SLR – Capítulo 187
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 187: Sin saber nada
A principios de agosto, el Reino Etrusco dio la bienvenida a los nuevos miembros de la familia real, y había transcurrido aproximadamente un mes desde entonces. El otoño había llegado oficialmente al reino gallico, situado más al norte que el etrusco.
El príncipe Alfonso estaba atrapado en el Palacio de Montpellier, pero aún podía mirar por la ventana. Podía ver claramente que el otoño estaba en el aire.
—No puedo creerlo, pero en realidad incluso deseo que venga la señora Lariessa —chasqueó el señor Manfredi, apoyado en el marco de la ventana junto al príncipe Alfonso.
El palacio de Montpellier había tratado inicialmente al príncipe Alfonso como a un huésped distinguido, pero a partir de algún tiempo Alfonso fue tratado como un prisionero. Se añadieron más guardias, e incluso las abundantes y sabrosas comidas fueron degradándose en calidad y cantidad. Por ejemplo, las últimas comidas servidas al príncipe Alfonso y a sus diez caballeros afiliados se limitaron a sopa de maíz sin un solo trozo de pan. Por alguna extraña razón, las comidas se servían sólo en líquido.
—Tú sólo echas de menos la carne y el vino que trae, no te alegras de verla —le contestó Alfonso bromeando.
—¡Dios mío! ¿Cómo lo sabe?
Siempre que la Gran Duquesa Lariessa venía de visita, traía una cesta llena de queso, jamón y vino. Al señor Manfredi le reconfortaba emborracharse cada vez que se ausentaba del trabajo o del entrenamiento, y últimamente la Gran Duquesa Lariessa era su única esperanza para conseguir carne y vino.
—Bueno, cualquiera que venga con comida es un ángel. Me siento como un perro lamiendo comida de un cuenco cada vez que ella está aquí —dijo bromeando el señor Manfredi.
Estaba a punto de saltar al alféizar de la ventana y aullar como un perro. '¡Vino! ¡Dame vino! ¡Auuuuhh!'
El príncipe Alfonso soltó una risita. Sin Manfredi y sus bromas, Alfonso no lo habría soportado.
—¡Príncipe Alfonso! —gritó la Gran Duquesa Lariessa.
Hablando de Roma, Romeo se asoma.
En cuanto el señor Manfredi oyó su voz aguda, se levantó de un salto.
—¡Oh, no! ¡Mi dueña ha venido!
Manfredi corrió rápidamente al santuario interior conectado con la sección interna.
—¡Discúlpeme, Su Alteza!
—Oye, es tu dueña —protestó Alfonso—. Se supone que deberías mover la cola, no huir.
—Pero usted es el perro jefe, Alteza. El perro jefe se encarga de estas cosas. ¡Buena suerte! —espetó Manfredi.
Aunque a Manfredi le encantaba el vino, no soportaba a Lariessa. Al quedarse solo, Alfonso dejó escapar una sonrisa amarga y movió la cabeza de un lado a otro.
'¿Por qué tengo que ser el jefe? ¿Qué hice en mi vida anterior para merecer esto?'
Cuando el señor Manfredi se marchó, la Gran Duquesa Lariessa irrumpió con la barbilla en alto.
—¡Príncipe Alfonso! ¡He traído vino!
Era evidente que estaba muy orgullosa de sí misma. Su cara lo demostraba.
'¿Escuchó nuestra conversación?'
El príncipe Alfonso trató de ocultar que no se alegraba de verla. Se levantó del alféizar en el que estaba apoyado y señaló la mesa de invitados.
—Por favor, tome asiento, Gran Duquesa Lariessa —le ofreció Alfonso, educado como un caballero.
Pero Lariessa se negó a ocupar el asiento frente a Alfonso y se sentó a su lado. Últimamente, Lariessa siempre actuaba así.
Eso incomodó a Alfonso, que se apartó ligeramente de ella, pero ella ni se inmutó y dijo—: La cocinera del Palacio de Montpellier es ahora la cocinera jefe de mi casa. Pruébalo. Esto es foie gras.
N/T foi gras du jour: El foie gras o fuagrás, es un producto alimenticio del hígado hipertrofiado de un pato o ganso que ha sido especialmente sobrealimentado. El 90% es producido en Francia en la actualidad, se le considera un manjar. Los primeros vestigios de su fabricación se remontan a la época del antiguo Egipto, más de 3000 años antes de Cristo. Los egipcios habían observado la bulimia de ciertas aves antes de su migración y su capacidad natural para almacenar grasa en el hígado.
Estos días, Lariessa era inexorable en muchos sentidos. La visitaba siempre que quería y decía todo lo que se le venía a la cabeza sin tener en cuenta lo que pensaban los demás. Era porque sabía que el Príncipe Alfonso no estaba en condiciones de rechazarla, y Alfonso se sentía incómodo porque era consciente de ese hecho.
Levantó una cucharada de foie gras y la acercó a la boca del príncipe Alfonso. Alfonso giró ligeramente la cabeza para evitar que la cuchara entrara en su boca. Pero la Gran Duquesa Lariessa no se dio por vencida.
