SLR – Capítulo 197
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 197: La nueva espada del Rey
El Secretario General Albani del Refugio de Rambouillet siguió fielmente las exigencias de Ariadne.
Después del día en que se entregó el grano, el refugio cerró las puertas y dejó de aceptar visitas del exterior. Si alguien tenía fiebre o le dolían los músculos, se le aislaba y se ponía especial cuidado en su alimentación e higiene.
Y como era de esperar, al día siguiente de cerrar las puertas del refugio, apareció un paciente con fiebre alta. Habían pasado 24 horas desde que el paciente nº 1 sufrió fiebre alta y sintió un fuerte dolor en el ganglio linfático.
—Es la peste negra…
Ariadne recibió el mensaje a través de una carta a distancia. Soltó un profundo suspiro mezclado de preocupación y alivio. Aquel paciente era ahora un cadáver porque no había cura para la peste. Era el primer caso confirmado y habían evitado que se propagara, pero la pandemia había comenzado.
Escribió una respuesta rapidísima con un bolígrafo de pluma.
[El refugio de Rambouillet rara vez recibe visitas del exterior. La plaga se habría propagado inicialmente a través de un miembro del refugio recién incorporado o de un empleado.]
Sancha, de pie detrás de Ariadne, se lamentó—: Mi señora, así que usted está diciendo…
—Exacto... La muerte negra ya prevalecía dentro de los muros del castillo de San Carlo —dijo Ariadne.
El Refugio de Rambouillet, en la vida anterior de Ariadne, sirvió más o menos de blanco fácil. Era un blanco fácil para que los ciudadanos enfadados lo culparan como principal responsable de la pandemia urbana.
Ariadne se lo pensó un rato. 'Si estaba destinada a que la peste negra se extendiera por la ciudad, ¿no habría sido innecesario que ella participara en la cuarentena del refugio?'
Pero entonces, negó con la cabeza. Tenía que haber una razón para que la Regla de Oro la hubiera guiado hasta allí.
Y eso no era todo. Cuando Ariadne era Princesa Regente en su vida anterior, había estudiado medidas de mejora para el Refugio de Rambouillet. Independientemente del buen propósito que perseguía inicialmente el establecimiento del Refugio de Rambouillet, se había transformado en una prisión con moribundos.
Era como un vertedero urbano que recogía indigentes como bolsas de basura y sólo proporcionaba alimentos mínimos cuando había tanta gente. Periódicamente se propagaban todo tipo de enfermedades y se llevaban cadáveres. Cada vez que había una vacante en la horrible instalación, otro indigente ocupaba el lugar del muerto. Las calles de San Carlo se limpiaban y embellecían, mientras que los cadáveres se amontonaban continuamente en el Refugio de Rambouillet. Era una forma terrible de limpiar la ciudad.
'Si la madera se amontona, al menos podemos encender un fuego para calentarnos. Amontonar cadáveres innecesariamente no está bien. Qué maldad.'
Por supuesto, el pensamiento razonable de Ariadne, que tomó del Cardenal De Mare, impulsó aún más su sed de mejora estructural del refugio.
'¿Por qué los matan innecesariamente cuando podrían formar parte de la población en edad de trabajar? En esta vida, lo haré…'
El "Plan de Reforma del Refugio de Rambouillet" establecido por Ariadne en su vida anterior se había ido al garete tras fracasar en su intento de convertirse en Reina. Por supuesto, cada detalle de los planes de reforma estaba perfectamente organizado en el escritorio de la Princesa Regente en funciones, pero no esperaba que Isabella, la nueva Reina, hubiera aprobado sus planes, ya que ella misma había eliminado a su hermana.
Sumida en sus pensamientos, Ariadne terminó de escribir la carta y se la entregó a Sancha.
—Higieniza la carta con humo de artemisa y que Ana la lleve al refugio.
—Sí, señora.
—¿Cómo está nuestra gente en el edificio independiente?
—Afortunadamente, ninguno de los nuestros parece infectado.
Ariadne asintió, aliviada. Ella y Sancha también estaban bien, incluso después de su visita al refugio. Habían tenido suerte.
—Sigamos así y evitemos cruzarnos con los demás miembros de la casa el resto de la semana —la animó Ariadne.
—Suena muy bien —dijo Sancha.
—Diles a todos los de la casa que se abstengan de salir. Si no pueden evitarlo, diles que lleven toallas faciales cuando salgan.
—Haré lo que me diga, mi señora. No se preocupe.
Y mientras tanto, los precios no sólo del grano, sino también de la cera de abejas, el lino, la artemisa y otros materiales necesarios ante las epidemias se disparaban.
* * *
Ariadne predijo que la peste ya se habría apoderado de todo San Carlo, y tenía razón.
