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SLR – Capítulo 123

 Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 123: Narrativa del pasado robado

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—¡Señor Ottavio!

—¡Lady Isabella!


Al verse en el comedor de la residencia del conde Bartolini, Isabella y Ottavio enloquecieron de alegría. Era como si fueran amantes que no se habían visto en años.


—¡Hacía tanto tiempo que no nos veíamos! No esperaba verte aquí. —exclamó Ottavio.

—Clemente me invitó. Hacía mucho tiempo que no veía a Clemente, pero recibí una carta suya... Es una amiga de verdad que ayuda a un amigo necesitado. —dijo Isabella.


Isabella miró de reojo a Clemente y entornó los ojos en una sonrisa. Al ver que sus 'amigas" le daban la espalda tras la propagación de los rumores, se dio cuenta de que ninguna dama estaría de su parte a menos que ella hiciera algo a cambio.


Antes de que su reputación cayera en picado, todas las damas nobles estaban desesperadas por ser amigas de Isabella De Mare, la dama con más talento y belleza de San Carlo. Pero ahora... Aunque era lo último que quería hacer, Isabella tenía que esforzarse por ganarse su amistad. Y los cumplidos y halagos eran imprescindibles.


El cumplido fue una agradable sorpresa para Clemente. Ya de mejor humor, le dijo: 


—Ottavio, ven aquí y siéntate. ¿Por qué estás solo? ¿Y tu amigo?

—Oh, él. No siempre llega a tiempo —refunfuñó Ottavio—. Vamos a comer primero. Vendrá cuando estemos a medio terminar.


Al oír eso, los ojos violetas de Isabella brillaron. '¿Era él...?'


Pero Isabella decidió mostrarse indiferente. No quería parecer tan desesperada. Antes de que todo esto sucediera, estaba perfectamente bien para ella revelar sus emociones. Pero ahora... Estaba caminando sobre una cuerda floja sobre hielo delgado. Y la dignidad y la elegancia provenían de la actitud.


En silencio, curvó los labios en una sonrisa y sumergió la punta de los dedos en el cuenco. Entonces, alguien llamó a la puerta del comedor.


Toc. Toc.


—El invitado ha llegado.


El domestico de la residencia del Conde Bartolini acompañó al invitado al comedor.

El invitado llevaba un sombrero de terciopelo adornado con las plumas de la cola de un martín pescador, un atuendo moderno y fresco, y guantes de piel de ciervo: era el conde Césare.


N/T: El martín pescador común o alción es una especie de ave coraciiforme de la familia Alcedinidae, que habita en lagos y ríos de Europa, África y Asia. Recibe su nombre porque es un pescador por excelencia. Desde una rama u otra superficie, se zambulle en los cuerpos de agua para atrapar a sus presas –principalmente peces y crustáceos- , las cuales golpea hasta matar para tragarlas completas.

Las plumas externas de la cola son blancas con manchas verdes conspicuas en vuelo.


Se quitó el sombrero y se lo puso en el pecho, dobló las rodillas y se inclinó con elegancia.


—Condesa Bartolini, es un honor ser invitado.


* * *


Nadie en el comedor lo sabía, pero ese día se plantó la semilla del romance entre el conde Césare y la condesa Bartolini.


—Un placer conocerle. Soy el Conde Césare.


Césare se inclinó cortésmente ante ella, y Clemente de Bartolini le respondió con una reverencia, pareciendo un pequeño pinscher en miniatura asustado.


—He oído de mi hermano que son buenos amigos... Es un placer conocerte también.


Hacía sólo tres años que Césare y Ottavio se habían hecho mejores amigos. Clemente de Contarini se había casado con el conde Bartolini hacía cuatro años y permanecía en su feudo desde entonces. No hacía mucho que había llegado a San Carlo con su marido siguiendo la orden de León III para que los terratenientes acudieran a la capital.


—Qué pena que exprese mis saludos tan tardíamente —dijo Césare con pesar—. Eres mucho más hermosa de lo que me habían dicho.

—Oh, me está elogiando demasiado... 


Clemente se sonrojó.


—Jajaja. Césare, no exageres. Clemente cree que lo dices en serio. —se burló Ottavio.

—¡Ottavio...! —balbuceó Clemente.


Isabella sintió que se había vuelto invisible. Nadie la invitó a participar en la conversación. Clemente era demasiado egoísta y Ottavio demasiado lento de mente para hacerlo.


