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SLR – Capítulo 146

 Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 146: La desesperación de la Gran Duquesa Lariessa, hecha añicos

La Gran Duquesa Lariessa llegó al Palacio del Príncipe en un santiamén, pero fue detenida con firmeza por el sirviente encargado de vigilar la entrada. 

—Mi señora, me temo que a Su Alteza no se le permite encontrarse con extraños.

—Pero dile que soy la Gran Duquesa Lariessa... —comenzó Lariessa.

Pero el sirviente cortó.

—Mi señora, me temo que esto no servirá. Su Alteza no está presente en el Palacio del Príncipe, así que no puedo notificarle lo que me has dicho.

—¿De qué estás hablando...? Tengo que encontrarlo. —espetó Lariessa.

La Gran Duquesa Lariessa tartamudeó en un marcado acento de gallico para presionar al criado, pero el señor Bernardino, ayudante del Príncipe, vino a rescatarlo. 

—Su Alteza está descansando en el Palacio de la Reina. Si quiere que le envíe su mensaje, haré lo que me ha dicho. Pero me temo que no debe esperar su respuesta.

'¡Por fin! ¡Alguien que me entiende!'

—¡Sólo necesito un segundo...! —suplicó Lariessa con una mirada desesperada.

Pero que Bernardino entendiera a gallico no significaba que Lariessa pudiera salirse con la suya. El señor Bernardino se mostró firme. 

—Su Alteza está pasando tiempo con su madre y rechaza cualquier encuentro con visitantes externos. Tenga en cuenta que los dos están teniendo tiempo de calidad.

—¡Pero tengo algo que preguntarle! —chilló Lariessa desesperadamente.

Sin embargo, Bernardino respondió con aire serio.

—Me temo que no, mi señora.

Lariessa no había terminado, pero el señor Bernardino se dio media vuelta.

—Buenas noches. 

Fueron sus últimas palabras.

—¡...!

No podía creerse este trato tan frío. Lariessa nunca había sido tratada así desde que pisó San Carlo. Esto la dejó sin aliento, y se esforzó por respirar.

Pero no podía rendirse y abandonar el país. El príncipe Alfonso la había malinterpretado y ella quería arreglar las cosas.

Tenía que tomar medidas adicionales. De lo contrario, el príncipe Alfonso la consideraría una mujer terrible durante toda su vida. Y que su amado hombre pensara en ella como una mujer así era lo que más temía Lariessa.

'Entonces, ¿está en el Palacio de la Reina...?'

La señora Carla siempre la había apoyado, y estaba en el Palacio de la Reina. Carla haría realidad su deseo a toda costa.

La Gran Duquesa Lariessa levantó los extremos de su vestido y casi echó a correr hacia el Palacio de la Reina.

'¡Si tan sólo pudiera ver a la señora Carla! ¡Si sólo la encontrara, podría reunirse con el Príncipe...!'

Mañana por la mañana, Lariessa estaría fuera de aquí. Necesitaba ver al Príncipe, rápido.

El extravagante arco de mármol se erguía a la entrada del Palacio de la Reina. Las enredaderas crecían hacia arriba, pues la primavera estaba en pleno apogeo. La Gran Duquesa Lariessa tuvo suerte de haber llegado al Palacio de la Reina en ese momento porque vio un rostro familiar: el de la doncella de la Reina Margarita.

—¡Traigan a la señora Carla!

La criada de la Reina se sobresaltó ante la repentina orden de la Gran Duquesa Lariessa. Hizo una cortés reverencia y se apresuró a entrar para traer a la señora Carla.

Las facciones blancas como la masa de la Gran Duquesa Lariessa se hundieron con alivio y tranquilidad en cuanto vio a una persona que supuso que estaba de su lado.

—¡Señora Carla...! —gritó Lariessa—. He oído que el Príncipe Alfonso está aquí —y añadió desesperada—: Necesito ver a Su Alteza. Sé que me dejará verle.

