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SLR – Capítulo 564


Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 564: Todo va mal

Era cierto que la vizcondesa Panamere no se detendría ante nada en este momento. Se lanzó obstinadamente contra la marquesa Chapinelli en un intento de superarla.

—¡No podemos dejar a esos dos solos en la isla y volver a tierra firme! ¡Den la vuelta al barco! ¡¡Ahora!!

Devorah, la criada de Rubina, y un funcionario de Manchike se interpusieron entre la vizcondesa y la marquesa. El sudor les corría por el cuerpo mientras se esforzaban por evitar que las dos mujeres se enzarzaran en una lucha física; una pelea no haría más que agravar la situación.

Para ser justos, ya había escalado bastante, tanto que difícilmente podría empeorar. Todo el mundo, excepto Rubina y la marquesa Chapinelli, presentía que esto ocurriría.

—¡¿Y si mi señora resulta herida en esa isla?! —exigió Irene, con las venas saliéndole del cuello—. ¡El mar está plagado de piratas! ¿Y si la secuestran? ¿Se hará responsable entonces?

—¿Por qué iba a ser secuestrada si está tranquilamente en la isla? —rugió la marquesa Chapinelli—. ¿Crees que los piratas no tienen nada mejor que hacer?

Rubina y su banda habían hecho al menos una investigación básica antes de perpetrar su delito. Después de enterarse, durante su visita al marqués Gualtieri unos días antes, de que él estaba detrás de los piratas, le había ordenado que abandonara el mar cercano.

Gualtieri se encontraba en ese momento en la posición de un perro atado. Aunque había descargado una gran ira contra sus empleados y su esposa cuando había vuelto a la casa, también había obedecido la orden de Rubina. Había considerado si debía secuestrar a Lady Julia Helena y al Gran Duque Césare para hacer caer a Rubina, pero una vez acorralada, ella soltaría que él era el cerebro detrás de los piratas. Eso significaría una sentencia de muerte para él. Por lo tanto, había renunciado por completo a esa idea.

Rubina había conseguido lo que quería sin tener ni idea de los cálculos que habían zumbado en su pequeño cerebro. Como resultado, el viaje a la Isla de los Delfines había sido inauditamente agradable.

—¡Mi señora es la única heredera del marquesado de Manchike! ¡No crea que puede simplemente barrer este incidente bajo la alfombra si algo le sucede!

—A eso me refiero. ¿Por qué iba a pasarle algo?

Un radio de treinta miligales alrededor de la isla había sido vaciado de todo excepto de pescado y, por supuesto, se había prohibido a los piratas desembarcar en ella. Aunque no eran el grupo más fácil de contactar, Gualtieri era su mando intermedio, y se habían ideado soluciones alternativas por si algo salía mal en el proceso.

Rubina, que estaba escondida dentro, había organizado todo esto, pero Irene seguía lloriqueando. Se hartó de escucharla. Ella no podía descifrar y explicar todo el asunto. ¿Qué podía hacer?

Al final, lanzó un grito de dolor desde el interior de la cabina.

—¡Mi cabeza parece a punto de romperse en pedazos!

Todos los demás se callaron de inmediato y ella gimió, habiendo tomado el control de la audiencia. Intentaba desviar su atención de un asunto público a uno privado.

—Debo regresar inmediatamente a tierra firme para ver a un médico. Por favor, dile a quien esté ahí que se calle.

Esta orden iba dirigida a Francesca, no a Irene.

—Ya la has oído. La Gran Duquesa viuda se ha desmayado de repente —dijo triunfante la marquesa Chapinelli a Irene—. ¡Tenemos que volver a tierra para poder llevarla al médico real!

Mientras Césare y Julia Helena paseaban por la isla, Rubina había hecho que un gran número de trabajadores levantaran un refugio en la playa en un abrir y cerrar de ojos. A continuación, se apresuró a llevarlos de vuelta al barco. El refugio consistía en una tienda equipada con braseros; esa parte no había llevado mucho tiempo. La decoración fue lo que más le costó.

A continuación, había sacrificado su rodilla para la ocasión: se había colocado en la parte más visible de la cubierta, se había llevado una mano a la frente y se había tirado al suelo. Por desgracia, Irene había estado demasiado ocupada aferrándose al mástil y temblando como para ver su actuación teatral.

