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SLR – Capítulo 204

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 204: Persona especial


Césare apareció en el salón del Palacio Pisano en quince minutos. Pero parecía desarreglado. Intentó vestirse lo más rápido que pudo, pero a Ariadne le pareció que estaba bastante desaliñado.


—¿Qué ha traído hasta aquí a mi dama debutante? —preguntó Césare, tratando de echarse hacia atrás con pulcritud su despeinada cabellera—. La última vez, me echaste sin piedad.


Ariadne sonrió levemente y dijo—: No pude evitarlo. Los rumores decían que nuestra nación estaba colapsando.


César frunció el ceño. Cuando tenía tiempo libre, Ariadne era la perfecta compañera de entrenamiento. Sus palabras punzantes pero ingeniosas le incendiaban el alma. Conocía a todas las damas nobles de la alta sociedad, pero nunca había visto una dama así.

Pero ahora mismo, cuando era uno de esos días malos, ella era la peor oponente. Estaba indefenso ante las pelotas que ella artuculaba, y dolía.


Frunciendo el ceño, preguntó: —¿Qué diablos están diciendo?


Esa era una pregunta muy importante para Césare en este momento.


Ariadne soltó un leve gemido. Otra vez un déjà vu. Ya había visto esa mirada antes. Y siempre que Césare ponía esa mirada, la situación jugaba en su contra. Sintió que el corazón se le hundía hasta los pies.


Siempre que se ponía así, le seguían una ira irracional y una terquedad ilógica. Y él la culpaba de todo. Ariadne sintió que su pasado la perseguía. Quería huir en ese instante.


Pero, de repente, miró hacia abajo y vio el radiante charco de luces en la punta de su dedo derecho.


—…


Quieres que ayude a Césare. No, quieres que proteja el feudo de Gaeta y eche a la tropa gallica, ¿verdad?


Como si lo hubieran entendido, el charco de luces parpadeó apasionadamente.


'Sí, debe ser eso. El poder que me envió atrás en el tiempo. El que me dio una segunda oportunidad de vivir mi vida de nuevo. Esa debe ser la invocación real para mí.'


Ver a Ariadne sumida en sus pensamientos puso nervioso a Césare. Su voz ansiosa irrumpió en sus pensamientos. 


—¿Qué dicen...? Dímelo.


Ariadne volvió rápidamente a la realidad.


'Si fuera el viejo Césare, habría gritado sin previo aviso. Pero eso no lo convierte en un hombre cambiado. Es sólo porque no somos tan cercanos todavía.'


Y volvió a decidir no acercarse tanto a él.


—No mucho. Sólo que las tropas gallicas no se retirarán de las fronteras nacionales —respondió.


A Ariadne se le ocurrió algo que no le provocara. Y trató de serenarse. Ella no estaba aquí para coquetear o jugar con él, estaba aquí por negocios. Y no mezclaría los negocios con el placer.


—¿Sigues buscando un lugar donde comprar grano? —preguntó.


—Oh, ¿has cambiado de opinión? —espetó cínicamente Césare—. Ya no. No tengo soldados a los que pagar.


—En tiempos revueltos, los soldados acudirán naturalmente a ti mientras tengas comida y dinero.


Ariadne lo dijo para consolarlo, pero no le pareció un gran consuelo. Pero ella no era de las que se dejaban convencer. Intentó animarle varias veces más, pero Césare seguía deprimido. Finalmente, cogió su vestido para marcharse.


—Si no lo necesitas, seguiré mi camino.


—No... Espera un minuto.


Como era de esperar, Césare la detuvo de inmediato. Pero parecía que no había organizado sus pensamientos y no sabía qué decir. Siempre hacía eso cuando estaba sobrecargado de pensamientos.


Ariadne suspiró, se levantó de su sitio y le apartó el pelo en forma de nido detrás de las orejas.


—¿Qué te preocupa tanto? —preguntó.


En ese momento, Césare miró a Ariadne con ojos asustados. Pero sus ojos azules como el agua no parecían apagados, sino como los de un niño que ha encontrado una tienda de golosinas en un lugar inesperado.


—Nunca supe que podías ser amigable... —dijo Césare asombrado.


Pero Ariadne ni siquiera esbozó una sonrisa y dijo—: Sólo quiero vender grano.


'Sólo hago negocios con mi cliente.'


Pero Césare parecía haber pensado que estaba bromeando. Estaba encantado y empezó a contarle sus verdaderos pensamientos.


—Creo que me estoy volviendo loco.


Estar recluido en la finca Pisano durante los últimos días masticó el alma de Césare. Como pez en el agua, derramó todo lo que llevaba dentro hacia Ariadne.


