SLR – Capítulo 180
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 180: Otra oportunidad
Mientras Ippólito le preguntaba por qué estaba en su casa, Rafael respondió a medias: —Ippólito De Mare. Veo que no tienes la menor idea de lo que pasa en tu casa.
Rafael era cariñoso y amable cuando estaba en el salón de Ariadne, pero ahora era un hombre totalmente distinto. Se burlaba frívolamente de Ippólito y le pinchaba la llaga como una aguja.
—¡¿Qué?! ¡Imbécil! —chilló Ippólito en un ataque de rabia.
Pero Rafael hurgó más en su llaga con las siguientes dolorosas palabras—: Futuro cabeza de familia o no, eres un plebeyo. Si es así, al menos deberías saber lo que pasa en tu casa.
—¡Idiota...!
Ippólito quería darle una paliza a aquel idiota, pero era un oponente más fuerte que su hermana y no se atrevía a levantar los puños. Observó el sable que colgaba de la cintura de Rafael.
Aunque Rafael de Baltazar era delgado, era rápido y tenía un control asombroso sobre su espada. Ippólito había tomado clases de esgrima con Rafael y había competido con él en competiciones juveniles, pero ni una sola vez le había derrotado.
'¡Debería comportarme ya que papá lo dijo...!'
Ippólito intentó justificar su cobardía cuando Rafael de Baltazar le asestó el golpe final.
—¿Qué asuntos exteriores tiene que hacer un plebeyo? Nada importante, diría yo. Mantente ocupado con las tareas domésticas.
—¡Asqueroso!
En ese momento, Ippólito perdió los estribos. Furioso, atacó a Rafael.
Pero cuando Ippólito se abalanzó sobre él a toda velocidad, lo único que hizo Rafael fue dar un paso a un lado mientras abrazaba los hombros de su hermana. Y eso fue todo lo que necesitó para esquivar el ataque de Ippólito.
Ippólito había corrido con todas sus fuerzas, pero no sólo no atacó a su oponente, sino que perdió el equilibrio y balanceó los brazos en el aire. Avergonzado, Ippólito se tocó la espada que llevaba en la cintura.
—¿Eso es un reto?
Rafael entornó los ojos riendo alegremente. Estaba realmente entretenido.
Ippólito no se atrevía a sacar la espada. Lo único que podía hacer era respirar pesada y airadamente con la mano en la empuñadura.
Pero Julia calmó las cosas.
—Rafael, vamos.
Julia sabía que ahora era el momento de irse mientras salvaba las caras de ambos hombres para evitar un derramamiento de sangre.
Julia tiró del brazo de su hermano y le dijo—: Es de mala educación armar jaleo aquí. Es la casa de nuestra amiga.
En cuanto oyó eso, Rafael pareció espabilarse y parpadeó con sus ojos rojos.
Rafael cambió de posición para una tregua, pero Ippólito, contento de haberse librado, le provocó de nuevo—: Bebé con ojos de conejo.
Antes de que su hermano volviera a perder los estribos, Julia fulminó levemente a Ippólito con la mirada y le advirtió—: Señor De Mare, recuerdo haberle visto en el baile.
Ippólito se estremeció y miró a Julia.
—No me gustaría que se perdiera el próximo baile. Rafael, vamos.
Lo que Julia quería decir era que Ippólito debía comportarse; de lo contrario, haría que su reputación cayera por los suelos. Ante eso, Ippólito se calló, y Rafael siguió obedientemente a su hermana.
Tras ser escoltada por el domestico hasta la puerta principal y subir al digno carruaje de la casa Baltazar, Julia sintió por fin que la tensión disminuía.
Suspirando, lo reprendió—: ¡Creía que habías controlado tu temperamento!
—¿De qué estás hablando?
—¡Ese maldito orgullo nomble! ¡Puagh! No eras así con Ari. Pero, ¿por qué buscar pelea?
