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SLR – Capítulo 40

Hermana en esta vida seré la reina 

Capítulo 40: Tres hombres en busca de pareja


La carta del Príncipe era más bien una breve nota.

[Para la increíble Ariadne,

¿Llegaste bien a casa ese día? Las hortensias están completamente florecidas en el jardín del palacio. Me recordaron a ti. Espero encontrarme contigo en palacio.

De A.]

La nota del príncipe era bastante romántica, e incluso su apodo secreto -que habían ideado juntos tiempo atrás- estaba escrito en ella. Pero Ariadne no reparó en el matiz del mensaje, porque había asuntos más graves en juego. Lo último que deseaba era que su repulsivo primo de pega la acompañara a su baile de debutante. Volvió a escribir urgentemente al príncipe y fue al grano.

[Querido Alfonso, 

No esperaba usar mi deseo tan pronto. Necesito tu ayuda. ¿Puedes ser mi pareja en el baile de debutantes? Necesito la escolta del Príncipe. Llenaré los detalles más tarde.

De Ariadne.]

La respuesta llegó antes de lo esperado. Ariadne había enviado su mensaje a última hora de la tarde, tras la llegada de Zanobi. Pero el mensajero del Príncipe apareció a la mañana siguiente, a las siete. Alfonso debió ordenar que su carta fuera enviada a primera hora de la mañana mediante entrega urgente. O de lo contrario, la respuesta no podría haber llegado tan rápido.

[Querida Ariadne,

No necesitas usar tu deseo de ser escoltada por el Príncipe en tu baile de debutante. Dame la fecha y la dirección.

De Alfonso.]

Una vez que Ariadne leyó la nota de Alfonso, se quedó aturdida durante un breve instante. Lo primero que le vino a la mente fue la aparente diferencia entre la última vida y la actual.

En el pasado, nunca tuvo un baile de debutante, y desde muy joven fue tratada como una mujer casada. Pero ahora, iba a tener su propio baile de debut, en el que iba a ser escoltada por el príncipe, como el sueño de toda chica.

'No estoy soñando, ¿verdad?' Ariadne se pellizcó el dorso de la mano. Sin duda le dolía.

Lo segundo que le llegó al corazón fue la bondad incondicional del Príncipe. Desde que murió su madre, nadie le había hecho un favor sin esperar algo a cambio. En su vida pasada tuvo algunos conocidos. Pero su relación con ellos se basaba en dar y recibir. Consolaban a Ariadne y simpatizaban con su historia, sólo porque ella les beneficiaba de alguna manera, o porque escuchaba sinceramente sus quejas y agravios.

Ni que decir tiene que su relación con Césare y la gente de la familia de Mare era extremadamente unilateral. Se dedicó a ellos. Pero fue explotada y traicionada. Como Ariadne estaba acostumbrada a este tipo de relaciones, la bondad incondicional del príncipe le resultaba desconocida. Se sintió ligeramente agradecida. Pero, sobre todo, se sintió incómoda y un poco asustada.

Mientras Ariadne permanecía aturdida, Sancha entró corriendo y preguntó con curiosidad.

—Mi señora, ¿qué ha dicho el príncipe?

Ariadne entregó la nota a Sancha, que hacía poco que había empezado a aprender a leer. 
Sancha tropezó con las palabras al leer la nota y chilló.

—¡¡¡Madre mía!!! ¿Es de verdad, milady?
—Calla, baja la voz.
—¡Esto es genial! Vamos a golpear a esa escoria... Quiero decir, joven caballero, ¡a su tamaño!

* * *

Así, la pareja del debut de Ariadne estaba fijada. Pero Ariadne y Alfonso acordaron mantenerlo en secreto hasta el día del baile. Si Ariadne anunciaba oficialmente que el Príncipe iba a ser su pareja, tendría que sufrir a Lucrecia e Isabella durante varias semanas. Isabella actuaría por puros celos. Y Lucrecia intimidaría a Ariadne, puesto que ya no habría excusa válida para darle dinero a Zanobi.

No había ninguna ley escrita, pero era costumbre que los padres del debutante decidieran su pareja. Y normalmente, elegían a alguien entre sus familiares, parientes o a través de conexiones personales. Si Lucrecia llegaba a enterarse de que Alfonso era la pareja de Ariadne, existía la posibilidad de que Lucrecia se declarara en huelga y arruinara el plan de Ariadne.
Lucrecia no era una persona ingeniosa. Así que, si el Príncipe se presentaba el día del baile diciendo ser la pareja de Ariadne, ella no sería capaz de decirle que no a la cara. De ahí que Ariadne planeara que el Príncipe tendiera una emboscada a Lucrecia y le tomara el pelo.

