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SLR – Capítulo 128

Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 128: Un secreto entre nosotros dos

Lariessa llevaba un vestido degradado, primero rojo, luego naranja y por último amarillo. De lejos, parecía un colorido tulipán de Apeldoon.

N/T tulipán Alpeldoon: Variedad de tulipán 'híbrido' nacido después de mezclar la variedad Darwin y Foster. Los Apeldoon tienen un tamaño más grande que el de otros tulipanes y una belleza especial. Puede haber de tres tipos: Dorado, Élite, belleza sobre Alperdoon y Rubor. Al juzgar por la descripción del vestido se refiere al belleza sobre Apeldoorn.

'Ari habría estado preciosa con ese vestido.'

Mientras lamentaba que su chica no pudiera llevar un vestido colorido, el Príncipe Alfonso puso su mano en la cintura de la Gran Duquesa Lariessa. Con la otra mano en el aire, empezaron a dar pasos de baile siguiendo el ritmo rápido del vals de San Carlo.

Cuando el príncipe y la gran duquesa iniciaron el primer baile, los demás jóvenes participantes empezaron a unirse a la pista.

—¿Por qué no os unís a ellos? —le instó el conde Bartolini.

Pero Isabella sonrió y se negó. 

—No, gracias. Me da vergüenza bailar el primer baile.

Eso era raro porque Isabella había sido la estrella del primer baile en todos los bailes. Mintió porque no quería que los demás la vieran bailando con alguien como Iyacoppo Atendolo.

Isabella obligó a su pareja a sentarse con ella como dos aguafiestas mientras observaba al príncipe etrusco que dirigía el baile como un caballero y a la dama extranjera que giraba al compás del rápido ritmo. Isabella estaba descontenta con todo en el mundo.

'¡Voy a salir pronto de este infierno!'

* * *

Isabella no era la única que miraba fijamente al príncipe Alfonso y a la gran ducal Lariessa. Ariadne también miraba desde un rincón del salón a su novio y a su candidata a esposa oficial.

Alfonso y Ariadne se prometieron actuar como si no se conocieran en los actos oficiales. Pero por suerte o por desgracia Alfonso era el único príncipe del reino Etrusco y el único que dirigía el primer baile en el baile real.

Alfonso recibió el único foco de atención de la multitud, así que por mucho que Ariadne le mirara fijamente, no era más que una parte más del público.

Pero para su acompañante, situado a su lado conocía todo el transfondo de la situación

—Lady Ariadne. —llamó Rafael.

—¿Sí?. —respondió Ariadne.

—Pareces incómoda —dijo Rafael con simpatía—. ¿Te encuentras bien? ¿Qué tal si salimos al balcón y tomamos un poco de aire fresco?

Rafael pretendía llevar a Ariadne a un lugar donde la escena del Príncipe Alfonso y la Gran Duquesa Lariessa cogidos de la mano y bailando quedara fuera de su vista.

Ariadne se tocó la cara pensando si había sido tan obvia.

—N-no gracias —tartamudeó Ariadne—. Estoy bien.

Rafael miró a Ariadne fijamente y volvió a preguntarle: —¿De verdad estás bien? No tienes que fingir que eres fuerte. Cualquiera en tu lugar se sentiría incómodo.

Omitió explicar la situación y fue breve, ya que había demasiados testigos alrededor, pero Ariadne se dio cuenta al instante de lo que quería decir. Cualquier chica se pondría furiosa al ver a su novio bailando con otra.

Pero negó con la cabeza. No quería admitirlo. Además, Alfonso le puso una condición para que no fuera sola al balcón o al jardín con él. El único príncipe del reino etrusco ni siquiera podía confiar en su amigo por ser varón.

—No, gracias. Lo hago porque lo necesito. No te preocupes por mí. —declinó Ariadne.

Rafael se rió, hizo una reverencia, extendió la mano izquierda y preguntó: —Entonces, ¿me permites que te acompañe en tu primer baile?

Ariadne no podía soportar más la visión de los dos bailando y pensó que bailar al menos conseguiría distraerla. La sala estaba iluminada con miles de velas, y un espejo que cubría toda la pared reflejaba las luces de las velas, proyectando un cálido resplandor amarillo sobre el rostro habitualmente pálido de Rafael.

Ariadne sonrió cortésmente y puso su mano derecha sobre la izquierda de él. Cumplió su promesa con Alfonso y se puso unos guantes más gruesos para el baile.

—Vamos, señora. 

Rafael condujo a Ariadne a algún lugar alrededor del centro de la pista de baile.

Le puso la mano en la cintura y ejecutó los pasos de baile al ritmo de la música.

—¿Está bien la velocidad? —preguntó para distraer a Ariadne y que no pensara en nada más. El vals de San Carlo requería pasos de baile considerablemente rápidos, pero Rafael parecía cómodo, como si hubiera nacido como un bailarín nato.

—Bailas muy bien. —felicitó Ariadne.

