SLR – Capítulo 311
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 311: Cómo capturar tus deseos
—Realmente es una oportunidad de oro... —Ariadne respondió en voz baja a las palabras de Rafael. Gracias a Rafael, la Scuola di Greta se dirigía ahora hacia la fase de madurez tras un rápido desarrollo.
Ariadne no encontraba ningún pretexto para pedirle que se quedara. Rafael había cumplido maravillosamente sus funciones, y Ariadne no podía hacer nada más por él, ya fuera apoyar su carrera, realzar su reputación o concederle un puesto en la sociedad noble.
—Felicidades —tomó un sorbo de té.
Quizás era mejor así. Había un único elemento que podría dedicar a Rafael, pero no podía porque no estaba dispuesta a ello. Si era imposible hacer un trato justo, ni siquiera debía iniciar la transacción, o de lo contrario las cosas se torcerían al final. Ariadne había visto muchos finales desastrosos en sus dos vidas como para intentar algo tan tonto.
—¿Cuándo piensas partir? —preguntó, calculando rápidamente las probabilidades. La sustitución sería un reto, ya que los talentos como Rafael eran escasos, y no habría nadie tan cualificado como él como director de la Scuola di Greta. Sin embargo, no tenía más remedio que hacer posible lo imposible.
Sus ojos se volvieron serios, y Rafael notó mejor que nadie su estado de ánimo descorazonado.
—Por supuesto, rechacé la oferta —dijo Rafael, doblando los ojos en una sonrisa preciosa—. Aquí es donde pertenezco.
Ariadne había estado tanteando con su taza de té, pero se congeló momentáneamente, haciendo un gesto de asombro. No había esperado aquella reacción, y no quería apartarle de un futuro prometedor.
El astuto Rafael percibió cada uno de sus sutiles movimientos. Nunca había pensado mucho en la expresión “corazón roto”, pero en ese momento, su corazón se sintió desgarrado por el dolor.
—¿Cómo podría, cuando los estudiantes de la Scuola di Greta son tan preciados?
Sus palabras ocultaban la verdad. Aunque se había encariñado con unos pocos estudiantes, sus creencias aristocráticas le hacían suponer que la mayoría de la gente permanecía confinada a sus clases predeterminadas, excepto la mujer que tenía delante.
—¿Quién reemplazaría mi vacante y mi amor por los niños? —en verdad, a Rafael no podría haberle importado menos. Para él, en lo mejor que se convertirían los niños era en mercaderes—. Los niños maduran día a día. Necesitan un instructor adecuado que les guíe, ya que no pueden recibir el mismo nivel de educación por sí solos.
En el fondo, el aristocratismo de Rafael le decía lo contrario, ya que un estudiante sin talento no mostraría ningún progreso, ni siquiera con la ayuda del mejor educador, mientras que uno con talento mostraría un trabajo maravilloso por sí solo. Sinceramente, las matemáticas eran sencillas y no requerían un instructor. Creía firmemente que cualquiera podía aprender por sí mismo a sumar y restar con un simple libro de texto.
Independientemente de sus pensamientos internos, diría cualquier cosa para impresionar a la dama que amaba mientras se guardaba para sí sus sucios pensamientos.
—¿Estás realmente... seguro de esto? —preguntó Ariadne con cautelosa preocupación.
Para Rafael, la distancia entre ellos parecía prolongarse, y sus palabras parecían expresar su descontento de que él permaneciera en la escuela.
—Si renunciaras a tal oportunidad por mí... —Ariadne comenzó.
—No —afirmó Rafael con rotundidad—No es así.
‘Por ti deseo quedarme. Porque la dulzura de tu voz y tu risa son de lo más entrañable, y cada momento compartido contigo es celestial. Una vez que comience mi vida como clérigo, nunca podré volver a ti. Prefiero vivir otro día con grandes esperanzas que sin ninguna.’
N/T: Mi honesta reacción es que parece canción de Julio Iglesias, me meo de risa.
Rafael nunca hablaba en voz alta de sus verdaderos pensamientos internos, y los restos de emociones eran amargos. Nunca tendría la oportunidad de expresarlos.
Rafael miró por la ventana con los labios apretados. Los caballeros armados del Príncipe eran visibles a través de la ventana del estudio de Ariadne.
A Rafael le desagradó verlos fuera de la mansión de los de Mare. Era incomprensible por qué aquellos hombres estaban apostados aquí, y Rafael no pudo evitar sentir un ligero resentimiento hacia Ariadne por permitirles la entrada, incluso después de saber el estado civil del Príncipe.
