SLR – Capítulo 65
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 65: Cita en una fuente abandonada
Alfonso no podía creer lo afortunado que era. Nunca pensó que llegaría a ver a Ariadne y trató de contenerse todo lo posible para no buscarla. Sólo había venido a hacer su trabajo, ¡pero Ariadne estaba allí! 'Debe ser un regalo del Dios Celestial', pensó.
—Ari, eres tú, ¿verdad? —preguntó Alfonso con incredulidad.
Ariadne también estaba radiante. Aunque Alfonso no podía ver su sonrisa bajo la máscara, podía ver que estaba feliz.
—¡Soy yo! ¿Qué te trae por aquí? —preguntó Ariadne.
"¿Y la Gran Duquesa Lariessa?", estuvo a punto de preguntar Ariadne. Al instante se tragó las palabras. No quería que Alfonso supiera que ella conocía a la Gran Duquesa Lariessa. Era un mezquino intento de mantener su orgullo.
'Ya que no me has hablado de ella, fingiré que no la conozco. Una vez que las cosas se calmen, vuelve a mí como si nunca hubiera pasado nada.'
Técnicamente hablando, Alfonso nunca había dicho que le gustaba Ariadne, así que ella pensó que era la única que contaba sus pollos antes de que nacieran. Así que no dijo ni una palabra de lo que pensaba y lo escondió en lo más profundo de su ser. Pero en cuanto vio a Alfonso, no pudo evitar revelar la alegría y la vitalidad que la embargaban de arriba abajo.
—Estaba paseando por el jardín hasta que llegué aquí. Y aquí estás tú. —dijo Alfonso.
Alfonso olvidó por completo la advertencia de Lariessa y de su madre. Los dos conversaron alegremente sobre sus magníficos looks, historias sobre el baile de máscaras y sus planes futuros.
—Todos los miembros de la realeza van a Harenae a pasar el invierno a mediados de noviembre. Ari, ¿has estado alguna vez en Harenae? —preguntó Alfonso.
—No. Su Santidad y madre dicen que es su ciudad natal, pero yo nunca he estado allí. —respondió Ariadne.
El Cardenal De Mare era un huérfano solitario, así que no tenía familia ni feudo en Harenae. Y era mejor no conocer a la parte de la familia de Lucrezia. Además, era clérigo bajo la gran capilla, y era su deber cuidar de las parroquias de San Carlo, incluso en invierno. Así que no podía ir con la realeza etrusca al palacio secundario del sur.
—Me gustaría mucho que tú también pudieras ir—deseaba Alfonso—. Puedo enviarte una carta de invitación en nombre del palacio del Príncipe.
Alfonso se mordió la lengua instantáneamente después de decir esas palabras.
'Oh, no. No estoy seguro de que pueda cumplir mi promesa.'
Pero deseaba desesperadamente ir con Ari al palacio secundario del sur. El olor del océano le golpeó a través del aire seco, y a diferencia de los árboles de hoja ancha perenne de San Carlo, los arbustos eran de un croma más claro, entre verde oscuro y verde oliva, y sólo podían verse en la zona sur. Quería enseñárselo todo a Ariadne.
Quería ver cómo sus ojos se abrían de asombro y curiosidad al contemplar un paisaje nunca visto. Quería representar con orgullo un sinfín de escenas de paisajes hermosos e impresionantes para que su curiosidad no muriera.
—¿Carta de invitación?
Ariadne ladeó la cabeza en señal de duda.
El palacio del Príncipe no estaría en condiciones de enviar cartas de invitación a la hija de un noble soltera o a cualquier otra mujer aparte de la futura esposa.
Alfonso trató rápidamente de reconducir la situación.
—Bueno—añadió rápidamente Alfonso—. Están pasando muchas cosas, así que quizá no pueda enviarte una carta de invitación oficial en nombre del palacio del Príncipe. Pero mi prima segunda Bianca vive en Harenae.