—Recibí un duro entrenamiento desde que era joven de mi abuela. —respondió, alzando los hombros con orgullo.

Al oír eso, Ariadne supo al instante de quién estaba hablando. Julia ya le había hablado de ella: era la anciana Madame de Baltazar.

Rafael era todo un conversador y fascinaba a Ariadne con sus historias. 

—Mi abuela solía ser una de las bailarinas estrella en los bailes, pero tuvo que permanecer en la finca del campo al deteriorarse su salud debido a la vejez. Supongo que se sentía sola. Nos llevaba a los tres hermanos al salón y nos hacía bailar el vals todo el día. Golpeaba la mesa y gritaba cada vez que fallábamos un paso.

La señora de Baltazar quería que su nieto enfermizo tomara el sol. Pero era diátesis y le salían sarpullidos cada vez que estaba bajo la luz del sol.

Como último recurso, hizo que sus tres nietos se reunieran en el salón y bailaran todo el día.

Ariadne los imaginó bailando en el salón y sonrió.

—Tu abuela debió de ser una mujer fuerte. Es bueno que los hermanos os llevéis tan bien.

—Nos llevábamos bien cuando mi hermano vivía. Entonces, siempre estábamos juntos. Pero ahora... Julia y yo nos peleamos cada vez que nos vemos.

'Espera a ver cómo me peleo con mi hermana, éso sí que es una pelea', era lo que Ariadne quería decir.

A duras penas consiguió tragarse las palabras y, en su lugar, esbozó una sonrisa sociable. 

—Hablas mucho de tu hermano.

—Por supuesto. Todas mis preocupaciones vienen de la ausencia de mi hermano mayor.

—Oh, parece ser que él era tu ancla emocional. 

—No, no. 

Las palabras que salieron de la boca de Rafael fueron completamente inesperadas.

—Era un idiota e inocente como un niño.

Rafael elogió sin parar a su difunto hermano Feliciano como un completo torpe, ingenuo e imprudente. Siempre metía la pata y era inocente como un niño pequeño. En apariencia, hablaba mal de él, pero Ariadne se daba cuenta de que en el fondo le quería de verdad.

Después de seguir hablando de lo estúpido que era Feliciano, Rafael añadió: 

—Pero aun así, quería que fuera el cabeza de mi familia. Por eso decidí ser clérigo a una edad temprana—Rafael explicó además—: Intenté convertirme un caballero, pero era demasiado débil para lograrlo.

Por lo general, en el reino Etrusco, el hijo mayor heredaba el título nobiliario y las tierras, y el segundo hijo mayor y los siguientes trabajaban como clérigos, soldados o comerciantes para ganarse la vida.

Pero ése era sólo el caso general. Cuando uno de los hermanos destacaba extraordinariamente sobre el resto, sería el heredero, aunque fuera el segundo hijo mayor. El pequeño Rafael era mejor que su hermano mayor en muchos aspectos, pero no quería tener privilegios sobre su hermano.

—La razón por la que quise ser clérigo no fue por mi ardiente pasión por nuestro Dios Celestial. —continuó Rafael—. Pensé que sería una buena carrera para ganarme la vida, por eso. Ya lo sabrías, pero cuanto más sabes de teología, más profunda es.

Continuó el apasionado discurso de Rafael, que no se titubeó ni una sola vez y bailó perfectamente.

—Nos dice dónde estaban los humanos antes de nacer y adónde van en la otra vida, si existe el pecado original, si Dios nos salva y, en caso afirmativo, cómo debemos vivir nuestras vidas. Son preguntas tan complicadas que no pueden responderse en el mundo de los mortales, pero la teología de la época intenta dar respuestas lógicas a estas cuestiones.

El camino más frecuentado por los jóvenes inteligentes era el de la teología. También era el camino que había tomado el cardenal De Mare cuando era joven.

—La teología mística debe ser eliminada. Los milagros, los poderes sobrenaturales, el culto a los fenómenos naturales ya no deben ser válidos. La civilización de la nueva era derribará tales cosas.

Ariadne se limitó a, sonreir en silencio. En apariencia, era una de las personas más devotas que servían al Dios Celestial y era la definición de la lógica y la razón. Pero ella había sido testigo con sus propios ojos de que existían milagros y poderes sobrenaturales, cosas que no podían ser explicadas por el jesarquismo. El mundo era demasiado complicado para ser explicado por la lógica.

—Ahora, realmente quiero dedicarme comprometerme con la iglesia. Ya he tomado la decisión de contribuir con mi vida a la investigación. En realidad, ya me gradué en el Colegio Seminario Mayor de Padua, pero mis padres no lo saben.

El Seminario Mayor de Padua era un instituto de enseñanza superior de teología. Tradicionalmente, para ser sacerdote había que ir al monasterio anexo a la capilla mayor desde joven y ayudar en las tareas a través de conocidos para aprender teología. Así fue como el cardenal De Mare creció hasta convertirse en sacerdote.

