SLR – Capítulo 66
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 66: La primera proposición de matrimonio en esta vida
Alfonso presionó ligeramente su palma contra la de Ariadne para medir brevemente el tamaño de la suya.
—Tus manos son demasiado pequeñas para recoger uvas—dijo Alfonso bromeando—. Dudo que consigas siquiera recoger un racimo cada vez.
Ariadne levantó las palmas sin esfuerzo y cambió el punto de referencia de la base de la palma a la punta de los dedos.
—¿Ves? ¡Mis manos no son tan pequeñas! Es porque tus manos son grandes, no porque las mías sean pequeñas. —insistió Ariadne.
Sin embargo, la pareja, inmersa en su dulce mundo de fantasía, fue derribada a la tierra por un invitado no deseado. El hombre dio grandes pasos y arrebató bruscamente la muñeca de Ariadne.
—¡...!
Sorprendida, Ariadne se quedó inmóvil como una cierva ante un depredador, y Alfonso la defendió instintivamente interponiéndose entre Ariadne y el hombre.
El desconocido agarró el brazalete de Ariadne por la muñeca con tanta fuerza que se le clavó en la piel. Mientras Ariadne gritaba de dolor, la gran mano de Alfonso agarró el brazo de la "doctor de la peste" en un abrir y cerrar de ojos.
—Seas quien seas, quítale las manos de encima. —advirtió Alfonso.
El agarre del "Médico de la Peste" se debilitó cuando Alfonso agarró con fuerza el neuro músculo de su antebrazo. El desconocido apretó los dientes y soltó de mala gana la muñeca de Ariadne. Al liberarse, Ariadne dio un paso atrás, y sólo entonces el 'Doctor" inclinó la mitad de su máscara hacia arriba para mostrar quién era.
—¡Conde de Como!
—¡Así que era usted, Conde de Como!
Césare miró con desprecio a Alfonso y se burló.
—¡Mira a nuestro pequeño sol y futuro rey! ¿Por qué eres tan llamativo? Es un baile de máscaras, ¿hola? Ohh, ¡soy el príncipe de todos! Quiero llamar la atención.
Como Alfonso sólo iba medio cubierto con la máscara de bauta y vestía ropas lujosas, obviamente dignas de un príncipe, Césare se aprovechó de esta situación y se burló de él.
—El pequeño sol de aquí quiere ser tratado como futuro Rey cuando es día de fiesta. Aguafiestas. —se burló Césare.
El príncipe Alfonso no pestañeó ni contraatacó a Césare, porque estaba demasiado ocupado intentando calmar a Ariadne, que debía de estar conmocionada.
Ariadne, libre ya de las garras de Césare, le respondió con un chasquido.
—¡Conde de Como! ¿Qué demonios estáis haciendo? —rugió Ariadne.
—He venido a salvarla, señorita—dijo Césare—. No es a mí a quien deberías gritarle. Grítale al Príncipe Alfonso.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Ariadne, que estaba casi abrazada al pecho de Alfonso.
Césare no respondió a la pregunta de Ariadne.
En lugar de eso, miró hacia Alfonso y se mofó de él.
—Vaya por Dios. ¿Por qué nuestro 'príncipe azul dorado' ignoraría aquí a la Gran Duquesa Lariessa y le coquetearía a una inocente damisela?
El príncipe Alfonso enmudeció por un instante y se quedó inmóvil. Su mano, que había envuelto los hombros de Ariadne, se estremeció sutilmente y quedó suspendida en el aire.
—No rompas el corazón de una pobre dama etrusca y aleja tus sucias manos de ella—se burló Césare—. Ve y encuentra a tu legítima compañera, la noble princesa extranjera.
Dejando a Alfonso estupefacto, Césare se volvió para mirar de nuevo a Ariadne.
—Jovencita. Deja a ese pequeño y ven conmigo. —propuso Césare.
Agarró con fuerza la muñeca de Ariadne, pero estiró la otra mano.
Su mano derecha, que llevaba como siempre el guante de piel de ciervo, se cernió en el aire para pedir permiso a Ariadne.
En lugar de coger la mano de Césare, que esperaba, Ariadne preguntó con calma.
—¿Es la Gran Duquesa Lariessa la distinguida invitada nacional del Ducado de Balloa?
Césare miró a Alfonso con incredulidad.
—¿Ni siquiera le has dicho quién es el invitado distinguido?
La cara de Alfonso se puso roja como un tomate.
Supuso que había pensado las cosas paso a paso para que no hubiera consecuencias por sus actos. No mintió ni se pasó de la raya. Pero no podía negar que había mantenido en secreto quién era la invitada nacional y por qué había visitado San Carlo.
Pensó que no necesitaban discutir asuntos tan frívolos. Realmente lo pensaba. Pero Alfonso y Ariadne estaban tan unidos como para hablar de cualquier cosa.
'Pero, ¿por qué se lo oculté?'
Sin embargo, Ariadne mantuvo la calma y se limitó a decir.
