SLR – Capítulo 134
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 134: El Carruaje Real
—¡No, por favor no, Gran duquesa Lariessa! —el Conde Revient se lanzó y agarró las piernas de Lariessa por debajo del vestid—. ¡Por favor, no firme eso! No puede!
—¡Suéltame! —gritó Lariessa, pateando bruscamente al conde, la punta de su tacón golpeando justo en la frente del Conde Revient.
El Conde Revient dejó escapar un doloroso gemido, pero Lariessa ni se inmutó y continuó descargando su furia contra él.
—¡Cállate, Revient! ¡No te atrevas a darme órdenes! Hice lo que me dijiste hasta ahora, ¡¿pero de qué me ha servido?!
La Gran Duquesa Lariessa apretó los dientes al recordar los consejos del Conde Revient cuando tuvo su primera pelea con el Príncipe Alfonso en el palacio secundario de Harenae.
—¡Revient, te lo dije! Te dije que "tal vez la actitud tibia del príncipe Alfonso hacia mí se deba a que está enamorado de otra mujer", ¡pero me diste el consejo terrible sobre el príncipe Alfonso, dijiste no es esa clase de hombre, y que debería centrarme en ganarme su favor!
Cuando Lariessa recordó otra vez que había sido humillada su ira estalló.
—¡Y yo fui tan estúpida como para confiar en ti y traté de ganarme el favor del Príncipe Alfonso! "Por favor, reúnete conmigo", "Por favor, préstame atención", "¡Por favor, pasea conmigo, príncipe Alfonso! Lo intenté todo... Todo...
Lariessa comenzó a gemir incontrolablemente.
—Estoy segura de que se rió de mí a mis espaldas... Pensando que era una tonta... Una idiota...
La Gran Duquesa Lariessa recordaba ahora su miserable infancia. Era Susanne esto, Susanne aquello. Siempre era la segunda. Lariessa se hacía daño innecesariamente por los recuerdos que no podía olvidar. Siempre la consideraron inferior a Susanne. Nunca fue lo suficientemente buena, pero la gente la consolaba diciéndole que era simpática. Las niñeras y las mujeres de la realeza decían ofensivamente:
"Susanne aprende rápido, pero Lariessa es un poco lenta. Pero eso es probablemente porque es más joven".
Sus palabras y miradas eran cristalinas, como si hubiera ocurrido ayer.
El Conde Revient rodó por el suelo, dejó escapar un gemido y se sujetó la cabeza con dolor. No estaba claro si escuchaba las palabras de la Gran Duquesa Lariessa.
En eso, el Duque Mireiyu puso la sonrisa más benévola en su rostro y puso la pluma mojada en tinta en la mano de Lariessa. La cara del Gran Ducal estaba llorosa y hecha un desastre.
—Adelante, mi señora. Ahora es la oportunidad de vengarse —instó el duque Mireiyu.
La Gran Duquesa Lariessa cerró los ojos con fuerza y firmó con su nombre el acuerdo que el Duque Mireiyu le extendió.
Ante eso, el Duque sonrió ampliamente y sopló la tinta para secarla. Incluso encontró el sello del Gran Ducal en el escritorio. Puso cera derretida en él y puso el sello en su mano.
—Ahora, vamos a sellarlo.
Bueno, Lariessa ya lo había firmado. No tenía ninguna razón para no sellarlo. Lariessa presionó con fuerza para confirmar el "acuerdo" que el Duque Mireiyu le tendía. Una amplia sonrisa cruzó el rostro del Duque, y enrolló el acuerdo firmado y sellado por Lariessa y se lo metió en el pecho.
—Cumpliré mi promesa —prometió el duque—. Y de paso lo haré enseguida. ¿Qué tal si lo hago hoy ya que esa moza está en el castillo?
Lariessa apretó con fuerza sus temblorosos labios y respondió—: Cuanto más rápido, mejor.
—¡Estupendo! Es usted una dama tan decidida. —la felicitó el Duque.
—Mantén tu promesa. —presionó Lariessa.
—Por supuesto, lo haré —le tranquilizó el Duque—. Le daré la buena noticia dentro de cuatro horas, mi señora.
El Duque Mireiyu dejó a la Gran Duquesa Lariessa y al Conde Revient, que seguía rodando por el suelo de dolor, y se alejó tranquilamente de la habitación de su señora. Ya tenía todo planeado en su mente para llevarlo a cabo.
—Duque Mireiyu, ¿cómo ha ido? —preguntó su fiel seguidor cuando el duque Mireiyu salió de la habitación del Gran Duque.
—Fantástico. —respondió el duque Mireiyu.
—¿Qué piensa hacer a partir de ahora? —preguntó su sirviente—. Puesto que ya se has asegurado la debilidad de la Gran Duquesa Lariessa, ¿se irá ahora?
—No. Algo debe ocurrirle a la segunda hija del Cardenal De Mare para que se produzca el escándalo de Gran Duquesa Lariessa —el duque Mireiyu sonrió insidiosamente y se lamió los labios—. Ya sabes cómo lo hacemos siempre en la residencia del duque Mireiyu. Esta vez no será diferente. Trae un carruaje real y un uniforme de un cochero.