Alfonso se había encontrado milagrosamente con Ariadne, y no quería decepcionarla, así que le reveló sus planes iniciales, de los que aún no le había hablado al secretario Bernardino. Alfonso no era así, siempre permanecía cauteloso.
—Bianca de Harenae es la única sucesora de una familia de duques sin señor, y siempre nos recibe y se queda con nosotros cuando visitamos el palacio secundario del sur. Una vez que tengamos la invitación de Bianca, naturalmente podremos visitar el palacio secundario de Harenae.
El príncipe Alfonso y Bianca de Harenae eran primos segundos, pero se llevaban bastante bien. Alfonso era como un dulce hermano mayor, y Biana era como una simpática hermana pequeña. Eso significaba que Bianca no rechazaría la petición de Alfonso de invitar a Lady De Mare. Por eso le sugirió su idea a Ariadne antes de preguntarle a Bianca por adelantado. Alfonso no era así.
Ariadne sonrió feliz. Tenía muchas ganas de conocer a Bianca de Harenae. Y cuando lo hiciera, la Gran Balloa Ducal estaría de vuelta en su país natal.
—¡Eso suena genial!—exclamó Ariadne—. ¡Cuenta conmigo!
* * *
Cuando Alfonso y Ariadne disfrutaban de su charla en la fuente aislada, dos invitados no bienvenidos se dirigieron hacia donde ellos estaban. La primera era Isabella De Mare.
Isabella tenía prohibido incluso enviar cartas mientras estaba castigada, así que se puso en contacto con sus amigas en el último momento. Se escribieron sobre dónde se encontrarían, pero no hubo tiempo suficiente para concluir el lugar acordado antes del baile de máscaras.
Según el matiz de las cartas, Isabella supuso que se encontrarían en la entrada del gran salón de baile. Pero cuando llegó a la entrada, Leticia de Leonati y Camellia de Castiglione no aparecían por ninguna parte. En su lugar, se encontró con Julia de Baltazar y su séquito.
'¡Qué mala suerte encontrarlas solo con la máscara de colombina cubriéndole sólo la mitad de la cara!'
—¡...!
Después de que la cuadrilla descubriera a Isabella desde lejos, se cubrieron la cara con abanicos y empezaron a cuchichear entre ellos. Al menos, eso es lo que Isabella pensó que estaban haciendo.
Así que, aunque no se acercó a ellos, resopló como diciendo: “¡Hmph! Soy yo la que os ignora, no al revés!” En ese momento, se cubrió los labios con el abanico y salió del gran salón de baile contoneándose.
Después de salir del gran salón de baile, deambuló en busca de un lugar más tranquilo para evitar que la gente la viera sola. Así fue como acabó en la fundación descuidada. Isabella resopló mientras sentía que las lágrimas le punzaban los ojos.
'No puedo creer que esté sola. Qué miserable…
¿Por qué me puse una máscara de colombina? Debería haberme puesto una máscara que me cubriera toda la cara. Entonces, ¡podría haberme escondido entre la multitud...!'
Pero los problemas de Isabella no habían desaparecido. Marchó enfadada por el jardín hasta que oyó las voces de otras personas. Dejó de marchar y se quedó callada.
—... No hay nada mejor que tomar las uvas en el palacio secundario de Harenae.
—¿En serio?
Una pareja reía y parloteaba. No sólo sus voces, sino también el atuendo de la dama me resultaba familiar.
'¿Ariadne? ¿El príncipe Alfonso?'
Los ojos de Isabella se abrieron de par en par. Al verlos se sintió más asqueada que nunca. Isabella se escondió rápidamente entre la hilera de arbustos para escuchar a hurtadillas.
—Hay un viejo viñedo detrás del palacio secundario de Harenae—dijo Alfonso—. Los árboles son demasiado viejos para cultivar uvas para vino, pero las que caen al suelo de forma natural son las más dulces.
