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SLR – Capítulo 156

 Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 156: La verdad oculta 


—¿Yo maté a la reina Margarita? ¿De qué estás hablando? —gritó la condesa Rubina, conmocionada—. Digamos que podría haber parecido sospechoso la última vez, pero ahora que la Reina está muerta... ¡¿Cómo podría haber matado a la Reina Margarita cuando me estaba pudriendo en esta maldita celda?!


—¿Conoces a un tipo llamado Strozzi? —preguntó Césare.


En cuanto oyó el nombre, la condesa Rubina pareció culpable durante una fracción de segundo. 


—¿Qué hay de Strozzi?


Césare suspiró con pesar. 'Así que mamá conocía de verdad a ese tipo. ¿Qué demonios hizo?'


—Madre. Tienes que decirme toda la verdad. Eso significa no mentir. Punto —presionó Césare


La condesa Rubina asintió nerviosamente.


—Strozzi es un mercader que suministraba especias al Palacio de la Reina. Estaban conectados a través de una relación de transacciones a largo plazo durante más de quince años. Nunca les causó problemas y era extremadamente digno de confianza.


La condesa Rubina también sabía bien que Strozzi guardaba responsablemente los secretos y las promesas, a diferencia de los mercaderes típicos.


—S-sí es cierto—tartamudeó Rubina—. ¿Y qué tiene que ver?


—Ayer, Strozzi entró en el Palacio de la Reina con el pretexto de proporcionar suministros, y de alguna manera, se le permitió entrar. Presumiblemente, Strozzi mató a Signora Carla, la dedicada doncella de la Reina, y envenenó a la Reina antes de huir. —le informó Césare.ñ


—¡¿Qué?!


La condesa Rubina se llevó un susto de muerte, ya que ella también estaba involucrada en asuntos deshonrosos con Strozzi.


—Ese tipo tuvo agallas para dejar su nombre en el libro de visitas —prosiguió Césare—. En cuanto la tropa real descubrió que la Reina había muerto, buscaron por todos los rincones para encontrar a Strozzi.


Strozzi era un proveedor de especias establecido desde hacía más de una década en San Carlo, pero todas su propiedades en la capital habían sido vendidas a precio de saldo hacía varias semanas. Y como para ridiculizar a la tropa real y su cierre de puertas tardío, Strozzi había abandonado San Carlo nada más salir del palacio real. Nadie supo después su paradero.


—Definitivamente hay un cerebro detrás de él. No puede cometer un crimen así por su cuenta y desvanecerse en el aire después. —afirmó Césare.


Había equipos de búsqueda por todo el país para atrapar a Strozzi, pero la capital tenía el orden público más alto. No tendrían ninguna posibilidad de capturar al criminal fuera de la capital.


—Y hay más —añadió Césare—. La Reina no fue apuñalada, fue envenenada. Y el veneno es…


—El mismo arsénico que el mío… —interrumpió Rubina.


La condesa Rubina apoyó la frente en los barrotes de hierro, como si estuviera a punto de rendirse. 


—Tiene que ser el mismo. Yo lo conseguí de Strozzi.


Césare gimió de agonía.


Luego añadió: 


—El resto lo dejaron en la taza junto al cadáver, como para resaltarlo y que lo detectaran. Y hay más noticias impactantes —el conde Césare sonaba extremadamente molesto mientras continuaba—: ¿Recuerdas la criada que trabajaba para ti? El que te delató.


—¡Sí, esa p**ra salvaje! —maldijo Rubina.



—Esa criada testificó que Strozzi y tú teníais una relación de transacción a largo plazo y que favorecías al tipo como si fuera tu mano derecha abnegada.


Rubina no pudo controlar su ira y sacudió los barrotes de hierro con furia.


—¡Eso no es verdad!


—Lo sé. Sé que no es verdad —aunque la situación era grave, Césare añadió en tono de broma—: Sé lo bien que cuidas a tus sirvientes y todo sobre tus amigos, aunque no son muchos. Strozzi no era tu dedicado subordinado. De lo contrario, habría oído hablar de él.


A la condesa Rubina le encantaba torturar a su hijo cotilleando sobre la gente de su entorno. Y si Césare se negaba a escuchar los cotilleos de la condesa Rubina sobre sus conocidos y sus malas palabras y quejas sobre León III a sus espaldas, ella perdía los estribos y se descontrolaba.


Lo quisiera o no, el conde Césare sabía todo sobre el círculo social de la condesa Rubina.


—¡Reclama una confrontación a tres bandas! —gritó Rubina—. ¡Ese tipo Strozzi no es mi dedicado seguidor!


—Desgraciadamente, eso es imposible. Después de que la criada testificara, se mordió la lengua y se suicidó —y añadió—: Envié enseguida a alguien a preguntar por la familia de la criada. Pero emigraron a otro lugar sin que nadie lo supiera.


—¿Qu-qué...? ¡No puede ser...!


Aunque a su madre le temblaban las manos de rabia, el conde Césare concluyó secamente: —Nos tendieron una trampa.

