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SLR – Capítulo 308

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 308: Incluso un viaje de cien piedi comienza con un paso

La habitación estaba bañada por la deslumbrante luz del sol de finales de primavera. La mansión del duque de San Carlo, enclavada en la soleada colina en el corazón de Boca Dela Giano, se extendía magnífica. La mansión fue construida generaciones atrás, cuando la casa del duque de Harenae tenía fuertes lazos de linaje con la familia real de Carlo, antes de adquirir el feudo de Harenae.

Esta mansión ancestral se construyó con la anticuada estructura de granito de una época pasada, en marcado contraste con la tendencia contemporánea del mármol. Era espaciosa, robusta y cálida. Ariadne pensó que esta mansión se parecía a Alfonso en muchos aspectos. Así lo había pensado en su primera visita, y su convicción se había consolidado durante la segunda. Creía que la mayoría de las primeras impresiones se mantenían hasta el final.

—Me atrevería a decir que nos hemos encontrado en numerosas ocasiones —dijo el príncipe, rompiendo por fin el silencio. Estaba de pie frente a una ventana abierta de par en par en el salón suroeste, una habitación especialmente bañada por la luz del sol, incluso en esta mansión tan soleada—. Pero nunca tuvimos ocasión de conversar en privado.

Su pelo deslumbraba tanto como la luz del sol. Tras regresar de Jesarche, el cabello de Alfonso había perdido su tono rubio dorado y ahora se asemejaba a las arenas del desierto. El duro sol le había curtido la piel y aclarado el pelo a un tono rubio blanquecino. Su corpulento y robusto cuerpo y su voz contenida y varonil contrastaban con el joven Príncipe de Oro que Ariadne había conocido.

La visión de este Alfonso cambiado pesó mucho en el corazón de Ariadne. Una desesperación irracional se apoderó de su mente, pues el hombre al que había amado parecía haber desaparecido de este mundo. Sin embargo, hoy vislumbraba en él rastros del joven príncipe perdido hacía tiempo. Tal vez fuera el tono rubio dorado que el sol de San Carlo proyectaba sobre su pelo o las fugaces sonrisas juveniles que de vez en cuando asomaban. No podía precisar la razón exacta.

—¿Cómo has estado? ¿Va todo bien? —preguntó Alfonso.

La luz dificultaba a Ariadne estudiar de cerca el rostro de Alfonso, pero sin duda percibió la pasión en sus ojos. El Alfonso que ella conocía la miraría con ojos ardientes y anhelantes. Pero al darse cuenta, Ariadne bajó la mirada. No podía dar una respuesta, a pesar de no ser una inocente dama noble que rehuiría al príncipe. Había una razón instintiva detrás de su reticencia.

‘Alfonso... ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones?’ Pero necesitaba reformular su pregunta. En realidad, no le importaban mucho sus verdaderas intenciones. Su deseo por ella era suficiente.

Sin embargo, ¿qué tipo de relación buscaba? Ciertamente, Rafael le había informado de que Alfonso estaba casado con la Gran Duquesa Lariessa. Si eso fuera cierto, Alfonso no debería estar persiguiéndola tan ardientemente. A menos, por supuesto, que hubiera una excepción. Si el Príncipe Alfonso la quería como su amante, siguiendo los pasos de su padre, entonces todo tendría sentido.

‘Pero yo... ciertamente no quiero eso’. Ninguna mujer querría ser la amante de un hombre, especialmente cuando lo ama. Pero esa era una cuestión menor.

Por encima de todo, Ariadne temía descubrir que Alfonso se había convertido en ese tipo de hombre. No quería decepcionarse de él. Le conocía desde hacía mucho tiempo. En su vida anterior, cuando era el marido de su hermana, Ariadne no podía creer que un hombre tan recto existiera en el mundo de los mortales. Luchó contra la tentación de cada elección que Césare había hecho. A través de él, Ariadne había aprendido por primera vez que una persona así podía existir.

Sin embargo, si el alma angelical única que ella apreciaba hubiera descendido al nivel de su padre, se sentiría como un explorador que se da cuenta tarde de que el pájaro azul que había perseguido durante toda su vida nunca existió realmente. Su decepción sería muy dolorosa.