Se había quedado un rato en el suelo, había levantado la cabeza y había declarado que tenía un terrible dolor de cabeza y que necesitaba volver a palacio de inmediato. El ancla había sido izada a cubierta tan pronto como ella había ordenado que el barco partiera, y todo lo demás había procedido a la velocidad del rayo. Irene había ido un paso por detrás.

Voló hacia la marquesa Chapinelli, Devorah y Rubina, que estaba utilizando prácticamente a todos los miembros de la tripulación de la nave como escudo.

—¡Podría haberlos llevado de vuelta a la nave! ¡¡No se tarda tanto en llevar a dos personas de vuelta a bordo!!

—¡Te dije que te callaras!

La voz de la marquesa Chapinelli sonó 1,5 veces más fuerte que la de Irene.

—¿Responsabilidad, dices? Sí, ¡hablemos de responsabilidad! ¿Y si Su Alteza la Gran Duquesa viuda sufre un grave quebranto de salud por su culpa? ¡¿Asumirás la responsabilidad entonces?!

—No, sólo denme un bote. Remaré hasta la isla y traeré a esos dos de vuelta. Todo lo que pido es un solo bote salvavidas.

La vizcondesa Panamere decidió hacer su llamamiento de otra manera. No era necesario que todos regresaran; lo único que necesitaban era una persona más en la isla. Lo que Lady Julia Helena necesitaba era una coartada que respondiera por su honor.

Percibiendo que Irene no se rendiría fácilmente, Rubina se agarró la cabeza con ambas manos y gritó:

—¡Ay, mi cabeza!

Al mismo tiempo, dio un codazo a Déborah con la punta de los pies y ésta le dio un golpecito en el hombro a la marquesa Chapinelli.

—¡Lleváosla! —ordenó en voz alta la marquesa, habiendo comprendido la señal.

Rubina volvió a dar un codazo a Devorah, pero esta vez no entendió las intenciones de su ama. Rubina, furiosa por el fracaso de Devorah, le susurró algo a Francesca.

Rubina volvió a dar un codazo a Devorah, pero esta vez no entendió las intenciones de su ama. Rubina, furiosa por el fracaso de Devorah, le susurró algo a Francesca.

Ésta asintió enérgicamente.

—Llévensela y manténganla bajo estricta vigilancia hasta que volvamos al puerto. Que no haga ninguna tontería, como tirarse al mar.

***

—¡Lady Julia Helena! ¡Tenemos que volver al muelle ahora!

—¡Sí!

Julia Helena se tambaleó en la playa de arena. Césare la apoyó mientras desandaban el camino lo más rápido posible. Por desgracia, una chica con tacones era terriblemente lenta en la playa. Consideró brevemente la posibilidad de levantarla y llevarla en brazos, pero decidió no hacerlo; la única persona que se alegraría de ello sería Rubina.

Pasaron junto al mar azul claro, cruelmente hermoso, y la arena blanca y deslumbrante. Cuando por fin llegaron al muelle, encontraron una tienda gigantesca que normalmente sería apropiada para un faraón del Imperio Moro o alguien de rango similar. Era tan alta como tres hombres colocados de punta a punta y casi tan ancha como un campo de deportes. En cada una de las cuatro esquinas había un brasero encendido que mantenía el calor en el interior.

Lo más importante... en el centro de la tienda había una enorme cama con dosel.

N/T: Vale, este truco de Rubina sí me hizo risa tipo: "podrán juzgar mi falta de resultados (en realidad los de Césare), pero no mis métodos". Me recordó a Singles' inferno esa tienda enorme.

—¡Ja! —se burló Césare sin poder evitarlo—. ¿Qué, no ha esparcido pétalos de rosa? —se burló en voz alta.

Dudó un instante una vez dicho esto. ¿Había hablado demasiado mal de su madre delante de un extraño desinformado?

Julia Helena, sin embargo, se acercó a la cama con el ceño fruncido y mirada seria y examinó la zona que la rodeaba.

—No veo ningún pétalo, pero... hay estos.

