PQC – Capítulo 17
Parece que caí en un juego de harén inverso
Capítulo 17
Mi propio palacio estaba situado al este del palacio imperial, mientras que los aposentos de los caballeros estaban hacia el noreste, no demasiado lejos.
—Gracias. —dije, indicando que Robért podía marcharse, pero él se limitó a mirarme fijamente.
—¿Puedo preguntarle con quién pretende reunirse, Alteza? —preguntó. Suspiré y sonreí.
—Con el gran maestre. —respondí.
—¿Se refiere a Sir Depete?
No pude leer su expresión. Perplejo, preguntó.
—Puedo acompañar-.
—Sólo con mi permiso. —le interrumpí.
—...
—¿Soy amable contigo si te permito acompañarme? —le pregunté.
—No… —dijo.
No pude evitar reírme. Sonaba extrañamente preocupado, lo que me hizo sospechar de la relación de la princesa con el gran maestre. ¿Se habían acostado? ¿Quizá varias veces? ¿O tal vez habían roto? Probablemente no, ya que, según Nadrika, la princesa nunca había tenido relaciones constantes, ni siquiera un amante habitual.
Supuse que pronto lo averiguaría.
—¿Y qué le trae a nuestro humilde alojamiento, Alteza?
Un joven que apenas aparentaba 30 años se había acercado a la entrada, vestido con un uniforme azul marino abotonado hasta la barbilla. Llevaba una larga vaina roja de espada en la cintura y el pelo, notablemente corto y recortado, dejaba ver su cuero cabelludo. Me hizo una reverencia respetuosa, pero enseguida me di cuenta de que aquel hombre no sólo me odiaba, sino que me despreciaba. No intentó ocultar sus sentimientos.
—Y éste es… —dijo.
—Mi concubina.
Me miró fijamente, sin poder ocultar su desprecio.
—¿Ah, sí? —preguntó con fingida cortesía.
—Preséntate. —ordenó Robért mientras se adelantaba, con el ceño profundamente fruncido.
—¿Perdón? —dijo el gran maestre.
—He dicho que se presente. Creo que no nos conocemos.
La boca del hombre se torció en una sonrisa que no le llegó a los ojos.
—Por supuesto. Soy Leo Depete, Gran Maestre de los Caballeros Imperiales.
—Sir Depete. —reconoció Robért, con un tono de advertencia. Le hice un gesto para que avanzara y Leo lo fulminó con la mirada mientras me acompañaba al interior para que tomara asiento.
—¿Qué le trae por aquí, Alteza? —preguntó, abordando el tema antes de que pudiera sentarme. Parecía dispuesto a echarme si no tenía una buena razón para estar aquí.
—Soy consciente de que se ha enviado aquí un aviso oficial y he venido a comprobarlo yo mismo. —empecé.
—Ah, eso.
Se había dado una orden imperial para que los exámenes de promoción de los caballeros se celebrasen antes de tiempo, con el fin de abordar la cuestión que yo había planteado al Emperador sobre la residencia de Etsen. Convertirse en caballero permitiría a Etsen trabajar libremente fuera de palacio, ahorrar algo de dinero y marcharse cuando quisiera. Suponiendo que pudiera pasar el examen. Pero por lo que había oído, una vez había sido venerado como el caballero más notable nacido en la familia real, así que no esperaba que tuviera ningún problema. Sólo había querido venir aquí y echar un vistazo a cómo sería su nueva situación, si estaba bien, si sería lo bastante cómodo.
—Bien, ya sabes en quién estoy pensando. ¿Hay un puesto adecuado para él? —le pregunté.
—Como ahora estamos haciendo exámenes, cada uno encontrará un puesto acorde a su nivel. —respondió Leo.
—No he venido aquí a pedir ningún favor, si es lo que estás pensando, así que no hace falta que me mires así.
—¿Parecía que la había entendido mal, Alteza? —preguntó. Entonces me di cuenta de que era posible hablar en un tono totalmente respetuoso y, sin embargo, seguir siendo totalmente sarcástico.
—¿No se me permite preguntar si hay algún puesto vacante para caballeros imperiales? —dije.
—Todos son puestos que se cubrirán en breve.
—Oh, debes estar refiriéndote a la próxima ceremonia para el ejército victorioso. Ya que los títulos serán entregados de acuerdo a las contribuciones individuales hechas en la guerra...
Cuando me quedé sin palabras, Leo intervino de inmediato: —Oh, bueno, ahora que lo pienso, existe su propia orden privada de caballeros, Su Alteza. Si lo coloca allí-.
—¡No te atrevas a olvidar con quién hablas! —estalló de pronto furioso Robért, sentado a mi lado.
Los dos hombres se fulminaron con la mirada.
—¿Mi orden privada de caballeros? —pregunté.
—Sí, Alteza—dijo Leo—. Ya que estáis aquí, podríais ir a echar un vistazo a sus aposentos y avisarme si tenéis alguna vacante.
