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SLR – Capítulo 238

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 238: Afecto retorcido 

Habían pasado tres días desde que Alfonso fue llamado urgentemente al campo de batalla. Rafael le esperaba en el campamento militar, pero la tropa de Alfonso no daba señales de regresar.

—Señor de Baltazar, hoy ya es fin de mes —le apremió el mercader de Bocanegro—. Hemos tardado más de lo previsto en entrar en el interior.

—...

—Si no partimos ahora, será difícil llegar a Vallianti antes de que regrese nuestro barco mercante.

El barco mercante de la comunidad Bocanegro los desembarcó en el Puerto de Vallianti y se dirigió al sur del Imperio Moro para procurarse mercancías. Prometieron pasar por el Puerto de Vallianti en la fecha señalada para llevar a Rafael y a su ayudante de vuelta a Etrusco.

El señor Elco intervino—: Me temo que es hora de volver, señor de Baltazar.

Después de que la tropa de Alfonso recibiera la orden de movilizarse, sólo el señor Elco permaneció en el campamento, ya que sólo tenía un brazo y un ojo intactos.

Ante las palabras del señor Elco, Rafael miró a Elco con pensamientos perplejos. Elco y Rafael eran como el agua y el aceite en el pasado, cuando formaban parte del grupo de amigos del Príncipe.

Elco era seis años mayor que Rafael, y rara vez se producían peleas entre chicos con una gran diferencia de edad. Pero como era un creyente del aristocratismo, Rafael no soportaba compartir la misma mesa con un plebeyo. Cuando maduró, aprendió a ocultar sus pensamientos íntimos, pero en aquel entonces era demasiado inmaduro para ocultar sus sentimientos y prefería morir antes que admitir que estaba equivocado. Y nadie se atrevía a decir que Rafael estaba equivocado, ya que era amigo del Príncipe.

N/T: Pelea de inválidos entre Rafael y Elco, a cada cual peor. 

El señor Elco también tenía mal genio. Si hubiera cedido y hubiera sido amable con Rafael, no habrían estado en malos términos. Pero Elco también era más joven que él, nunca se dirigió a Rafael con honoríficos ni con respeto. Por aquel entonces, era un plebeyo corriente, ya que no había sido nombrado caballero. Así que Rafael no podía soportar su comportamiento grosero.

Los dos se odiaban. Rafael no era de los que se pasaban de la raya, así que no se confabuló contra Elco ni le pidió a Alfonso que lo echara del grupo, pero se negó a hablar con él porque era un maleducado y no conocía su posición.

—...

Pero el Elco que vio después de mucho tiempo estaba totalmente desanimado. El único orgullo de Elco provenía de la esgrima. Pero ahora, sólo tenía un ojo y un brazo buenos, así que tuvo que renunciar a su espada para dedicarse al papeleo, del que apenas tenía conocimientos.

El señor Elco y Rafael no habían interactuado en los últimos años, por lo que torpemente usaban honoríficos y se trataban con respeto. Esto hizo que Rafael se sintiera extraño.

—¿Tienes idea de cuándo volverá Su Alteza...? —preguntó Rafael.

—Parece que hay una batalla en marcha.

Al principio, todo el cuartel general marchó a combatir a los enemigos que aparecieron cerca del campamento, pero los derrotaron sin esfuerzo.

—El Comandante es parte del grupo que se separó mientras corrían por sus vidas. Su Alteza está tras él —y el señor Elco añadió—: Siempre es así. Como ahora tenemos el cofre de guerra, sería mejor que renunciara como cazarrecompensas, pero...

Rafael transfirió las monedas de oro al señor Elco y vio que éste realizaba el trabajo con transparencia y perfección. Ambos contaron la cantidad total, y Elco indicó pulcramente el importe en el libro de contabilidad interno del ejército de Alfonso y ejecutó los pagos externos necesarios. Parecía muy aliviado de tener todos los pagos pendientes saldados.

Rafael pensó que el señor Elco era ahora un experto ama de llaves, pero no lo dijo en voz alta por si podía sonar grosero.

El señor Elco añadió—: Es realmente difícil conseguir un barco fiable de la península de Latgallin.

Había demasiados barcos piratas navegando hacia el Imperio Moro, y una vez que tuvieran la oportunidad de conseguir mucho dinero, incluso los barcos mercantes se convertían en barcos piratas.

—Por eso no pudimos volver a casa al principio.