Tres días después, León III estaba desconcertado cuando le notificaron—: Estamos viendo pacientes en la capital con las axilas hinchadas y las manos y los pies que se vuelven negros.
—Me temo que así es, Majestad el Rey... —respondió el marqués Baltazar con la cintura educadamente inclinada.
—¿Cómo afrontamos esa situación? —exigió León III—. ¿Tenemos una cura?
—La plaga empezó a extenderse desde el sur y se dirigió hacia el norte. Los médicos están haciendo todo lo que pueden, pero nada funciona. Me temo que no hay cura…
—¡Ja!
La sangre se drenó de la cara de Leo III.
—¿Se ha extendido por todo el palacio real?
—No, Su Majestad. La plaga se está extendiendo principalmente en Campo De Speccia.
Campo De Speccia era un barrio mayoritariamente poblado por gitanos.
—¡Esos moros asquerosos!
León III maldijo al instante. Algunos habitantes de Campo De Speccia eran del Imperio Moro, pero la mayoría eran gitanos del continente central. Sin embargo , si se tenía en cuenta su lugar de nacimiento eran etruscos, pero compartían culturas y religiones diferentes y eran de razas distintas. Cuando ocurriat una situación como la actual, esas personas tienden a ser las primeras en convertirse en víctimas.
—¡Todo es porque esos sucios moros no se limpian! —gritó León III
El marqués Baltazar pensaba que la razón, si es que la había, por la que Campo De Speccia tenía tantos infectados era por los mercaderes de fuera, pero se calló ante León III. Aunque se tomara la molestia de corregir sus pensamientos, nada bueno saldría de ello. Lo mejor sería mantener la boca cerrada.
—Marqués Baltazar —lo llamó el Rey.
Lo único que hizo el marqués fue contestar—: Sí, Majestad.
—¡Echen a todos los extranjeros de la ciudad!
El marqués Baltazar bajó la cabeza para ocultar la expresión de su rostro. Lo sabía. Era tan propio de León III decir eso.
Aunque era inapropiado que un monarca y el padre del reino hiciera algo así, en realidad era la medida más común que habían tomado las ciudades locales azotadas por la peste negra.
—Esos asquerosos extranjeros deberían estar agradecidos de que les dejemos quedarse aquí como si fueran de la familia. Pero nos lo pagan así. ¡No son de ayuda! ¡Nunca lo han sido! —gritó León III.
—¿Qué estándares debemos aplicar para el destierro? —preguntó el marqués—. Los pacientes muestran todo tipo de síntomas, como piel negra, inflamación de la ingle y el ganglio axilar, tos y dolores musculares.
El marqués Baltazar recitó intencionadamente los síntomas por orden de gravedad relativa a modo de ejemplo. Temía que el Rey ordenara, "sano o no, echad a todos los extranjeros de la ciudad".
En San Carlo, algunas industrias sólo las ejercían los gitanos. Algunos eran adivinos, cuyo único objetivo era la diversión y el entretenimiento, pero otros se dedicaban a negocios esenciales, como tipos específicos de carnicería, alquimia y artesanía con cera de abejas. Si toda una industria quebraba, la ciudad se sumiría en un infierno económico.
León III cayó en la inofensiva trampa del marqués Baltazar.
—¡Sed muy estrictos! Si los ven toser, ¡expúlselos a patadas! —pero el Rey no olvidó añadir—: ¡Especialmente los extranjeros! —León III parecía furioso, pero en realidad estaba asustado. Miró al marqués Baltazar y le dijo—: Si la peste alcanza a las tropas reales, estamos muertos.
La división militar formada por la tropa de caballería pesada y la infantería de Gallico seguía negándose a abandonar la región de Gaeta. No, recientemente, estaban maniobrando activamente entre bastidores.
La división estableció un campamento militar en un puesto importante de la región de Gaeta, interceptó los alrededores, atacó a los campesinos y saqueó las cosechas. León III estaba preocupado por el príncipe Alfonso y sus tropas cautivas en Gallico, lo que le impidió protestar vehementemente.
Pero ahora, la situación había cambiado. El Príncipe Alfonso había escapado por su cuenta, y el pillaje de la tropa gallica había sido tolerable hasta hacía poco. Ahora, ya no se contenían, y las cosas se les estaban yendo de las manos.
León III pensaba enviar sus tropas para detener a la división militar de Gallico, pero el único buen ejército en pie en Etrusco era la tropa real de la capital. Si la tropa real de la capital era derrotada por la peste negra, la última esperanza y línea de defensa del reino se haría añicos.
El Conde Contarini estaba al tanto de los planes del Rey y cuidadosamente comenzó a preguntar—: Su Majestad el Rey, pero sobre los planes de enviar las tropas reales al norte-.
