SLR – Capítulo 165
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 165: Promesa para el futuro
Tras la marcha del príncipe Alfonso, Ariadne vivió con más diligencia que antes.
Se levantaba con brusquedad y se obligaba a comer sin importarle si tenía náuseas o no. Aunque lo vomitara todo, comer era más importante.
N/T: Es lo mismo cuando mi mamá me pide que compre perejil y le llevo cilantro. Igualito ;)
Cumplía su horario con precisión milimétrica. Controlaba su agenda diaria, participaba en todos los actos sociales oficiales y, en su tiempo libre, estudiaba.
Hace poco estudió la parte sobre Milagro y Maravilla en el libro de teología. La historia estaba destinada más al entretenimiento y a la historia no oficial que a los estudios académicos para ilustrar a los niños o a las personas menos cultas, por lo que la gente hablaba mal de ella. Pero Ariadne no lo leyó para adquirir conocimientos teológicos.
'¿Qué era el cúmulo de luz brillante que se posó en la punta de mis dedos?'
El brillante halo de luces que vio Ariadne se posó en el extremo de la punta de su dedo derecho, y no perdió del todo su brillo. Si fuera visible, los demás pensarían que Ariadne se había espolvoreado polvo de diamantes para pintarse las uñas. El brillo era sutil y tenue.
Pero nadie más que Ariadne podía ver ese resplandor.
—¿Una luz? Pero no hay diferencia entre su mano derecha y su mano izquierda, señora… —dijo Sancha, desconcertada.
Después de Sancha, enseñó la mano a sus otros allegados, como Anna y Guiseppe, el cura de la capilla de San Ercole -ni siquiera se molestó en preguntarle al cardenal De Mare, porque no tenía nada de devoto- e incluso a la hábil gitana de Campo De Spezia. Pero ni una sola persona vio el brillo de luces en la punta de sus dedos.
'Pero, ¿por qué se formó?'
No le dolía ni le incomodaba. Pero tenía la sensación de que sería útil para algo.
'¡Tal vez pueda curar cosas por arte de magia, ya que es blanca y chispeante!' pensó Ariadne y estiró la punta del dedo hacia el caballo herido del establo, pero no ocurrió nada. La chispa tampoco parecía hacerle amigable hacia un animal. Sólo consiguió que el caballo herido se enfadara más y que casi le pateara con la pata trasera.
Renunció a ser una princesa mágica y decidió pensar en este problema sin resolver más tarde.
'Mientras Alfonso esté fuera, haré lo que pueda.'
Él lucharía sus propias batallas, y ella lucharía las suyas mientras le esperaba. Cuando Ariadne volviera a encontrarse con Alfonso, estaba decidida a mostrarse confiada y preparada.
Ahora, era casi el momento de cosechar el trigo plantado el otoño pasado. Y la gran plaga estallaría a finales del verano.
Si tenía suerte, probablemente podría cosechar el trigo plantado esta primavera antes de la propagación de la epidemia, pero pensando de forma conservadora, el trigo cosechado esta primavera sería muy probablemente la última cosecha que San Carlo podría recoger intacta en los próximos dos años.
'Tengo que recoger todo el trigo posible.'
Ariadne llamó a Guiseppe, que acudió rápidamente y llamó a la puerta de su estudio.
—Pasa, Guiseppe. ¿Cómo vas con los almacenes que te pedí? —dijo Ariadne.
—El almacén de Vergatum puede almacenar unos 50.000 cántaros (aproximadamente 5.000 kilogramos). Hay otro almacén fuera del palacio de San Carlo con capacidad para 150.000 cántaros (unas 15.000 toneladas), pero el alquiler anual sólo cuesta 20 ducados (unos 20.000 dólares).
—¿Tenemos otras zonas candidatas? —preguntó Ariadne.
Guiseppe parecía haber pensado que Ariadne elegiría la primera opción porque parecía un poco sorprendido y vacilante. Pensó que la primera opción era mucho mejor que la segunda.
—He buscado un almacén en el palacio, pero si utilizamos éste, tendremos que dividir los artículos en dos. Uno almacena 30.000 cántaros, y el otro almacena unos 120.000 cántaros. Pero el alquiler de un almacén es muy caro, así que no estoy seguro de que sea una buena idea…
Ariadne arrugó la nariz ante la idea de dividir la mercancía en dos. Si había dos almacenes, sus empleados tendrían que dividirse en dos grupos para vigilar la cosecha en caso de emergencia.