—Si es así, deberías ir a buscar al distinguido invitado. Déjame acompañarte en la búsqueda, Alfonso.
El sorprendido fue Césare, que esperaba que Ariadne se pusiera celosa y se enfadara.
—¡Señorita!
Se acercó un paso más a Ariadne.
—¿No estás enfadado?—preguntó Césare, desconcertado—. ¡No puede estar contigo! ¡Los miembros de la realeza están discutiendo su propuesta de matrimonio con La gran Duquesa del Reino Gallico! ¡Él va a capturar tu corazón sólo para huir y casarse con una princesa extranjera! Te está utilizando.
Esta vez, Césare estaba seguro de que Ariadne se sentiría provocada, pero no se inmutó.
Sorprendentemente, se puso mortalmente seria y le levantó la voz a Césare.
—Conde de Césare. Creo que ha habido un malentendido. El Príncipe Alfonso y yo sólo somos amigos.
Las firmes palabras de Ariadne sorprendieron más a Alfonso que a Césare.
Ariadne continuó—: Su Alteza nunca me ha pedido una cita, y no nos estamos viendo en serio.
Era cierto que Alfonso nunca le había pedido una cita a Ariadne. Pero nunca pensó en ella como una simple amiga. Jurando sobre la biblia, se había encontrado con ella sobre todo porque tenía emociones personales e inventaba pretextos para justificar su intención. Pensó que ella tenía los mismos pensamientos.
—No pienses así de nosotros. Somos buenos amigos, eso es todo. —concluyó Ariadne.
Alfonso contuvo la respiración ante sus palabras. 'Amigos. Así que somos amigos. Ella pensaba que sólo éramos amigos.'
No la consideraba una amiga. Tal vez lo hizo al principio, pero a partir de algún momento, ella era más que una amiga.
'Pero, ¿tengo derecho a pedirle que sea algo más que una amiga? ¿Qué puedo hacer por ella cuando soy responsable de ser el futuro Rey?'
Ariadne continuó—: ¿Y por qué te metes en mi vida privada? No es asunto tuyo.
Alfonso tenía numerosas cosas que proteger, pero Césare era un hombre libre. Como Príncipe, tenía que supervisar la nación y el pueblo y proteger a su madre, pero Césare no tenía mucho que perder.
Al darse cuenta, se armó de valor y dijo impulsivamente.
—Digamos que soy tu admirador. Quiero proponerte matrimonio. ¡Dispara! Quiero casarme contigo.
Por supuesto, Alfonso era el más sorprendido por aquella declaración, pero Césare parecía asombrado de sí mismo por soltar aquellas palabras.
Pero como ya lo había hecho, se acercó a Ariadne.
—Enviaré una propuesta de matrimonio por escrito—continuó Césare—. De hecho, lo haré mañana por la mañana y se la entregaré al Cardenal De Mare. Así que, aléjate ya de ese estafador. No lo soporto más.
El Conde Césare había planteado el tema del matrimonio a numerosas mujeres a lo largo de su vida. A menudo hablaba de matrimonio el primer día que se conocían, independientemente de que la mujer fuera extranjera, plebeya o estuviera casada. Cuanto más se hacía famoso el Conde Césare por ser un mujeriego, más funcionaba como un amuleto.
Tanto si su matrimonio era realista como si no, las mujeres se sentían eufóricas de que un mujeriego así pensara seriamente en ellas, lo bastante como para plantearse el matrimonio. Abrían sus corazones y se acostaban con él en el acto.
Pero ésta era la propuesta de matrimonio más concreta que había hecho en su vida. Aunque la había soltado por capricho, la posibilidad de que se hiciera realidad era máxima. Su estatus, posición y edad eran equivalentes y, sobre todo, la voluntad de Césare de cumplir su promesa era lo más probable.
Sin embargo, su propuesta fue rechazada de plano. Nunca antes había experimentado un rechazo tan rotundo.
—Ja, ja, ja. ¡HA HA HA HA!
La joven rió delirante ante la vieja fuente que había en un rincón del jardín. Reía incontrolablemente hasta el punto de llorar. Intentó secarse las lágrimas, pero la máscara se lo impidió.
—Conde Césare, por favor, no diga cosas que no piensa.
Ariadne dio un paso atrás y miró a Césare a los ojos a través de la máscara. Césare estaba confuso. No sabía qué aspecto tendría Ariadne tras su máscara blanca y pura. La aterradora cara de póquer de la máscara volto le daba escalofríos.
—Sé que eres una de las personas más superficiales que existen. Tu espíritu libre no te permitiría dedicarte a una chica como yo. —dijo Ariadne.
Ariadne pensó que esta vida era radicalmente distinta a la anterior. Pero, por mucho que evitó desposarse con Césare, éste le propuso matrimonio. ¡Qué mala jugada del destino!
Si se lo hubiera propuesto así en su vida anterior, Ariadne habría delirado de alegría y habría hecho todo lo posible por él. Pero ya no. Pensó que la secuencia de incidentes podría cambiar, pero la naturaleza humana no lo haría.