Por otra parte, la actitud del conde Césare era ambigua. Isabella no podía saber si la ignoraba intencionadamente o si se esforzaba al máximo por mostrar buenos modales ante la afitriona de la casa a la que estaba invitado.


Isabella quería llevarse a Clemente a la trastienda y gritarle por ignorarla, pero eso no serviría. Respiró hondo y contuvo el aliento.


'Recuerda. Eres la nueva Isabella. La pobre, indefensa y huérfana de madre Isabella.'


Isabella sonrió y se puso del lado de Clemente. 


—¡Ottavio! No digas eso. Clemente es hermosa.


Las largas pestañas rubias de Isabella sombreaban sus ojos mientras sonreía a Clemente. El rayo de sol que entraba por la ventana iluminaba los rasgos perfectos de Isabella, bellos y cincelados como una muñeca de porcelana.


Isabella llevaba hoy un vestido medio de luto. Como accesorios llevaba un velo blanco en la cabeza, encaje blanco en el escote y un único lirio en la muñeca que era un accesorio para llevarlos con un vestido de luto. Y llevaba un vestido de satén negro brillante.


La belleza natural y la elegancia de Isabella quedaban resaltadas por el atuendo blanco y negro. Era extraño que una belleza como Isabella halagara alguien a simple vista inferior en apariencia como Clemente.


Y Clemente fue la primera en darse cuenta. Se sintió ofendida, pero Isabella tenía ahora el control. Esto dejó a Clemente con un sabor amargo en la boca, pero se rió amablemente y dijo: 


—Oh, no es cierto... Eres mucho más hermosa, y lo sabes...

—No, lo digo en serio. —insistió Isabella.


La condesa Bartolini estaba avergonzada y no tenía nada más que decir, pero el conde Césare intervino para salvarla.


—Lady Isabella De Mare, cuánto tiempo sin verla.


Isabella había estado esperando todo el tiempo esta respuesta. En la alta sociedad de San Carlo, una dama con un estatus superior, podría iniciar la conversión, pero si tenía un estatus parecido, el caballero, tenía que ser el primero en hablar con ella para que ésta se uniera a la conversación. De lo contrario, una dama no podía hacerlo.


Isabella sonrió como una rosa en flor. Y como una rosa, sus espinas ocultas dejaron escapar una respuesta punzante


—¡Conde Césare! Creí que había olvidado que estaba aquí.


Pero Césare lo compensó con halagos. 


—Cómo podría cuando tu belleza brilla como el sol.


Después, Isabella se convirtió en la estrella de la reunión. Su narración sofisticada hipnotizó a Ottavio y abrumó a Clemente. Sin embargo, que esa actitud hubiera impresionado al conde Césare era otro asunto. Sus ojos, azules como el mar, mostraron interés en sus palabras, pero aparte de eso, parecía indiferente durante el almuerzo.


Eso desesperaba cada vez más a Isabella.


Y el almuerzo se acercaba a su fin. Isabella estaba desolada por no saber cuándo volvería a encontrarse con Césare u Ottavio después de este encuentro.


—Ottavio, por favor, discúlpame. 


El Conde Césare se excusó durante la comida por un rato.


Ahora era el momento de hablar con él en privado.


Isabella se levantó descaradamente en cuanto el conde Césare salió del comedor y dijo: 


—¡Clemente! Tengo que ir al tocador.


Cuando Isabella abandonó el comedor, se olvidó por completo de la dignidad y corrió a toda prisa por el pasillo. Alcanzó al conde Césare en medio del vestíbulo.


—¡Conde Césare! —le llamó Isabella.


Césare se volvió lentamente. 


—Lady Isabella De Mare, ¿a dónde va?

—Al tocador, por supuesto. —respondió Isabella.


Césare sonrió. 


—Bueno, yo también soy un extraño en esta casa, pero —miró hacia el otro lado del pasillo, la dirección opuesta a la que había corrido Isabella—. El domestico me dijo que el baño de señoras estaba al final del lado opuesto del pasillo.


El Conde Césare esperaba que se sonrojara. Sonrió con picardía y miró a Isabella.


Pero Isabella De Mare ni se inmutó y dijo: 


—Ah, ya veo. De acuerdo, dejaré mis excusas. Necesito hablar con usted en privado.


Al conde Césare pareció gustarle la actitud atrevida de Isabella porque su sonrisa se ensanchó. 'Hmm. Esto se estaba poniendo interesante.'


