SLR – Capítulo 124
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 124: El rechazo del Conde Césare
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—¡¿Qué?! —chilló Isabella. Su chillido resonó por toda la residencia del Conde Bartolini—. ¿Le ruego me disculpe? ¡Es una oportunidad en la que todos ganamos!
Pero el conde Césare respondió a medias.
—No lo creo. Sólo piensa en sus propios beneficios, Lady De Mare.
Pero Isabella no estaba de acuerdo. La estaban acusando falsamente. El Conde Césare definitivamente ganaría con este trato.
—¿De qué está hablando? Si acude al baile real conmigo, mi hermana se fijará en usted. Es un buen trato. —insistió Isabella.
Pero Césare respondió en tono burlón.
—Que me acompañe a un acto oficial dirá a la alta sociedad de San Carlo que Isabella De Mare aún no puede ser despreciada. Pero eso no tiene nada que ver conmigo.
Isabella se sonrojó.
—Bueno, está bien. Admito que es verdad. Pero, ¿cuándo le han importado las críticas de los demás?
Él se rió con ganas y lo admitió:
—Tiene razón.
—Y además—continuó Isabella—. ¡Sabe más que nadie que el rumor de que tengo una aventura secreta con el marqués Campa es totalmente falso!
—¿Ah, sí? —preguntó Césare, fingiendo inocencia.
Esto irritó a Isabella.
—El círculo social difundió rumores porque yo tenía el rubí del marqués Campa. ¡Pero sabe perfectamente que el brazalete no tiene nada que ver con el marqués Campa!
—Bueno, supongo que sí. —dijo Césare a regañadientes.
—Entonces, ¿cuál es su pérdida? De todos modos, a usted no le importa su reputación —Isabella enumeró con un dedo—. No creo que le importe que la gente hable mal de usted por estar con una amante secreta inmoral. Pero digamos que sí. Incluso sabe que no soy ella.
Isabella dobló otro dedo. Miró al conde Césare. Parecía inocente y hermosa.
—Por lo tanto, usted está ganando en el acuerdo. ¡No hay ninguna pérdida! ¿Pero por qué no quiere hacerlo?
El conde Césare empujó con su dedo enguantado en piel de ciervo la frente de Isabella, que había quedado a escasos centímetros de él.
—¡Pero qué...! ¡Eh, no me toque! —gritó Isabella.
—Lady De Mare, creo que usted es la culpable. Se acercó demasiado cuando somos prácticamente extraños —dio medio paso al lado, miró a Isabella y se burló—. Es desagradable.
—¡¿Qué?!
—Puedo ver las ruedas agitándose en esa bonita cabecita suya. Me repugna que me intente usar como herramienta para un plan —Césare se cruzó de brazos con altivez y miró a Isabella—. ¿Quién se cree que soy? ¿Cree que soy un bobo que no puede seducir a una dama sin usar a su hermana? Puedo hacerlo sin su ayuda. Así que no, gracias.
Césare se dio la vuelta.
—Rechazo su oferta.
Isabella gritó furiosa.
—¡Conde Césare!
Pero no miró atrás.
* * *
Lariessa de Balloa estaba de mal humor desde por la mañana.
La dejaron sola en el palacio real de un país extranjero. Y sus compatriotas eran todos hombres mayores. Tenían al menos entre veinte y cuarenta años más que ella, así que el séquito no consiguió satisfacerla ni entretenerla.
Y Lariessa no había hecho nuevos amigos en este país. La mitad de ello se debía a la barrera del idioma, y la otra mitad era porque Lariessa no quería. Odiaba tener que pasar vergüenza delante de extraños.
La Gran Duquesa Lariessa pensaba que las damas nobles que podía conocer en Etrusco eran sus subordinadas. Pero Etrusco, no, San Carlo, era un líder de moda con una cultura floreciente, por lo que pensaban que Gallico estaba menos desarrollado que ellos. Lariessa temía que las damas nobles de menor rango de San Carlo la ignoraran, ya que procedía de un feudo en el campo, por lo que mantenía las distancias respecto a ellas.
Y no había princesas de su edad en el palacio real de Etrusco. Así que la única persona con la que podía pasar tiempo era el príncipe Alfonso. Pero habían pasado tres días desde que lo vio la última vez.
