta fuente descuidada detrás del palacio de la reina.

Episodio-64-En-esta-vida-soy-la-reina

Y una persona que él conocía estaba allí de pie. Era una elegante dama de estatura media que llevaba un vestido dorado. Aunque la máscara de volto cubría totalmente su rostro, Alfonso supo quién era en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Ariadne?
—¿Alfonso?


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