Rafael era muy conocido -en cierto modo, notorio- por apoyar la nobleza y la superioridad de su clase social. Era hijo legítimo de un marqués muy reputado en la capital y el único sucesor, por lo que odiaba a muerte a los plebeyos en ascenso, a las personas con estudios superiores procedentes de casas nobles de rango inferior o a los comerciantes.
—La señora Ariadne es una excepción —dijo Rafael, pasándose la mano por el pelo plateado—. Y ha demostrado su valía.
Ariadne había demostrado estar más que cualificada al enfrentarse directamente con el Apóstol de Assereto en la capilla de San Ercole.
Rafael se enteró de la noticia en la residencia del Colegio de Teología de Padua. Después de repasar todos los credos y fundamentos que ella había reivindicado, quedó completamente asombrado. Después de repasar cada página de literatura apilada en su viejo escritorio de roble con una vela encendida, no podía creer que una chica de su edad hubiera podido recopilar datos tan avanzados y exquisitos.
Al principio, simplemente admiraba a la joven y talentosa gran erudita.
—Cada persona nace con una clase y se queda ahí, excepto algunos... Algunos están atrapados en la clase equivocada —insistió.
Pero al conocer a la chica en persona, no pudo evitar quedar maravillado. Se había imaginado un ratón de biblioteca antisocial, pero la chica "con el ojo de la verdad" era más animada e ingeniosa que cualquiera de los que conocía. Y se alegró de ver que era real y no una fantasía: una verdadera mortal que caminaba por la tierra.
—Siento que la persona que lo reconoce tiene la obligación de ayudarle a llegar a un mejor escenario para que pueda desarrollar sus habilidades adecuadamente.
No, en realidad, no tenía que enseñarle nada.
La mayoría de la gente de San Carlo comparaba a las jóvenes hermosas con las flores. Pero Rafael no podía imaginar ninguna flor con la que comparar a Ariadne.
Esta chica estaba demasiado llena de vida para ser vista como una flor. Se movía por voluntad propia, era astuta como un animal, pero pensaba como un humano. No necesitaba que él le mostrara el camino correcto porque ella podía hacerlo por sí misma.
Pero Rafael quería ser su primer descubridor. Era una mujer independiente que podía valerse por sí misma, pero se preguntaba hasta dónde podría llegar con un pequeño empujón suyo.
Pero una cosa que le molestaba era que el príncipe Alfonso, su amigo, estuviera locamente enamorado de ella.
'Puede que la conociera antes, pero es inútil si no actúa.'
Desde que el Príncipe fue al Reino de Gallico para la negociación del matrimonio, no podría nombrar a Ariadne como su Princesa. Eso significaba que la Gran Duquesa de Gallico sería la Reina... Y Ariadne De Mare podría ser su amante, pero era demasiado buena para ser solo una amante.
'Mejor ser la marquesa Baltazar.'
Eso era mejor que ser llamada la hija bastarda del Cardenal.
Su hermana seguía regañándole desde su lado, pero él no oía nada. Mirando por la ventanilla del carruaje, Rafael se quedó ensimismado.
Planeaba dedicarse al cuerpo religioso. Quería ser asistente de la Santa Sede y desviarse del mundo mortal para alcanzar una dimensión superior y meditar en el mundo espiritual. No tenía ninguna intención de vivir con los mortales y no tenía otro sueño más que ser sacerdote, el buscador de la verdad de Dios Celestial.
Hoy era el primer día en que otra oportunidad captaba su atención.
* * *
—Su Majestad el Rey, he traído el informe del comandante de la caballería pesada de Montpellier.
Filippo IV miró a su subordinado con ojos fríos.
—Dime.
—Informo que tres infanterías unidas y una tropa de caballería pesada han sido desplegadas adicionalmente en la frontera nacional de Gaeta.
El rostro pálido como el mármol de Filippo IV se tiñó de color. Estaba claramente impresionado.
—Ja, ja. ¡HA HA HAR!
Aplaudió alegremente.
—El tiempo ha llegado! ¡Ha llegado el momento de la venganza!
Auguste, que había colocado un lujoso taburete de terciopelo azul a los pies del trono del Rey, se unió a la diversión y se volvió hacia Filippo.