—¿Podemos comer uvas que han caído al suelo? —preguntó Ariadne.
—Bueno, supongo que sí. Ya que las podemos pelar.
Una palabra lujuriosa de ellos, y ella saldría furiosa de su escondite y amenazaría con destruir su reputación. Pero por mucho que escuchara, no había nada lascivo en la amistosa charla de Alfonso y Ariadne.
'¡Caramba, adelante!'
* * *
Mientras el primer invitado no bienvenido espiaba a hurtadillas detrás de la cubierta del jardín, el segundo invitado no bienvenido atravesó audazmente el jardín y se dirigió directamente a la fuente.
Para el baile de máscaras, Césare iba disfrazado de "medico della peste" (médico de la peste). La máscara de médico de la peste tenía la forma de un pájaro infernal con una larga nariz en forma de pico. Por lo general, las máscaras blancas se conservaban intactas, pero la de Césare era de la Boutique Collezione, por lo que pequeños y elaborados diseños de flores de lis en esmalte negro y ónice decoraban la máscara desde los ojos a lo largo de toda ella. No sólo cubría sus labios, sino también todo su cuerpo, de pies a cabeza, con tela de terciopelo negro para hacerlo inidentificable.
Aunque Césare estaba orgulloso de su buen aspecto, quería demostrar que las mujeres lo deseaban porque era bello por dentro. Así que intentó probar si gustaba a las mujeres incluso cuando era inidentificable y su belleza estaba totalmente cubierta. La fiesta de San Miguel Arcángel era el mejor lugar para probar sus encantos interiores.
Pero este año, había una razón más práctica para su atuendo. El Conde Césare no respondía a ninguna carta enviada por sus admiradoras. Eran innumerables, por lo que le preocupaba tropezar con una de sus furiosas admiradoras en el baile de máscaras.
Y alguna de ellas podría echarse a llorar, desconsolada por haber ignorado sus cartas, así que el Conde Césare eligió un atuendo para que nadie pudiera darse cuenta de quién era.
Aun así, no se sentía seguro y temía que "ellas" lo encontrarían, así que decidió esconderse en el tranquilo jardín. El palacio de la reina era uno de sus escondites favoritos.
N/T: uhhhh, cuidado con sus saesangs jajajaja.
Antes de cumplir los trece años, cuando Césare se independizó, al serle concedida una mansión en el centro de San Carlo, vivía con la Condesa Rubina en los aposentos del ama. Pero había ocasiones en que la Condesa Rubina gritaba enfadada por algún motivo, y Césare huía de su madre y se escondía en el palacio de la Reina. Todos los lugares estaban al alcance de la vista de la Condesa Rubina, así que el único lugar seguro era el palacio de la Reina.
Y la Reina Margarita pensaba que maltratar a un bastardo degradaba su dignidad de noble. Por eso, incluso cuando sorprendió a Césare deambulando por el palacio de la reina sin permiso, y aunque no le gustaba nada el chiquillo de seis años, le aconsejó pacientemente e incluso le dio de merendar antes de devolvérselo a Rubina. Cada vez que eso ocurría, Rubina temblaba de miedo, preocupada por la posibilidad de que su hijo biológico la hubiera delatado ante la Reina. El pequeño Césare se alegraba de ver nerviosa a su malvada madre. Parecía que la castigaba por gritarle, así que se escapaba al palacio de la Reina cada vez que ella le reñía.
Pero cuando Alfonso empezó a crecer, el pequeño Césare ya no podía ir al palacio de la Reina. Cuando Césare tenía seis años, la Condesa Rubina le dio 30 latigazos como castigo por equivocarse en tres palabras latinas en el concurso de ortografía. Como cualquier otro día, se escapó al palacio de la Reina y estaba jugando con barro cuando se encontró con la Reina Margarita en el jardín. Le hizo una pregunta que había escuchado con anterioridad.