—Ya veo. Tienes pocos hombres pero una tarea imposible que requiere demasiado —se dio cuenta Ariadne.


—¡Eso es!


—Pero creo que te has equivocado de objetivo.


—¿Qué? ¿De qué estás hablando?


—No creo que seas tú a quien se le haya ocurrido esta descabellada idea. ¿Cómo podrías espantar a la caballería pesada gallicana con una fuerza militar tan pequeña?


—…


Ariadne tenía razón. Césare parpadeó y pensó por qué se encontraba en aquella situación.


—Madre…


Todo sucedió por culpa de la duquesa Rubina. Ella envió a Césare a la finca Pisano, a pesar de que lo estaba haciendo muy bien en la capital. Ella y su bocaza dijeron a todos en San Carlo que el Duque Pisano estaba a cargo de la defensa de las fronteras nacionales. Lo acorraló, diciendo que debía convertirse en el Comandante Supremo, que era responsable no sólo de defender la finca Pisano, sino todas las fronteras nacionales. Llegó incluso a obligar a Césare a hacerse responsable de todos los soldados nobles enviados por su culpa.


—Esa fuerza militar debería haber sido enviada a Gaeta —dijo Césare.


Ariadne asintió, complacida. La caballería pesada gallica amenazaba el Palacio de Gaeta, pero la finca Pisano era simplemente una región fronteriza. La codicia de la duquesa Rubina envió la fuerza militar a la zona equivocada.


—Pero no puedo decir que no recibiré a los soldados y los enviaré a todos a Gaeta. Tengo que hacer algo en algún momento, pero ¿qué? —preguntó Césare, turbado.


Ariadne adoptó un enfoque diferente. 


—Pero, ¿por qué crees que debes ocuparte de las responsabilidades y deberes que te impuso tu madre?


—Bueno... 


La voz de Césare se entrecortó.


Porque así era hasta ahora.


Como Césare se quedó mudo, Ariadne hizo la segunda pregunta—: ¿Eres feliz cuando tu madre está satisfecha?


—Por un momento…


—Entonces, tu felicidad no es duradera.


—Aunque tenga éxito, me espera una serie interminable de misiones.


—¿Qué te hace feliz?


Césare abrió la boca para responder, pero volvió a cerrarla. No se atrevía a contestar porque... sonaba demasiado estúpido.


'Cuando me aman…'

'Cuando alguien me da amor incondicional. Cuando alguien me mira con ojos llenos de amor y deleite.'


Desconcertado, se frotó la cara de arriba abajo. Por fin se dio cuenta de la razón de sus actos.


'¿Así que por eso... ¿Hice todo?'


Hasta ahora, los únicos que le daban amor incondicional eran amantes de una noche. Excepto ellas, nadie daba amor incondicional al hijo bastardo del Rey. La gente siempre quería algo a cambio de él. Eso también iba para su madre y su padre, no, el Rey.


Cuanto más alta era su posición y más guapo se volvía a medida que maduraba, más se agrandaba el vacío en su interior.


'Esa mujer probablemente se acerca a mí para ser la amante de la casa del Conde de Como, no por mí. Esa mujer sólo está enamorada de mi aspecto. Si envejezco y engordo, probablemente me descuidará como a un par de zapatos viejos.'


—...


'Soy feliz cuando me quieren.'


Era una frase corta, pero de alguna manera, no podía decirla en voz alta.


Normalmente, no desaprovecharía una oportunidad así y soltaría: "Así que, mi dama debutante, dame amor y hazme feliz", o sería más atrevido y diría: "Si me quieres, dame un beso."


Era una oportunidad de oro para flirtear con ella. Y podía usar su debilidad para ganarse su simpatía y su amor maternal. Siempre funcionaba.


Pero, por alguna razón, no se atrevía a decirlo, sobre todo delante de Ariadne. Era demasiado embarazoso.

Quizá porque le salía del corazón. Quería ser amado. Era demasiado cierto.


—…

Episodio-204-En-esta-vida-soy-la-reina

Césare parpadeó dos veces. Estaba llorando. No quería que ella lo viera, así que se apartó ligeramente, pero aquella mujer supo astutamente con su instinto animal que tenía lágrimas en los ojos y le tendió el pañuelo.


Cuando recibió el pañuelo, Césare no pudo contenerse y rompió a llorar. Tal vez por una mezcla de sentimientos de vergüenza por haber sido descubierto y de alivio por no tener que esconderse más.


Sob...


No se lo podía creer. Un hombre adulto llorando delante de una chica. No era propio de Césare, el playboy de la capital, flaquear así. Moriría si se supiera.