Pero algo no iba bien. Carla era siempre tan amable y positiva, pero ahora no era la de siempre. Lariessa se sintió abrumada por la ansiedad y estudió la expresión de la signora Carla. Carla era siempre tan amable, como una tía o una vecina de al lado, pero su rostro había cambiado sutilmente más allá de la expresión.

'¿Me está condenando al ostracismo...?'

Nota Traductora - ostracismo: Aislamiento al que se somete a una persona, generalmente por no resultar grata. 

—Su Alteza... actualmente se niega a reunirse con ningún extraño. —dijo Carla.

¡Pum!

La Gran Duquesa Lariessa sintió que el corazón se le hundía hasta los pies. El sutil cambio en la "expresión" de Carla no era más que una corazonada suya, pero sus palabras no eran una corazonada: estaba claro que Lariessa había sido rechazada.

La señora Carla siempre consideró a Lariessa como "parte de la familia real" y nunca la llamó forastera.

Lariessa olvidó su orgullo y suplicó entrecortadamente. Normalmente, se convertía en la persona más arrogante frente a sus subordinados, pero ahora, se sentía miserable por haber perdido a un amigo.

—Por favor, Carla. Por favor, al menos envía mi mensaje… Quiero verlo por última vez... No, no la última vez, pero... Dile que tengo que verlo. —suplicó Lariessa.

La señora Carla parecía preocupada y no pudo negarse de inmediato.

La señora Carla, que parecía preocupada, no pudo negarse de inmediato. Se remangó las mangas de su vestido, del que colgaba la Gran Duquesa Lariesa, y contestó de mala gana. 

—Le haré saber a Su Alteza lo que ha dicho, pero-.

—Eso es todo lo que quiero. —la cortó Lariessa.

Pensó que Alfonso se reuniría con ella. No había ninguna razón lógica para ello. Simplemente pensó que lo haría por alguna extraña razón.

La señora Carla desapareció en el interior del Palacio de la Reina para enviar el mensaje de Lariessa al Príncipe Alfonso, dejando al Gran Duquesa completamente solo. Olvidándose de su orgullo, Lariessa rodeó una y otra vez el pasillo de la corte y esperó lo que le pareció una eternidad. Habían pasado veinte minutos y ya no podía esperar más. Miró hacia la parte exterior del corredor, que estaba abierta en forma de arco.

Desde lejos, vio la sección en la que se encontraba el santuario interior de la reina Margarita y la aguja construida encima de ella.

N/T aguja: Un chapitel o aguja es un elemento arquitectónico propio del estilo gótico con forma alargada y en punta que se sitúa en la parte superior de una torre, campanario o iglesia a modo de remate.

—¡...!

Algo llamó su atención desde lo alto de la aguja. Un joven de hermoso cabello rubio dorado y piel perfecta estaba junto a la ventana. Apoyaba la barbilla en la mano y miraba por la ventana con una mirada kilométrica, como si estuviera contemplando el paisaje de toda la capital.

'¡Príncipe Alfonso!'

Lariessa inconscientemente agitó los brazos violentamente. Pero el príncipe de pelo rubio dorado ni siquiera miró en su dirección.

Esto desesperó a Lariessa, que no pudo evitar gritar.

—¡Alteza!

Una brisa levantó suavemente un mechón de pelo del Príncipe en el aire.

'La brisa llegó al Príncipe, pero ¿cómo es que mis llamadas desesperadas se quedaron cortas?'

Lariessa volvió a llamarle con impaciencia.

—¡Príncipe Alfonso!

Tal vez la oyó, o simplemente miró en su dirección para echarse el pelo hacia atrás, pero el Príncipe Alfonso giró la parte superior de su cuerpo exactamente en dirección al pasillo abierto donde se encontraba la Gran Duquesa Lariessa.

Lariessa estaba eufórica y agitó su mano derecha con todas sus fuerzas. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro blanco como la harina.