Independientemente de estos hechos, Rafael estaba bajo sus órdenes por los grilletes del amor. No podía expresar su oposición ni hacer la vista gorda a su distanciamiento.
—Deseo... que todo pueda ser de tu completa satisfacción.
Sus palabras parecían decididas, pero también resignadas. Sin embargo, un hecho estaba claro. Rafael de Baltazar había rechazado la propuesta del arzobispo Guerraz y seguía decidido a conquistar a Ariadne.
* * *
Los preparativos para el baile de debutantes de la princesa Bianca continuaron incluso después del primer encuentro entre Alfonso, Ariadne y el agente del duque.
Y allí estaba de nuevo el mismo trío. La condesa de Mare se encargaba de la redacción y de los asuntos prácticos, mientras que el agente del duque era responsable de la comunicación con la princesa Bianca. El redactor, al igual que el agente, tenía muchas obligaciones que atender.
Por otro lado, el Príncipe... simplemente se quedó quieto. Era natural que el Príncipe fuera quien tomara las decisiones en última instancia, pero realmente no tenía ni idea de los preparativos del baile. Se esforzó mucho en una preparación fiel, pero pronto se hizo evidente que carecía de talento en este campo.
—¿Será eso... realmente necesario?
—Su Alteza, me temo... Su Alteza estará más bien intimidada por ese accesorio.
Al final, el Príncipe guardó silencio como el papel pintado, pero se negó tenazmente a marcharse. Su papel era más parecido al de un caballero escolta.
—Alteza, le recomiendo encarecidamente que suba al carruaje —instó el agente, ajeno al hecho de que en realidad había enfatizado las palabras “recomiendo encarecidamente”. Había expresado sus verdaderos pensamientos sin reconocerlo.
—Es antiestético que yo esté en el carruaje mientras usted espolea un caballo en los alrededores...
El agente se sintió como si las tornas hubieran cambiado y el heredero del trono fuera ahora su jinete. Algunos podrían jactarse ante ese hecho, pero el agente era más bien tímido. Se quedaría sin palabras si los soldados reales le arrestaran por faltarle el respeto a la familia real.
El agente del Duque se tragó el resto de sus palabras. “Más bien parece que es usted mi caballero escolta”. En cambio, miró a Ariadne con expresión lastimera en busca de apoyo.
Sin embargo, fingió su olvido. Prefirió la comodidad a la inquietud del agente, que se sentía asfixiado al pensar que los tres iban apretujados en el estrecho vagón.
‘¿Qué significa esto?’ se preguntó Ariadne.
El Príncipe había afirmado con firmeza el fin de su relación debido a que él tenía una compañera para toda la vida. Sin embargo, se negó a separarse de ella.
Alfonso, montado en su caballo blanco, rodeaba los alrededores del carruaje blanco que transportaba a Ariadne como para amedrentar a los enemigos. Y eso no era todo. La caballería del Príncipe estuvo de guardia todo el día entre los centinelas de la casa de Mare.
Poseedores de innumerables experiencias en el campo de batalla, el curtido ejército real no tenía rival en cuanto a disciplina frente a los soldados de Mare. Hacer guardia en una casa típica habría parecido como restar importancia a su fuerza, pero nunca expresaron una sola queja como profesionales.
Ariadne tenía sus dudas pero le faltaba valor para expresar su curiosidad. Se preguntaba por qué el Príncipe era tan considerado con ella, pero temía que le respondiera: “Debo haber sido excesivamente considerado y me he pasado de la raya. Pondré fin a mi generosidad”.
Si hacía la vista gorda, su relación continuaría. Si no confesaba sus sentimientos, su amistad duraría eternamente. Inconscientemente sufrió la misma situación que Rafael y decidió estar a su lado, al menos como amiga.
El pobre agente, víctima atrapada en medio de su relación, llamó lastimosamente al Príncipe.
—¿Alteza...?
Alfonso no prestó atención a las lamentaciones del agente y, además, ya estaban cerca de su destino, por lo que no sería necesario cambiar de asiento.
—Hemos llegado al Palacio del Príncipe —notificó el señor Manfredi, que les había acompañado en un caballo marrón detrás del Príncipe Alfonso—. El señor Bernardino ha informado de que los preparativos han concluido. Por favor, entren e inspeccionen.
Acompañó a la condesa Ariadne de Mare hasta el carruaje y, como si fuera el dueño de la casa, añadió—: Siéntanse como en su casa.
El príncipe Alfonso, verdadero dueño de la casa, lanzó una mirada fulminante al señor Manfredi, que levantó con la mano izquierda la mano derecha enguantada de Ariadne.