Pero una ubicación fuera del castillo no era una opción. En cuanto estallara la peste negra, bastaría un mes para que el orden público fuera un caos, y la comida se convertiría en el artículo más valioso en todo San Carlo. Los alimentos almacenados en el depósito de las afueras se convertirían fácilmente en objetivo de los ladrones.
—¿Cuánto cuesta el alquiler? —preguntó Ariadne.
—El pequeño cuesta 80 ducados (unos 80.000 USD) al año, y el grande 130 ducados (unos 130.000 USD) al año…
—Vaya. Eso cuesta tanto como comprar una tienda —exclamó Ariadne.
—Y uno muy popular, además —Guiseppe se asombró de que su señora conociera el precio de mercado de las tiendas del centro comercial y se preguntó cómo lo sabía. Continuó informando—: El pequeño equivale al importe de una tienda, pero el grande es más parecido a una mansión. El primero es un almacén en el Centro Anima, y el segundo es un almacén en la mansión de un noble en Boca della Giano. No había un auténtico almacén a gran escala dentro de los límites del castillo de San Carlo.
Boca della Giano era una lujosa zona residencial para la gran nobleza, y la mansión De Mare estaba situada en esa zona. Estaba situada en lo alto, con suaves pendientes, y la zona residencial estaba llena de lujosas casas de la gran nobleza, por lo que la seguridad pública era fuerte. El Centro Anima era una concurrida zona comercial en pleno centro de San Carlo, junto al río Tivere.
—El pequeño almacén está situado justo al lado del río, lo que lo convierte en un lugar perfecto para cargar mercancías en los barcos. Por eso es tan costoso.
Guiseppe parecía apenado e inquieto por no haber podido encontrar un almacén apropiado con bajos alquileres como los de Campo De Spezia o Commune Nuova, pero para variar eran buenas noticias para Ariadne. El pequeño almacén que Guiseppe había descubierto era perfecto.
El almacén pequeño podía transportar rápidamente el grano por vía fluvial en caso de emergencia, y el almacén grande era perfecto para la defensa.
—Perfecto —dijo Ariadne.
—¿Se refiere al primero? —preguntó Guiseppe, desconcertado.
Ariadne soltó una carcajada ante su pregunta y respondió—: No, la segunda opción. Ve ahora y paga el importe del contrato. Y contrataré guardias para el almacén con la cantidad restante, así que por favor, encárgate de eso también.
—¿Debo traer personal de fuera, o alguno de los nuestros debe hacer de guardia? —preguntó Guiseppe.
Ariadne se lo pensó un segundo.
—Por ahora, sólo necesitamos el almacén durante dos años. Podemos contratar personal externo, pero la lealtad es imprescindible.
Después de que se destruyeran las órdenes públicas y los alimentos pasaran a ser más valiosos que el oro, todo acabaría en fracaso si el personal de seguridad robaba todo lo que había en el almacén.
—Firma el contrato de alquiler del almacén y ponme al corriente después de investigar a quién contratar —ordenó Ariadne.
—Sí, señora —respondió Guiseppe.
Tras despedir a Guiseppe, Ariadne empezó a devanarse los sesos. El almacén estaba preparado, y Guiseppe prepararía al personal. Sólo faltaba conseguir el oro para comprar trigo. Y Ariadne tenía que organizarlo ella misma.
—¿Dónde puedo conseguir todo ese dinero?
No tenía efectivo, así que tenía que pedirlo prestado. Necesitaba al menos 20.000 ducados (unos 20 millones de dólares), pero lo mejor serían 100.000 ducados (unos 100 millones de dólares).
Pero tenía una garantía: el Corazón del Mar Azul Profundo.
Podría conseguir al menos 24.000 ducados (aproximadamente 24 millones) y 40.000 ducados (aproximadamente 40 millones) como máximo. No, podría conseguir incluso más que eso.
Sin embargo, había una debilidad fatal del Corazón del Mar Azul Profundo, su llave tramposa.
'Si alguien llega a saber que usé eso como garantía, o si pierdo mis derechos de propiedad…'
León III no la dejaría de una pieza.
'Necesito un comerciante de confianza.'
Un acaudalado comerciante con el que estaba muy unida y podía prestarle mucho dinero era el barón Castiglione, padre de Camellia.
Pero, ¿podía confiar realmente en él?
—Tengo que intentarlo.
Ariadne se levantó de su asiento.
* * *
El príncipe Alfonso subía lentamente hacia el norte en su caballo blanco. Había pasado un día desde que partió hacia San Carlo.
'Ariadne. Al menos tuve la suerte de verla antes de irme.'