Parecía que esto ocurría todo el tiempo, porque el criado preguntó al duque Mireiyu.
—¿A quién mando a hacer el trabajo?
—Soy un caballero que cumple sus promesas a las damas. Así que yo mismo haré el trabajo sucio. —afirmó el duque Mireiyu.
El sirviente parecía un poco nervioso y trató de impedírselo al Duque.
—Pero mi señor... Las tareas que realizamos antes eran muy sencillas... No eran serias, y las hacíamos por diversión. Pero estamos en un palacio real de otro Reino, y el objetivo es una figura demasiado importante como para manipularla imprudentemente. Si metemos la pata, causaremos un revuelo tremendo.
Ariadne era hija del Cardenal De Mare, pero también una mariposa social de San Carlo. También gozaba de gran reputación y se la consideraba devota. La gente llegó a apodarla como santa. Además, si causaban problemas en el Palacio Carlo, se convertiría en un asunto diplomático.
Pero el duque Mireiyu estaba bastante irritado por la meticulosidad de su subordinado.
—¡No nos pillarán! —gritó el duque—. Es sólo una pequeña adolescente y no podrá resistirse. ¿Por qué estás tan preocupado? No eres un hombre.
Ante eso, la subordinada del duque Mireiyu se encogió y miró al suelo. El duque esbozó una sonrisa diabólica y añadió—: Y una vez que una dama es acosada sexualmente, tendrá que guardárselo para sí.
—¿Perdón? ¿No pretendía atacarla con un cuchillo? —preguntó el subordinado
—Tsk,Tsk —chasqueó la lengua el duque—. Eres demasiado inocente. Lee el acuerdo. Dije que "asesinaría" o "realizaría un acto equivalente al asesinato". No hay ningún contenido que especifique cómo la dañaría.
—¡...!
—Todo lo que necesito es degradar su valor comercial en el mercado matrimonial. —continuó el duque Mireiyu—. Cómo lo haga depende de mí. ¿No estás de acuerdo?
* * *
El resto del baile transcurrió sin sobresaltos.
Cuando Alfonso regresó a su asiento tras la dulce cita con Ariadne, se dio cuenta de que la Gran Duquesa Lariessa había abandonado el baile sin decir palabra. Le notificaron que "no se encontraba bien" y que se había acostado temprano.
'Debe haber estado muy sorprendida después de que solté la bomba en el segundo vals.'
Alfonso se sintió un poco culpable, pero esto tenía que ocurrir tarde o temprano. Y pronto podría despedirse para siempre de la Gran Duquesa Lariessa. Independientemente de la culpa que le pesaba, el hecho de que Lariessa estuviera lejos le quitaba peso, haciéndole sentir libre y ligero como una pluma.
Ariadne también volvió a su asiento tras su aventura con Alfonso y fingió que no había pasado nada.
—¡Ariadne! —la llamó Rafael.
Una vez hubo vuelto a su asiento tras su baile con Julia, le notificaron que Ariadne había estado ausente durante un buen rato. Eso le hizo inquietarse con ansiedad, pero en cuanto la vio de vuelta, por fin dejó escapar un suspiro de alivio.
—Me has asustado, Ariadne. ¡¿Dónde estabas?!
—Salí un momento para encontrarme con el Espíritu de Narciso. —respondió Ariadne, sonriendo. El Espíritu de Narciso del baile de hoy sería sin duda Alfonso. Su hombre era, sin duda, atractivo y guapo, pero al mismo tiempo atrevido.
Rafael no tenía ni idea de lo que Ariadne estaba pensando y pareció sorprenderse por su actitud juguetona.
—Oí que bailaste un vals con el conde Césare en mi ausencia. Eres un alborotador. —dijo juguetonamente.
—¿Qué? No es para tanto. —dijo Ariadne bromeando. Estaba de muy buen humor y sonreía de oreja a oreja.
Desconcertado, Rafael recordó a Ariadne su deber.
—Ariadne, tu "amigo" no me dejará de una pieza por no haberte impedido bailar con el Conde Césare.
Ariadne entornó los ojos, sonrió y contestó.
—No hay por qué preocuparse por eso. Lo hablé con el señor Espíritu y me dijo que él también tenía la culpa, así que lo dejaría pasar.
Finalmente, Rafael se dio cuenta de lo que Ariadne estaba hablando y se acarició la cara avergonzado.
—Oh, no. Saqué un suspenso como pareja de baile.
—No pasa nada. Tus notas de la universidad no se verán afectadas. —dijo Ariadne.
Rafael agrandó los ojos y replicó.
—¿Cómo lo sabes? Nunca presumí de ellas.
—Por alguna razón sabía que eran buenas —dijo Ariadne, riendo. Entonces, cambió de tema—. Así que, quiero que...
* * *
—El tiempo vuela cuando nos divertimos. —dijo Rafael.
—Claro que sí. ¡Hoy me lo he pasado fantásticamente, señor de Baltazar!
—Llámame Rafael. —le corrigió Rafael.