—Su Majestad la Reina Margarita seguro que es útil de muchas maneras.
A pesar del tono grosero de Auguste, Filippo no la reprendió en absoluto. En su lugar, dijo—: ¡Ja, ja, ja! Sí. ¡La tía, era tan filial! Ella se sacrificó ante esos malditos etruscos y arregló los cimientos para que Gallico venciera a la banda de rebeldes. Ahora, ¡sacrificó su vida y sentó las bases para que eliminemos a los etruscos en su totalidad!
Ambos resultaron ser malvados.
Los ojos de Filippo IV, astutos como una serpiente blanca, se doblaron en una sonrisa alegre.
—Bueno, no era su intención sacrificarse, pero acabó haciéndolo.
De pie junto a él, la princesa Auguste rió divertido.
—Vamos. Trae al Príncipe Alfonso del Reino Etrusco.
Filippo IV ni siquiera intentó ocultar su tono burlón esta vez.
—Empecemos la 'negociación'.
Ahora era el momento de ocuparse de los asuntos aplazados.
* * *
Parecía haber pasado años desde que el príncipe Alfonso fue convocado por Filippo IV. El rey gallico siempre había tratado de retrasar a toda costa una negociación en toda regla, pero esta vez se había puesto en contacto con él primero, y era la primera vez que se le decía a Alfonso que trajera consigo a los funcionarios de su reino.
Alfonso pensó que se estaba volviendo loco, encerrado en aquel lujoso alojamiento, que más bien parecía una cárcel. Aunque la convocatoria para que participaran en la conferencia de Gallico fue con poca antelación, Alfonso decidió no quejarse y hacer lo que le decían. Hacía tanto tiempo que no se sentaba a la mesa de negociaciones, que al menos quería intentarlo.
Seleccionó al Conde Marqués para que se encargara de los asuntos prácticos y al señor Bernardino para que se encargara de la mediación general y entró en la sala de conferencias de Filippo IV.
Tras pasar por la entrada de la sala de conferencias, el Príncipe Alfonso se sorprendió de la cantidad de participantes galos que había.
—Bienvenido, Príncipe Alfonso de Carlo.
El príncipe Alfonso sólo tenía dos funcionarios con él, pero Filippo IV, con una sonrisa que cruzaba su pálido rostro y los dedos cruzados, se sentó en el centro con la princesa Auguste a su lado. Ella se pegaba a él como el pegamento, y él tenía unos treinta subordinados de la corte sentados a su izquierda y a su derecha.
Filippo IV no se levantó cortésmente para saludar al príncipe etrusco, e incluso sus subordinados permanecieron en sus asientos mientras le saludaban.
Molesto, Alfonso apretó los dientes incluso antes de tomar asiento.
—Tanto tiempo sin vernos, Su Majestad Filippo IV. Por fin.
Alfonso se esforzó por reprimirse, pero no pudo evitar mostrar que estaba disgustado.
Filippo se rió y miró a Alfonso enfadado como si fuera un niño pequeño.
—Oye, no te enfades tanto. Todos los negocios van paso a paso.
El subordinado que estaba sentado a su lado entregó al rey un pergamino enrollado. Filippo hojeó una o dos páginas, miró el contenido y entregó el pergamino al propio Alfonso.
—Necesitábamos tiempo para discutir internamente los detalles de la negociación porque no teníamos ni idea de cómo exponerlos. Estas son las condiciones que pedimos.
El príncipe Alfonso hojeó el pergamino y comprobó la propuesta del reino de Gallico. Sus ojos se abrieron de par en par y las venas se le salieron del cuello. Su cara de niño frunció el ceño, presa del pánico.
Sintió un fuerte impulso de gritar, pero se contuvo a duras penas. Le pasó el pergamino al Conde Marques, que estaba sentado a su lado. Tras contemplar el rostro ensangrentado de Alfonso, el conde Marques se inquietó nerviosamente, cogió rápidamente el pergamino y leyó los detalles.