—¿Adónde fue el Príncipe Alfonso? —preguntó Lariessa.
Ante la confiada petición de Lariessa, Bernardino, el ayudante del Príncipe, se puso nervioso, pero trató de disimularlo en la medida de lo posible y respondió con suavidad.
—Su Alteza, el Príncipe está reunido con los representantes de los distritos para preparar la Fiesta de Primavera.
—Ya lo sé —espetó Lariessa—. Pero su reunión tuvo lugar sobre las diez de la mañana. Lo que quiero saber es dónde está "ahora" el príncipe Alfonso.
—Oh, señora. Ha habido una ligera modificación en el horario del Príncipe por la mañana. Tenía previsto visitar al representante del distrito en la sala de invitados del palacio real, pero de repente surgió una visita local, así que Su Alteza acudió al distrito en persona. El tiempo de transporte y la visita local adicional probablemente habrían retrasado su agenda después. —dijo Bernardino.
Lariessa se mordió los finos labios. Al hacerlo, el grueso carmín desapareció, revelando sus pálidas facciones.
Sabía que el príncipe Alfonso tenía algo de tiempo libre a la hora de comer.
Se había negado a reunirse con ella estos días con el pretexto de estar demasiado ocupado. Y no mentía sobre estar ocupado, así que Lariessa no podía quejarse de eso. Pero finalmente, hoy, tenía tiempo libre. Ella había estado esperando este día desesperadamente.
—¿Por qué no me lo dijiste? —exigió Lariessa con enfado.
'¡Lo esperé como una tonta...!'
Pero en lugar de disculparse, Bernardino se puso rígido y replicó:
—Pero, mi señora, ¿cómo se enteró de la agenda de Su Alteza?
Lariessa abrió los ojos y fulminó a Bernardino con la mirada. '¡Cómo se atreve...!'
Ella no era el tipo de persona que admite un error. Y además, no había echado un vistazo en secreto a su horario.
—¡La criada de Su Majestad, la señora Carla, me lo enseñó! Dijo que tenemos que vernos a menudo y acercarnos ya que seremos marido y mujer.
El Príncipe Alfonso había declarado que cancelaría el acuerdo matrimonial con la Gran Duquesa Lariessa con la Reina Margarita, pero la Reina aún no había aprobado la idea de su hijo. La señora Carla conocía toda la situación, pero asumió el silencio de Su Majestad como una expresión de 'desaprobación' en lugar de pensar que estaba reflexionando o esperando a ver qué pasaba.
Así que la señora Carla hizo todo lo posible por aprovechar al máximo la oportunidad de que los dos jóvenes estuvieran juntos para que la Gran Duquesa Lariessa pudiera hacer cambiar de opinión al Príncipe Alfonso.
Pero Bernardino pensó de forma diferente a la suposición de la señora Carla y dijo:
—Señora, el horario de Su Alteza es confidencial. Usted no tiene autoridad para acceder a él.
—¡¿Qué?! —gritó Lariessa.
—Supongo que la señora Carla estaba siendo amable y se lo ha enseñado, pero esto no funciona así. Sólo un proceso justificado le permitirá acceder al horario. —informó Bernardino.
La gran Duquesa Lariessa se puso roja de furia. Pero Bernardino fingió ignorar sus emociones y siguió informándola de las normas y procedimientos.
—Si quiere reunirse con Su Alteza, infórmeme con antelación cuando quiera. Comprobaré la fecha más próxima en que puede reunirse con él y le daré una respuesta lo antes posible. —le pidió Bernardino.
Pero era una gran mentira. Si Lariessa le preguntaba a Bernardino cuándo podría ver al príncipe Alfonso, él le sugeriría una fecha lejana como el lunes de la semana siguiente. Luego, le haría una sugerencia horrible como: “¿No sería mejor que se reunieran en un acto oficial?”
—¡Ja!
La Gran Duquesa Lariessa no pudo contener su ira y resopló. Luego dio un pisotón en el suelo para darse la vuelta desde la entrada del palacio del Príncipe.
'Algo va mal... Algo es diferente... ¡Y no lo aceptaré! ¡Haré que las cosas vuelvan a ser como antes!'