Además, Isabella no era de las que se quedaban quietas cuando se enfadaban. Definitivamente haría algo inimaginablemente desagradable y sucio. Lo mejor era eliminar tantas variables como fuera posible.

Luego estaba Zanobi. Por el bien de Zanobi, era mejor hacérselo saber antes de tiempo. Pero merecía ser avergonzado. Ariadne se sintió feliz al pensar en Zanobi temblando de humillación el día del baile, después de que le notificaran que había sido sustituido por el Príncipe.

—Ese asqueroso necesita conocer su lugar.

Alfonso también prefirió mantener su plan en secreto. Acompañar a Ariadne a su baile de debutante no sólo iba a complicar su agenda, sino que también le causaría problemas políticos. La mayor parte del tiempo, Alfonso podía decidir su agenda. Pero su madre, la reina Margarita, siempre se entrometía. No sería un problema si pidiera permiso con antelación. Pero tenía el presentimiento de que sus padres no aprobarían que fuera el compañero de Ariadne en su debut.

Hace unos días, la Reina le había insinuado—: Tu matrimonio con la hija del Duque de Gallico se está gestando. Debes comportarte.
—Sólo intento ayudar a una amiga que está en apuros. 

Alfonso se engañaba a sí mismo inconscientemente al pensar que escoltar a Ariadne era totalmente irrelevante para asuntos tan graves como su matrimonio o la alianza entre reinos.

Consultó su agenda con su secretario. 

—Bernardino, ¿tengo algo programado para el tercer sábado del mes que viene?
—Todavía no, Su Alteza.
—Sigue así. No hagas horarios, aunque padre o madre pidan verme.
—¿Ya tiene planes para ese día, Su Alteza?

Normalmente, Alfonso habría informado a su secretario que iba a asistir a un baile de debutantes en la mansión del Cardenal. Pero Afonso prefirió callarse. No se dio cuenta de que su comportamiento anormal era un indicio de su estado de ánimo.

Episodio-40-En-esta-vida-soy-la-reina

—Tengo que ocuparme de algunas cosas personales. Asegúrate de dejar todo el día libre.

* * *

No sólo Alfonso y Zanobi aspiraban a ser la pareja debutante de Ariadne.

—¿Esa niña va a tener un baile de debutantes aparte?
—Sí, Madame.

La Condesa Rubina se tumbó en el largo sofá de terciopelo mientras la doncella le daba la noticia. Miró su copa de vino tinto mientras la hacía girar a la luz de las velas. El vino hacía juego con el color de sus ojos.

—¿Y quién va a ser su compañero?
—He oído que es el sobrino de Lucrecia de Rossi.

Una sonrisa apareció en el rostro de la Condesa Rubina. 

—Probablemente sea un inútil. Césare es muy superior en todos los aspectos. ¿No es así, hijo mío?

Miró a Césare, sentado en un rincón del salón.

—Por lo que he oído, la chica reveló que la estatua de Lastra era falsa. Todos en el palacio hablan de ella. Dicen que es popular entre los plebeyos.
—Madre, para. Sé adónde quieres llegar. 

Césare hizo una mueca mientras se encorvaba en un rincón del salón de su madre.

Nada estaba saliendo según lo planeado. Césare había investigado en secreto al mercader de Oporto, pensando que era un billete de oro. Pero sus esfuerzos fueron en vano.
Al principio, Césare pensó que Benacchio del Gato, que era ministro de Hacienda de Oporto, estaba utilizando a su sobrino para desviar su dinero al extranjero. Benacchio era candidato a la presidencia de la República de Oporto. Si se confiscaban los fondos de Benacchio, su partido rival quedaría en deuda con Césare. Por otro lado, si Césare capturaba al culpable de la muerte del sobrino de Benacchio, éste estaría en deuda con Césare.

Pero, al contrario de lo que esperaba Césare, resultó ser un asesinato accidental provocado por el juego. Césare planeaba demostrar su poder político al rey y probar que era mejor que Alfonso. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano.

—Césare, deja de ser terco y escúchame. Si quieres ser rey, necesitas una esposa reputada...
—¡Te he dicho que pares!—Césare arremetió de repente—. ¡Sé lo que estoy haciendo!

En realidad, no lo sabía.

—No es como si fuera una princesa con derecho a sucesión. ¡Casarme con ella no me hará rey! ¡Por favor, piensa racionalmente, madre!

La Condesa Rubina frunció el ceño ante la réplica de su hijo.

—¡Y esa niña tiene mucho carácter!

Pero la condesa Rubina no se echó atrás. 