—¿Qué... él...?
El conde era un diplomático veterano, pero incluso a él se le escapó un gemido doloroso. El pergamino decía:
—Nosotros, el Reino de Gallico, estamos desconsolados por la princesa Margarita de Briand, nuestra bien criada y querida Alteza real legal. dijo el propio Filippo IV. —Su vida podría haber sido salvada. ¡¿Pero cómo se atreve una simple amante del Rey Etrusco a envenenarla?!
El rey gallico no parecía en absoluto apenado. Seguía llevando la máscara transparente, mostrando una exagerada expresión de pena. Era como si llevara una máscara de piangi que usan los actores cómicos.
N/T máscara de piangi: La máscara Piangi o máscara de la Comedia solía ser usada en l teatro de la antigua Grecia. Esta máscara de la Comedia tiene una expresión facial de la alegría del ser humano. Esta máscara es exactamente de lo que trata el teatro, el retrato de las emociones humanas. Tiene una hermana gemela llamada "ride" que expresa totalmente lo contrario y conserva una expresión de llanto.
—La princesa Margarita de Briand gozaba de gran reputación por sus virtudes femeninas. Era una princesa real querida y bien criada en Gallico. Pero fue asesinada tan miserablemente... Esto es completa y totalmente culpa del Reino Etrusco.
Filippo expresó con desvergüenza pero fluidez su fingido pesar ante el hijo biológico de la reina Margarita.
—Por eso exigimos al Reino Etrusco que anuncie oficialmente sus disculpas al Reino Galo... e indemnice con 500.000 ducados por los daños sufridos.
'¡¿500.000 ducados?!'
La dote que Gallico recibió del reino etrusco por el matrimonio de la reina Margarita fue de 100.000 ducados. El Gran Duque Juldenburg había dispuesto él mismo 150.000 ducados para enviar esta vez 35.000 soldados a Jesarche para un servicio de dos años. Pero andaba escaso de dinero y pidió una cantidad adicional de 150.000 en concepto de patrocinio a Filippo IV.
Pero eso no fue todo. En 1109, el suroeste del Reino de Salamanta casi había destruido el Reino de Gredo, pero la indemnización de guerra fue de sólo 250.000 ducados.
La indemnización que Gallico pedía a los etruscos era el doble de la que un país victorioso exigía a una nación conquistada.
PLOP. El pergamino que el príncipe Alfonso arrojó sobre la mesa cayó con un sonoro plop.
—La propuesta es totalmente inútil —dijo el príncipe Alfonso, apretándose los labios con obstinación. Miró fijamente a Filippo IV y añadió—: La madre de Etrusco falleció, pero ¿qué le hace pensar a Gallico que puede pedir una indemnización equivalente a las reparaciones de guerra? Veo que no tiene intención de negociar.
El príncipe Alfonso se levantó de su asiento, y el Conde Marques y el señor Bernardino le siguieron.
—Espera.
Se detuvieron al oír la voz grave y amenazadora de Filippo.
—Joven primo, me temo que olvidé decirte una cosita.
Alfonso salía a grandes zancadas, pero Filippo IV le hizo detenerse en seco.
—En las fronteras nacionales de tu amado país natal se alzan los 6.000 soldados de caballería pesada de Montpellier y unos 10.000 aguerridos soldados de a pie.
El príncipe Alfonso no podía moverse. Estaba en el centro de la sala de conferencias de Filippo IV, de espaldas a sus enemigos.
—Bastará un mensaje para que mis adorables y avezadas tropas dañen gravemente la tierra de tu hermosa nación.
Filippo IV dejó de hablar para escuchar lo que Alfonso tenía que decir, pero la voz burlona de la princesa Auguste resonó por toda la sala de conferencias alto y claro—: Entonces, nuestra querida Alteza, ¿está ahora dispuesta a participar en la "negociación"?
{getButton} $text={Capítulo anterior}
Me encanta esta historia! Muchas gracias por subirla.🤗🤗🤗🤗🤗
ResponderBorrar