Manfredi se volvió para mirar al príncipe Alfonso con expresión perpleja. —¿Alteza? ¿Ocurre algo, si se puede saber? —acompañó a Ariadne hasta que se apeó del carruaje y le preguntó—: ¿Ha habido algún problema con su desayuno? Parece disgustado.
Alfonso se mordió los gruesos labios, inseguro de si Manfredi fingía su inocencia o se burlaba de él. ‘Manfredi, a ver qué te pasa en el entrenamiento de mañana. No te dejaré de una pieza.’
—Eso me recuerda, Alteza. Me he preparado como me pedisteis —añadió el señor Manfredi con ligereza, ajeno a su próximo destino.
—¿Mi petición?
—Oh… —el señor Manfredi debía de tener algo de tacto porque al menos susurró al oído del príncipe Alfonso las siguientes palabras—: Me ha pedido que le prepare un atuendo fresco para cambiarse ya que la cabalgata te hará sudar.
Si Manfredi hubiera hecho su informe en voz alta sin tacto, Alfonso le habría amenazado con su espada sagrada en lugar de torturarle en el entrenamiento de mañana. Si Manfredi corriera al campo de entrenamiento militar para escapar de su ira, Alfonso le obligaría a marchar cuarenta vueltas.
Afortunadamente, Manfredi no avergonzó al Príncipe delante de Ariadne y se libró de los problemas que él mismo se había buscado, aunque ignoraba este hecho.
Arrugando las cejas, Alfonso respondió—: Volveré dentro de veinte minutos.
—Sí, Señor.
En cuanto el príncipe Alfonso entró, Manfredi se sintió el rey del mundo. Acompañó a Ariadne y al agente del duque al interior del Palacio del Príncipe y no paró de divagar. —Hay dos salones disponibles. Por favor, echad un vistazo y elegid el que sea más de vuestro gusto.
Hoy, la Condesa de Mare y el agente del Duque visitaron el Palacio del Príncipe a propuesta del Príncipe Alfonso de utilizar la zona para el baile de debutante de la Princesa Bianca. El primer paso de la preparación del baile de debutantes sería determinar la ubicación. Ningún lugar era perfecto, y la decisión requería muchos elementos a considerar.
‘¿Por qué el lugar de celebración será el palacio real...?’ se preguntó Ariadne. A ella no le entusiasmaba mucho que la fiesta de debutantes se celebrara en el Palacio del Príncipe, mientras que el agente del Duque estaba encantado con la propuesta.
Eran raras las ocasiones en las que el palacio real estaba disponible para otras fiestas, así que sería una gran oportunidad para hacer alarde del poder del duque de Harenae ante terceros. Ariadne también estaba totalmente relacionada con la Casa del Duque, pero estaba segura de que existiría una opción mejor.
Cuando el grupo liderado por Manfredi cruzó el pasillo hacia la “Sala de las Estrellas” se encontró con un hombre al que Ariadne no reconoció.
—¡Ay! ¡Ya has vuelto! —exclamó Manfredi.
Ante eso, el hombre desconocido respondió con una voz extrañamente familiar—: He terminado mis asuntos personales antes de lo esperado.
El hombre, aparentemente normal, llamó la atención de Ariadne por su forma distorsionada. Le faltaba un brazo y un ojo, pero por lo demás era normal y nunca destacaría entre la multitud.
Sin embargo, las personas discapacitadas tenían prohibida la entrada al castillo debido a antiguas tradiciones que las asociaban con la desgracia. Esta norma se aplicaba no sólo a los empleados, sino también a los sirvientes, con algunas excepciones para los miembros de la realeza o los bufones reales. Sin embargo, el hombre no parecía pertenecer a ninguna de estas categorías.
Había otra razón por la que Ariadne se sentía incómoda con aquel hombre tan poco impresionante. Intentaba no hacerlo evidente, pero miraba furtivamente a Ariadne de reojo. Sus ojos se cruzaban con los de ella incluso con la cabeza baja.
Incómoda ante sus miradas, Ariadne desplegó su abanico de verano y ocultó su rostro.
—¿Por qué no da un paseo más largo, señor Elco? Son raras las ocasiones en que se le conceden salidas —dijo el señor Manfredi, riendo entre dientes y palmeando el hombro sin brazos del hombre.
Muy tarde Elco! Ariadne y el príncipe están más cerca de lo que crees :)
ResponderBorrarEso Manfredi, manténlo alejado que tiene rabia >:c
ResponderBorrarManfredi creo que hablas más con Ari que el propio Alfonso 🙈🤭
ResponderBorrarVeo a Elco entrar en escena estando parado nada más y es entrar en modo Berserker para darle una piña bien dada.
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