Si el Príncipe Alfonso era tomado como rehén, costaría más que cualquier rehén del continente central liberarlo. Así que no fue fácil para Alfonso elegir un barco para regresar.

El barco de la compañía Bocanegro no era bueno para las batallas, pero al menos era digno de confianza mientras no se toparan con un barco pirata. Si ocultaban el hecho de que el Príncipe estaba a bordo y navegaban con sigilo y discreción, podrían volver a casa sanos y salvos.

Tras organizar sus pensamientos, Rafael preguntó bruscamente—: Su Alteza no tiene intención de volver ahora, ¿verdad?

El señor Elco sonrió amargamente.

—Ahora no volverá. Tiene demasiadas bocas que alimentar.

Actualmente, 200 nuevos soldados se habían unido a la tripulación de Alfonso, y eran nobles o caballeros.

Si no lograban resultados visibles en esta guerra, no tenían adónde volver. No tenían tierras feudales ni títulos nobiliarios, así que se agolpaban para conseguir al menos un logro meritorio. La mayoría de ellos eran jóvenes nobles de rango inferior o jóvenes caballeros que buscaban triunfar por su cuenta.

—El Príncipe no volverá a menos que les permita conseguir algo —dijo Elco.

—Típico de Alfonso... —murmuró Rafael—. Pero admirable como monarca.

Rafael se sintió ligeramente aliviado.

—Es muy virtuoso —coincidió Elco—. Pero a mí, la mayor carga de trabajo me está matando —dejó escapar un profundo suspiro por su duro trabajo como administrador—. De todos modos, gracias a que has traído el dinero de la guerra, estamos muy aliviados. Pero es probable que Su Alteza añada más hombres —refunfuñó Elco.

—¡Pero si ya hay muchos! —dijo Rafael con incredulidad.

—Sí, hay algunos hombres talentosos que él persigue... Y muchos que no pudo aceptar debido a la escasez financiera, a pesar de que quería que entraran —El señor Elco añadió—: Por eso siempre discute con el señor Manfredi. Manfredi le sugirió que aceptara a los hombres en función de su competencia, pero Su Alteza da prioridad a la gente que no tenían a dónde ir.

—Tsk tsk —chasqueó la lengua Rafael. Eso era todo lo que necesitaba oír para comprender lo que estaba ocurriendo vívidamente—. Pero un ejército incompetente aumentará los riesgos de aniquilación en el campo de batalla. Debe elegir lo mejor de lo mejor.

—Probablemente porque cree en sí mismo. La gente llama al Príncipe Alfonso el "Caballero Indomable" —dijo Elco, sonando un poco emocionado.

—¿El "Caballero Indomable"?

—Ha realizado acciones meritorias en todas las guerras a las que ha ido. Ningún Comandante ha ganado todas las batallas entre los cruzados, no, en todo el Imperio Moro. No sólo gana las batallas fáciles, sino también las imposibles —el señor Elco añadió emocionado—: A veces, hay situaciones imposibles. Pero en esas ocasiones, se apodera del Comandante de la tropa enemiga.

—Es increíble —alabó Rafael con incredulidad.

—Parece inmortal. Solía estar orgulloso de mí mismo, pensando que era el más poderoso cuando se trataba de esgrima —se miró el brazo derecho con aire ligeramente sombrío—. Pero es irrisorio ahora que veo lo poderoso que es Su Alteza. Aunque tuviera dos brazos más, nunca vencería al Príncipe en términos de poder impertérrito.

El señor Elco no era un tipo hablador, pero mientras hablaban de Alfonso, no paraba de hablar como una madre orgullosa de su hijo. Su amor y respeto por Alfonso parecían ser lo más importante de su vida.

Rafael se levantó de su asiento. 

—Siento no haber podido saludar a Manfredi.

—¿Te vas a ir? —preguntó Elco.

—Como deseabas —bromeó Rafael, riendo—. Tengo que irme de todas formas, y ahora es mi oportunidad de hacerlo. Todavía tengo tiempo, así que almorzaré antes. A la hora de cenar, seguro que ya habremos avanzado bastante.

El señor Elco asintió con la cabeza. 

—Muy bien. ¿Tienes algo que decirle a Su Alteza?

—Oh, quiero que le entregues algo —dijo Rafael, sacando de su pecho un grueso sobre. Era una carta que Ariadne había enviado a Alfonso.