—Te lo dije desde el principio. Yo no la maté —se lamentó Rubina—. Por fin me crees.

—Bueno, madre, no eres precisamente de fiar. Lo siento. dijo Césare.

—¡Mocoso! ¡Cállate! —gritó Rubina.


Césare ignoró el arrebato de ira de su madre y se apretó la frente. 


—Alguien intentó echarte la culpa y te tendió una trampa desde el principio.


—¿Pero quién? ¿Por qué...? —se lamentaba Rubina.


—¿Cómo voy a saberlo? Tú eres quien debería saberlo. ¿Conoces a alguien que te guarde rencor? —replicó Césare.


Ante aquellas palabras, el rostro de la condesa Rubina se tornó sombrío. Se había ganado infinidad de rencores triviales de aquí y de allá, pero estaba segura de que no estaba en malos términos con la persona equivocada. La única enemiga abierta con una posición más alta que ella era la reina Margarita.


—No tengo ni idea. —balbuceó Rubina.


—Pero actuaste como si lo supieras todo. —se burló Césare.


—¡Mocoso desagradecido! ¡No sé cómo aguanto a un hijo como tú! —gritó Rubina.


Césare sintió como si la cabeza le fuera a estallar en cualquier momento. 


—Madre, ¿de qué te serviría gritarme insultos ahora?


—¡¿Qué?! ¡¿Cómo te atreves a contestarme?!—chilló Rubina.


—La única persona que puede salvarte ahora es "este bastardo desagradecido", así que deja de gritar. Mantén la calma. 


Dejó a su madre entre barrotes de hierro y le dio la espalda. Su capa ondeaba, haciendo volar polvo por todas partes en la habitación. No era propio de él vestir de forma desaliñada. Siempre vestía con las mejores ropas y bebía alcohol lujosos salones. La condesa Rubina tosió violentamente.


Cuando por fin dejó de toser, la condesa Rubina llamó a su hijo con voz lastimera: —Césare.


—¿Qué...? —respondió Césare de mala gana.


—Volverás pronto, ¿verdad? preguntó desesperada.


—No lo sé.


Sonaba irritado y cansado. Era como si quisiera ignorar y huir de sus problemas pero no pudiera llegar a hacerlo. Se alejó y la verja de hierro se cerró a sus espaldas.


¡Pum!


***


Alfonso de Carlo, único consanguíneo etrusco de la reina Margarita, se erguía como una estatua en el tanatorio de su madre, dispuesto en el Salón de Cristal del Palacio Carlo.


La reina Margarita ya no respiraba, y su piel estaba pálida y antinaturalmente rígida, pero aparte de eso, era como si estuviera en un sueño profundo y tranquilo. Estaba rodeada de lirios blancos, la flor nacional de su madre patria, y yacía en un hermoso ataúd de mármol.


Parecía que la reina Margarita tenía todos los honores y riquezas del mundo. Pero el príncipe Alfonso sabía mejor que nadie que la vida de su madre había sido infeliz. La reina Margarita había luchado toda su vida. Era una princesa lamentable que vivía una vida sin amor y agobiada por las obligaciones.


—Le ruego acepte mi más sentido pésame. —dijo compasivamente el marqués Chibaut.


—Marqués Chibaut, gracias por venir —dijo el Príncipe—. Madre también se habría alegrado de verle.


El Príncipe expresó palabras vacías de saludo durante casi cien veces. Hoy sólo podían entrar los parientes reales, condes, marqueses, duques y aristócratas de alto rango.


El Príncipe Alfonso tenía previsto permanecer en el tanatorio para saludar a los dolientes hasta hoy, pero se ausentaría mañana y pasado mañana, según el decoro de la corte.


Los visitantes tardíos o los aristócratas de rango inferior acudirían al tanatorio custodiados por administradores de la corte que no fueran línea directa de la familia real mañana y pasado mañana. Después, el féretro de la Reina sería trasladado a la capilla de San Ercole, donde el público en general expresaría su luto y condolencia durante dieciocho días, y el vigésimo primer día después de su muerte se celebraría la misa conmemorativa. Finalmente, la Reina sería enterrada en el "Santuario dei Reale Morti".


El Príncipe Alfonso tuvo que supervisar todo el proceso del funeral. Era el primer asunto público del que se encargaba de forma independiente en su vida. Y tenía que ser el funeral de su madre.


—Su Alteza el Príncipe, los planes de arreglo para el personal funerario se han completado. Tendría la amabilidad de comprobar...


—Lo comprobaré cuando disminuya el número de dolientes. 5intervino Alfonso.


—Pero, Alteza, hay que aprobar los planos para poder encargar el material correspondiente —explicó el subordinado—. Por favor, permítame volver más tarde.


Alfonso estaba demasiado ocupado para estar triste. El Príncipe respiró hondo y saludó al siguiente visitante. La cola era terriblemente larga. El Príncipe Alfonso sabía ahora vívidamente cuán interminable era el número de aristócratas de alto rango en San Carlo. Fue un día muy, muy largo para él.