‘¿Y si, por casualidad, Rafael se equivocaba...?’

Rafael había declarado con orgullo tras su audiencia que “el Príncipe Alfonso y la Gran Duquesa Lariessa ya estaban casados”. Sin embargo, no había habido noticias de boda, ni indicio alguno de la llegada de Lariessa. Ni siquiera había un anuncio oficial de su matrimonio.

¿Podrían ser falsos los rumores? ¿Estaba simplemente comprometido, no casado? ¿O había algún problema con el acuerdo matrimonial?

O tal vez necesitaban más tiempo para los preparativos de la boda. Sin embargo, en el fondo, Ariadne dudaba de que Alfonso estuviera casado. Confiaba en él, independientemente de los hechos. El Alfonso de Carlo que ella conocía no la desearía como amante.

Sin embargo, aunque sus esperanzas oníricas se hicieran realidad, temía acercarse a Alfonso.

‘¿Él... aún me desearía después de darse cuenta de todo lo que hice?’

Ariadne no era intachable. En cuanto Alfonso se marchó, fue prometida a su hermano. Ella había tachado los esponsales de superficiales y sin sentido, pero al final habían provocado lágrimas, resentimiento y sentimientos no resueltos. En ambas vidas, había amado a Césare con todo su corazón, aunque sólo fuera por un momento fugaz.

N/T: en “ambas vidas” ajá, ya veo Ari 🫠🫠🫠🫠🙃 

No era que Alfonso no le agradara. ¿O era que se estaba castigando por culpa, como había supuesto Sancha, o que estaba alejando a Alfonso por puro arrepentimiento?

Ariadne tenía miedo. No quería subir al carruaje y ascender a la entrada del cielo, sólo para caer en picado. Ella no quería experimentar el desamor. Lo evitaba porque era una cobarde.

‘Ni en sueños conocí tus verdaderos colores’, dijo fríamente su Alfonso imaginario, dándole la espalda. Apartó la mano de Ariadne, dejando sólo la imagen de su ancha y robusta espalda y sus fríos hombros.

‘Fingías inocencia, pero en el fondo codiciabas a mi hermanastro.’

‘¡No! ¡Yo no quería ese compromiso! ¡Nunca fingí mi inocencia!’ Ariadne intentó desesperadamente expresar sus pensamientos, pero no le salían las palabras.

‘Vuelve con Césare. Es el único hombre que amaste antes y después de tu reencarnación.’

‘¡No!’

‘Eso es lo que decía tu carta. Permitiste que Césare te besara y agonizaste repetidamente sobre si darle o no tu virginidad, sin pensar en mí.’

Después de que Isabel le robara las cartas que no había enviado a Alfonso, Ariadne había quemado todas las cartas que quedaban en la casa. Ahora, las cartas sólo residían en su corazón.

A pesar de ello, Alfonso seguía ignorando su vida pasada. Sin embargo, su ilusión corría como un caballo salvaje, ignorando por completo la verdad.

‘Voy a empezar una nueva vida con una dama pura y limpia. Seré el primer hombre en su vida. Ella lleva un título nobiliario, apta para ser mi princesa y futura reina. Ella dará a luz a mi heredero, el futuro monarca. Ya la conoces. Saluda a Lariessa, que pronto dará a luz a mi hijo.’

Ariadne ni siquiera pudo pronunciar la palabra “no” como respuesta. Sus pensamientos racionales la asfixiaban.

—¿Ari?

Al oír una voz familiar, los ojos cerrados de Ariadne se abrieron de golpe.

—¿Pasa algo?

Alfonso la miró desde el otro extremo de la mesa con sus grandes ojos azul grisáceo. Sus pupilas eran notablemente más grandes que las de la gente común, como los ojos inocentes de un cachorro. Ariadne encontró consuelo en la profundidad de su mirada. Sus labios se entreabrieron ligeramente y su semblante adquirió un aire inexpresivo.

Interpretando erróneamente la reacción de Ariadne como un signo de ofensa por su tratamiento informal, el príncipe añadió apresuradamente con un toque de vergüenza.