Durante los últimos tres días, la conciencia de Rafael le atormentó por no haber entregado la carta inmediatamente. Estaba siendo egoísta e injusto porque el diablo que llevaba dentro le decía que robara la carta para ganarse a Ariadne.

Rafael tuvo que admitir que aún elegiría a Ariadne antes que a su amigo. Y no podía dejarla ir sin luchar.

Pero era Ariadne quien debía decidir. Incluso si ganaba mintiendo, abriendo una brecha entre su amigo y la dama que amaba, y apuñalando a su amigo a sus espaldas, su victoria lo delataría en cualquier momento como un castillo de arena junto al mar. Después de tres días de agitados conflictos internos, ésa era la conclusión a la que había llegado Rafael.

Por eso pudo entregar de buen grado la carta de Ariadne a Alfonso. 

—Entrega esto a Su Alteza.

—¿Qué es esto?

—Es una carta.

Los ojos del señor Elco preguntaban de quién venía la carta. Rafael no pensó profundamente su respuesta.

Después de todo, Alfonso había confiado al señor Elco, su ayudante más cercano, la gestión del tesoro.

—La novia de Su Alteza envió la carta. Si le das la buena noticia, Alfonso probablemente correrá como un rayo desde la puerta principal del campamento hasta su tienda.

Después de entregar la carta, Rafael se sintió aliviado.

'Al menos hice lo correcto.'

Luchó con su demonio interior y ganó. Lograría la victoria, si fuera posible, mediante una contienda cara a cara.

Atrapado por sus pensamientos, Rafael no se dio cuenta del extraño brillo en los ojos del señor Elco.

—¿Estás hablando de Lady De Mare?

—Sí.

—Ya veo —el señor Elco recibió el grueso sobre—. Lo guardaré cuidadosamente y se lo entregaré a Su Alteza.

—Gracias.

—¿Algún otro favor que pedir?

Rafael se aclaró la garganta y dijo—: Por favor, dile a Alfonso que lo haga lo mejor posible y que yo le deseo buena salud y éxito en la guerra.

Rafael también daría lo mejor de sí en la batalla del amor, y por eso dijo que animaría sus logros militares y su salud en lugar de desearle buena suerte.

* * *

Aquella noche, después de que el señor Elco viera partir a Rafael de Baltazar y terminara sus tareas diarias, se sentó en la tienda y empezó a abrir la carta que Rafael le había entregado. Efectivamente, la carta era de Ariadne De Mare. Imprudentemente abrió la carta.

[Querida A,

Te echo de menos más que nunca.]

El señor Elco entrecerró el ojo bueno con disgusto. Hojeó el pergamino.

La chica escribió sobre lo desesperada que estaba por verle, lo preocupada que estaba, por qué le había transmitido 10.000 ducados, la situación actual en San Carlo y lo frustrada que estaba por no tener noticias suyas.

—Esa maldita moza —maldijo Elco con manos temblorosas—. ¡Cómo se atreve a intentar que Su Alteza vuelva a casa!

El señor Elco hizo parecer que "elegir lo mejor de lo mejor para su tropa" fue idea del señor Manfredi. Pero en realidad, él era el más firme defensor de eso.

Después de que señor Elco perdiera el ojo y el brazo, su único propósito en la vida fue convertir al príncipe Alfonso de Carlo en el mayor monarca del continente central.

Y quería que fuera un rey etrusco de gran renombre honrado por todo el continente central, no, por todo el mundo, incluido en el Imperio Moro. Deseaba que Su Alteza desarrollara un poderoso reino en Etrusco para acabar con la escoria gallicana.

Y ser Rey no era la mejor opción. Si Alfonso lograba la victoria en la Guerra Santa y se apoderaba del territorio de Jesarche, tenía muchas posibilidades de convertirse en Emperador.

Por supuesto, el Comandante Supremo Juldenburg era el candidato más fuerte, pero el Príncipe Alfonso era el segundo en términos de nobleza de sangre. Además, los logros militares de Alfonso eran cada día mayores.

Podría utilizar 10.000 ducados para desarrollar su ejército hasta un tamaño incomparable en el futuro. Su tropa dejaría de ser una fuerza destacada y ascendería con orgullo a la punta de lanza del ejército. Puede que no llegaran a formar parte del ejército central, pero se situarían en el ala izquierda o en el anillo.

—Esta vez no te saldrás con la tuya, bruja de cara bonita —juró Elco, rechinando los dientes por la hostilidad hacia Ariadne.