Lo que había descubierto eran toallas dobladas en forma de dos cisnes. Se estaban besando, y el espacio entre sus picos y sus cuerpos formaba un corazón.

—¡Jajajajaja! —se echó a reír él, atónito.

'Madre mía, ¿qué clase de hombre te crees que soy?'

Entonces cayó en la cuenta de que su madre no había preparado aquella cama y aquellos ridículos cisnes para hacerle caer en una trampa. No era de las que se mostraban tan cuidadosas y delicadas por él. Más bien, los objetos eran como restos de comida, destinados a consolar a Julia Helena, porque ella ya había caído en la trampa.

Rubina estaba decidida a dejarlos aquí toda la noche. Iba a argumentar que, puesto que Julia Helena había perdido la virginidad con Césare, tenía que casarse con él, con lo que su matrimonio era un hecho consumado.

—Escúchame. ¡Tenemos que volver a tierra firme ahora mismo!

—¿Perdón? —Julia Helena trató de determinar cómo se sentía. Por su parte, no le desagradaban estas circunstancias—. Pero tenemos una tienda aquí, y comida...

En la mesa del interior de la carpa había varios tipos de pan y queso, embutidos, montañas de fruta y vino, suficiente para alimentar a unas diez personas.

—Y la decoración es preciosa.

De alguna manera, Rubina había encontrado tiempo para colocar flores de verdad alrededor de la tienda. Sus prioridades eran realmente incomprensibles. Había puesto mucho cuidado en la selección de las flores: begonias, ciclámenes, violetas, orquídeas dendrobium. Todas eran flores silvestres pequeñas y bonitas, diseñadas para recrear el ambiente de un picnic en el campo. Todo era exactamente del gusto de una mujer joven.

N/T orquídeas dendrobium: Estas orquídeas poseen un gran tamaño siendo de las mayores de todas, y se encuentran en el Sureste de Asia en Indonesia, Filipinas y Papúa Nueva Guinea.

Julia Helena cogió una flor y la hizo rodar entre sus dedos.

—Dudo que nos dejen aquí mucho tiempo —argumentó—. Volverán en una o dos horas.

Su visión complaciente de la realidad empezaba a dar dolor de cabeza a Césare. '¿Hasta qué punto debía ser detallado en mis explicaciones?' ¿Era sólo ingenua o carecía de inteligencia? Ni en un millón de años habría podido saber que ella ocultaba deliberadamente la verdad porque estaba perdidamente enamorada. Ser el objeto de su pasión le hacía particularmente incapaz de percibir su fuerza.

—Lady Julia Helena...

Quiso preguntarle de dónde había sacado "una hora o dos" y por qué creía que el barco los había dejado atrás, pero no se atrevió a hacerlo. En cualquier caso, al final tendría que explicar lo siguiente: "Mi madre planea dejarnos solos en esta isla toda la noche. En el momento en que termines de pasar la noche conmigo aquí, serás tachada de mujer caída en desgracia y obligada a casarte mientras la gente te señala con los dedos."

No tuvo valor para contárselo a la víctima del plan. Tal vez hubiera sido mejor no decir nada; así no habría tenido que oír su entusiasmo al respecto.

Durante su breve vacilación, un fuerte viento marino sopló desde el sur de Etrusco. Las cuatro paredes de la tienda se habían desenrollado para evitar que se la llevara el viento. La tela ondeó violentamente con el vendaval, y la pared occidental fue empujada hacia dentro, haciendo contacto con el borde de un brasero.

Las chispas volaron sobre el grueso lino, que había sido recubierto con cera de vela para protegerlo del viento.

¡Crepitar! Las pequeñas chispas devoraron la pared occidental en un santiamén y empezaron a extenderse a las demás partes de la tienda, una consecuencia previsible de un plano improvisado a toda prisa. La pared, ahora envuelta en llamas, ondulaba y temblaba con el viento.

Desde donde estaba, Césare vislumbraba intermitentemente el pequeño cuerpo de Julia Helena, a veces visible más allá de la tela ardiente y arremolinada, a veces no.

Entonces sus ojos se abrieron de par en par y se movieron hacia arriba.

—¡Lady Julia Helena! ¡Apártese de en medio!

El abrasador lino encerado estaba a punto de caer sobre ella.

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