—¡Alteza! —exclamó Robért en señal de protesta. No entendía por qué parecía tan molesto, pero era lo bastante perspicaz para saber que se burlaban de mí. Decidiendo que nada bueno podía salir de continuar esta conversación, me levanté bruscamente de mi asiento. No había venido a discutir.
—Me iré entonces. —dije.
—¡Pero Su Alteza...! —comenzó Robért.
—Las tropas victoriosas llegarán pronto, así que debo prepararme. Perdóneme, Alteza. —dijo Leo, poniéndose también en pie. Se dirigió a su escritorio, al otro lado de la sala, y empezó a hojear documentos, obviamente sin intención de despedirse de mí. Con un bufido, salí de la habitación. Para mí, ese tipo de desafío era leve.
Me dirigí a la sexta sala de entrenamiento, donde me habían dicho que estaban mis caballeros privados. Robért me siguió, con expresión rígida. Al principio no dijimos nada mientras caminábamos, pero al final no pudo contenerse más.
—¡Deberíais haberle dado una lección, Alteza!—estalló—. Sabe que es muy amigo de Sir Paesus.
Oh. Eso explicaba de dónde venía todo el odio. ¿Quién podría haber adivinado que tenía una conexión con el segundo concubino que había enviado a la guerra? Entonces, ¿supongo que eso significaba que no me había acostado con él?
—Por casualidad sabes... —mencioné.
—¿Saber qué?
—¿Si alguna vez me acosté con ese hombre?
Robért se detuvo en seco. Caminé unos pasos más antes de darme cuenta, y tuve que volverme para mirarle.
—¿Cómo voy a saber si se acostó o no con él, Alteza? —preguntó.
—¿Por qué te enfadas?
—No me enfado. Y no es asunto mío—respondió.
—Está claro que ahora te estás enfadando...
—¡Oh, déjadlo ya! —gritó.
Hice una mueca. Pero cuando me giré para continuar hacia la entrada principal, un grupo de hombres apareció de la nada y empezó a agolparse a mi alrededor. Eran todos jóvenes, guapos... en topless... en muy buena forma…
—¡Alteza! Estás más guapa que nunca.
—¿Qué tal si cenamos esta noche...
—Su Alteza, ¿me recuerda? Esa noche nosotros…
Y aquellos eran los más tranquilos…
—¡Su Alteza! ¡Píseme, por favor! Es mi sueño de toda la vida que me pise...
—¡No puedo olvidarla, Su Alteza! ¡Por favor, tómeme!
También había súplicas absurdas y sin sentido. Nada tenía sentido, a menos que todos hubieran comido algo que se hubiera echado a perder y ahora estuvieran mostrando signos de alucinaciones. O tal vez la princesa había drogado de algún modo a todos aquellos apuestos aspirantes a caballeros. Justo entonces, Robért se adelantó.
—No molesten a Su Alteza. No ha venido a veros. —ordenó. Intenté abrirme paso rápidamente entre ellos.
—¡Pero Alteza!
—¡Alteza! ¡Os amo!
—¡Ahora puedo durar mucho más, Alteza!
'¿Durar más haciendo qué exactamente?'
Estuve a punto de girar la cabeza, pero Robért me espetó impaciente.
—¡Apartad! No veo nada. —refunfuñé.
La multitud, indiferente a las declaraciones de Robért, se dividió como el Mar Rojo ante mi silenciosa queja. Frunciendo el ceño con desagrado, me abrí paso entre ellos.
Le susurré a Robért—: ¿Por qué están así? ¿Se han vuelto locos?
—Bueno... Supongo que algunos están realmente enamorados de usted, Alteza, pero la mayoría son de familias humildes y sólo intentan utilizar su estatus para mejorar su vida. Por supuesto, usted es quien se ha relacionado con todos ellos, a pesar de que ya lo sabía.
Suspiré profundamente. Vivir en el cuerpo de otra persona no debería ser tan problemático. Por suerte, el ejército de pretendientes había dejado de bloquearme el paso y se había quedado a poca distancia, luchando por captar mi atención. Sin embargo, algunos de ellos bloquearon deliberadamente el camino de Robért, y otros le señalaron y se burlaron de él a sus espaldas.
Robért les lanzaba miradas despectivas de vez en cuando, pero por lo demás los ignoraba. Pero cuanto más los ignoraba, más se mofaban de él. Supuse que, como no se atrevían a hacerme nada, se metían con el blanco más fácil. No entendía por qué había decidido acompañarme. Debía saber que esto pasaría.
En ese momento, un tipo enorme, mucho más grande que Robért, empezó a seguirnos, hinchando el pecho y chocando intencionadamente con Robért. Robért seguía ignorándole, pero poco a poco le iba apartando.
—Tú, el de ahí. —le llamé.
—¿Sí? ¿Yo?
La cara del hombre se iluminó mientras enseñaba los dientes en una sonrisa que me pareció repulsiva.