—¿En qué puedo ayudarla, Lady De Mare?


Miró el reloj, fingiendo tener prisa.


—Pero no me estaba inventando lo de ir al aseo, a diferencia de usted. Así que creo que tenemos que ser breves.


Ante eso, incluso Isabella, una chica nerviosa, no pudo soportarlo más y se sonrojó.


Si tuviera más experiencia, le habría sugerido hablar después de que él regresara del baño, pero Isabella De Mare no era más que una adolescente de diecisiete años.


En la vida anterior de Ariadne, Isabella había sido prácticamente la dueña de la alta sociedad de San Carlo. Incluso después de perder a su marido y enviudar, su fama nunca murió. Pero eso fue cuando tenía entre veinte y treinta años. Ya era mayor y pasó por todo tipo de problemas.


Pero como era una adolescente, Isabella no lo sabía y fue al grano. 


—Seré breve. Me enteré de que invitó a mi hermana al baile real, pero le rechazó.


El rabillo de los ojos del conde Césare se arrugó sutilmente. 


—¿Y?

—El histórico escritor Bincitorre Jeremita reveló 'la mejor manera de capturar el corazón de una dama' en Cómo ser tentador y seductor. —continuó Isabella.

—¿Ah, sí? Pensaba que yo era un experto en ese campo, pero veo que tú tiene una experiencia extraordinaria en relaciones amorosas.


Césare lo había dicho intencionadamente para sonrojar a Isabella. Pero la chica ni se inmutó.


En una fracción de segundo, respondió: 


—En realidad, no. Sólo soy una experta en ese campo pasivamente por mis lecturas. Pero veo que tú eres lo contrario. Creo que su experiencia irá mejor si la complimenta con la teoría, por eso he sacado el tema.


Césare ahogó una sonrisa y pensó: 'No me extraña que sean hermanos. Nacieron para ser conversadoras, aunque de manera diferente.'


—¿Entonces qué quiere que haga por usted? —preguntó Césare.


Isabella le miró con atrevimiento. Frunció ligeramente sus perfectos labios hacia delante y dijo: 


—Según Bincitorre Jeremita, "si uno quiere atraer a una dama inexpugnable, debe ir tras su hermana".


—¿Ah, sí? —preguntó Césare.


Esto se ponía cada vez más interesante. Césare nunca esperó que Isabella dijera eso, y ella siguió y siguió persuadiéndole. Le divertía sinceramente ver a las hermanas competir entre sí.


—Entonces, le sugiero que venga al baile real conmigo, conde Césare. —dijo Isabella con seguridad. Le miró a los ojos y le tendió la mano para que le besara el dorso en señal de aceptación.

Episodio-123-En-esta-vida-soy-la-reina

Pero Césare dejó su mano flotando en el aire.


En ese momento, Isabella agitó la mano izquierda con irritación.


—Conde Césare, iré directamente al punto —insistió Isabella—. Una vez que me tome la mano y entremps en el baile real, conseguirá llamar la atención de mi hermana. Aunque no le intereses, entonces tendrá que fijarse en ti.


—Supongo que tienes razón. —aceptó Césare.


—La forma más rápida y segura de aumentar un valor comercial es la competencia. Y para poner una guinda, utilizar alguien a quien odia quien podría conseguirlo.


—Supongo que tienes razón. Si le llevo al baile real, eso es exactamente lo que ocurrirá. —convino Césare.


—¿No quieres ver sus ojos verdes encendidos de celos y codicia mientras no puede dejar de mirarle? —desafió Isabella.


Césare quería ver eso. Y honestamente hablando, la Ariadne que él conocía nunca rechazaba un reto y era muy competitiva. Y creía que las cosas saldrían como Isabella había proyectado.


—Sí, quiero verla así. —admitió Césare sin objeción.

—Entonces —Isabella De Mare sonrió ampliamente. La sonrisa era demasiado madura para una chica de diecisiete años—. Béseme la mano.


La escena era lo bastante pintoresca como para pintarla al óleo. La primavera de San Carlo era cálida y apacible, y la radiante luz del sol se derramaba sobre el corredor de mármol de la residencia del conde Bartolini. Una dama rubia, lo bastante hermosa para ser un hada, le tendía la mano izquierda para que la besara, y un hermoso joven de pelo castaño rojizo miraba su mano extendida. El final perfecto sería que él se inclinara y le besara la mano.


Pero Césare estiró la mano derecha y le apartó la izquierda.


—Sí, claro.


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