—Oh, le ruego me disculpe. Me he dirigido a vos como condesa de Mare en numerosas ocasiones, pero no he recibido respuesta.

Ariadne soltó un profundo suspiro de alivio. 

—Le agradezco su preocupación, Alteza —dijo expresando su gratitud. Sus párpados parpadearon notablemente debido a la sequedad de sus ojos. También sentía la garganta reseca y buscó a tientas un vaso de agua.

Sin embargo, a Alfonso le pareció como si una sombra oscura hubiera echado su velo sobre el rostro de Ariadne, cuyas pestañas temblaban de inquietud.

—¿Te pasa algo, Ari? —inquirió Alfonso, adoptando inconscientemente su tono más amable al ver su descorazonado estado mientras le ofrecía un vaso de agua fresca de la mesa que tenía delante—. Confío en poder ofrecerte ayuda en casi cualquier asunto.

De hecho, era un hecho. Poseía el poder de resolver asuntos menores y mayores. El príncipe Alfonso comandaba una fuerza de 800 soldados de caballería pesada, una única unidad del ejército famosa por su poder sin rival dentro de los confines del reino etrusco. Aunque podía requerir cierto esfuerzo resolver ciertos asuntos, tenía autoridad para hacerse cargo de casi todas las cuestiones.

—No. No pasa nada.

¿Cómo podía divulgar abiertamente sus temores más íntimos de decepcionarlo?

—No merezco su ayuda, Su Alteza.

¿Cómo podía expresar sus verdaderas preocupaciones? Anhelaba su devoción incondicional y su amor inquebrantable; deseaba que dejara a un lado su pasado; y anhelaba que la aceptara como su princesa, no como su amante, aunque no mereciera tal título. Pero su conciencia le impedía desvelar sus pensamientos.

Además, por muy formidables que fueran sus 800 hombres, no podían ayudarla. Estaba enredada en la resolución de sus propios dilemas, sin saber siquiera por dónde empezar.

La solución más sencilla sería preguntar directamente.

‘Alfonso, ¿te has casado con Lariessa?’

Sin embargo, no podía soportar oír su respuesta. Deseaba que el tiempo se detuviera, ocultando su respuesta en un secreto eterno. Hoy no era una excepción. No tenía valor.

—Todo está bien, no tengo ningún problema.

Cuando Ariadne declinó su ayuda, el rostro de Alfonso se ensombreció. En ese momento, la puerta del salón se abrió de golpe.

Las sirvientas entraron con bandejas de té. La primera de ellas, la criada mayor, se inclinó e informó.

—El ayudante general pide disculpas por su inevitable retraso debido al papeleo. Ha pedido que empiecen sin él. El té de hoy es una tisana de hibisco importada de la costa del Hiyaz, y la primera bandeja lleva sándwiches de albahaca, tomate y queso, un espléndido complemento para el té. En cuanto a la segunda bandeja...

Las criadas dejaron ante Ariadne y Alfonso un imponente despliegue de aromáticos té y deliciosos aperitivos.

Ariadne se quitó los guantes para degustar algunos de los aperitivos, la mayoría con los dedos. Hacía años que no salía sin guantes.

‘Precisamente por eso he rechazado todas las invitaciones a fiestas del té durante años.’

Un torbellino de emociones se arremolinó en su interior mientras dudaba cautelosamente de la verdadera eficacia del encantamiento. Pero entonces, la morisca y Sancha se habían quedado boquiabiertas, prueba de la eficacia de la magia, a pesar de las manchas visibles en los ojos de Ariadne.

Por fin, sus largos y delgados dedos se desprendieron de los guantes. La sensación del aire libre sobre su piel desnuda le resultó extraordinariamente refrescante.

Con la mano izquierda cogió una servilleta de la mesa y con la derecha se acercó un bocadillo.

La mirada de Alfonso permanecía fija en la mano de Ariadne, sus ojos temblaban como un terremoto.

—Ariadne —entonó con gravedad.

En respuesta, Ariadne volvió la mirada hacia Alfonso. La gravedad de su voz la detuvo en seco.

—¡¿Qué te ha pasado en la mano?!

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