* * *
Ese mismo día, Julia de Baltazar se preguntó por qué quería salir ese día. Tal vez fuera porque hacía buen tiempo, o tal vez porque quería dar un buen ejemplo a su hermano mayor, ya que siempre se quedaba en casa.
E incluso hizo caso omiso de su madre, que le insistía en que esperara hasta la semana que viene, cuando empezaba el festival callejero. Julia le dijo que para entonces sería demasiado peligroso y la calle estaría abarrotada. Dijo que su excursión sería corta. Lo único que haría sería apreciar el altar decorado con narcisos. Cogió a una criada y a un jinete y salió de casa.
—Déjame aquí. —ordenó.
—Por favor, quédese donde pueda verla, mi señora. —pidió el cochero.
—De acuerdo. —dijo Julia sin mucho entusiasmo.
El cochero había pedido que la escoltaran, pero a Julia eso no le importaba. Contempló la belleza del altar decorado con narcisos en el centro de la plaza Pietro. Casi diez mil narcisos, cubriendo cada centímetro de la fuente de mármol, que se conservaba desde el Imperio Latino.
Los obreros estaban instalando un arco de madera. Una vez terminada la instalación, se añadirían miles de flores.
—Oh, vaya. Todo lo que necesito es un cannoli. Entonces, todo sería perfecto. —dijo Julia.
N/T Cannoli: El cannoli es un pastel italiano que se sirve como postre. Consiste en unas conchas en forma de tubo de masa de hojaldre frita rellenas de un relleno dulce y cremoso que contiene queso ricotta, y encima se colocan cáscaras de limón.
—Mi señora, hay una tienda justo allí. ¿Quiere que le traiga uno?
—Estupendo. A por ello.
Además, el jinete la estaría observando de todos modos. Un minuto de soledad no le haría ningún daño.
Julia se sentó junto a la fuente y disfrutó plenamente del deslumbrante sol de principios de primavera.
Pero entonces.
'¿Narciso...?'
N/T narciso: En la mitología griega, Narciso (en griego, Νάρκισσος) era un joven con una apariencia bella, hermosa y llamativa. Todos los hombres y las mujeres quedaban enamorados de él, pero este los rechazaba. Entre los jóvenes heridos por su amor estaba la ninfa Eco, quien había disgustado a Hera (era una diosa) y por ello esta la había condenado a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera. Por tanto, era incapaz de hablar a Narciso de su amor, pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque, ella lo siguió. Cuando él preguntó «¿Hay alguien aquí?», Eco respondió: «Aquí, aquí». Incapaz de verla oculta entre los árboles, Narciso le gritó: «¡Ven!». Después de responder, Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que solo quedó su voz.
Para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en un estanque. En una contemplación absorta, incapaz de separarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso.
Para ser precisos, había un hombre que era hermoso como un narciso. Daba pasos cortos y rápidos entre la multitud.
En cuanto Julia le vio la cara, se dio cuenta de quién era. Era demasiado guapo para olvidarlo.
'¡François...! ¡El domestico de la casa del vizconde Leonati...!'
Debió de ir a hacer un recado porque llevaba una cesta grande y parecía que estaba metiendo comida en ella.
Julia pensó durante un segundo si hablar con él o no. Pero no tenía ni idea de qué decirle después de llamarle y qué conversación llevarían.
Pero si no se acercaba a él ahora, tal vez nunca tendría la oportunidad de volver a verlo. Por capricho, gritó:
—¡Hola!
El domestico de la casa Leonardi fingió no oír la voz de Julia y siguió caminando con indiferencia.
Julia alzó la voz y volvió a llamarle:
—¡François!
Parecía que no la había oído porque lo único que hizo fue seguir rápidamente.
Ah, bueno. Doble o nada. Julia gritó a todo pulmón entonces.
—¡François!
Pronunció su nombre con un perfecto acento gallico. Sus lecciones dieron resultado.
Finalmente, el joven alto se volvió para mirarla.
Julia sonrió ampliamente. Y al hacerlo, sus rasgos
fríos y elegantes se volvieron cálidos y accesibles.
Pero lo primero que preguntó tras caminar pesadamente hacia él fue:
—¿Cuánto le paga la residencia del vizconde Leonati?
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Julia es directa, sin preámbulos: cuánto te pagan? Ajajajaj
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