'Está claro que me vio. Nos miramos a los ojos.'

Esta vez, Lariessa tenía razón. El Príncipe Alfonso definitivamente había visto a la Gran Duquesa Lariessa.

Pero las facciones del Príncipe se volvieron frías -no, más bien de profundo odio y furia-, una mirada que Lariessa nunca había visto ni podía imaginar que Su Alteza pudiera lanzar. Entonces, le dio la espalda. La silueta del joven desapareció de la ventana de la aguja.

—No... No... —gimió Lariessa.

Aunque no podía ver con claridad la mirada del príncipe Alfonso, ya que la distancia entre ellos era demasiado grande, Lariessa sintió instintivamente 'odio' más allá del 'desprecio' de saliendo de sus ojos.

'No. No puede ser.'

Las piernas de Lariessa temblaban como locas, y a duras penas conseguía evitar que su cuerpo se cayera.

—Uh, mi señora.

En ese momento, oyó que Carla se aclaraba la garganta y la llamaba desde el pasillo interior. En realidad, hacía rato que Carla había llegado, pero probablemente se había callado porque la Gran Duquesa Lariessa había estado gritando. Lariessa sintió que la cara se le ponía roja.

—Señora Carla... —gritó.

Lariessa se recompuso sin pensar. ¿La señora Carla la vio ponerse furiosa? ¡Qué vergüenza!

Su última esperanza se desplomó al escuchar una frase de Carla.

—Su Alteza se niega a verte.

Las piernas de Lariessa cedieron y se dejó caer al suelo.

Normalmente, la señora Carla habría ayudado a Lariessa a levantarse. Habría hecho un escándalo, la habría ayudado a levantarse, le habría preguntado con simpatía cuál era el problema y habría intentado que se sintiera mejor. Pero la señora Carla se fue sin despedirse siquiera. En su lugar, las sirvientas generales salieron en tropel. Todas empezaron a ayudar a Lariessa. No era porque se preocuparan por ella, era para calmarla y devolverla a su alojamiento.

—¡Aléjense! ¡No pongan sus sucias manos sobre mí! —gritó Lariessa.

Aunque las criadas no entendían a gallico, eso no parecía importarles en absoluto, porque no tenían ninguna intención de acatar las órdenes de Lariessa. Las criadas no podían llegar al extremo de arrastrar a la Gran Duquesa Lariessa en contra de su voluntad, pero la rodeaban como altos muros para proteger a los demás de ver el berrinche que estaba montando.

Lariessa ladraba órdenes que no cumplían. Devastada, se desplomó en el suelo y lloró hasta que no le salieron más lágrimas. Por mucho que luchó, el alto muro de doncellas se negó a dejarla marchar. Ya no podía ver al príncipe Alfonso. Su última esperanza en la vida se había hecho añicos.

* * *

Al día siguiente, la Gran Duquesa Lariessa de Balloa, blanca como la masa, se vio casi obligada a subir al carruaje que partía de San Carlo.

—¡Suéltame! ¡¡SUÉLTAME!! ¡¡¡NO!!! —chilló.

—Que su señora tome algún tranquilizante recetado por el médico real.

La hierba recetada por el médico real fue la única razón por la que Lariessa abandonó tranquilamente la capital con el rostro pálido por el carruaje.

La familia real del Palacio Carlo mostró todo su decoro a la delegación de Gallico, pero no hubo fiesta oficial de despedida del Rey o la Reina.

Además, el Palacio Carlo trató al señor Elco como si fuera invisible, a pesar de haber sido enviado bajo custodia a un país extranjero. La familia real no lo trataba como a un prisionero, pero tampoco como a un caballero al que escoltaban a otro país.

El acto de despedida no fue oficial ni acogedor en modo alguno.

—...

Ariadne se situó en la torre más alta del Palacio de la Reina, junto a la reina Margarita, y observó a la delegación gala.