Se secó las lágrimas sin parar con el pañuelo durante largo rato. Una vez empapado el primer pañuelo, Ariadne le entregó el segundo en silencio.


Sólo cuando Césare utilizó el segundo pañuelo dejó de llorar. Se limpió la nariz y miró el pañuelo que tenía en la mano.


[Ari. D. Mare]


El primer pañuelo era liso, sin bordados, pero no debía de haber otro de repuesto aparte del primero. Porque el segundo pañuelo que Ariadne le entregó era privado. Las damas llevaban sus pañuelos privados bordados a todas partes.


Con los ojos hinchados, Césare resopló. Decidió hacer una broma, decir cualquier cosa y cambiar el ambiente, por favor.


—¿Es un regalo? Es un honor.


Las damas solían regalar sus pañuelos privados con las iniciales como muestra de amor.


Ariadne frunció el ceño y extendió la mano. 


—Devuélvemelo.


Césare se animó de verdad. 


—No tan rápido. Tú me lo diste, y es mío.


Ariadne estiró la mano e intentó cogerlo, pero Césare se echó rápidamente hacia atrás y la esquivó. Forcejearon temporalmente para hacerse con el pañuelo, pero al final, Césare agarró las muñecas de Ariadne con la mano derecha y se metió el pañuelo en la cintura del pantalón con la izquierda.


—¿Por qué no lo coges ahora? —la desafió Césare.


—...


Ariadne se sonrojó y miró hacia donde estaba el pañuelo, metido entre las piernas de Césare. Parecía avergonzada y enfadada. Pero Césare estaba muy entretenido con esta situación y estaba a punto de estallar en carcajadas.


—Lávalo y devuélvelo —le advirtió Ariadne.


Una vez que lo hiciera, ella lo quemaría.


—Si eres amable, lo haré —se burló Césare con una sonrisa divertida.


Ariadne vio que volvía a ser el mismo y suspiró.


Entonces lo instó.


—Ahora, hablemos de negocios.


—¿Negocios? ¿Qué negocios?


—¿Piensas enfrentarte a 16.000 soldados gallicos con 1.500 soldados?


—Oh…


En una fracción de segundo, Césare pareció deprimido.


—¿Y cómo piensas alimentar a 1.500 soldados? ¿Tienes suficientes existencias en el almacén? —insistió Ariadne.


No, en absoluto. Había una carga de trigo sin cosechar en los campos, pero en el palacio de la finca Pisano, hasta los ratones empezaron a morirse de hambre.


—Escucha con atención —dijo Ariadne.


Cogió al duque Pisano, que estaba hecho un lío con las lágrimas secas, le hizo sentarse frente al escritorio del salón y cogió una pluma y un pergamino.


Césare no podía imaginarse que estuviera recibiendo consejos militares o administrativos de una chica, que además era más joven. No sólo en la vida anterior, sino también en la pasada, aunque no recordaba su vida pasada, nunca le había ocurrido esto.


Una de las razones por las que no estaba contento con Ariadne, su prometida y Princesa Regente en funciones, era que le daba órdenes.


Ariadne sólo quería ayudar a su prometido, pero él pensó que intentaba ser mejor que él.


No entendía por qué intentaba sermonearle. Él sólo quería que ella lo amara incondicionalmente.


'Es obvio por qué es así, había pensado. Intenta cambiarme porque no soy lo bastante bueno para ella. No me quiere por lo que realmente soy.'

Aunque Césare no lo sabía, sus pensamientos podían provenir de su odio hacia la duquesa Rubina.

No podía soportarlo más y se obstinaba en insistir en que tenía razón, aunque Ariadne dijera lo correcto.


Y él se había resistido a todas sus propuestas porque no quería oírla decir: '¿Ves? ¿Qué te he dicho?' Empeoró lo suficiente como para que detestara que ella sacara a relucir cualquier asunto político.

Pero ahora, miraba las yemas de los dedos de Ariadne sin oponer resistencia.

—Sí, ama. Soy todo oídos —chasqueó Césare.

Ariadne lo fulminó con la mirada por su actitud poco seria. Pero incluso su mirada le pareció hermosa. Césare rió y la miró a los ojos.

Siempre la quiso porque era la joya más valiosa de la capital.

Pero, ¿era ella especial? No. No hasta ahora. Hasta ahora, era un mero objetivo. Si aparecía una dama más bella, brillante e ingeniosa, él perdería el interés en ella e iría a por el objetivo más valioso.

Pero ya no era así. Ahora, sentía un latido inexplicable en el corazón.

Ahora ella era especial para él a otro nivel. El duque Césare nunca se había sentido así en toda su vida.

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