Ariadne se dio cuenta de que se había equivocado, sacó ligeramente la lengua y se echó a reír.
Normalmente, los nobles se reunían en pequeños grupos de tres a cinco en los bailes y se iban de fiesta a otros bailes. Pero los bailes reales eran una excepción.
Los invitados presentaban sus respetos a la familia real de Carlo quedándose hasta el final del baile. En algunas ocasiones, se reunían después del baile, pero no iban a otro baile, sino que quedaban con sus amigos más íntimos para tomar una copa informal o dos. La mayoría de las veces, los caballeros se reunían en el salón para tomar una copa de alcohol, y las mujeres de la nobleza tomaban una copa de vino espumoso y se despedían poco después.
Rafael y Ariadne no estaban lo bastante unidos como para beber después del baile real, así que tuvieron que despedirse y separarse en cuanto terminó.
—Puedo acompañarte de camino a casa. —se ofreció Rafael.
—No he traído un carruaje aparte, así que si no me llevas a casa, me quedaré aquí atrapada. —dijo Ariadne.
—Ja, ja, ja. ¿Y si el carruaje real nos deja de lado y roban el mío? —bromeó Rafael.
—Entonces, tendremos que volver a casa andando. —bromeó Ariadne.
—Me parece bien. —dijo Rafael juguetonamente—. Estaré encantado de quedarme sin dormir acompañando a una bella señora a su casa. Es muy romántico.
—No, gracias —declinó Ariadne—. Mis zapatos me matarán.
Los dos charlaron informalmente mientras esperaban el carruaje real grabado con hojas de laurel y ciervos frente a la Sala de los Lirios Blancos. El carruaje real trabsportaba a los invitados cada cinco minutos.
La mayoría ya se habían marchado, por lo que quedaba poca gente frente al salón de baile. Una pareja que esperaba delante de ellos tomó el carruaje real y se dirigió hacia la rotonda, donde se alineaban los carruajes de cada casa. Ahora, eran casi los únicos que quedaban.
—Creo que ese es nuestro carruaje. —dijo Rafael.
—¡Oh! Eso fue rápido. —dijo Ariadne.
No había pasado mucho tiempo desde que la pareja que tenían delante había tomado el carruaje real. Ariadne ladeó la cabeza, preguntándose por qué se había roto el intervalo habitual de cinco minutos de la llegada ordenada de los carruajes reales.
—Rápido siempre es mejor. —dijo Rafael.
—Bueno, tienes razón. —convino Ariadne.
Los retrasos eran una molestia, así que cuanto más rápido, mejor.
El carruaje real grabado con hojas de laurel y ciervos se detuvo frente a Rafael y Ariadne. Rafael acompañó a Ariadne a subir al carruaje en primer lugar.
Pero cuando Rafael empezó a seguirla, el regordete jinete real le detuvo.
—Me dijeron que trajera sólo a la dama.
—¿Perdón? —replicó Rafael, desconcertado—. ¿Quién te ha dicho que lo hagas?
El viejo jinete del carruaje real iba vestido de uniforme. Miró al suelo y respondió en voz baja.
—Órdenes del futuro sol de San Carlo.
—Oh. —dijo Rafael. Miró a Ariadne—. El Espíritu de Narciso te está llamando —parecía muy apenado por despedirse y añadió—: Supongo que es justo que el Hada del Agua de Manantial vaya a reunirse con el Espíritu de Narciso.
Ariadne se avergonzó de que la llamaran así y rió torpemente.
—No me llames así.
Pero no dijo que rechazaría la invitación de Alfonso y se iría a casa con Rafael.
Rafael forzó una sonrisa y dijo con nostalgia.
—Supongo que mi deber como compañero de actuación ha terminado oficialmente por esta noche —Rafael de Baltazar sacó de su pecho la cajita de regalo—. Esta es mi Signora Opereta. Ábrela en casa.
Ariadne sonrió y recibió la caja de regalo.
—Muchas gracias. Gracias a ti, me lo pasé muy bien en el baile.
Rafael pensó que Ariadne estaba agradecida al Espíritu de Narciso en lugar de a él, pero se lo guardó para sí. En cambio, le besó el dorso de la mano enguantada para despedirse. Ariadne era la única que había subido a un carruaje descapotable.
—Genial. Llámame cuando necesites un compañero. —se ofreció Rafael.
—No puedo hacerte pasar por todas esas molestias. —declinó Ariadne.
—¿Problemas? No. Estaré más que encantado de ver cómo me tiendes la mano.
Ariadne respondió riendo.
—Me lo pensaré y te llamaré cuando te necesite.
Rafael sabía que había llegado el momento de despedirse.
—Que tengas un buen viaje a casa.
El carruaje real partió sólo con la dama del vestido azul, dejando atrás a su compañero frente al salón de baile. Empezó a correr por el camino de granito lleno de baches.
El viejo jinete se dio la vuelta y echó un vistazo al asiento trasero.
NO HACER PDFS. Tampoco hagas spoilers, por favor o tu comentario será eliminado. Si te gustó el capítulo déjanos tus impresiones para animarnos a subir más. No te olvides de seguirnos en Facebook.