No tenía gracia, pero Alfonso bajó la cabeza y se rió un poco.
Cuando oyó su voz por primera vez, pensó que estaba oyendo cosas. Pero aún así, no pudo evitar mirar hacia atrás.
Pero no podía creer lo que veían sus ojos cuando la vio en lo alto de la muralla. Se sintió abrumado por una alegría incontrolable.
'Yo también le gusto…'
El gatillo del corazón de Alfonso se apretó en cuanto se dio cuenta de que Ariadne no le había dado completamente la espalda, de que su amor no era unilateral sino compartido. Fue como si hubieran estallado petardos en su mente.
Ariadne desde lejos no se había vestido adecuadamente, y su pelo estaba despeinado de tanto correr. Pero a Alfonso eso no le importaba.
En realidad, eso la hacía aún más encantadora. Ariadne siempre iba bien vestida y perfecta. Pensar en ella saliendo a primera hora de la mañana en pijama le daba pena, pero no podía evitar sonreír ante su lindura.
'Resolveré todo en un santiamén y regresaré a casa.'
El viaje de San Carlo a Montpellier en carruaje duraba aproximadamente un mes. Si lo hacían a caballo a toda velocidad, el plazo podía reducirse a dos semanas, pero tenían que atravesar las montañas Prinoyak en mitad del trayecto, por lo que esa opción era prácticamente imposible. Alfonso miraba al frente, frustrado por el viaje que tenía por delante.
—Alteza, ¿qué tal si descansamos aquí? —preguntó Bernardino, su ayudante.
—¿Ya?
—Este es el último pueblo por hoy. Si vamos más lejos, tendremos que dormir en la calle.
Alfonso asintió de mala gana.
El Príncipe no tenía muchos ayudantes. Nueve caballeros bajo su mando directo, su ayudante Bernardino, cincuenta tropas reales enviadas por el Rey, el Conde Marques, algunos sirvientes reales y porteadores eran todo.
"Será un viaje corto. No hace falta mucho equipaje." dijo León III con seguridad.
Finalmente, tomaron tres carruajes y llevaron poco equipaje. Pero Alfonso pensó que el Rey estaba siendo demasiado optimista.
'¿Podré volver tan rápido como mi padre cree?'
El Príncipe sacudió la cabeza para ahuyentar sus pensamientos. No había necesidad de llorar sobre la leche derramada. Tendría que ir a Gallico para ver qué pasaba.
—Su Alteza el Príncipe, parece preocupado.
Un robusto caballo moteado alcanzó al alto y apuesto caballo blanco de Alfonso.
—Señor Manfredi.
Después de que Rafael de Baltazar dejara de ser caballero del Príncipe, Antonio de Manfredi ejerció como jefe de los caballeros. Era el segundo hijo del conde Manfredi y procedía de una casa noble, pero su hermano mayor sería el cabeza de familia, por lo que el joven caballero decidió dedicarse al servicio militar.
—Haz las cosas ligeras. Cuanto más pienses en ello, más complicado te resultará. Déjate llevar —le aconsejó Antonio.
Alfonso rió ligeramente y agarró con fuerza las riendas.
—Tienes razón —admitió el Príncipe.
—Necesito que vuelva el señor Elco. O si no, no sé qué sería de mí.
Después de que el señor Elco fuera arrastrado al Reino Gallico, el señor Manfredi se vio sobrecargado con todo tipo de tareas que Elco solía hacer para Alfonso las 24 horas del día. Estava cerca de ser perezoso, pero de repente, se vio desbordado por una gran carga de trabajo.
—Estoy seguro de que nadie estará más desesperado por ver al señor Elco volver a casa sano y salvo que yo —dijo Antonio.
—Creía que no os llevabais tan bien —dijo Alfonso.
El señor Manfredi había nacido y crecido en un hogar noble y social, mientras que el señor Elco era de origen humilde y no del tipo social. Eran como el agua y el aceite.
—Cualquiera que pueda ayudarte con la gran carga de trabajo, no sólo por Ello sino incluso la pata de un gato —el señor Manfredi soltó una risita y añadió—: Bueno, él es una especie de gato asustadizo.
—Se lo ocultaré a Elco —dijo Alfonso.
—Gracias por su amabilidad, Su Alteza.
Manfredi hizo una pausa y añadió—: Aunque no soy exactamente su mejor amigo, llevamos años juntos.
—…
—Y... Realmente deseo que esté sano y salvo.
—Yo también… —coincidió Alfonso.
Con el corazón encogido, el príncipe Alfonso miró el camino que se dirigía a las montañas Prinoyak.
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