Poke.
La cuchara que extendió Lariessa pinchó la mejilla del Príncipe Alfonso. La cucharada de foie gras sazonado cayó sobre el muslo del Príncipe Alfonso.
Alfonso frunció temporalmente el ceño, pero la Gran Duquesa Lariessa soltó una risita despreocupada.
—Aw. Mira la cuchara clavándose en tu linda mejilla.
Lariessa fue la única que se alegró, y ahora levantó la servilleta e intentó limpiar la mancha de la comisura de los labios de Alfonso. Alfonso se limpió la mancha de la comisura de los labios con la mano izquierda antes de que la Gran Duquesa hiciera su movimiento.
—Mi señora —comenzó el príncipe Alfonso.
—Oh, vaya. Mira aquí —interrumpió Lariessa—. Tienes un poco en tu ropa.
Aunque Alfonso intentó detenerla, a Lariessa no le importó. Estiró una servilleta hacia el muslo interno de Alfonso. No era tan fácil esquivar el toque de Lariessa simplemente girando la cabeza. Lariessa acabó tocando la cara interna del muslo de Alfonso, y el Príncipe perdió el control y alzó la voz.
—¡Mi señora!
La voz del Príncipe debió de ser bastante alta, porque Lariessa miró a Alfonso sorprendida.
Pero en lugar de disculparse, le reprochó con voz próxima a las lágrimas—: Alteza, ¿acaba de levantarme la voz...?
—Mi señora, por favor no cruce la línea. ¡¿Cómo puede hacerme esto?! —Alfonso se sonrojó avergonzado.
Pero Lariessa no parecía arrepentida ni un poquito.
—¿Cómo puedo... hacerte esto? —en cambio, Lariessa culpó a Alfonso de haber sido duro con ella—. ¿Cómo puedes tú hacerme esto? Hoy te he traído foie gras. La última vez fue caviar, vino, queso gourmet…
—¡Es justo lo que estoy diciendo...! —el príncipe Alfonso perdió totalmente los estribos—. ¡Nunca te lo pedí!
Estaba en la naturaleza de Alfonso no herir nunca los sentimientos de los demás. Siendo el Príncipe legítimo, no sería de extrañar que se convirtiera en un mocoso arrogante, pero nació siendo una buena persona.
Intentaba contenerse si podía y, en lugar de ser directo, elegía cuidadosamente sus palabras para no herir los sentimientos de los demás. Básicamente, sentía simpatía por todo el mundo y veía lo bueno en todos.
Pero ni siquiera el príncipe Alfonso, que era generoso como un santo, pudo soportar al Gran Duquesa.
—¡Señora, me trata como si fuera un perro de compañía! —señaló Alfonso—. ¿Espera que mueva la cola sólo porque me ha dado comida?
En efecto, la Gran Duquesa Lariessa trataba al Príncipe Alfonso como si fuera su mascota. Le traía bocadillos para ganarse su favor, lo tocaba siempre que quería, lo "consentía" sin tener en cuenta sus sentimientos y lloriqueaba siempre que las cosas no salían como ella quería. 'Yo soy tu dueña y tú eres mi perrito', era su punto de vista.
—Te pedí que me respetaras desde el primer momento en que nos conocimos. ¡Y eso significa respeto por el Reino Etrusco, mi familia real y mis costumbres nacionales! ¡Ignoraste todo lo que te pedí, y ahora, ni siquiera me respetas como ser humano!
—...
—Incluso cuando estábamos en Etrusco, tu forma de actuar era un poco rara. Intenté comprenderte. Llegaste a mi país desde muy lejos, y yo tampoco estaba libre de culpa. ¡Pero nunca supe que fueras tan altiva hasta que llegué al Reino Gallico! Bueno, tengo que felicitarte por tus esfuerzos. Me sorprende lo mucho que te esforzaste por ocultar quién eras realmente en Etrusco.
Las manos de Lariessa temblaban salvajemente. Pretendía utilizar la servilleta para quitar la comida de la cintura de los pantalones de Alfonso, pero la servilleta estaba terriblemente hecha trizas.
—Traer unas rebanadas de pan no justifica tu comportamiento... —empezó Alfonso.
—Basta. No sabes nada…
Lariessa escupió entre dientes apretados.
—¡¡¡No sabes nada!!! —se le llenaron los ojos de lágrimas y su rostro pálido y seco enrojeció—. No desprecies las rebanadas de pan. Tu vida depende de ello.
Lariessa gritó, cogió la gran hogaza de pan de la cesta de mimbre y la sacudió en el aire. Las furiosas palabras de Lariessa confundieron a Alfonso. Una persona normal tendría una implicación significativa bajo las palabras.
Pero, de nuevo, Lariessa no era una dama ordinaria. Recientemente, después de conocerla mejor, no se sorprendería si ella dijera algo como: "Prefiero morir que renunciar a comidas sabrosas."
—¡Pero qué...! —replicó Alfonso, confuso.
Parecía que el Príncipe Alfonso no la creía. ¡No era justo!
Gran Duquesa Lariessa soltó la bomba—: ¡Se inyecta arsénico en tus comidas!