Pero al establecerse la Facultad de Teología en la Universidad de Padua, el Colegio del Seminario Mayor saltó como institución esencial en la última década y cultivó sacerdotes graduados de élite. Los hijos de nobles o los hijos ilegítimos de clérigos de alto rango tenían que aprender en el monasterio como desvalidos, pero a cambio eran recompensados con una costosa educación en el Colegio del Seminario Mayor.

Pero había algo raro. Ariadne preguntó: 

—¿Pero no te graduaste en la Escuela de Ciencias Militares de Padua?

Ippólito había asistido a la Escuela de Ciencias Militares de Padua, esa fue la razón por la que Ariadne decidió acercarse a Rafael en primer lugar.

—Eso es lo que piensan en mi casa casa. Fue muy duro emitir el boletín de notas de ciencias militares para que lo enviaran a mi casa... —dijo Rafael.

—¿Estás diciendo que falsificaste el boletín de notas? —preguntó Ariadne, escandalizada—. Pero tiene que sellarlo el decano del colegio, y el colegio tiene autoridad para enviarlo a casa.

'¿Tan fácil era falsificar el boletín de notas de la Escuela de Ciencias Militares de Padua?' Ariadne pensó que valdría la pena investigar las fechorías de Ippólito.

—No, no. Me especialicé tanto en teología como en ciencias militares. Casi me mata hacer las dos a la vez, ya que las asignaturas no tenían ninguna correlación. ¡Me sudaban las manos como locas cuando coincidían los horarios de las asignaturas obligatorias de cada especialidad!

—Oh... Una doble especialidad. Vaya, eso es increíble. —dijo Ariadne.

—No, no es nada espectacular —dijo Rafael humildemente—. Tú eres la que es asombrosa. Ni siquiera recibiste cursos regulares, ¡pero lograste derrotar al Apóstol de Assereto!

Ariadne se sintió un poco decepcionada y un poco asombrada a la vez. Le decepcionaba que hubiera pocas posibilidades de que Ippólito hubiera falsificado su boletín de notas, pero le sorprendió que el hombre que tenía delante hubiera conseguido hacer dos carreras.

Quería guardarse para sí su asombro y su conocimiento superficial, así que trató de disimularlo halagando a Rafael sin parar. 

—He tenido suerte. Hay todo tipo de libros sobre eso en casa. Entonces, ¿piensas unirte al 'Verum Quaeritis' de la Capilla de San Ercole?

'Verum Quaeritis' era un encuentro de investigación teológica dirigido por la capilla de San Ercole. Era demasiado avanzado para ser un pasatiempo, pero no podía hacerse como un trabajo a tiempo completo, ya que no se pagaba. El cardenal De Mare recomendó a Ariadne que se uniera, pero ella puso todo tipo de excusas para no ir. Sólo podían participar los nobles adinerados que tenían mucho dinero entre manos.

Pero Rafael negó con la cabeza. 

—No, no quiero hacerlo por diversión. Quiero dedicarme a la Iglesia en lugar de un grupo de afición.

Ariadne no entendió a qué se refería Rafael y preguntó: —¿Qué?

Rafael se sonrojó, y sus pestañas plateadas y sus ojos rojos brillaron mientras respondía: 

—He pasado la prueba para la ordenación. En cuanto reciba una carta de recomendación del sacerdote, seré admitido al instante como diácono.

Rafael estaba dejando caer la bomba de que abandonaría la sociedad laica y se haría sacerdote. Pero era el único hijo y sucesor de la casa del marqués Baltazar.

—Supongo que tu familia... no lo sabe. —dijo Ariadne con cuidado.

Claro que no lo sabrían. Era una pregunta estúpida, pero Ariadne estaba demasiado sorprendida para no hacerla.

—Claro que no. Si lo hubieran sabido, mis padres me matarían —Rafael rió alegremente—. No se lo dirás, ¿verdad? Será un secreto entre nosotros dos, ¿de acuerdo?

Alfonso había estipulado muchas condiciones, pero "no intercambies secretos con Rafael" no era una de ellas.

Además, una vez que Ariadne soltara está circunstancia a Julia u otro miembro de la familia del marqués Baltazar, se crearía el caos en la casa.

Ariadne ya estaba demasiado sobrecargada de problemas en su casa. No tenía ninguna intención de meter las narices en los asuntos de otras familias.

—Guardaré tu secreto. 

Ariadne ejecutó la última vuelta del vals y asintió con elegancia.

—Prométemelo. —dijo Rafael.

Estaban cogidos de la mano como parte del vals, y la mano izquierda de Rafael buscó a tientas el dedo meñique de ella y envolvió su dedo meñique contra el de ella.

—¡...!

El repentino toque sobresaltó a Ariadne. Mientras miraba sorprendida a Rafael de Baltazar con los ojos muy abiertos, la banda terminó la última nota del vals.

Bam. Bam.

Rafael dio un paso atrás como si nada y se inclinó elegantemente ante su compañera.

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