—A menos que quieras morir, lárgate. —le espeté. Palideció, con la sonrisa congelada, y se apresuró a retroceder. Cuando miré fijamente al resto del grupo, se escabulleron de mala gana, uno a uno. Cogí la mano de Robért y avancé con un suspiro. No merecía la pena que sufriera ese tipo de acoso por parte de unos imbéciles tan repugnantes. Tendría que despedirlos a todos en cuanto regresara.
—Puedo entender por qué hacen eso. —dijo Robért.
—¿Por qué los defiendes? ¿Estás diciendo que sus acciones estaban justificadas? —dije con una mueca, mirándole.
—No es eso lo que quiero decir. Es que no es nada nuevo para mí... Sólo lamento que haya tenido que verlo usted misma, Alteza.
Por alguna razón, parecía algo avergonzado.
—¿Por qué lo sentirías? No es culpa tuya.
—Sólo están inquietos porque hace mucho que no los visitas—explicó Robért—. Ya han renunciado a convertirse en caballeros imperiales, y en casa les presionan para que consigan algo. Su única posibilidad es que usted se fije en ellos y los convierta en su concubino... Así que descargan su ira conmigo porque soy un recordatorio de sus miedos y frustraciones.
¿Qué clase de excusa era esa? ¿Y cómo es que actuó tan agresivamente frente a Leo pero simplemente ignoró todos los insultos que le lanzaron hace un momento?
—No tenías que venir conmigo, ¿sabes? —le dije.
—No está en mi carácter encogerme o acobardarme ante perdedores como ellos. —replicó Robért, alzando la barbilla en el aire con arrogancia. No pude evitar reírme de su incoherencia.
—Debo decir que la arrogancia te sienta mejor. —le dije.
—¿Eh?
Aparté la mirada, mi humor considerablemente se sentía más ligero. Rodeada de altas paredes blancas como la nieve, la sexta sala de entrenamiento parecía un poco más cerrada que las demás. Una vez anunciada mi llegada, las puertas de hierro selladas se abrieron lentamente con un fuerte crujido. Entré antes de que se abrieran del todo y presencié una escena que no esperaba en absoluto.
Tumbado sobre una manta en el suelo había un hombre casi desnudo que parecía estar tomando el sol. Me quedé helada en el sitio. Robért me siguió y, al fijarse en el otro hombre, resopló con desaprobación por la nariz.
—¿La gente suele tomar el sol en las salas de entrenamiento? —le pregunté.
—No veo por qué no. —respondió Robért.
—Pero, es.... Bueno, supongo que tenía razón.
—¡Arriba! ¡Ahora!
Un hombre que parecía estar algo al mando salió corriendo y dirigió una patada al hombre que tomaba el sol, que gruñó y se agarró el estómago.
—¡Su Alteza está aquí!
En cuanto lo oyó, el hombre se puso en pie de un salto, olvidado de todo dolor, y me vio.
—¡Su Alteza! ¡Ya está aquí!
El pequeño trozo de tela que había cubierto precariamente su entrepierna se agitó en el suelo mientras corría hacia mí, su cosa revoloteaba salvajemente. ¿Acaso los hombres de aquí no conocían la vergüenza?
—¿Puedes... taparte eso primero? —le dije con insistencia.
Sólo cuando estuvo de pie frente a mí, se puso las manos delante obedientemente, pero me miró con extrañeza, aparentemente confundido por la orden. ¿No estaba siendo demasiado despreocupado, aunque fuera uno de mis caballeros personales? ¿Se consideraba esto aceptable? No... ¡¿Cómo podría considerarse aceptable?!
A lo lejos, el otro hombre corría de un lado a otro, gritando a todo pulmón.
—¡Vamos, reúnanse! Su Alteza nos ha honrado con su presencia. ¿Qué estáis haciendo? ¡Moveos! Salid de una vez.
A una velocidad impresionante, una veintena de hombres salieron del edificio. Era evidente que todos tenían prisa porque casi nadie iba vestido adecuadamente, y mucho menos con armadura. Sea como fuere, se alinearon frenéticamente frente a mí y saludaron. Uno de ellos me miró a los ojos y empezó a temblar tanto que dejó caer su espada.
¿Eran estos hombres... caballeros de verdad? ¿Y los caballeros personales de la princesa? Miré a Robért con curiosidad, pero él evitaba mi mirada con determinación. Sin más remedio, volví los ojos hacia los hombres.
Entonces me di cuenta de algo que desearía no haber hecho.
Todos eran hermosos, guapos, inocentes, encantadores, seductores... cada uno era extremadamente atractivo a su manera. Y a diferencia de los caballeros de las otras salas de entrenamiento, que estaban todos callosos y empapados en sudor por el esfuerzo, estos hombres tenían la piel suave, tersa y limpia.
Fue entonces cuando me di cuenta.
Esto tenía que ser…
NO HACER PDFS. Tampoco hagas spoilers, por favor o tu comentario será eliminado. Si te gustó el capítulo déjanos tus impresiones para animarnos a subir más. No te olvides de seguirnos en Facebook.