—¿Cómo esperas que saque la caballería de la capital en esta situación? —interrumpió León III, furioso.
—¿Y si la tropa de caballería se desplaza en grandes grupos y resulta infectada? ¿Quién se hará responsable de ello?
La razón médica de la peste en esta época era el "hedor". Los médicos pensaban que el olor a sudor de las mantas sucias y los apestosos y putrefactos cadáveres tras sufrir la peste negra eran atribuibles a la propagación de la enfermedad. Pero no estaban del todo equivocados. Las sudorosas e insalubres tiendas militares de las tropas proporcionaban un entorno óptimo para el brote de la peste negra.
Suspiro...
El Conde Baltazar se lamentó inconscientemente. Por ahora, el Rey no tenía intención de desplegar la tropa real de la capital. Eso significaba que la división militar de Gallico podía traspasar libre y continuamente las fronteras nacionales de Etrusco.
Era el momento de cosechar el trigo cultivado en primavera. La región meridional era tradicionalmente un granero, pero no se podía cosechar nada desde que la peste había desencadenado una pesadilla andante. Sólo quedaba la región norte, pero los campos de trigo estaban dominados por las tropas gallicas. Los precios del grano estaban por las nubes. ¿Quién sabía cuánto subirían el próximo año? No había salida.
—Su Majestad el Rey, no podemos resolver esto únicamente a través de las tropas reales —comenzó el Conde Marques lentamente—. Necesitamos llamar a los soldados nobles.
León III miró al techo con cara de frustración.
El feudalismo era un tipo de sistema político que asignaba a los señores feudales locales la responsabilidad de la defensa nacional. Aunque el rey utilizaba las tropas proporcionadas por los señores feudales locales en la guerra, sólo podía emplear la fuerza militar durante un período de tiempo determinado. Una vez terminada la guerra, debía devolver las tropas a los señores feudales. Bajo la estructura del feudalismo, el poder real era débil, y el Rey siempre tenía que prestar atención a lo que pensaba la nobleza.
Pero León III único príncipe legítimo en términos de linaje y el único heredero al trono. Tenía un sólido poder soberano. No estaba contento con el sistema feudal.
'Esos bastardos. Cómo se atreven a darme órdenes.'
Sacó buen partido de los impuestos y de los desordenados asuntos sucesorios de las grandes casas nobiliarias para suprimir la autoridad de los señores locales. León III reinó durante mucho tiempo. Como la ropa que se moja bajo una lluvia ligera, León III fue quitando poco a poco el poder a los nobles hasta reducirlo a la mitad. Ahora, sólo un puñado de grandes nobles tenía autoridad para utilizar soldados.
Aunque León III se había esforzado al máximo en reducir la autoridad de los grandes nobles mientras reinó, prestó poca atención al refuerzo de las tropas centrales debido a la carga de los costes fijos.
Y ahora, estaba pagando por lo sus acciones. Aparte de las tropas reales de la capital, no existían tropas decentes en el Reino Etrusco.
—¿Quién... está disponible? —presionó el Conde Marques.
Ante eso, el Marqués Baltazar trató de responder lo más moderadamente posible—: Por ahora, una niña de trece años es la cabeza del Ducado de Harenae, que solía ser el arma más poderosa del Reino.
En realidad, el Duque de Harenae era el único gran noble que no podía venir aunque quisiera. El resto no vino porque no quiso. Los nobles con autoridad para reforzar rangos, aparte del Duque de Harenae -señores feudales locales con el cargo de duque, marqués o duque regente- podían venir pero no lo hacían.
Ningún hogar rechazó abiertamente al Rey, pero podían inventar una lista interminable de excusas. Podían decir que estaban enfermos, muy enfermos, demasiado viejos, invadidos por una plaga, etcétera.
—Su Majestad el Rey —dijo una voz suave y femenina cuando la puerta detrás del despacho del Rey se abrió suavemente. Esa puerta conectaba con el santuario interior del Rey.
La dama que abrió la puerta era la Duquesa Rubina. Los tres grandes subordinados se levantaron al instante y se inclinaron.
—Duquesa Pisano.
—Duquesa Pisano, ¿qué la trae por aquí?
—¿Qué te trae por aquí...?
Ni en sueños podría Rubina esperar semejante trato si la reina Margarita estuviera viva. Ahora desempeñaba el importante papel de señora de la casa real.
Una amante nunca se atrevería a visitar el despacho del Rey a través de su santuario interior, y la reina Margarita nunca hizo tal cosa, ya que evitaba involucrarse en política. Pero Rubina no conocía el miedo.
—Su Majestad el Rey, ¿qué le preocupa? —susurró Rubina, apretando su cuerpo contra la espalda de León III—. Tiene al Duque Pisano para ayudarle.
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