N/T: Aquí Ariadne plantea que al igual que muchas circunstancias han conseguido cambiar respecto a su vida pasada, ella no cree que la naturaleza de Césare pueda hacerlo. Cree que es el mismo.
Y Césare, que no tenía ni idea de su vida anterior, se plantó ante ella. Perdió los estribos ante Ariadne por insultarle al llamarlo por superficial.
—¿Qué? ¿Yo? ¿Una persona superficial? Lo digo en serio. Es porque no me conoces bien.
Pero incluso en medio de esta conmoción, no olvidó su enfermizo sentido del humor.
—Y ten más confianza, señorita. ¿Una chica como tú? Error. Una chica "perfecta" como tú.
N/T: Ya veo que era verdad eso de que él no seducía a mujeres y ellas solo se le echan en cima porque esa frase la soltaría Bertín Osborne. Jajaja.
Mientras Alfonso contemplaba esta escena, sintió tardíamente que su ira se encendía contra Césare. Era cierto que las naciones hablaban de que él se casara con Lariessa. Pero aún estaban en la fase de proposición de matrimonio. No es que estuvieran comprometidos todavía, y él no estaba saliendo con otras mujeres como hacía ese canalla.
Alfonso siempre fue un caballero. Y le habían enseñado que atacar la debilidad de otro hombre delante de una dama era algo vergonzoso. Pero cuando Ariadne estaba involucrada, todo lo que había aprendido se olvidaba, e incluso su naturaleza prudente desaparecía. No era él mismo cuando estaba con ella.
—¡Conde de Como! Cierra tu sucia boca—replicó Alfonso—. Deberíais reflexionar sobre lo que habéis hecho antes de acusarme de utilizar a Ariadne. No estáis en posición de proponer matrimonio a una noble dama.
Alfonso se puso delante de Césare para mantenerlo fuera de la vista de Ariadne. El Príncipe estaba madurando, de adolescente a joven. Era intimidante, pues en los últimos meses había crecido en estatura y se le habían ensanchado los hombros.
—Deja de flirtear sin sentido con otras damas —le advirtió Alfonso—. Hasta el palacio real se ha enterado de tus escándalos. ¿Qué pasó con la señora Lagusa?
La señora Lagusa era una viuda común con la que Césare había jugado antes de tontear con la mujer casada a la que dejó plantada en el molino y recibió a cambio una carta de resentimiento. El temperamento de Césare se encendió cuando Alfonso sacó a colación a una mujer con la que había roto hacía seis meses.
—¿Por qué sacas ese tema ahora? ¡Ya he terminado con ella!
Césare estaba tan enfadado que hasta se olvidó de usar los honoríficos. Pero el ataque de Alfonso le había hecho daño. No era porque el Príncipe fuera bueno para discutir, sino porque Césare había metido la pata demasiadas veces.
—¿Cómo puedo olvidarlo? Te aseguraste de que todo el mundo supiera de tu aventura. ¿Has asumido alguna responsabilidad en tu vida? ¿Alguna vez?—replicó Alfonso—. Ya veo por qué mi padre, el Rey se niega a aceptarte como hijo. ¿Por qué querría a un alborotador tan desordenado?
—¡Maldito idiota...! —rugió Césare.
Césare levantó el puño tembloroso, pero no se atrevió a pegarle. No estaba tan loco como para golpear al Príncipe en la cara cuando estaban en el palacio real.
En ese momento, Ariadne intervino para detener la pelea.
—¡Alto!
Miró a Alfonso y lo apremió. (N/T: le metió prisa.)
—Venga, vámonos. Tenemos que ir a buscar a Su Alteza de Balloa. Yo ayudaré.
Alfonso guardó silencio y no respondió, pero Ariadne tiró de su manga para arrastrarlo lejos de la fuente. La gente comete errores estúpidos por su orgullo, aunque sepa que es una tontería. Lo mejor que podía hacer Ariadne era separarlos.
Alfonso no era el tipo de hombre que se obstina en ir en contra de la sabiduría de una dama. Sin pronunciar palabra, siguió obedientemente la guía de Ariadne.
Césare se quedó solo junto a la fuente mientras Ariadne se llevaba a Alfonso con ella. No pudo controlar su temperamento y tembló ferozmente de rabia. Pateó ferozmente una piedra que había en el suelo.
—¡Jod***!
La roca golpeó la fuente con un estruendo atronador. Seguía furioso y pateó un par de veces más antes de dar una patada a la fuente. Le temblaba todo el cuerpo. No estaba seguro de qué era lo que más le enfurecía. ¿Fue porque su propuesta de matrimonio fue rechazada? ¿Porque la dama se fue con el príncipe Alfonso? ¿O porque Alfonso le insultó?
Pero al cabo de un rato, Césare se marchó enfadado al jardín.
Y en la oscuridad acechaba Isabella, que había captado todas y cada una de las escenas con ojos brillantes.
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