Alfonso parpadeó con sus ojos azul grisáceo parecidos a los de su madre.
—¿Arsénico?
—Sí, arsénico. La cosa que mató a tu madre! —chilló Lariessa—. ¡Una cantidad ínfima de arsénico en cada comida te matará poco a poco, y nadie lo sabrá! Si te mueres tres o cuatro años después, ¡probablemente se anunciará el motivo de tu muerte como muerte natural por debilidad!
El príncipe Alfonso parecía consternado.
—Entonces, la muerte de mi madre... ¿Es por eso que me trajeron aquí, también...?
Todo estaba tramado por el Reino Gallico, y todo se había ejecutado según planes predeterminados, desde el asesinato de la reina Margarita hasta llevar al príncipe Alfonso hasta Montpellier.
Pero había una cosa que Alfonso no entendía.
—¿Pero por qué yo...? ¿Por qué me perseguiría Gallico?
El reino etrusco y el reino gallico mantenían relaciones amistosas, y el rey gallico y el príncipe Alfonso eran primos. Para Filippo IV, sería mejor que el príncipe Alfonso ascendiera al trono. No había ninguna razón para eliminarlo.
Pero las palabras de Lariessa aguijonearon a Alfonso, que se sumió en la confusión.
—¡Pensó que eliminándote ascendería también al trono de Etrusco! Su Majestad Filippo IV le propuso matrimonio a Bianca de Harenae, ¡tu prima segunda!
Extrañamente, Lariessa sintió que se le levantaba el ánimo. No era descendiente de la familia real ni especialmente inteligente. En el ajedrez de la política, Lariessa podía ser un peón, pero no un jugador. Independientemente de las pequeñas charlas sobre nada en la alta sociedad, ella nunca ganó la ventaja por la cantidad de información que tenía. Y esto era especialmente cierto cuando su oponente era un miembro auténtico de la realeza como Alfonso.
El príncipe Alfonso era como la arena. Lariessa intentó desesperadamente atraparlo tanto en San Carlo como en Harenae, pero siempre se le escapaba de las manos. Era su ángel, pero ahora estaba sin alas, encerrado e indefenso ante ella.
Estaba tan segura de que era la única que podía sacarle de allí, cuidaba de Alfonso con un sentimiento de superioridad. Pero su ángel sin alas se atrevía a contestarle cuando debería estar dándole las gracias. Ella era la única que podía salvarlo. ¡Qué vergüenza!
Hoy, Lariessa estaba decidida a pisotear total y miserablemente a Alfonso para demostrarle quién mandaba. Siempre había tratado brutalmente a sus amigas y criadas, y su naturaleza cruel estaba despertando.
Cuando Lariessa soltó la bomba, Alfonso dijo con mirada desolada—: Padre... Padre... no dejaría que eso pasara.
—Ja, ja, ja. HA HA HA HA!
En ese momento, el rugido de risa burlona de Lariessa la hizo parecer la viva imagen de Filippo IV, aunque no eran tan parecidos. Pensándolo bien, parecía estar copiando a la princesa Auguste, a la que admiraba pero también odiaba a partes iguales.
—Alteza, eres demasiado inocente. ¿Nadie te lo dijo? ¡Tu padre te abandonó!
Los ojos del Príncipe Alfonso temblaron. Lariessa enderezó la espalda y miró a Alfonso directamente a los ojos, como si hubiera sido ella quien abandonó al Príncipe.
—¡Su Majestad León III, Rey del Reino Etrusco, envió una respuesta a nuestro Rey de Gallico! —continuó Lariessa—. ¡Accedió a que discutieran los detalles de su matrimonio con la princesa Bianca!
Alfonso se quedó estupefacto. Tenía los ojos desenfocados y los labios ligeramente entreabiertos.
No quería mucho a su padre ni estaba tan unido a él. No estaba tan unido a León III como a la reina Margarita, y su padre no era precisamente del tipo respetuoso.
Pero gracias a los cuidados de su madre, el Príncipe Alfonso no tuvo ocasión de enfrentarse directamente a su padre, por lo que el Príncipe confió y se apoyó en su padre como lo haría cualquier otro hijo.
Ni en sueños se imaginó que su padre lo abandonaría mientras estaba encerrado en el campo enemigo…
—Y hay más —la voz nasal de Lariessa resonó sin piedad en los oídos de Alfonso—. ¿Sabes lo que hizo tu padre?
'¿Hay más?' Por supuesto que Alfonso no lo sabía. El Príncipe no tenía nada que decir por respuesta. Lo único que hizo fue mirar al frente con la boca cerrada.
Esa no era la respuesta que Lariessa buscaba. Molesta, Lariessa pinchó más a Alfonso con palabras venenosas.
—¡Reconoció a tu hermano mayor como su hijo!
Ahora, Alfonso no tuvo más remedio que contestar. Pero lo único que salió de su boca fue una palabra—: ¿Qué...?
—¡El Conde Césare de Como es ahora Césare de Carlo! ¡Él es ahora el orgulloso sucesor al trono del Reino Etrusco!
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