Ya antes había seducido al Príncipe Alfonso y le había llevado a una situación de vida o muerte. Por aquel entonces, el señor Elco tuvo que sacrificar su ojo izquierdo y su brazo derecho para salvar al Príncipe.

Nunca más caería en sus brujerías. Sus encantos sexuales le quitaban la razón. Ella era malvada, y él no caería en su malicia esta vez.

Elco arrojó sin vacilar la carta de Ariadne al brasero ardiente que había frente a la tienda.

¡criip, rrip!

El pergamino fue consumido instantáneamente por el fuego y se convirtió en cenizas. Contempló largamente el fuego mientras éste engullía sus oraciones e iluminaba las cenizas.

Mientras el señor Elco miraba el fuego ardiente, se produjo un alboroto a la entrada de la tropa.

¡Rump!

¡Click, click!

El señor Elco dio un respingo de sorpresa y miró de dónde procedía el estruendo. Un grupo de hombres se acercaba en medio de la oscuridad.

—¿Cómo lo llevas, Elco?

—¡Otra victoria de nuestros poderosos soldados!

—¿Dónde está el invitado?

Los caballeros del Príncipe regresaron de la batalla. El señor Elco se frotó apresuradamente las manos en la cintura del pantalón por si quedaba algo de hollín.

—¿Dónde está Su Alteza? 

Lo primero que Elco necesitaba saber era dónde estaba Alfonso.

—Vendrá aquí inmediatamente después de pasar por la tienda del Comandante Supremo.

El señor Elco tenía que darse prisa porque aún tenía asuntos pendientes.

—Discúlpame un momento. Estaré en el interior...

—¡Oh, aquí viene Su Alteza! ¡Saluda antes de irte!

Llevando en el pecho su armadura gris, con más arañazos que antes, el príncipe Alfonso se dirigió lentamente hacia su tienda.

—Alteza, ¿ha terminado ya de avisar al Comandante Supremo? —el señor Elco apenas consiguió preguntar con una sonrisa forzada.

—Era demasiado tarde. Pasé por su tienda, pero parecía demasiado cansado. Así que le pregunté si quería que me presentara mañana por la mañana, y dijo que sí. ¿Dónde está Rafael?

La primera persona a la que Alfonso buscó fue Rafael.

El señor Elco respondió con calma—: Lo siento, Alteza. Rafael de Baltazar se fue hacia la hora de comer.

—Oh... —Alfonso parecía decepcionado—. Pero ni siquiera tuvimos una conversación decente...

Elco deseó que Alfonso se olvidara del asunto y cambiara de tema, pero el Príncipe preguntó.

—Elco, ¿Rafael no dejó nada para mí? Por ejemplo, una carta o algo.

El señor Elco ni se inmutó y contestó—: No, no había nada.

Alfonso parecía más decepcionado que nunca. 

—Oh...

—Pero me pidió que te dijera algo —dijo Elco.

—¿Qué?

—Esperaba que lo hicieras lo mejor posible y te deseaba la victoria en la guerra y buena salud.

Alfonso sonrió y dijo—: Qué amable.

Sin embargo, parecía un poco desanimado. Eran palabras amables, pero no las que él quería oír.

El señor Manfredi, que le había asistido hasta la tienda del Comandante Supremo, intervino—: Señor Elco, ¿y las cartas para Su Alteza? El Comandante Supremo nos dijo que había cartas para Su Alteza en la tienda.

—Oh, sí.

Eran las últimas palabras que el señor Elco quería oír. Se enfadó muchísimo con el señor Manfredi por sacar ese tema, pero apenas se contuvo y respondió fielmente—: Hay dos cartas.

Una carta era el documento probatorio sellado por la Santa Sede que Rafael entregó al Gran Duque de Juldenburg. El Gran Duque entregó tardíamente la carta a Alfonso.

Pero Elco aún no había comprobado el remitente de la otra carta.

'Estoy jodido si esa carta es de San Carlo…'

Al señor Elco le daría en la nuca si una segunda carta fuera de Ariadne de Mare y dijera algo así como: '¿Recibiste bien la carta que te envié a través de Rafael?'

—¿Por qué no te lavas primero...

—No, está bien —le interrumpió Alfonso—. Las leeré ahora. ¿Me las traes?

Elco sintió que le sudaban las palmas de las manos, pero no tenía excusa para negarse.

—Sí, Alteza —dijo de mala gana.

—No importa. Están dentro, ¿no? Entraré y las leeré yo mismo.

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