—Majestad la Reina, he oído que usted es mi madre legal. Si es así, ¿puedo llamarla madre también?
La Reina Margarita tenía una mirada insondable, inexpresiva como una muñeca, pero su voz era generosa.
—Bueno, eso depende de si Su Majestad el Rey te acepta como su hijo—respondió la reina Margarita—. Esperemos a ver.
Césare no entendía del todo lo que ella quería decir con eso, así que no dejaba de ir al palacio de la Reina y de comportarse como un lindo cachorrito cada vez que veía a Su Majestad.
Un día, Césare vio a León III, a la reina Margarita y al pequeño Alfonso paseando juntos por el jardín del palacio de la reina.
Aunque la reina Margarita y León III no parecían tan unidos como Rubina y su padre, una cosa era segura: ambos adoraban con locura a su hijito, que era rubio y adorable.
—¡Mi hijo! Mi sucesor.
Su Majestad miraba a su incompetente y regordete hijito como si fuera un adorable ángel caído del cielo. Ella nunca miró a Césare así.
El primero que lo vio en su escondite fue León III, que jugaba con Alfonso levantándolo y bajándolo en el aire.
—¡...!
Hizo que la reina Margarita cogiera a Alfonso y se acercó a Césare, ¡y le dio una bofetada!
¡Bofetada!
Césare, que recibió la bofetada involuntariamente, miró sorprendido a su padre con los ojos muy abiertos.
—Mi Padre el Rey-.
—¡Cómo te atreves a venir aquí!—León III le cortó enfadado.
Continuó gritando más implacable—. ¡Piérdete! Vuelve con tu madre!
—Pero padre, madre. Yo también quiero jugar con vos...
—¿Quién ha dicho que sea tu madre?—gritó León III—. ¡Y desde luego yo no soy tu padre!
León III se sorprendió ante las palabras de Césare. En aquel entonces, él y Margarita no estaban en tan malos términos como ahora, por lo que temía que la reina detrás de él se sintiera ofendida. Se puso tan severo como siempre y gritó a Césare con todas sus fuerzas.
—¡Cómo te atreves a llamarnos tus padres! ¡Hemos sido demasiado generosos contigo! Porque Margarita ha sido demasiado amable contigo, ¡no sabes distinguir el bien del mal! ¡Fuera de aquí! ¡Fuera! ¡No estás en posición de venir aquí!
Césare miró ansiosamente a la amable Reina Margarita en busca de ayuda. Pensó que tal vez Su Majestad detendría a León III y lo salvaría. Pero la Reina ni siquiera miró en dirección a Césare porque el pequeño Alfonso de repente empezó a llorar. Alfonso se había echado a llorar porque estaba descontento porque su padre había dejado de jugar con él y se lo había entregado a su madre.
¡Llorar!
—Hijo mío, ¿estás bien? Deja esas lágrimas, chiquitín. Ya está.
Ya no quedaba amor para Césare.
Aquel bebé rubio había monopolizado su amor. Aquel mocoso rubio y regordete le había arrebatado la gentileza de su madre y la amabilidad de su padre.
Después de aquel incidente, Césare se convirtió en el niño obediente y diligente de Rubina, hiciera las tonterías que hiciera. Aunque su madre le gritara por cosas ridículas, seguía estando de su lado. Desde entonces no puso un pie en el palacio de la reina.
Pero, ¿por qué fue al palacio hoy? ¿Fue porque había ocurrido hacía mucho tiempo, y el tiempo había curado las viejas heridas de Césare? Tal vez fuera el destino que se viera sometido a la decepción y la frustración cada vez que entraba en el palacio de la Reina.
Porque sus ojos se posaron en una elegante dama con un vestido dorado, que llevaba una máscara y un brazalete que él le había regalado mientras charlaba y reía con el mocoso que más detestaba. Incluso tenían las palmas de las manos juntas.
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