Se encontraba en la misma aguja en la que ayer estaba el príncipe Alfonso. Pero él no estaba con ella. Solo estaban presentes la reina Margarita, su mano derecha, la señora Carla, y la propia Ariadne.

—Ariadne De Mare. —llamó la reina Margarita con voz tranquila.

—Sí, Majestad la Reina. —respondió Ariadne.

—Tu objetivo número uno se ha cumplido. —dijo la Reina, mirando a la Gran Duquesa Lariessa, que se marchaba.

Ariadne se sintió un poco dolida, pero no dejó que se notara y respondió.

—Mi mayor objetivo es garantizar la seguridad de Su Majestad y Su Alteza.

La reina no respondió a las palabras de Ariadne.

En su lugar, añadió con voz tranquila.

—Ariadne.

—Sí, Majestad.

—Me gustaría que no vieras a mi hijo por el momento.

Ariadne respiró hondo. Había permanecido diez días en el Palacio de la Reina, tiempo suficiente para leer las intenciones de Su Majestad.

Permaneció en lo más profundo del Palacio de la Reina y fue bien tratada, pero nunca, ni siquiera por accidente, se encontró con el Príncipe Alfonso, a pesar de que él también estaba en el mismo lugar. Se dio cuenta de lo que la Reina tenía en mente y no le preguntó si podía reunirse con el Príncipe. No había necesidad de enfadar a la Reina cuando sólo era una visitante en su palacio.

Además, Ariadne necesitaba mantener una relación íntima con la reina Margarita durante un mes.

Con voz tranquila, Ariadne respondió.

—Entiendo lo que quiere decir, Majestad.

—Pero no por mucho tiempo. —intervino la señora Carla como excusa.

Carla parecía sentir pena por Ariadne después de todo lo que había hecho. Ariadne se dio cuenta de que Carla también era un ser humano con sentimientos.

—Tal vez dos o tres meses —añadió Carla—. Y el incidente estará casi olvidado.

Ariadne sonrió ampliamente, asintió con la cabeza y dijo:

—Entiendo perfectamente cómo se siente. Si yo estuviera en su lugar, habría hecho lo mismo Majestad.

En realidad, ni siquiera tenía que esperar dos o tres meses. Ariadne sólo tardaría un mes como mucho en ser la salvadora de la vida de la Reina. Si la Reina seguía sin permitirle ver al Príncipe después de eso, Ariadne fracasaría en su intento de casarse con Alfonso en esta vida.

—¿Pero estaría bien si en vez de eso me convocas a menudo a tu palacio?

En ese momento, la señora Carla miró a Ariadne como diciendo: "Ya basta. Que yo sea amable contigo no significa que tú puedas pasarte de la raya."

Pero Ariadne no se desanimó lo más mínimo. 

—Quiero demostrar lo útil que puedo serle a su hijo, Majestad. Y sólo puedo hacerlo si estoy siempre con vos —Ariadne miró a la reina Margarita y sonrió—. Por favor, piensa en ello como una recompensa por adelantado en caso de que mi plan funcione.

La reina Margarita se limitó a mirarla. Con cara de póquer, miró a la adolescente de pelo negro, que era unos cinco centímetros más baja que ella.

Ariadne era una chica tranquila, pero incluso ella empezó a ponerse nerviosa. Pero justo entonces, la reina Margarita esbozó una amplia sonrisa y respondió: 

—Trato hecho —entonces, tocó juguetonamente la frente de Ariadne con los dedos—. Sabía que eras atrevida desde el principio, pero realmente tienes nervios, ¿verdad?

Ariadne respondió con una amplia sonrisa. 

—La honestidad es uno de mis mejores puntos fuertes.

—Eres ridícula. —dijo la Reina riendo entre dientes.

La tensión en la torre se relajó rápidamente y se volvió alegre y amistoso.

—Muy bien, tienes mi promesa —prometió la Reina—. Te llamaré a menudo a partir de ahora.

Ariadne sonrió feliz.

No fue un mal comienzo.

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