—¡Es una adolescente de 15 años en plena pubertad! ¿Qué esperabas? ¿Te quejas ante mí de que ni siquiera puedes encandilar a una niña? Me parece que eres un incompetente.

Los ojos azules de Césare brillaron con rabia. 

—¡Basta ya! ¡Sé que sólo intentas que le pida que sea su pareja para el debut! ¡Y no lo haré!

Césare no quería admitirlo delante de su madre, pero sabía que Ariadne lo rechazaría aunque se lo pidiera.
Pero como todas las madres, la Condesa Rubina vio fácilmente a través de su hijo. 

—Mírate, acobardado como un patético perdedor.
—¡A la mierda con esto!

Ante el comentario sarcástico de su madre, Césare cogió su capa, que había dejado colgada en la silla, y salió furioso del salón.

¡Slam!

—¡Qué niño tan testarudo! —refunfuñó la Condesa Rubina mientras miraba la espalda de su hijo, que era igual que ella. 

—¡Nunca escucha a su propia madre! Pero eso no va a detenerme. 

Hirviendo de rabia, hizo girar bruscamente el vaso en su mano.
Cuando el vino se derramó sobre el sillón de terciopelo, la sirvienta lo limpió rápidamente y le sirvió otra copa.

—¿Tiene alguna otra idea madame?

Los ojos rojos de la Condesa brillaron siniestramente. 

—Por supuesto. Nunca he fallado en lograr mi objetivo, una vez que me lo he propuesto.

* * *

Mientras la villana del palacio maquinaba para aprovecharse de la reputación de Ariadne, la villana de la mansión del Cardenal maquinaba para arruinar aquella reputación.

—¿Estás seguro de que se va a hacer el vestido en Ragione?
—Sí, milady. Oí que Madame Marini hizo una visita.
—¿En qué está pensando?

La belleza se cultivaba con dinero. Cuanto más gastabas, más brillabas. Ariadne ni siquiera era tan guapa; seguramente necesitaría toda la ayuda posible. Isabella no entendía por qué Ariadne se hacía el vestido de debutante en una modista y no en una boutique.

—Va a ser la dama más bella del baile, milady.

El vestido de Isabella se confeccionaba en la Boutique Collezione con organza, un tejido poco común importado de Moro por los mercaderes de Oporto. La sericultura del reino etrusco no estaba lo suficientemente avanzada como para producir organza, un tipo de seda extremadamente fina, fluida y brillante.

—Lo sé—Isabella respondió. Pero, de alguna manera, se sentía ansiosa. Isabella se mordió las uñas—. Pero necesito eclipsarla perfectamente. ¿Tienes alguna idea?

Ante la pregunta de Isabella, Maletta sugirió un método sencillo pero eficaz. 

—¿Debería derramar vino sobre su vestido el día del baile?

Isabella espetó ante la ignorante respuesta de su criada. 

—¡Eso es demasiado obvio! Y la gente se compadecerá de ella.

Después de que Isabella reprendiera a Maletta, se le ocurrió una idea brillante y preguntó.

—Espera, has dicho que Ariadne también usaba una bolsa para el pecho, ¿verdad?
—Estoy segura, milady. Vi a Sancha lavando regularmente ropa de algodón. ¿Por qué si no Lady Ariadne necesitaría ropa de algodón?

El mayor complejo de Isabella era su pequeño pecho. Así que solía añadir más volumen utilizando paños de algodón y una bolsa para los pechos.

—Sería divertidísimo que se le desabrochara la bolsa del pecho durante el baile. ¿No te parece?

Isabella entrecerró sus ojos amatistas.
Maletta aceptó entusiasmada. 

—¡Si la tela se afloja, las bolas de algodón del interior se derramarán! La gente se dará cuenta enseguida de que lleva una bolsa para los pechos. Tendrá un aspecto horrible y todo el mundo cotilleará sobre ello.

Una dama debía ser bella por naturaleza para ser alabada en la alta sociedad de San Carlo. Llevar un maquillaje espeso estaba mal visto y era perjudicial para la reputación de una dama, porque se parecía al look de las cortesanas de Carampane.

La mayoría de las mujeres de la nobleza de San Carlo no sabían lo que era una pechera, ya que se importaba discretamente del Reino Moro. Ni que decir tiene que una dama sería expulsada de la alta sociedad si alguna vez la sorprendían usando un objeto así.

N/T pechera: Parte que cubre el pecho, en una prenda de vestir.

Era la forma perfecta de humillar a Ariadne y arruinar su reputación. Isabella entrecerró los ojos mientras brillaban siniestramente.

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