* * *


—Así que, eso es lo que pasó...


A través de los datos recogidos del Cardenal De Mare y de los hermanos Baltazar, Ariadne pudo comprender a grandes rasgos la situación actual. Julia y Rafael de Baltazar se sentaron ahora en el salón de Ariadne para compartir conversaciones sobre lo que estaba ocurriendo.


—El asesino de Su Majestad la Reina no aparece por ninguna parte. —dijo Rafael.


—Será difícil atraparlo después de tanto tiempo, ¿verdad Rafael? —preguntó Julia.


—Si escapó del centro de San Carlo, será casi imposible, a menos que tengamos mucha suerte. —convino Rafael.


Julia no entendía por qué su hermano la había acompañado cuando era a su amiga a quien visitaba. Lo había traído a regañadientes porque su madre se había alegrado mucho de que por fin saliera de casa, pero Julia pensaba que era un equipaje de más. Pensaba que no era nadie, pero se sorprendió al ver que su hermano tenía una perspicacia considerablemente grande. Y se sintió orgullosa de ver que era capaz de mantener una conversación sin hacer el ridículo. Pero entonces se recordó a sí misma que en casa era un imbécil y le odió por ello.


—Y… —Rafael decidió sacar el tema—. Vine aquí yo mismo para entregar este mensaje, Ariadne.


La información era demasiado sensible para entregarla por escrito.


—¿De qué se trata? —preguntó Ariadne.


Julia frunció el ceño y miró a su hermano. Podría haberme pedido que le diera la información. 'Entonces, la habría transmitido sin que nadie más lo supiera. ¿Tiene problemas de confianza o algo conmigo?'

Pero Rafael no se dio cuenta de los pensamientos de su hermana, o tal vez simplemente no le importó, bajó la voz y continuó—: Este tipo acusado de asesinato en realidad no se llama 'Strozzi'. Es un nombre falso, y es un forastero que vino a establecerse en San Carlo hace más de quince años.


A Ariadne le brillaron los ojos de emoción y preguntó.


—¿De dónde es entonces?


—Eso aún no se ha confirmado —respondió Rafael—. Pero las últimas noticias dicen que parece haber venido del norte. Eso significa que su país de origen podría ser el Reino de Gallico, el Gran Ducado de Sternheim u otras pequeñas naciones vecinas. Dijeron que haría cualquier cosa para ocultar su origen.


El número de extranjeros residentes en Etrusco era similar al de galicanos y aseretanos, y rara vez había gente del Gran Ducado de Sternheim o de los ducados unidos del norte.


'Entonces lo más probable es que... sea un galicano.'


—Si llegas a saberlo, ¿puedes contármelo a mí también? —preguntó Ariadne.


—Claro que puedo, Ariadne. —respondió Rafael.


Sería una gran excusa para visitar la mansión De Mare. No había razón para que Rafael dijera que no.


—¿Cómo está el palacio real estos días?


La casa del marqués Baltazar era una de las más grandes familias nobles, por lo que pudieron expresar sus condolencias el primer día en que el féretro de la reina Margarita fue depositado en el salón. El marqués Baltazar se encargaba de la administración de la corte y de la asistencia a los asuntos internos, por lo que formaba parte del personal de la corte. Pero tras el repentino fallecimiento de la Reina, estaba sobrecargado de obligaciones y había acudido al despacho para cumplirlas. Así que Rafael, hijo del marqués Baltazar, participó en el luto oficial como representante de la familia.


—Todo ha sucedido muy rápido. Todo el mundo parece estar desbordado. La tropa real, con Su Majestad a la cabeza, se contenta con comprender la situación, y el príncipe Alfonso se encarga de todos los trámites funerarios. Y la condesa Rubina sigue encerrada… —informó Rafael.


En realidad, el Rey, ocupado en identificar la situación, estaba endulzando el hecho de que no le importaba mucho el funeral de su esposa. Ni siquiera asistió a su funeral como su marido el primer día.


Ariadne parecía preocupada. 


—Realmente espero que el criminal sea capturado.


—Estoy de acuerdo. —secundó Rafael.


—De verdad.


Ariadne guardó silencio unos segundos antes de mirar a Rafael como si tuviera algo que decir. Rafael se puso nervioso de repente y sintió que su cara se ponía roja como un tomate. Aunque no hacía mucho que la conocía, la Ariadne que él conocía nunca dudaba antes de hablar y siempre decía lo que se le pasaba por la cabeza. '¿Qué podía ser tan importante?'


—¿Tienes algo que decir? —preguntó Rafael, suplicando desesperadamente por dentro que su cara no se hubiera enrojecido. 'Mi maldito albinismo'. Tenía la piel fina, así que sus emociones siempre se revelaban transparentemente.


Ariadne consiguió por fin abrir la boca para hablar. 


—¿Cómo está... el Príncipe Alfonso?


—Ah.


Rafael sintió al instante que se le enfriaba la cara.


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